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Fuego Purpura por Ale Moriarty

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Notas del fanfic:

19° Reto literario— “Flowers’ Language”


Advertencias: Angustia, posible Ooc.


Anime: Yuri On Ice


Pareja: YuYuu (Yurio x Yuuri)


Palabras: 2,185 –OS-

Notas del capitulo:

Notas: Este fanfic lo hice por el 19° reto del foro de Mundo Yaoi. La flor que escogí es el Jacinto púrpura el cual: simboliza el amor perdido, la nostalgia y una tristeza infinita.

Fuego Purpura

[Su amor tenía color y olor. Las llamas de su pasión eran violetas y su esencia era encantadoramente tóxica, en aquella habitación llena de recuerdos agridulces Yurio se ahoga en nostalgia al pensar en ese hombre que jamás lo amo.]

Obtenía otra medalla de oro. Este suceso debía llenar de gozo su alma, pero Yuri Plisetsky solo tenía tristeza en su corazón, llegó a su departamento y lanzó las maletas sobre la sala, no quería lidiar con su equipaje.

Caminó hasta aquella habitación tortuosa y al abrirla el aroma golpeó contra sus fosas nasales, aún permanecía aquella esencia de su perfume barato.

Yuri ya tenía 19 años, era más alto y aquella belleza andrógina había desaparecido, su rostro ahora podía ser definido como varonil y guapo, su cabello seguía un poco largo y lo sujetaba en una diminuta coleta.

Había conocido a aquel que le rompió el corazón cuando tenía 15 años, al principio lo detestaba, ¿quién soportaría a un depresivo como él?, pero lentamente… fue brillando y destacando como nadie.

Aquel cerdo salió del barro y se convirtió en una brillante estrella.

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El Yuri de 15 años se percató de las miradas que aquel japonés se lanzaba con Víctor y comprendió que no había espacio entre esos dos… para él. Una ambición creció en el corazón de Yurio, quería que ese cerdo le mostrara aquellas expresiones cariñosas.

Entonces su deseo se volvió aún más codicioso, comenzaron a pasar tiempo juntos ya que después de su victoria donde gano su medalla de oro; el japonés viajó hasta Rusia para tomarse un descanso al lado de Víctor; cabe resaltar que en los días en que el vago del Nikiforov quería dormir… Yuuri terminaba molestándolo a él.

 —Solo será un momento Yurio —el japonés le sonreía cálidamente halando de su brazo; por primera vez el frío San Petersburgo se volvió soleado, el calor corporal de este chico podía derretir su corazón.

Fingió que no quería acompañarlo, pero luego se rindió al instante. Ya tenía 17 años cuando ocurrió esta situación. No era la primera vez que pasaba tiempo a solas con el Katsudon, aun así, los sentimientos que tenía en este momento si eran diferentes.

La única persona que podía enternecer su corazón y cambiar su personalidad de esa forma había sido su abuelo, pero al tener a Yuuri sonriendo por la más pequeña idiotez, una llama purpura comenzó a extenderse en un rincón de su corazón, era la flama de un sentimiento apasionado.

—El clima de tu ciudad es demasiado frío —tembló el Katsuki y entonces sintió una calidez en su cuello, una bufanda había sido colocada allí.

—Los japoneses son realmente quejumbrosos ¿o solo eres tú? —se quejó el rubio con una mueca que ocultaba su vergüenza.

—¡Gracias Yurio!

Si el toque de Yuuri no era lo suficiente ardiente, aquella sonrisa sincera le calcinó como un incendio. No era la primera vez que lo veía con ese gesto, pero si era la primera vez que iba dirigido a él.

Su anhelo creció más y más, ese fuego púrpura se comenzó a dispersar como un veneno.

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Se hizo cercano al japonés, aunque intentaba alejarse para que ese fuego violeta no dominara su corazón con sus risas, su calor, su piel, sus gestos, el aroma a perfume barato, sus ridiculeces y su forma torpe de ser; cada vez que buscaba defectos que dañaran la imagen del cerdo, solo podía agruparlas junto al apartado de virtudes.

—Yurio está más guapo con el pasar del tiempo, ¿qué comes para crecer tanto? —le dijo divertido intentando medir con su mano la diferencia entre sus estaturas.

—Es obvio que no es lo mismo que tú, si ese fuera el caso crecería para los lados —le ofendió, intentado cubrir su vergüenza con lenguaje agresivo.

—Yurio siempre me trata como si fuera una molestia, pero aun así me acompaña a todos lados~ —escuchó el tono meloso que el cerdo le daba y alzó una ceja inquisitivamente —No tienes que tratarme de esa forma todo el tiempo, sé que te agrado. Utilizas tu fingido malhumor para proteger ese lado frágil que tienes…

Yurio se detuvo y observó la espalda de Yuuri, este seguía caminando como si nada. El japonés no era tan imbécil como el rubio creía.

Se sentía realmente expuesto, aquel fuego ahora le lastimaba el pecho.

—No eres quien para hablar —exclamó con voz molesta y ofendida. El Katsudon se giró y se quedó pasmado de esas palabras —Al menos yo no tengo un amor no correspondido por mi antiguo entrenador, no creas que soy estúpido —más y más palabras salían de su boca. Él se había dado cuenta desde hace tiempo.

—¿De qué hablas? —le preguntó alterado, su rostro se había desfigurado en un gesto de miedo.

—No soy imbécil, Katsudon —le insultó. Sus manos se cerraban en puños y sentía un nudo en su garganta, era difícil expresarse con palabras —Desde hace mucho tiempo has estado enamorado del estúpido de Víctor, ¿o crees que lo ocultas bien? Solo me utilizas para no pensar en tus deseos lascivos hacía él ¿o no?

Y entonces el silencio se hizo presente.

—Yurio…

—Olvídalo, me importa una mierda lo que sientas por él, no me vuelvas a utilizar.

El rubio observó el semblante depresivo del japonés y solo sonrió secamente, él lo sabía, Yuuri estaba enamorado del Nikiforov porque la mirada que le dedicaba era la misma que él tenía cuando lo miraba a la lejanía.

Amor.

Amor no correspondido.

—Lo siento Yurio…

Esas fueron las últimas palabras que el rubio escuchó durante un año.

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Era el primero de marzo y Yakov había organizado una fiesta sorpresa para Yurio; este sería su cumpleaños número 18.

—Cada día estás más alto… —cuando escuchó el tono de voz de esa persona el Plisetsky se dio la vuelta para toparse con la sonrisa de aquel hombre que rondaba sus pensamientos día y noche. Había pasado un año desde que no cruzaban miradas ni palabras, su voz se sentía como un recuerdo nostálgico.

—Y tú cada día estás más gordo —le contestó y ambos sonrieron dejando el ambiente tenso a un lado. Yuri era un poco más maduro y tenía que lidiar con su amor no correspondido; además Víctor había conseguido a una novia encantadora con la cual había asistido a su celebración.

Yuuri necesitaba consuelo.

—¿Quieres vodka? —le ofreció amablemente.

—¡Yurio! ¡No debes beber alcohol! —se alarmó el japonés logrando que una risa saliera de los labios del ruso.

—No seas tonto Katsudon, ya es legal hacerlo —le aclaró mientras servía el embriagante líquido en dos vasos de plástico —Además, con esto podrás lidiar con tus… sentimientos —le susurró cómplice y le extendió el vaso, de inmediato Yuuri bebió de golpe el alcohol.

Tener un corazón roto era doloroso, ambos comprendían ello.

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Yuuri terminó completamente ebrio después de consumir media botella de vodka, comenzó a hacer cosas ridículas y todos tuvieron que detenerlo para forzarlo a sentarse.

—Koneko-chan, te lo encargo… si dejamos que vaya a su hotel puede morir ahogándose con su propio vómito, lamento dejarte la responsabilidad… adiós~ —le dijo Víctor de forma despreocupada saliendo con la mujer que era su acompañante.

Eres realmente cruel, Víctor. El cerdo se ahogó en alcohol para superarte y tú lo desechas como si fuera basura. Finges no darte cuenta, aunque desde hace mucho lo sabes, ¿no es así? Solo que prefieres evadir la responsabilidad de rechazarlo correctamente”

Tras sus pensamientos cargó con el japonés en su espalda y se encaminó a su departamento, quedaba a pocas cuadras del edificio donde festejaron su cumpleaños. La espalda del ruso se sentía ardiente y el aliento de Yuuri servía como un detonante para aquella lujuria que contenía en sus entrañas.

Cuando llegaron a su casa, entró y caminó hasta su habitación. Le dio una patada a la puerta y lanzó al japonés sobre la cama.

—No te mueras en mi casa o lanzaré tu cadáver por la ventana —se quejó, detestaba ver al pelinegro en ese estado tan lamentable. Comenzó a quitarse la corbata que había usado para el atuendo de su cumpleaños y sintió un toque cálido en su muñeca, se giró y se topó con el rostro lloroso del Katsudon.

—¿Tanto me odias? —las lágrimas fluyeron de sus ojos, y el corazón de Yurio se oprimió. La sensación de ver al ser que más deseaba en el mundo llorando por su amor no correspondido era asfixiante.

—No digas disparates, cerdo… solo duérmete de una vez —intentó alejarse de su tacto, tenía un amor no correspondido desde hace 3 años, aunque era más maduro, su auto control era más vulnerable.

—Duele Yurio… —su voz se hizo más quebrada y el rubio sintió su alma destrozarse, su abuelo siempre le dijo que tenía un corazón demasiado blando y tenía que cuidarlo por su propio bien.

Las personas como tú sufren más cuando se trata de amor”

Recordaba las sabias palabras del hombre que más quería en este mundo, cuánta razón tenía.

—Entiendo lo que sientes —la voz del ruso se escuchó desquebrajada. Los dos se miraron por un largo tiempo y entonces decidieron echarle la culpa al licor. El rubio se inclinó y devoró la boca de Yuuri desesperadamente; todo su amor estancado se reflejó en aquella ansiedad.

Apretó el cuerpo del Katsuki contra su pecho y se sumergieron en las sensaciones de sus propios demonios; Yuuri entregándose a un hombre para olvidarse de Víctor y Yurio aceptando ser el sustituto del amor no correspondido del japonés.

Aquella habitación purpura se llenó de sus respiraciones agitadas, de sus ropas que eran lanzadas contra el suelo, del sudor que empapaba su piel cuando se frotaban entre sí y de aquella fragancia barata que intoxicaba las fosas nasales del ruso.

Este aroma mareador sería su nueva esencia favorita.

Y aunque sabía que solo tendría el cuerpo de Yuuri, su corazón se estremeció y se llenó de tibieza, él no podía aspirar a ser el dueño de ese corazón, se había rendido desde hace mucho.

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Cuando Yurio abrió los ojos observó aquella espalda pálida inclinándose en el borde de la cama, buscaba sus ropas en el suelo.

—Te vas sin despedirte, ¿eh? —exclamó el ruso con una voz que no emitía ninguna emoción, era vacía. Sus ojos azules se concentraron en el blanco techo de esa habitación violeta, tenía que contener su tristeza.

—Todo fue un error Yurio, lo siento… —su disculpa fue el último camino de pólvora en las venas del Plisetsky, finalmente su corazón se incineró.

La puerta se abrió y la figura de Yuuri desapareció para no volver.

“Todo está bien. No pasa nada, las cosas iban a terminar de esta forma. Yo ya lo sabía” se repitió con una sonrisa amarga.

Pero el corazón siempre es más sincero que el cerebro.

Sus ojos se nublaron y aquellas lágrimas se forzaron a salir para limpiar su corazón teñido de brillante purpura.

—Yo… en verdad estoy enamorado de ti, mis sentimientos ¿no son suficientes? —sus palabras eran desgarradoras que inclusive salieron cortadas cuando las gritó. Se abrazó a sí mismo y se dejó envolver en el aroma de aquel que había encendido aquella ardiente pasión.

—Yuuri… —ese nombre se volvió su lamento.

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Y así pasó el tiempo, cuando cumplió 19 años el japonés no se apareció en su cumpleaños, tal vez porque se enteró de que el Nikiforov se iba a casar.

¿Estará ahogándose en licor?” había pensado Yurio al no verlo en su fiesta sorpresa.

Se había alejado lo más que podía de aquella habitación purpura y cuando iba a visitar su departamento, terminaba renuente a entrar. No quería que el aroma de aquella noche se desvaneciera, era lo único que tenia del instante donde Yuuri fue suyo.

Pero hoy… por un extraño motivo había decidido entrar después de ganar aquella medalla de oro; observó la cama que aún seguía con las sabanas revueltas. Se tiró sobre el colchón y observó el techo blanco, sus ojos se volvieron acuosos inmediatamente.

Podía recordar esos gemidos que lo habían vuelto loco, sentía el calor de Yuuri recorriendo desde la punta de sus pies hasta su cabeza, el aroma lo excitaba otra vez, y se repetía a sí mismo la imagen del mayor abajo suyo, jadeando y pidiendo por más.

Este era su cuarto de melancolía y tristeza infinita.

Era purpura como las llamas de pasión que quemaron su corazón.

Era tóxico como el perfume barato que usaba Yuuri.

Era solitario porque no estaba con él.

Y entonces comprendió que ellos dos se conformaban de violeta, su relación siempre sería de ese color; y ya entendía cuál era el aroma que desprendía el japonés…

—Jacinto… ¿cierto? —resopló con ironía dejando fluir su tristeza. Era la segunda vez que lloraba allí.

Su amor se había extinguido en una sola noche, pero los pétalos morados de aquella melancólica flor habían florecido y echado raíces en su alma.

El fuego purpura lo tenía cautivo.

Cerró los ojos y se dejó consumir por las sensaciones, mañana despertaría e iría a practicar. Después compraría el regalo de bodas de Víctor, y tal vez, solo tal vez, lo volvería a ver en la ceremonia.

—Sonríeme de nuevo —exclamó y la llama se volvió a encender.

Este fuego no podía ser extinguido todavía.

Fin.

Notas finales:

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