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My Lovely Piece of Cake por Izuspp

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Notas del fanfic:

Estoy retomando mi cuenta de AY, subiendo mis fics de mi cuenta original en FF.net

Este es mi fic más leído hasta el momento, les dejo un poco de las notas originales:

Quiero explicarles un poco el motivo e inspiración para escribir esta historia:
Si me siguen en EruRi Fans Español en Facebook y me han puesto atención, hace tiempo estuve por meses buscando unas tiras hasta que al fin me ayudaron a dar con ellas. Es que Erwin gordito se me hizo TAN adorable, abrazable y tierno, que debía sí o sí encontrar esas tiras. Pero son muy cortas, y quedé con ganas de más, por eso me decidí a escribir el fic. Además creo que ya es hora de escribir algo fluff pero serio. Si quieren ver las tiras pueden buscar en los álbumes de la página, se llaman “Debuvin to Rivai” Yo las amé jejeje.
Otra de mis fuentes de inspiración es “Antique Bakery”, yo amo ese anime con todo mi ser, y lo veo por lo menos una vez al año. Si lo han visto probablemente vean algunas leves referencias, aunque espero que no se note porque realmente no me gusta copiar nada.

¡Espero que les guste!

My Lovely Piece of Cake

Capítulo I: La vida es complicada

 

   Erwin era un niño completamente normal, común y corriente pero también muy feliz. Criado con mucho amor por sus padres quienes eran sus únicos parientes con vida; hasta que un día a la temprana edad de siete años, su madre contrajo una enfermedad mortal que causó su repentino fallecimiento.

 El señor Smith, padre de Erwin, era una persona amable y comprensiva; trabajaba como profesor de historia en la universidad del distrito Rose, y era sobre todo un hombre sumamente inteligente. Pero desafortunadamente, no sabía cómo hacerse cargo de un niño él solo. Amaba a Erwin por sobre todas las cosas, pero con la muerte de su esposa, si bien no se derrumbó ya que debía ser fuerte para su hijo aunque le doliera, las cosas no le fueron demasiado bien al principio.

   El pequeño Erwin sufrió mucho con el fallecimiento de su madre, el funeral fue muy doloroso para su padre, a quien se le partía el corazón al ver a su hijo sumido en la más profunda tristeza. El hombre encontraba muy intranquilo al no saber qué hacer; le preocupaba el hecho de pensar qué iba a ser de su pequeño sin la orientación y amor del seno materno. ¿Sería capaz de criarlo de manera adecuada sin el apoyo de su difunta esposa? El señor Smith no lo sabía, tenía miedo de no poder hacerse cargo correctamente de él. Erwin se la pasaba deprimido todo el tiempo, extrañaba a su madre y no comprendía porqué los había tenido que dejar tan pronto.  Su padre le adoraba pero no le daba el mismo tipo de caricias, besos, ni abrazos que ella le daba. Lloraba constantemente sabiendo que jamás se iba a volver a encontrar en su cálido y amoroso regazo.

  Con tal de que su hijo se pudiese sobreponer a la pérdida de su madre, el señor Smith procuraba llenar a Erwin de todos los caprichos que su bolsillo le permitiera, fue así como terminó comprando golosinas todos los días después de salir del trabajo, las cuales le llevaba a su hijo, quien las recibía gustoso. El pequeño rubio, aprendió a sobrellevar el dolor llenando su estómago con todo lo  que su padre le regalaba diariamente y fue así como encontró refugio en la sencilla acción de comer. Sus favoritos eran los pasteles y más si eran de chocolate,  aparte de que su sabor y textura eran deliciosos; adoraba cómo  siempre iban muy bien decorados, con diseños muy bonitos. Al poco tiempo, el pequeño Erwin había formado una redonda barriguita, y sus mejillas se habían inflado graciosamente.

   Para la mayoría de amistades del señor Smith, Erwin era un niño adorable y educado, y su nueva rechoncha apariencia, solo les hacía verlo mucho más tierno, por lo que ni él ni su padre le tomaron demasiada importancia. Fue así como dejaron pasar los años y Erwin continuó creciendo como un niño normal y feliz, rodeado del amor de su padre y las amistades de este. Quienes también al sentir pena por él, ya que no hay nada más trágico para un infante que perder el amor materno, también lo llenaban de regalos y postres para intentar distraerlo de su dolor.

   Durante el resto de su infancia, a Erwin no le hizo falta nada. Era feliz como cualquier otro infante, tenía amigos con quien jugar en el vecindario y en la escuela; así que para el señor Smith, todo apuntaba a que había hecho un buen trabajo con la crianza de su hijo, se sentía orgulloso de él ya que pudo ser fuerte y cada vez el dolor de recordar a su madre era menos, hasta que con los años se convirtió en un bello recuerdo para ambos. Al parecer, todo iba marchando bien.

  Pero llegó la adolescencia, la etapa más complicada de todo ser humano; en donde se forman las inseguridades y los traumas, además es la época en donde todo es nuevo y confuso. También, es el período de la vida en el que las personas pueden llegar a ser más crueles, y herir los sentimientos de alguien muy fácilmente de manera deliberada. Lamentablemente, al momento de entrar en esta fase de su vida, Erwin ya se podía considerar una persona con algo de sobrepeso, lo cual no pasaba desapercibido para sus compañeros de clase.

   Eso, sumado al hecho de que Erwin había heredado la inteligencia de su padre, por lo cual los demás lo percibían como “el nerd” de la clase; misma razón por la que sus profesores también le tenían mucho aprecio. El conjunto era coronado por la personalidad del joven: era absolutamente inocente, y tenía un corazón muy puro, siempre buscaba la manera de llevarse bien con todos y poder ayudarles en todo lo que pudiese, aun siendo algo tímido desde niño. Aunque en un principio no tuvo problemas para congeniar con los demás y tener amigos, al ir creciendo cada vez se iba quedando más solitario, debido a que lo hacían a un lado, lo cual logró que Erwin terminara su niñez siendo alguien bastante cohibido.

  Por todas esas razones, durante su etapa de secundaria, Erwin fue víctima de burlas y maltratos por parte de sus compañeros y compañeras de clase. Hacían mofa de su apariencia, le tenían envidia por llevar excelentes notas y ser “el favorito” de varios de los profesores, y le jugaban bromas pesadas. Pero Erwin jamás intentó defenderse, y aceptaba todo maltrato y discriminación por parte de ellos con resignación.

  No logró hacer amigos, los que no se burlaban de él simplemente lo ignoraban o hablaban solo lo necesario cuando las actividades de clase así lo requerían. A quienes no les importaba la apariencia de Erwin, lo veían como una persona bastante aburrida, que no tenía nada que aportar, ya que él no hablaba demasiado, de manera que nadie nunca buscó su amistad. Tampoco se unió a ningún club o formó parte de otras actividades sociales.  Sus descansos los pasaba en solitario con la nariz metida en algún libro, lo cual le ayudaba a distraerse de la realidad; nada mejor que vivir mil aventuras y vidas diferentes por medio de su imaginación, que vivir su propia y triste vida.

  Pero después de todo, Erwin era un adolescente como todos los demás y nada lo salvaba de las situaciones que esta etapa trae a la vida de cualquier persona. Una vez, teniendo dieciséis años, el joven rubio se enamoró de una de sus compañeras. Se trataba de una hermosa jovencita de esbelta figura, cabello largo y unos increíbles ojos con los cuales hacía suspirar a más de uno de sus compañeros. Su nombre era Marie. Debido a que Erwin se le quedaba mirando absorto, y el hecho de que se sonrojaba de sobremanera cuando la tenía cerca, algunos de los matones de la clase se percataron de sus sentimientos por ella y le jugaron una mala pasada que afectaría negativamente personalidad de Erwin.

  Uno de ellos, fingió querer darle consejos para que consiguiera acercarse a su compañera y terminar confesándose a ella. “Me he dado cuenta cómo la miras Erwin. Pero no te preocupes, yo te ayudaré y verás cómo con mis consejos la tendrás comiendo de tu mano en un santiamén.”Fueron las palabras con las que logro engañar al inocente corazón del rubio, el cual se sintió muy esperanzado al escuchar que tenía oportunidad de conseguir el amor de aquella jovencita.

  Durante un par de semanas, el gamberro y sus malintencionados compinches, actuaron como si fueran buenos amigos de Erwin, lo cual le daba ánimos y apaciguaba las inseguridades del rubio. Luego de tanta insistencia, por parte de ellos, el joven decidió finalmente confesarle sus sentimientos a Marie, y por supuesto que se lo mencionó a sus “nuevos amigos” muy emocionado. El escenario estaba preparado: Erwin escribió una carta, citando a la joven para que se vieran detrás de la escuela al terminar las clases, allí tomaría el valor y le expresaría los puros sentimientos que  llevaba en su corazón.

  Tal y como sus compañeros lo planearon, así habían salido las cosas: La joven acudió a la cita, aconsejada por ellos ya que desde un principio no pensaba ir. Erwin se encontraba extremadamente nervioso, sus manos temblaban y su cara estaba roja cual tomate, pero ya estando allí, no había vuelta atrás; además sus “amigos” le habían dado ánimos y le habían jurado que sabían que la muchacha también tenía sentimientos por él. Así que respiró profundo y juntando todo el valor que pudo, le confesó sus sentimientos a la joven, mostrándole la más radiante sonrisa y pidiéndole humildemente que fuera su novia.

  El corazón de Erwin se partió en mil pedazos, con la estruendosa risa que provenía de la joven tras su confesión, y terminó de hacerse trizas al escuchar las palabras con las cuáles lo rechazó. “¿Crees que alguien tan bonita como yo, podría estar con un cerdo como tú? ¿Qué no te has visto al espejo? Tú la única relación que puedes tener es con la comida. Además, eres un nerd. ¿Qué dirían de mí los demás si me vieran con alguien como tú?” aun riendo como si le acabaran de contar el chiste más gracioso, Marie se alejó dejándolo petrificado.  Y como si fuera poco, el resto de matones salieron de su escondite para hacer burla del rubio, quien terminó destrozado luego de darse cuenta que le habían tendido una trampa.

  Tan solo un par de días después, Erwin se enteró de que Marie había comenzado a salir con Nile Dawk; quien era uno de sus compañeros de clase, que si bien no era de los que se metían con él, en más de una ocasión le había tocado trabajar con él en algún proyecto, era cortés pero a la vez cortante con él. Y cuando no tenían que trabajar juntos era de quienes lo ignoraban. Nile no le parecía un mal chico, pero aun así fue doloroso para él, ver que su primer amor murió antes de comenzar, siendo rechazado de manera tan cruel y que la chica se quedara con una de las pocas personas que no le desagradaban del todo.

   Como de costumbre, Erwin terminó ahogando sus penas en comida. Para el señor Smith no era raro que su hijo se sirviera dos o tres raciones de su plato. O que se encerrara en su habitación llevando consigo varios paquetes de frituras, chocolates y dulces. Simplemente había aprendido que la comida hacía feliz a su hijo, y ya que había perdido a su madre desde muy pequeño, y no tenía ningún amigo para compartir. ¿Quién era él para quitarle lo único que le hacía realmente feliz? El joven no había alcanzado un peso demasiado peligroso, de hecho aún no se le podía considerar como alguien obeso. Pero luego de que rompieran su corazón por primera vez, aumentó al menos unos cinco kilos más, producto de  aquel dolor.

   Aunque eso no fue todo lo que ocurrió, también la poca autoestima que tenía cayó por los suelos, y se volvió una persona mucho más insegura. Durante el resto de sus años de secundaria, se rindió al tratar de tener amigos, porque hasta ese día todavía lo seguía intentando, aunque muy esporádicamente ya que sabía que nadie quería que lo vieran junto a un “nerd culo grasoso” como muchas veces le habían dicho. Y como Erwin era un alma noble, nunca quiso preocupar a su padre, así que con él siempre fingía que todo estaba bien y que no le importaba no tener amigos. Su refugio sería el alimento, los libros y los videojuegos.

   El Señor Smith nunca supo que la vida de su hijo era tan miserable, estaba orgulloso de que había crecido como un joven saludable, amable y educado. Y el que no tuviese amigos se lo atribuía a los cambios propios de la adolescencia, como era su primer y único hijo,  no tenía la experiencia suficiente para percatarse de que no estaba llevando una vida feliz, además Erwin se encargó de que jamás se enterara. No deseaba que su padre se preocupara de más, de todas formas pensaba que no había nada que su progenitor pudiese hacer, no era como si el hombre mágicamente pudiese hacerlo conseguir amigos o evitar que se metieran con él.

   Erwin tampoco acusaba con los profesores a quienes le hacían daño, la única vez que lo hizo sólo se ganó una paliza peor y amenazas para que no lo volviera a hacer. Sabía que nadie podía hacer nada por él, ni siquiera él mismo. Así que se acostumbró a vivir de esa manera: solo y marginado, ocultando su dolor de su padre y haciéndole creer que era una persona dichosa, su único consuelo lo encontraba en la comida la cual le traía paz y placer, mientras más sufría más comida debía llenar su estómago.

   Los años pasaron lenta y tortuosamente para el joven Erwin, quien al llegar a la universidad ya era todo un hombre, habiendo alcanzado la gran estatura de 1.88 metros y alcanzado esa edad, cualquiera que lo viera diría que era un hombre generosamente rollizo, o gordo si se quisiera ser más despectivo. Aun así, su salud continuaba siendo buena y su peso no le había producido alguna enfermedad, tampoco le impedía llevar una vida casi normal, simplemente estaba estéticamente fuera del canon de belleza, y le era difícil conseguir ropa de su talla. Además, no podía realizar actividad física intensa, ya que se quedaba sin aire rápidamente.

  Alguna vez, Erwin intentó cambiar de estilo de vida, y comenzó a hacer ejercicio. Mas la determinación no le duró mucho tiempo. En primer lugar, al salir a correr se sentía demasiado cansado, era difícil mover tanto peso con sus nada fuertes piernas, o aguantar el dolor de su pecho cuando sus pulmones se quedaban sin aire. Pero lo más tortuoso para él, era escuchar a sus vecinos burlarse de lo gracioso que se veía cuando corría, con su sudadera y pantalones deportivos pegados a su cuerpo y empapados en sudor, y su redondo estómago y los pechos que ya había desarrollado, rebotando cuando trotaba. Era una imagen muy graciosa para quienes gustaban de burlarse de él y lo hacían en sus narices, sin consideración alguna a sus sentimientos. De manera que el rubio se dio por vencido, y se resignó a seguir siendo un “trasero de tanque” a como lo habían llamado muchas veces, sin pareja y sin amigos, por el resto de su vida.

   Como sabía que lo social no era lo suyo, aunque Erwin tenía muchas ganas de ser educador como su padre, a quien admiraba de sobremanera. Se rindió a esa idea y decidió convertirse en escritor. Por suerte tanto tiempo en solitario le había ayudado a que su imaginación y creatividad se desarrollaran, y era muy bueno para escribir cualquier tipo de historias, cuentos, poemas y relatos. Sabía que con una carrera universitaria, obtendría los conocimientos que le hacían falta, y los contactos necesarios para poder entrar al mundo de la literatura. Además, era una profesión en la que podía trabajar solo en casa, encerrado en su habitación y sin necesidad de relacionarse mucho con otras personas, simplemente era la profesión perfecta para él. Así que entró a la universidad de Sina, muy entusiasmado ante la idea de llegar a convertirse en un escritor profesional.

  El padre de Erwin no era una persona adinerada, sin embargo se podía decir que su situación económica era privilegiada. Ya para esos años era toda una figura en la facultad y generalmente daba seminarios y charlas inclusive fuera de la ciudad, por lo que recibía una buena paga y  le era sencillo pagar los estudios de su hijo y proporcionarle todo lo que necesitaba para vivir y recrearse, incluso más.  Pero el joven no quería ser una carga y vivir a expensas de su progenitor ahora que era un adulto, así que decidió que debía buscar un trabajo para tener su propio dinero, e incluso pagar parte de sus estudios.

  Otro motivo que lo impulsó a tomar dicha decisión, era que el señor Smith debía gastar mucho dinero en él constantemente por dos razones: una era que usualmente la ropa de Erwin se rompía o al poco tiempo de haberla comprado, tenía que dejarla porque no le quedaba y tenía que comprar una talla más. Incluso a veces mandaban a hacer ropa a la medida para intentar evitar ese tipo de situaciones, pero no funcionaba muy bien y era un gasto casi fijo que tenían. Si bien su padre era considerado y nunca le decía nada, el joven se sentía muy avergonzado cada vez, ya que sabía que todo se debía a su falta de autocontrol al comer. Y precisamente, esa era la otra razón; él solo consumía todo lo que se le ponía en frente y más cuando se sentía triste o deprimido, por lo cual la cantidad de dinero que gastaban en alimento era exagerada, y Erwin sentía que era su padre el que pagaba las consecuencias de su poca fuerza de voluntad; aunque el hombre nunca le hubiese mencionado nada sobre su peso o le había aconsejado que dejara de comer tanto y mucho menos le había reclamado por el dinero que gastaba.

   Así que se dio a la tarea de buscar un empleo de medio tiempo. Era difícil conseguir algo, ya que no tenía experiencia y no era particularmente bueno en nada que no fuese leer o escribir; máxime que su complexión lo hacía moverse torpemente muchas veces. Pero el principal obstáculo que encontró, era algo que no esperaba que le sucediera en la vida adulta y que lo dejó muy decepcionado. Debido a su apariencia, muchos empleadores rechazaron su solicitud. A como le habían dicho, ¿qué impresión iba a dar un hombre de su talla en una tienda de ropa o una cafetería en donde debía darle la cara al público? Además, una persona que hubiese dejado que su cuerpo alcanzara tales proporciones, solo denotaba ser alguien perezoso, con poco sentido de control y falto de amor propio, lo cual no era bien visto por la población. Justo cuando estaba a punto de entrar en una crisis depresiva, ante la frustración de que nadie quisiera contratarlo por su aspecto, recordó que aún no había acudido a una de las únicas personas que le habían dado su amistad, ella podría ayudarle, además sería un trabajo que amaría.

   Llegó a la biblioteca de Sina, en donde trabajaba su única y mejor amiga Hanji Zoe. La mujer era bastante excéntrica y fuera de lo común, razón por la cual entabló amistad rápidamente con Erwin, en su último año de secundaria cuando fue trasladada para finalizar sus estudios. Al parecer, la chica había logrado incendiar el laboratorio de química de su vieja escuela, con lo cual se ganó una expulsión, por lo que llegó a la escuela de Erwin para poder graduarse. No tardó en verlo, como en acercarse a él, quien al principio estaba reacio a aceptar su amistad, pero luego de varias semanas de insistencia por parte de ella, el rubio comprendió que la mujer no se guiaba por ninguna clase de norma social, y finalmente comenzó a confiar en ella.

"Eres el único que vale la pena en este basurero. Todos los demás son unos idiotas" Le había dicho  cuando el rubio le preguntó el por qué querría entablar una amistad con él entre todas las personas.

   La llegada de Hanji fue un alivio para él,  tener su amistad y compañía a partir de ahí, probablemente fue lo que le salvó de terminar atragantándose con comida hasta alcanzar dimensiones las cuales le podrían traer serias consecuencias a su salud. Para Hanji, el que fuera un hombre bastante grande le era indiferente, e inclusive el hecho parecía ser invisible para ella, ya que jamás le dijo que no comiera, o que estaba ganando peso; probablemente ni siquiera lo notaba. Y el tenerla como amiga, hacía que el rubio ya no buscara refugio en las golosinas; además ambos compartían aficiones y conocimientos, por lo que encontró entretenimiento con ella y logró sustituir la distracción de la comida por la amistad y el tiempo junto a su única amiga. Aunque eso solo evitaba que comiera por ansiedad o tristeza, el rubio por lo general consumía grandes cantidades de alimento diariamente.

   Erwin llegó a la biblioteca y aspiró fuertemente al entrar, como siempre lo hacía. “El aroma de los libros, es el aroma del conocimiento” solía decir su padre, y era algo en lo que creía firmemente. Para su fortuna, Hanji además de estar un poco loca, tenía un extraño poder de convencimiento, por lo que luego de intercambiar algunas palabras con Pixis el administrador de la biblioteca, logró que este contratara a Erwin como trabajador de medio tiempo.

   Fue cuestión de pocos días para que el anciano Pixis quedara maravillado con la personalidad, amabilidad y gran conocimiento e inteligencia de Erwin. Así que en poco tiempo, ya era una persona de confianza para él y un amigo preciado. Con eso, Erwin se sentía muy feliz, tenía a su mejor amiga, un trabajo que podía amar y otra persona le ofrecía su amistad y estima. Además, Pixis era un viejo sabio y muy divertido, y Erwin se la pasaba muy bien conversando con él.

  Todo apuntaba a que la vida iba mejorando para él, aunque en sí no había cambiado demasiado; seguía siendo víctima de las constantes burlas de la gente, seguía sufriendo cuando sus pantalones se rompían o los botones de su camisa cedían ante la redonda barriga que cargaba, lo cual le había ocasionado pasar muchas vergüenzas y humillaciones. Le seguía siendo imposible acercarse a sus compañeros en la universidad, o entablar conversaciones con las demás personas, por lo que aún se la pasaba muy solitario la mayoría del tiempo. Y que ni se atreviera a tener sentimientos románticos por nadie, ya que el que alguien llegara a amarlo, no era una posibilidad para él.

  Estaba resignado, a que sería para siempre “Erwin el gordo” sin novia, ni más amigos salvo por Hanji y ahora el viejo Pixis, y quien solo recibiría el amor de su padre. Por lo cual, pasaba la mayor parte del tiempo muy triste, ocultándolo del resto de personas, mostrando en cambio una cordial y pasiva personalidad. Siempre procurando ayudar aunque no se lo pidieran, y sin defenderse cuando le atacaban.

  Sin embargo, el rechoncho hombre, no sabía que desde hacía algún tiempo era observado por alguien, quien había sido testigo de que bajo todas esos kilos que cubrían su cuerpo, había un amable y noble corazón. Y que pronto esa persona haría cambiar su mundo de manera definitiva.

 

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

-¡Oye!- Le llamó una voz masculina, cuando se encontraba acomodando algunos libros en la biblioteca. Pero como no estaba acostumbrado a que la gente le dirigiera la palabra, le ignoró pensando que no era con él. -¡Hey! Rubio, ¿estás sordo? Necesito que me ayudes por acá.- Insistió la voz, por lo que a Erwin ya no le quedó duda y se volteó para ver de quién se trataba.

-Disculpa, ¿en qué te puedo ayudar?- Preguntó amablemente, pero ocultando el nerviosismo que aquel encuentro le ocasionaba, con la más radiante sonrisa que pudo mostrar. Tratar con personas la mayoría del tiempo no terminaba bien para él, por lo que siempre se sentía inseguro de hablar con la gente. Quien lo llamaba era un hombre de aspecto peculiar: a pesar de que su voz denotaba que era ya un hombre probablemente de su edad o pocos años menor, su estatura era bastante pequeña, debía medir unos veinte centímetros menos que él, si no es que era mucho más bajo que eso;  apenas si le llegaba al hombro. Y en contextura, ni que se dijera, debían juntar como cuatro iguales a ese hombre para poder igualar el peso de Erwin, o al menos así lo pensó; ya que también tendía a exagerar mentalmente sus medidas y se veía a sí mismo mucho más grande de lo que en realidad era. Pero también le pareció que era un joven muy apuesto, su cabello negro se veía suave, sedoso y brillaba graciosamente. Su piel blanca, también tenía un agradable aspecto, y si pudiese acercarse a él, sospechaba que probablemente tuviese buen aroma. Además, poseía unos bellísimos y raros ojos grises, Erwin se perdió un momento en aquella mirada en cuanto notó ese detalle. Le intrigaba el hecho de que a pesar de que su rostro y tono de voz no reflejaban emoción alguna, aun así sus ojos tenían un extraño brillo.

-¿Estás escuchándome?-  Protestó el hombrecillo. Erwin se sonrojó y se puso más nervioso, al caer en cuenta de que estaba pensando estupideces y no había puesto atención a lo que le decía. Pero ¿podrían culparlo? Nunca en su vida había visto a un hombre cuya belleza pudiera competir con la de cualquier señorita, y no creía ser homosexual, para nada. Pero simplemente no podía evitar notar lo atractivo que era aquel joven; por sobre todo Erwin se consideraba una persona artística, y así como cualquier hombre puede observar con admiración al “David” de Miguel Ángel, él podía apreciar la extraña y cautivadora hermosura de aquel extraño. Además, le llamaba la atención que contrastara tanto con su reducida estatura.

-¡Lo lamento! Últimamente he estado muy distraído, ya sabes los exámenes están a la vuelta de la esquina en la universidad. –Rio nerviosamente. -¿Podrías repetírmelo?-

-Pues si no me pones atención esta vez, terminaré reprobando mis propios exámenes por tu culpa.- Se quejó el hombre más bajo. –Te decía que si podías ayudarme a encontrar un libro, sospecho que es alguno de esos que están en los estantes de arriba, pero por obvias razones no alcanzo a verlos.- El joven le hablaba secamente, y no parecía verse afectado por el hecho de aceptar que no fue privilegiado con una estatura dentro de los estándares de la población. Lo cual también le llamó la atención a Erwin.

-¡Oh! Ya veo. Si me das la ficha del libro que buscas con gusto te ayudaré.- Aceptó el rubio, mostrándole otra amable sonrisa. El joven se la entregó y rápidamente Erwin fue capaz de encontrarlo, efectivamente se encontraba en los estantes de más arriba, pero Erwin era lo suficientemente alto, y hubiese podido tomarlo sin complicaciones, salvo por el hecho de que su barriga se metía en el camino y terminó tirando algunos libros de los estantes de más abajo con ella.

   Avergonzado se agachó para recogerlos, y se sorprendió cuando el otro joven también se arrodilló para ayudarle. Pero lo que más le sorprendió fue no recibir ninguna burla de su parte, de hecho, el hombre no hizo ningún comentario, se limitó a recoger los libros.

-Mu-muchas gracias. No tenías que ayudarme.-

-Es lo menos que puedo hacer, después de todo los tiraste al tratar de alcanzar el libro que necesitaba. – Nuevamente con esa mirada y tono de voz indiferentes, el joven de cabello negro estiró su mano hacia Erwin, haciéndole entender que aún esperaba que le diera el libro que estaba buscando. Al caer en cuenta de que aún no se lo entregaba, Erwin se puso nervioso nuevamente y con torpeza, intentando encontrar el libro entre todos los que tenía en brazos, terminó tirándolos una vez más. Escuchó el suspiro que salió de la boca de su interlocutor, mientras se lanzaba al piso a recoger los libros que había tirado, esperando el comentario despectivo, que sorpresivamente nunca llegó.

   El rubio tomó de primero el libro que el otro joven pedía, y sin levantarse desde su posición se lo alcanzó. El hombre de menor estatura, se agachó para colocar los libros que había recogido anteriormente en una pila junto a Erwin, y tomó el libro que este le ofrecía. Quedando muy cerca de él y clavando su misterioso mirar directamente en los ojos de Erwin.

-¡Gracias! Has sido de gran ayuda.- Y si bien el joven no le sonrió, y se alejó dejándolo con los libros tirados,  Erwin no pudo evitar sentir una sensación cálida en su pecho. Normalmente, en esa situación, cualquier persona se hubiese burlado de él, le habría insultado y humillado. Pero ese joven, simplemente le ignoró; ignoró su torpeza, ignoró su enorme barriga, e ignoró sus nervios, incluso hasta le agradeció.

  Debido a la sensación que le causó ese breve encuentro, Erwin pasó de muy buen humor el resto del día, incluso se encontró tarareando divertido mientras barría uno de los pasillos, a lo cual se ganó el regaño de Hanji por estar haciendo ruido en la biblioteca. ¿Pero alguien podría culparlo? El no ser tratado con desprecio era una novedad, y algo por lo cual alegrarse, al menos para él cuyos momentos de  felicidad eran muy limitados.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

  El día siguiente trajo consigo algo muy inesperado para Erwin: Se encontró con Hanji en la cafetería de la universidad a la hora del almuerzo como siempre lo hacían y mientras estaba devorando su muy repleto plato de comida,  una pequeña caja con un bonito decorado fue colocada junto a él sobre la mesa. Al ver esto, tanto él como Hanji voltearon a ver quién la había puesto allí y para su sorpresa, se encontró con el mismo joven del día anterior en la biblioteca. Ambos le miraban con interrogación mientras que él observaba al rubio sin denotar ninguna clase de emoción.

-Ho- hola...- Se animó a saludar Erwin tímidamente.

-Es en agradecimiento, por el día de ayer.- Le contestó el joven secamente.

-¡Oh!... Pero esto no es necesario.- El rubio se encontraba muy confundido a la vez que sorprendido y Hanji estaba igual, máxime que ignoraba qué había pasado el día anterior.

-No es la gran cosa. Sólo cómetelo.- Insistió el joven con algo de fastidio en su tono de voz. -Trabajo en una pastelería y es solo algo que hice esta mañana.- Terminó explicando al ver la confundida mirada del rubio cuando le dijo que debía “comerlo”.

-¡¿De verdad?! - Exclamó Erwin dejando en evidencia y sin vergüenza alguna, su gusto por los postres. -Pero, no podría aceptarlo.- Recapacitó, desviando su mirada, apenado al haber saltado tan eufórico ante la mención de la palabra "pastelería".

-Lo dejaré aquí de todos modos.- El joven se agachó un poco y se acercó para quedar a la altura del rostro de Erwin, clavando su misteriosa mirada en los confundidos y apenados orbes azul cielo del contrario, como lo había hecho el día anterior; pero esta vez se encontraba mucho más cerca -Por cierto, soy Levi Ackerman. Nos veremos por el campus.- Y no teniendo más que decir, el enigmático hombre se alejó, perdiéndose entre la multitud y finalmente desapareciendo de su vista.

-¡Oye, oye!  ¿Qué es lo que no me has contado, Erwin?- Le interrogó inmediatamente su amiga, mirándolo y sonriéndole con complicidad.

-No es nada, Hanji. Es un tipo al que le ayudé ayer a encontrar un libro en la biblioteca. – Intentó demostrarle que era algo sin mucha relevancia para él.

-¿Y fue por él que te la pasaste tan feliz todo el día? - Siendo Hanji, una persona tan excéntrica e incluso infantil a veces, Erwin olvidaba que también era en extremo inteligente y perspicaz. A ella no se le escapaba nada.

-Bueno, - el rubio comprendió que no valía la pena ocultarle nada -es que él no se burló de mí. - Aceptó apenado.

-¿Y por qué habría de hacerlo? Esos complejos van a acabar contigo mi querido amigo.- También olvidaba que Hanji parecía tener un filtro en sus ojos, el cual evitaba que viera su robusta complexión y todos los problemas que eso le traía. -En fin,  ¿vamos a ver qué es? - Y sin pedir permiso, tomó la cajita para revelar su contenido.

  Se trataba de un trozo de pastel con cubierta de chocolate, estaba hábilmente decorado con mermelada de fresa y también tenía  una flor hecha de la frutilla delicadamente cortada en esa forma. A Erwin se le hizo agua la boca al ver tal manjar, pero inmediatamente cerró la caja y fingiendo indiferencia continuó almorzando.

-¿Lo dejarás para después de almorzar?-

-No. No voy a comerlo.-

-¿Pero, por qué? -

-Esto ha de ser una broma, Hanji. Lo más seguro es que tenga mal sabor o le hayan puesto un laxante. - Si algo había aprendido Erwin en sus años de vida, era no aceptar la amabilidad de la gente. Según su experiencia, el confiarse le costaría caro al final, para alguien como él cualquier gesto de aprecio por parte de una persona y más si se trataba de alguien a quien no conocía, era una oportunidad de humillación; por lo que no aceptaría dicho regalo tan fácilmente.

-La verdad no lo creo. Él no se veía como una mala persona- Opinó con sinceridad.

-Esos son los peores. Te engañan portándose bien contigo y siendo buenos, pero al final solo hace que sea más doloroso cuando te das cuenta de la realidad. - Hanji no alcanzaba a comprender la actitud de su amigo, pero ella tampoco sabía mucho de todo lo que había pasado desde su adolescencia. Erwin nunca habló más de lo necesario con respecto al tema y no le había querido contar las innumerables burlas y maltrato de los que había sido víctima durante toda su vida.

  Al finalizar su almuerzo, el rubio tomó la caja y la depositó en el basurero, a lo que su amiga se quejó diciendo que era un desperdicio. Como Hanji estudiaba biología, asistían a clases separadas en distintos bloques de la institución, por lo que se despidió de ella y se fue en solitario a su propia clase. Iba maldiciéndose internamente ya que el postre se veía exquisito y realmente quería comerlo, pero no quería correr ningún riesgo. Tampoco podía evitar sentirse intrigado por ese extraño joven y su sospechosa amabilidad.  Por su parte la mujer que también se dirigía a su propio salón de clases, fue súbitamente tomada por el brazo y arrastrada dentro de otra aula la cual se encontraba vacía. La persona que la había halado hasta allí era el mismo joven del almuerzo.

-¡Pero mira nada más! No tuve oportunidad de presentarme anteriormente. Mi nombre es Hanji y es un placer conocerte - Exclamó  la  mujer animadamente, extendiéndole su mano a manera de saludo.

-¿Y bien?  ¿Qué dijo? ¿Le gustó? - Interrogó él, haciendo caso omiso de la presentación de la joven.

- Creo que no te estoy siguiendo pequeño amigo. ¿Hablas de Erwin? – Ella de inmediato entendió a qué se refería, pero aprovechó para darle vueltas al asunto y poder obtener más información sobre ese misterioso joven.

-¿De quién más podría estar hablando contigo?-  replicó molesto.

-Bueno, si te refieres al pastel, me temo que lo tiro  a la basura. Pero puedo asegurarte

 que le encantó la apariencia. Si lo hubieras visto, ¡se le hizo la boca agua!- Y dicho esto lanzó una fuerte carcajada.

-¿Cómo que lo tiró?  ¡Ese bastardo malagradecido!- Levi ocultaba con falsa rabia, la decepción que aquella noticia le había causado.

-No puedes culparlo. Pensó que era una broma de mal gusto y que el pastel tenía un laxante o algo por el estilo.-

-¿Y por qué mierda iría yo a poner eso en un pastel? -

-No te ves como una persona malintencionada enanín, si me dices que es lo que te traes entre manos, te contaré que fue lo que ocurrió. – Le ofreció mostrándole una sonrisa divertida.

-Eso no es algo que te incuba, cuatro-ojos- Casi le escupió ofendido por lo entrometida que era esa mujer, a pesar de que él fue quien se acercó a ella con el tema en primer lugar.

-Bien, pero si no me lo dices, no te ayudaré a acercarte a mi gran amigo Erwin. Somos mejores amigos ¿sabías?- Definitivamente a Hanji no se le escapaba nada. El joven se sorprendió y se avergonzó ante aquellas palabras. ¿Tan evidente era?

  Levi largó un profundo suspiro y se resignó, si quería que la mujer le creyera, debía de contarle todo desde el principio, de lo contrario no podría ganarse su absoluta confianza y a como estaban las cosas de graves y aunque no quisiera admitirlo, necesitaba de su ayuda.

-De acuerdo. Pero, te perderás tu clase...- La mujer se emocionó y tomó asiento en uno de los pupitres,  mirándolo con gran interés y Levi comenzó a relatarle su historia.

 

Continuará….


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