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À mon seul Désir por shizuku shiori

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Jamás había tenido un paseo tan tranquilo. El carruaje se deslizaba suavemente hacia mi destino, casi parecía flotar. No pude evitar maravillarme con la belleza de los jardines que me rodeaban, si el paraíso existe en verdad, debe parecerse a esto.


¿Quién podría creer que un cuadrado de papel me abriría las puertas que miles de personas soñaban atravesar?


Estoy camino hacia lo que podría ser la oportunidad de mi vida, o el gran fracaso que acabe con ella. Era tanta la tensión y los nervios que me provocaba pensar en ello, que no dejaba de rascar el dorso de mi mano izquierda.


En ese momento, llegó a mi, hermosa, única, pura y desastrosa. Ella, la amalgama entre el caos y la paz: La Inspiración.


Saqué mi cuaderno del bolsillo interno de mi chaqueta.


Cuando llegamos a la mansión, ya le había dado vida y forma.


El mayordomo me atendió con más amabilidad de la que esperaba, y me llevó rápidamente a una habitación que a simple vista, se veía imponente.


-El amo llegará en unos minutos, por favor, póngase cómodo mientras espera.


No tuve tiempo de agradecerle, ya se había ido.


Volví a pensar en aquella invitación, ¿No habrá sido un sueño?


El precioso día soleado que podía ver a través del ventanal contrastaba totalmente con la tormenta de inseguridad que se había desatado en mi interior. Trataba de distraerme mirando el elegante diseño de la oficina en la que me encontraba, pero ver semejante ostentación de riqueza en una habitación que era del tamaño de la mitad de mi casa me lo impedía. El lugar parecía decir "¡Mírame! tendrías que trabajar dos vidas para tenerme". A menos que seas un Bellerose .


Si, estaba en la oficina de una de las dos personas más influyentes del mundo, y todo gracias al cuadrado de papel más elegante que haya visto en mi vida.


El apellido Bellerose era mundialmente conocido, ya que no había productos que no comercializaran, ni lugar en donde no lo hicieran.


Es por esto que me sentí sumamente sorprendido cuando apareció en la puerta de mi casa una invitación formal a tener una "charla de negocios", después de todo, ¿Qué clase de negocios podría tener Alexandre Bellerose conmigo?


A mis escasos veinticinco años, estaba a un paso de declararme fracasado total en este aburrido juego de la vida. Me gano la vida vendiendo arte, un medio bastante mediocre de sobrevivir, pero me alcanza para el techo y algo de comida. A veces, pinto retratos, otras, escribo poesías que los jóvenes sin imaginación me piden para conquistar a sus doncellas, y muy pocas veces, me pagan por mis canciones. Muchas opciones no tuve, mis padres murieron cuando era joven, y sus familiares se llevaron todo lo que poseían. Así, con mis estudios incompletos y mi familia inexistente, quedé en la nada.


Por suerte mi padre tenía una pequeña casita en un campo alejado de la cual solo mi madre y yo sabíamos, y donde pude quedarme todo este tiempo. Me valí de lo poco que aprendí hasta ahora para mantenerme, de eso y de algunos bienes que pude mantener conmigo.


Fue por una canción que tuve un único acercamiento a Alexandre Bellerose.


No recuerdo el nombre de la mujer que me había contratado para "llenar su velada de ruido", como había dicho ella. Jamás me había sentido tan ignorado en mi vida. Recuerdo que el plan era dividir la velada en tres partes: En la primera, tocaría el violín; en la segunda y tercera, el piano, aunque en la última también añadiría mi voz. Cuando me di cuenta de que nadie me prestaba atención, decidí tocar mis propias canciones, las que solía escribir cuando despertaba a altas horas de la noche, con la respiración dificultosa y mi corazón agitado, pero mi mente alerta. Era únicamente en esos momentos cuando me sentía vivo. Mis canciones hablaban de mis más profundos anhelos, aquellos que ni siquiera yo conocía. Mientras cantaba, sentía que un gran peso se desligaba de mi. Era ligero, etéreo. Sentía que tenía todos mis deseos realizados, y mientras más cantaba, mayor era mi satisfacción. Era alegría, euforia, felicidad, y placer, el más exquisito placer. Siempre que cantaba alguna de mis canciones, me sucedía lo mismo.


Al finalizar y volver al mundo real, noté una intensa mirada sobre mi. Tan ensimismado estaba, que no había notado que un joven alto y bien parecido se había acercado mi. Estaba apoyado en el piano, mirándome fijamente.


-¿Tiene alguna petición, señor?


-No.- Su voz sonaba como la mejor de las canciones- Esa canción... no creo haberla escuchado antes.


-Es porque es la primera vez que sale a la luz, señor. Yo la escribí.


-Ya veo. ¿Cuál es tu nombre?


-Gael.


-Gael... Tienes talento. Presiento que nos volveremos a ver en algún momento.


Luego, cuando una de las criadas de la casa me dijo que el sujeto con el que había hablado no era otro que Alexandre Bellerose, pensé que me iba a desmayar. No todos los días uno habla con alguien tan importante, y mucho menos es elogiado por este. Aún así, tomé aquello como una ocasión entre un millón, un pequeño golpe de suerte que jamás se repetiría.


Y, aquí estoy.


Sentado frente al escritorio del hombre que bien podría comprarse la mitad del mundo.


Comencé a preocuparme por mis crecientes e incontrolables nervios, y traté de modular mi respiración. Cerré mis ojos, inhalé profundo, y exhalé. Lo repetí dos, tres veces, cuando sentí un golpe fuerte justo en mi pecho, dejándome una sensación de deseo incontrolable.


Otra vez había venido a mi.


Esta vez, quise dibujar.


Y me olvidé de aquella hermosa invitación, la que me abriría las puertas hacía mi propia destrucción.


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