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The Belle Song por Osaki

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¿Y si te dijera que ya te había conocido?


¿Y si te dijera que tú sabes quién soy?


O lo sabías…


¿Fue acaso un accidente que todo esto haya ocurrido?


¿Me creerías si te digo que una vez fuimos felices juntos?


 


 


A kilómetros de distancia… tu corazón, comenzó a latir antes que el mío, exactamente once años antes.


 


―¡Mamá mira ése pajarito está herido!


―Creo que tiene el ala rota…


―¡Hay que hacer algo!


―Déjala, son cosas que pasan, debió emigrar desde muy lejos, quizá estuvo volando por mucho tiempo y se lastimó.


―…


―¿Quieres que la llevemos al veterinario? ―suspiró―. Ya eres un chico grande, no puedes hacerle estos berrinches a mamá.


―Jajaja, no son berrinches, es sólo que… ¿no te da pena a ti?


―No pongas esa cara. Mph… Vamos, tómala y la llevaremos al veterinario pero es todo.


 


 


*     *     *


 


 


―¿Cómo se llama?


―Ah, le puse Belle ―abría la jaula del avecilla para acariciarla y dejarle un poco de comida.


―¿Dónde la conseguiste? Yo quiero una igual, su plumaje parece nieve ―le observaba en el quehacer desde el otro lado de la jaulita.


―Ah, me la encontré tirada en el parque cuando volvía de compras con mi mamá.


―¿Qué? No te creo. En mi vida he visto una de éstas en el parque ―sus ojos expresaban su incredulidad.


―No miento, Masa, es en serio ―se defendió cambiando el agua para el ave.


―¿En serio qué? ―ingresaba otro muchachito en la habitación―. Hola Satoru, Masa, ¿qué hacen?


―You, hola. Ah, nada, le contaba a Masa que me encontré a éste amiguito ayer en el parque, tiene el ala rota.


―Wow, ¿qué? ―se acercó a la jaulita para ver, al igual que Masa no se creía el hallazgo del otro―. Satoru, tiene que ser broma.


―No, es en serio, también me pareció muy hermosa, se llama Belle, volvía de compras con mi mamá y la vi tirada, pensé que estaba muerta. Al final la llevamos al veterinario y convencí a mi mamá de quedármela, el veterinario me regaló comida y mi abuelo me regaló su jaula ―sonrió al avecilla y ésta, como si hubiese estado siguiendo la conversación, trinó alegremente contagiando la alegría a los otros.


―Ah, Satoru, tu mamá me dijo que bajáramos a comer algo y que empecemos ya con la maqueta.


―Oh, cierto. Satoru, venir a tu casa es para no hacer nada ―Masa se rió dándole un empujón al aludido.


―¿Yo te dije que me siguieras a mi cuarto?


―Quería ver al ave ―se levantó de la cama riendo, dejando a un lado un comic que había estado hojeando minutos atrás.


―Eso es mentira, tú querías husmear, ni sabías de Belle.


―¿Qué dices? ―se defendió indignado acercándose a la jaula para hacerle muecas al ave, pretendiendo inocentemente jugar con ella.


―¿Qué haces tarado? ―se burló You―. No es un bebé, mejor dale tu dedo para que se lo coma.


―¿Y luego quién es el tarado? ―respondió saliendo de la habitación.


―Tú eres el tarado encantador de aves, Masa.


―Já já. Mira que me río, ya vamos de una vez.


 


Satoru, dejó que ambos de sus amigos bajaran primero y se quedó observando a la avecilla, anegado en sus pensamientos, le producía una inmensa curiosidad tan sólo verla allí, se imaginaba a la pequeña cayendo del nido y echando a volar… Agitando sus alas. El pequeño animalito también le veía absorto, y por un momento… parecía haber cambiado el paisaje, todo se sentía más tranquilo así.


 


―¡SATORU, BAJA DE UNA VEZ, TU MAMÁ DICE QUE ME COMA TU COMIDA SI NO BAJAS!


―¡Masa!


Se oyeron un par de risas más e inevitablemente Satoru se rió también.


―Debo irme pequeña... Descansa ¿sí? Y come.


 


*     *     *


 


¿Por qué no me oyes?


―Mamá dice que te tengo que dejar ir en cuanto te cures, ¿quieres irte? ―reía abriendo la ventana antes de echarse en la cama a descansar―. Sinceramente yo quisiera que no te vayas, me gusta oírte cantar. También me gusta cantar, ¿quieres oírme? ―encendió la radio y colocó un disco, se había sentado en la cama, cuando la voz del cantante hizo aparición entre las notas, Satoru tomó el mando de la radio para echarse a cantar con toda la pasión que un muchacho a sus once años, podía tener.


Mientras tanto el avecilla escuchaba atenta, observaba con gracia los movimientos del jovenzuelo, su pasión, las risitas que soltaba de vez en cuando al equivocarse u olvidar la letra.


Belle, veía más allá… Le veía correr en los pastizales, le veía hecho un hombre, le veía llegar a lo alto de la colina, le veía estirar los brazos, entregándose al viento, le veía tomando la mano de alguien más que estaba allí antes que él, y él envolvía a ése alguien en sus brazos.


―¿Qué te parece Belle? Tengo una gran voz, ¿verdad? Todavía tengo que practicar, pero tengo un don para la música, lo siento, como tú ―en algún momento se había puesto de pie y estaba frente a ella señalándola sonriente. Belle trinó, y su trinar provocó un revoltijo en Satoru que le hizo reír―. Canta conmigo Belle ―silbó un melodía y acto seguido el ave cantó un verso corto para él. Satoru estaba asombrado por la hermosa melodía que brotaba del piquito de Belle, y sobretodo porque era en respuesta a su silbido. Probando si era suerte o coincidencia, silbó nuevamente su melodía y el avecilla le contestó trinando elocuente.


 


Ahora se estaban comunicando.


 


Ahora me oyes…


 


*     *     *


 


―Hijo por favor, no seas terco.


―Mamá, la cuidaré bien.


―¿No crees que le deprime no poder volar?


 


Belle observaba la puerta. Las voces se oían cercanas, Satoru discutía en el pasillo con su madre; al cabo de unos momentos el muchacho entró en su habitación arrojándose en la cama, Belle podía oír la el respirar errático del muchacho, uno que otro gimoteo… el chico lloró hasta dormir.


Al día siguiente por la mañana, Satoru retiró la jaula de la ventana y bajó hasta el jardín de la casa, Belle trinaba rebosante de alegría pues los rayos del sol calentaban sus alas con más intensidad de la que sentía estando en la habitación del chico. De pronto, la jaula se abrió y una mano se extendió hasta ella empujando suavemente sus patitas. Invitándola a subirse en ella, Belle asió sus patitas al índice y Satoru la sacó de su encierro.


―Supongo que… éste es el adiós. Para ti… quizás no signifique nada, y quizás me olvides pronto, pero yo… Belle, te quiero mucho, vuela lejos y sé feliz.


Belle, trinó. Frondosas perlas brotaban de los ojos del joven y caían a raudales por sus mejillas, las semanas resultaron bastante cortas y sin embargo suficientes como para encariñar su lozano corazón con la avecilla.


―Ya vete ―insistió y la impulsó a volar―, anda, tienes que saber, vuela… ¡vete!


Belle trinó aferrando sus patas al joven, pinchando sus garritas en la piel para asirse, pero aquel dolor transformó la frustración en rabia y Satoru agitó su mano con fuerza obligando al ave a desprenderse, ella le picó y Satoru le gritó agresivamente.


 


Creía que me querías…


¿Aún no recuerdas?


¿Aún… no me recuerdas?


 


El dolor de dejar ir aquel “tesoro” que la providencia con tanta malicia había dejado en su camino para hacerle ver la felicidad y perderla, no se iba. Pasaron un par de días… Satoru no fue a la escuela, permanecía sentado frente a la ventana, recordando con añoranza el dulce trinar de Belle.


“Es que es la primer mascota, suele pasar, dale tiempo, ya le compraremos otra”.


Decía su papá, pero Satoru estaba seguro de que nunca en la vida volvería a encontrar un ave con las mismas cualidades que las de Belle, porque Belle era algo divino.


Una tarde, habiéndose quedado dormido sobre la cama mientras intentaba leer, creyó oír la voz de Belle trinando cerca. Despertó de súbito, pero no la vio.


El chico ignoraba que Belle no se había ido por completo.


Aquel día en que se despidieran, el pequeño animalito voló hasta dar con la copa más alta de un árbol que encontró en el parque, desde allí divisó todo alrededor. Recordó su primer aleteo… recordó… Ella lo estaba buscando, los pálpitos en su pecho níveo le indicaban el camino y aunque el recorrido fue arduo y llegó a pensar en rendirse continuó, con la única convicción de que su alma lo requería, y su corazón no sería el mismo si no latía cerca de él.


Vio, con tristeza, el lugar en el que aquel muchacho la viera derrotada. Luego de kilómetros y kilómetros, justo cuando se abandonaba al fracaso, él… él la había encontrado y la llevó consigo. Belle observó el parque una vez más y durmió entre las hojas cuando el anochecer llegó. Al día siguiente retrocedió el camino hasta hallarse frente a la ventana de Satoru.


 


 


¿Acaso ya no me quieres?


 


Preguntó observando la ventana… y no fue sino al cabo de unos días que notó la nostálgica agonía en la que se sumía el alma del muchacho.


 


Me extrañas.


 


Y como si las lágrimas del chico y su desolación fueran la solución que disolviera todo el mal que maldecía su encuentro, Belle abrigó en su pecho su esperanza restaurada. Embargada en alegría, trinó a la ventana mientras Satoru dormía sobre un libro, anunciaba su regreso, y sin medir su dicha se elevó por los aires en magnifico vuelo que alcanzó el cielo. Retornó por la noche, luego de empaparse del fresco de las blandas nubes,  sacudió su plumaje frente a la ventana del chico, allí esperó hasta la mañana siguiente para despertarlo con su sonoro canto divino.


 


La reacción del muchacho no fue menos de lo que esperaba, ambos en yuxtaposición, devolvían el equilibrio que el tiempo parecía haber perdido durante la breve distancia.


 


―Belle…


 


Durante cuatro años, la pequeña avecilla procuró mantenerse junto a Satoru, ante las inclemencias del tiempo y las estaciones; luchó por mantenerse a su lado, y Satoru de igual manera le procuró un hogar acogedor a Belle, comida, agua, una cobija dispuesta, calor en las noches frías, la jaula abierta todos los días, y más importante que cualquier otra cosa, su cariño.


 


“Todos estos accidentes que pasan… coincidencias que tienen sentido sólo contigo, no necesitas hablar… yo lo siento. Aquí es donde quiero estar…”


 


 


Fue durante un verano. La oleada de calor se tornó infernal, azotó la tierra atroz, sin compasión, ni siquiera con los aparatos en casa era posible combatir el fuego sofocante, la brisa abrasante. Belle no pudo resistir los golpes de calor… y eventualmente como toda criatura inocente y frágil, murió.


 


El muchacho la lloró a lo largo de varias noches, ante la impotencia de no haber podido conservar su vida un par de años más, pero qué más se podía esperar, ya con cuatro años, tal cual su madre le explicase, debía estar agradecido, si su vida, tan corta para ellos significara un largo viaje para ella, en su memoria seguramente se mantendría el recuerdo vívido del día en que, violentada por la lasitud a causa de una herida sorteaba su vida a la bondad del destino, destino que, entregaría a Satoru la oportunidad de socorrerla y ampliar su vida un poco más, y ése poco terminarían siendo cuatro años.


―Cuatro años…


―Sí Satoru, años que ella decidió pasar a tu lado, deberías estar conforme y feliz, estos animalitos no son domesticos, no puedes obligar a un ave a permanecer en la tierra cuando su hogar son los cielos, y ella… quizá por agradecimiento o cariño, terminó estando contigo, deberías estar feliz.


―¿Puedo enterrarla?


 


Aquel día no llovió, pero en su lugar las lágrimas del lozano muchacho cayeron en torrente sobre la cajita de perfume que se convirtió en el féretro encargado de preservar entre bolitas de algodón el cuerpecito ya sin vida del bello cantor, y sobre su cubierta llevaba grabado con plumón y en tinta: Belle.


Procurando cavar lo suficientemente hondo en un rincón del jardín, encima plantó un rosal blanco para preservar su lecho en el eterno sueño.


 


 


 


 


*    *    *    *    *    *    *   


 


 


 


 


 


 


―“Hacia donde nos lleve el amor”.


Cantaba un señor de avanzada edad, casi ciego, llevaba consigo un abrigo avejentado, su barba crecida y las escasas canas adornando su calva cabeza le deslucían y figuraban en él un aspecto deplorable. No obstante, aquel anciano tenía en sus labios grabado un rictus semejante a un estado de satisfacción, gracia y buena voluntad, en su ceñudo rostro se advertía el gesto incomparable de un hombre de mundo, la expresión que lo induce a uno a pensar en que, no importa nada más allá de ser feliz y vivir una vida basta en satisfacciones pequeñas de gran valor. Se veía como un hombre que había recorrido el mundo y en su última hazaña pretendía ayudar a una pobre gata a entregar a sus bebés a corazones solidarios que les procuraran un hogar.


Un par de ojos lo escudriñaban con disimulo desde el otro lado de la calle. Llovía a cántaros, y tal cual el anciano se refugiaba en la caseta de la parada de buses, el joven aguardaba también la llegada del transporte, sin embargo tras haber pasado ya varios frente a él se debatía en la excusa de que, pasaban bastante llenos y el pesado olor a sudor y humedad en la ropa hacían del viaje algo desagradable, y prefería esperar un bus vacío. Pero en realidad, muy en el fondo la curiosidad llenó de plomo sus zapatos impidiéndole el movimiento, había visto irse uno a uno a los tres primeros gatitos, pero al cuarto sin embargo, nadie se lo quería llevar… Le producía curiosidad saber qué haría el anciano con el último si nadie llegaba a adoptarlo. Desde su lugar y escondido tras unas gafas de sol ―vaya ridiculez, pensarán, si estaba lloviendo, pero al joven le gustaba portarlos―, observaba al anciano abrazar la caja a su lado, metiendo la mano de rato en rato en su chaqueta para sacar algo en su índice y ofrecerlo a la madre que asomaba su cabeza fuera de la caja para tomarlo en su boquita, y mientras ella hacía esto, se oían los llantos del último minino que buscaba seguramente, alcanzar a su mamá.


 


―¡Joven!


Los nervios se le tensaron de pronto, el anciano se dirigía a él y él como un idiota no había sido capaz de disimular la mirada a un costado para evadirlo.


―¡Joven!


Repitió. Y para este punto el joven ya no pudo ignorarlo por muy ignominiosa que fuese la situación. Alzó el mentón en respuesta, para indicar que le oía y el anciano le hizo una seña para que se acercase; dudando un poco, el joven cruzó la calle.


―¿No quiere llevarse a este gatito?


―Uh… ¿Qué?


―Por favor, ya se han llevado a todos sus hermanitos, y yo sólo cuento con medios para cuidar a la madre.


―Ah, es que… no sé, yo… ―esquivó la mirada del anciano y éste le devolvió un alegre carcajada sin burla en respuesta.


―He visto ―dijo sin dejar de sonreír― que lleva rato en la parada y no ha tomado ninguno de los tantos buses que ya han pasado. No ha dejado de ver la caja, intuyo que, o no tiene prisa o le llama mucho la atención verme aquí… Quizás, quería llevarse uno pero no se decidía.


―Ah… ―rió también― no, no, es que yo…


―Lléveselo, hace ya mucho frío, tenga, es la comidita de su mami pero se lo puede dar por si llora en el camino.


 


Incapaz de negarse, y sin excusa alguna para evadir el encargo y la confianza del viejo, se abrió la chaqueta y abrigó dentro de ella al lloroncito que quizá entre lágrimas se despedía de su mami, tomó en sus manos además un vasito con cremita deslactosada.


 


*     *     *


 


―¿Cómo debería llamarte?


Dirigió la pregunta al minino abriendo para él una latita de atún, vació un poco en un platillo y lo tendió frente al gatito para que comiese.


Increíblemente durante el camino el pequeño guardó silencio, permaneció dormido al abrigo de su nuevo guardián y hasta el momento apenas y maulló cuando olió la lata de atún abrirse.


―Tienes unos ojos bonitos.


Declaró y pasó su índice por sobre la cabecita del gatito en una caricia, el pequeño retrocedió ante la caricia, mas, guiado por su hambre retornó al platito para devorar cuanto pudo hasta quedar satisfecho.


Su pelaje albino y las escasas machitas negras que tenía repartidas en el cuerpo ―por no mencionar su colita que era toda entera de color negro―, lo hacían especial a los ojos del joven. Los ojos, por otra parte, eran de un encantador color azul claro, similar a los celestes cielos despejados de un día de primavera. La expresión inocente de sus maullidos y sus garritas curiosas jugando con la bufanda parda que usaba el joven, le produjeron al mismo un sinfín de emociones asociadas a la nostalgia y los buenos momentos, le recordó la inocencia de su infancia y con ella el rumor lejano de una canción… una compartida.


 


―Te llamarás Song.


 


*    *    *


 


“Muy profundo en mí… no tienes que hablar… puedo sentirlo”.


 


Satoru tenía veinticinco años, cuando gracias a los azares del destino se cruzara en su camino con una criaturita peluda que le alegrara el corazón, reviviendo en él la ilusión de la compañía de una mascota.


Años atrás, después de la pérdida de su amada Belle, jamás habría podido reemplazar su ausencia con ninguna otra mascota, no había necesidad de ello. La llegada se Song a su vida resultó por otra parte una hermosa nueva historia.


 


Quizás la nostalgia, quizás la ilusión renovada con mayor fuerza, quizás nada… Le hacían ver a Satoru que Song revivía en su pecho la emoción de una confidencia, la excitación de sus sentidos en armonía con todo, el aprecio a detalles insignificantes y momentos de intenso valor para su alma.


 


―Belle… si pudieras verme, ¿tendrías celos?


―Miau ―Satoru rió apretando los ojos, no esperaba que una criaturita tan inocente entendiera si le hablaba a él o no, después de todo no tenía sino unos cuantos meses de vida.


―A ver, di papá ―se burló. Y en consecuencia recibió una mordidita en su mentón.


Rápidamente apartó al minino de su pecho sentándose en la cama y se acarició la barbilla apartando los dedos para ver si había rastro de sangre en su piel; y se sintió tonto por ello.


―Niño malo, ¿cómo le haces eso al que te da de comer?


Song respondió roncando y haciéndose un ovillo en la cama.


 


 *    *    *


 


Uno a veces se pregunta qué tan malo tiene que haber sido antes para tener que sufrir de la manera en que lo hace en el presente, incapaz de alcanzar algo que está tan cerca. Como una parodia de la vida.


 


*     *     *


 


Tres años más tarde, como cualquier joven de su edad, Satoru entraba en una relación de pareja, a pesar de que, no era la primera, pues en otras tantas ocasiones habría salido con chicas de su edad, un poco menores y hasta a veces un poco mayores, nunca había llevado a ninguna a su departamento.


Y un día, la llevó a cenar.


Como si le echaran agua encima, Song corrió despavorido a encerrarse en la habitación de su amo y no salió de allí por mucho que Satoru intentó sacarlo.


―Lo siento, no suele ser así.


―Oh, tal vez es tímido. No te preocupes, ¿no sueles tener visitas?


―¿Qué? No. No, no. Suelen venir amigos, y nunca ha hecho esto. Lo siento, quería que lo vieras.


―No te preocupes.


 


Ni durante la cena, ni después… ni tres días después Song salió de la habitación o al menos Satoru no le vio salir ni tampoco comer, rendido a la preocupación se asomó por debajo de la cama al lugar en el que dormitaba el animalito para hablarle.


―Song ―como si fuera un niño― ¿estás enojado conmigo? ―pero el gato ni siquiera levantó la cabeza, siguió enroscado de lado sobre el piso sin abrir los ojos― Song, ¿estás bien? Ven pequeño… me estás asustando


¿Es normal ser tan indulgente con una mascota?


Satoru no lo sabía, pero para él, Song, al igual que Belle, era simplemente su mejor amigo, y no podía dejarle tal cual sin importarle sus sentimientos, porque sí, esas criaturas eran tan capaces de amar como cualquier ser humano y tan convencido como estaba de ello, lo estaba de razonar con el gato.


―Song ―insistió. El gato ronroneó elevando la cara para verle, por un momento Satooru tuvo la impresión de que el gato respondía con un, a secas, “¿qué?”―. Song, ven conmigo ―instó tomando al gato para salir de debajo de la cama y colocarlo sobre ella así verle mejor― ¿No te agrada Mai? ¿Por qué te escondiste así?


Ofreció una caricia. Creyó, haber visto en el rostro gatuno, una mueca de dolor y resignación, pero a pesar de todo, le parecía ciertamente algo improbable― ¿no te agrada? ¿Tienes celos?


 


Aquella noche logró darle de comer al felino, y durmió con él.


Siempre soñaba cosas maravillosas estando con Song a su lado, ésta vez no fue la excepción, al menos al comienzo no.


Soñó con un campo enorme cubierto por flores, las flores eran tan grandes que Satoru se perdía entre ellas, y contrario al miedo, se sentía dichoso embriagado en el perfume de tantas y los colores centelleantes de todas envolviéndolo en un abrazo acogedor. De pronto, al cerrar los ojos el paisaje cambió. Ya no eran flores… eran cerezos cayendo por montones. A donde quiera que viera, frondosos árboles de cerezo cubrían alrededor, de entre todos caían cientos de flores de cerezo pero ninguno perdía su volumen, dando la impresión de ser infinitos.


Alguien caminaba entre los árboles.


Recordaba ésa misma escena hace años atrás… veía a Song caminar entre los árboles, e intermitente  al gato se veía la figura de una persona caminar entre los cerezos, desaparecer, ver a Song caminar, desaparecer también entre algún árbol y aparecer en su lugar una persona de vestidos blancos y cabello largo, rizado, caminar… No era capaz de alcanzarle… Y como si aquella persona viera su desesperación por fin, luego de varios intentos, se daría la vuelta acercándose a Satoru.


―¿Me oyes? … Satoru.


Y Satoru corría a su encuentro.


―Satoru…


Pero entonces se oía la voz de alguien más.


―Satoru…


Volteó para buscar la otra voz y en su lugar se encontró la imagen de su madre de pie, con los brazos extendidos, riendo con entusiasmo.


―Satoru, mi niño… Te amo tanto.


Expresó y el corazón de su hijo rebozó de alegría entregándose a los brazos de su madre. Song apareció de pronto, saliendo de debajo de un montón de flores de cerezo y durmió a los pies de ella, pero ella luego de un rato abrazando a su hijo, apartaría los pies.


―¿Mamá?


―No, Song, basta, no puedo.


―¿Mamá?


―Dile a tu gatito que no puede hacer eso ―indicó la madre al hijo, y éste sólo se rió observando a su minino insistente en dormir a los pies de ella y ella rechazarlo.


―¿Por qué no mamá? Song te quiere.


―Es que ya no puedo, ya no se puede…


―¿Qué no se puede mamá? ¿¡Mamá!?


La mujer se desvanecía lentamente frente a sus ojos.


―¡Mamá!


―Te amo Satoru, te amo hijito, cuida a Belle, se feliz ―señaló al gato con gesto amoroso y se despidió con un beso de su adorado hijo terminando por perderse, como si nunca hubiera estado allí.


 


Despertó asustado, sudoroso, tocó su rostro y éste estaba húmedo, empapado de lágrimas.


―¿Belle? ―le habló al gato, éste dormía su lado, había despertado al mismo tiempo y le vio roncando sin inmutarse o desviar la mirada.


El teléfono sonó.


―¿Aló? ―contestó, dando la espalda al gato.


―¿Satoru?


―¿Papá?


―Satoru…


―¿Papá?


―Tu mamá… sufrió un derrame cerebral esta mañana… Satoru ella…


 


 


Cantando una canción de amor eterno… ¿está bien si nos vemos mañana? … Ojalá nos volvamos a encontrar”


 


 


Volvió a su antiguo hogar; luego de varios años volvía a dormir en su antigua cama. Hubiese deseado retornar en distintas circunstancias… pero ya no podía volver el tiempo atrás. Debido al incidente con Mai en su departamento, prefirió no dejar a Song en su casa y en cambio se lo llevó con él. Mientras se preparaba para dormir, luego de la ceremonia del funeral, contemplaba en su habitación, objetos que, a pesar del tiempo habían sido dejados intactos allí. Asomándose por la ventana, descubrió con grata emoción que en el rincón en el que enterrara a Belle años atrás, el rosal había crecido frondoso y más de una docena de rosas blancas se lucían en él. Por instinto giró su cabeza a un costado y se encontró de pie frente a la jaulita de Belle.


Cuán lóbrega puede ser la muerte, y cuán cruel el destino arrebatándonos s nuestros seres queridos de súbito, sin prevenirnos al dolor que acontece después, pero… ¿Acaso es posible prepararse para el dolor. Por mucho que uno lo intente simplemente  es imposible, intentar prepararse al dolor inmenso de una separación, de una despedida, y no es por arrepentimiento, sino por el vacío que viene del saber… que nunca más… verás a esa persona junto a ti… que no hay teléfono en el mundo lo suficientemente bueno para comunicarnos con esa persona, que no hay ningún vehículo, avión, barco, nada que nos lleve a su encuentro, a sus brazos, a su sonrisa nuevamente.


Satoru lloró.


 


“Y cuando vuelva… tendremos que inventar un nuevo amor”.


 


 


Aquella noche soñó también… abrió los ojos en medio de un campo de frondosos cerezos en flor, caían hermosas, cientos de flores envolviendo todo a su alrededor. Incapaz de ver más allá, giró sobre sus talones buscando, en memoria del sueño anterior, la imagen de su madre entre los cerezos, pero nuevamente quien aparecía allí era Song.


―¿Song? ¿¡Dónde está mamá!?


El felino permaneció sentado entre los montones de flores a su alrededor.


―Tú… intentaste que se quedara, ¿verdad?


Song maulló, y a Satoru le dio la impresión de escuchar un sí.


―Song…


De súbito, el gato se puso en pie y echó a correr entre los cerezos en flor. Satoru, asustado, decidió seguirle sin meditarlo, corrió con todas sus fuerzas a través del blando piso de flores, resuelto  a no perder de vista a Song.


Parecía un campo inmenso, corría y corría, oía voces y risas como ecos, los sentía como sus recuerdos irrumpiendo el silencio para animarle a avanzar. Siguió corriendo sin cansancio, sus ojos permanecían atados a la figura felina que atravesaba el campo como si flotara sobre él… de repente, Song dio un gran salto y se transformó en un ave, se transformó en Belle y voló de prisa, aleteando alegremente, tan vivaz como cuando la viera en el marco de su ventana, de regreso a él, de regreso a su vida a pesar de haber tenido la oportunidad de marcharse, corrió con mayor ímpetu aun, intentando alcanzarla y de repente, sin que se lo esperara, Belle desapareció detrás de los árboles.


―¡BELLE!


Gritó desesperado, llegó hasta el árbol y dio vueltas alrededor buscando a su avecilla, ahora solo, la desesperación consumió su corazón. Sentía las perdidas aplastarle hasta hacerlo caer de rodillas, desolado, sin la esperanza de recuperar nada de lo que había perdido.


 


―Vivo cerca de ti…


Rompió en llanto cubriéndose el rostro, el dolor no cesaba.


―Y durante las noches…


Un dolor sin fin.


Me sumerjo en tus sueños… buscándote… esperando que me escuches… Aquí es donde quiero estar.


Satoru, quien hasta entonces lloraba sin consuelo entre los cerezos del piso, elevó el rostro y frente a él, aquella persona de vestidos blancos y cabello rizado le sonreía de pie.


Todas estas coincidencias…


―Sólo tienen sentido contigo… ―respondió―. No tienes que hablar…


Porque yo lo siento… ¿Me recuerdas? Tú… ¿te acuerdas de mí? Lo que nadie más ve… dentro de mí… Sólo tú lo ves.


―Cada herida, tú la sanas.


Te amo, lamento lo de tu madre… ella antes era tu mejor amiga.


―¿Quién eres?


―Oh… ¿todavía no te acuerdas?


―Ayúdame a recordar.


Amar no está mal… pero a veces el amor nos vuelve arrogantes y nos encerramos en una burbuja de felicidad de la cual, nos negamos a salir. Yo no quería salir de la mía… te amaba con locura… y eso está mal, si se ama no se debe ser necio ni egoísta. Te quise por sobre todo, me negué a ver nada más. Vivíamos lejos de todos, en una casita en medio del campo, durante cada estación nos vimos rodeados de hermosos paisajes, temíamos el rechazo a nuestro amor y aquello que una vez fue nuestro nido secreto de amor se convirtió en nuestro hogar… Yo estaba tan embelesado que me negué al mundo “real”. Tú y yo… nos amábamos. Éramos felices juntos. Un día, cuando fuiste al pueblo a conseguir alimentos, te llegó la noticia de la muerte de tu madre. Partiste sin avisarme… y yo estallé en rabia esperándote… y no llegabas nunca ―comenzó a llorar, sin alterar su voz―. Pensé que no volverías… me sentí abandonado y provoqué mi muerte y con ella la tuya. El cielo me ha castigado y en esta vida no he podido retornar a ti. Con grandes esfuerzos conseguí la bendición de alcanzarte, me convertí en un ser frágil y para colmo de males, nací muy lejos de ti. Guiado por el instinto volé hasta encontrarte, pero vanos parecían mis intentos pues te hallabas bastante lejos de mí… Cansado, y herido, me rendí a la sombra de un árbol a esperar mi muerte, deprimido por ser incapaz de alcanzarte y pedirte perdón. Pero cuán bondadosa puede ser la vida. Al pie de mi muerte me encontraste tú, y me devolviste la vida regalándome un hogar junto a ti… tú, aún niño, no comprendías lo que significaba para mí, y aun así me diste todo para vivir, pero mi cuerpo era frágil, mi vida un obsequio breve, y no duré mucho junto a ti… no obstante a que me dieras “libertad”, yo no quería otra vida que no fuera junto a ti, y aunque morí, la vida me regaló otra oportunidad. Cómo es de misteriosa la suerte que nos regala el cielo… Nuevamente tú, llevándome contigo sin que yo te viese venir, me rescatabas de nuevo, quizá, esa es tu redención, por haberte ido sin avisar… yo quiero redimirme también…


 


Para Satoru aquello era como despertar de un sueño en el que vives una vida falsa y te presentas a la vida real después de él, sin necesidad de olvidar el sueño. Lo entendía.


 


―¿Cómo son las ironías de la vida, no? La que fuera tu madre en esta vida murió también, de improvisto… y te prometo que intenté que su alma se quedara con nosotros, pero no quiso, y tú lo viste, se fue. No sé cómo redimirme ahora… quizás no hay redención… sólo castigo. Y he de verte ser feliz con alguien más, para aprender a no ser egoísta… y a esperar. Te prometo… Satoru, que como sea que terminen las cosas… yo te voy a esperar… hasta que nos veamos en otra vida.


―Y ojalá seamos felices juntos, en esa otra vida…


Sé feliz con quién has elegido… yo estaré aquí para ti.


 


 


 

Notas finales:

Síganme en wattpad:

 

https://www.wattpad.com/user/NoirHeaven

 

Gracias por leer.


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