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Falling fou you. por Aika-chan

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— ¡Dai-chan, no me ignores!. —La chica de cabello rosado se interpuso en su camino, impidiéndole el paso hacia afuera de la escuela Tou. — Hoy no puedes escaparte, tenemos un encuentro amistoso con Seirin.


Rodó los ojos y suspiró, no estaba molesto por la noticia en sí, era una reacción que se hizo costumbre cada vez que Satsuki quería mandar sobre él. Con un rostro desinteresado esperó al resto del grupo para ir al encuentro contra aquel equipo que una vez los venció hace dos años, inclusive cuando él dio todo lo que tenía en ese partido. Por supuesto que las ansias por jugar contra ese idiota de cejas raras le causaba reconcomio; él fue el único que logró superarlo en un uno a uno en mucho tiempo, fue el que le mostró el sabor de la derrota, algo que, podría decirse, había extrañado.


Al llegar a la escuela Seirin fueron bien recibidos por la entrenadora y su equipo. Satsuki fue a hablar con ella amigablemente en lo que ellos se preparaban para el partido.


— Aomine-kun.


— ¡Con un demonio Tetsu!. —Se giró y lo agarró por el cuello del uniforme.


— Siempre es un gusto verte, Aomine-kun. —Tetsuya no cambió su expresión ni un milímetro, ni aunque casi cae cuando el moreno lo soltó.


— No puedo decir lo mismo.


Tetsuya analiza a su viejo amigo y ve sus facciones. Si bien tiene el mal humor y entrecejo fruncido de siempre, no era nada comparado a antes, ahora había un brillo en sus ojos, el mismo brillo que poseía en sus días en Teiko. Nota que mira por los alrededores, en busca de alguien. Su dedo índice comienza a golpetear en su pantalón y se ve impaciente.


— Kagami-kun todavía no ha llegado.


— ¿Y por qué me dices éso a mí?.


— Porque no paras de buscarlo con la mirada u olfato.


Daiki se detiene al ser descubierto y, frustrado porque Tetsuya lograba molestarlo sin inmutarse siquiera un poco, le quiso propinar un golpe. Pero antes de que llegara a tocarle una sola hebra del cabello se detuvo abruptamente.


Mío.


Tuvo la curiosidad de girar y averiguar quién había dicho aquello, esa palabra que sólo significaba una cosa. No se oía muy lejos de él. En realidad, lo podía escuchar retumbar dentro de su cabeza junto al latido de su corazón.


Mío.


Una maldita broma, eso debía ser.


Su Alfa interno no dejaba de repetir lo mismo una y otra vez, aún cuando él le ordenaba histérico que se callara. Repudiaba esas palabras que golpeaban en cada rincón de su mente como un eco. Su Alfa jamás hacía acto se presencia, siempre estaba era calmado y juzgaba en silencio, únicamente aparecía —y de vez en cuando, no siempre— en su celo, gruñendo por marcar a un Omega. Tanto bullicio hilarante al que no estaba acostumbrado lo desquiciaba.


Mío.


— ¡Siento llegar tarde!.


Su corazón acelera los tamboreos, le cuesta respirar y su boca se seca. Tiene espasmos por los fuertes instintos del Alfa queriendo dominar por sobre su raciocinio y, desgraciadamente, el más delicioso y exquisito aroma llega a sus fosas nasales, haciendo su tarea más complicada. Ni muy dulce y sin llegar a ser amargo, era perfecto. 


Ve a Taiga golpear sus rodillas contra el suelo y tomarse del pecho, los presentes van en su ayuda y él también quería ayudarlo; su maldito instinto sobreprotector —el cual nunca dio indicios de vida antes— le decía que tenía de cuidarlo, protegerlo y no dejar que tenga contacto con nadie más que no sea él, deseaba esconderlo del mundo.


Se acercó lentamente, empujando un poco a los que estaban frente a él hasta llegar al medio del tiberio y allí fue que, cuando a sus oídos no llegaba más que un frívolo silencio y estando cara a cara con el otro, su Alfa enloqueció y gritó eufórico.


Una endemoniada broma de muy mal gusto.


— Kagami...


Su voz ronca y gutural hizo temblar a los pocos Omegas presentes y los Alfas soltar un leve gruñido, se paró firme delante de Taiga y lo miró con desdén.


— Eres mi maldito Omega.


[ . . . ]


— Kgami-kun, ¿seguro estás bien?.


— Ya basta Kuroko, es la décima vez que me preguntas en una hora.


— Y no voy a parar hasta que me des una respuesta decente.


— Ya te he dich...


— Y que no sea un vago "estoy bien".—Citó con reproche y Taiga suspiró, su amigo espectral se preocupaba demasiado en vano.


— No me siento mal, Kuroko. Sólo descansaré los próximos días, como la entrenadora me dijo.


Tetsuya lo observó para nada convencido, sin embargo quiso darle su espacio. Sabe que en presencia de otros Taiga no se rompería; dio media vuelta y se despidió de su luz. Por su lado, el de cabello rojo cerró la puerta y se apoyó en ésta, respiró profundamente y se dispuso a hacer la cena, le apetecía un arroz salteado aunque en realidad no tenía mucha hambre.


Abrió el refrigerador y sacó las verduras, comenzó cortando lentamente la zanahoria, sin prestar atención a lo que hacía. Su mente estaba en otro lugar completamente diferente, mejor dicho, tenía la cabeza en blanco.


Yo...


No, por favor, que alguien detenga ésto.


Aomine Daiki...


Por favor, no quiere repetirlo.


Te rechazo a ti, Kagami Taiga...


¡Por Dios, no! ¡Qué se calle!.


Como mi Omega.


Se quejó del dolor cuando la hoja filosa del cuchillo de cerámica hizo contacto con su piel, la sangre bordo comenzó a brotar. Lo que estuvo conteniendo todo el trayecto de la escuela hasta su casa se desbordó en un incontenible mar de lágrimas.


Insufrible, como si por dentro una enredadera espinosa carente de color y flores creciera en su interior, envolviendo su corazón y apretándolo hasta desgarrarlo. Quiere hacerse el desentendido, no quiere asimilar sus palabras.


No pasó mucho tiempo cuando, vahído y aún derramando lágrimas, decide que lo mejor es irse a dormir. Antes toma una ducha, dejando que el agua fría haga su trabajo y se lleve consigo todo rastro de pena y tristeza, que el sonido de la lluvia relaje sus alterados pensamientos, aunque fuera por unos sórdidos segundos.


[ . . . ]


Daiki pasa su mano por su mejilla, intentado suavizar el picor de una bofetada proporcionada por Satsuki al decirle que todavía no había ido a visitar a Taiga desde aquel día. La chica le dijo que era muy joven para ir a la cárcel y que tenía que cumplir con la Norma de Rechazo.


Esta norma se implantó para aquellos que no aceptaron a su pareja destinada, deben cuidar de ella y procurar su comodidad hasta que lo inevitable pase en los próximos cinco días. El resultado de un rechazo varia dependiendo de la categoría. La gran mayoría de los Alfas logran superar el dolor y continúan con sus vidas. En los Omegas el dolor y sufrimiento es más fuerte por ser seres sensibles, generalmente no pueden soportarlo y acaban por morir de angustia y soledad, sin embargo, también están aquellos que pusieron su empeño en querer vivir y supieron seguir adelante. Obviamente no habrá otra pareja destinada, el Alfa y Omega interior está tan herido por el rechazo que se niega rotundamente a tener un lazo con otra persona. Es por ésto que se le da una segunda oportunidad al Alfa u Omega que se haya rehusado a aceptar a su pareja para reconsiderarlo. El rechazo se anula con un beso.Por otro lado, los Betas son simplemente humanos que no eran tan débiles como un Omegas, pero tampoco tan fuertes como un Alfa, ellos hacían su vida de una manera distinta.


Daiki confía plenamente en que Taiga podía superar ésto, él no es un Omega común y corriente; era robusto y casi tan fuerte como un Alfa, lo delicado no iba en su definición y comía como ogro. Hasta cierto punto podía asustarte su mirada punzante y dura. Él no se dejaba intimidar por otros Alfas, lo vio en incontables partidos enfrentarse a mastodontes como Atsushi.


Taiga le agradaba, estaba en un rango fuera de lo común, le gustaba...


Sacude la cabeza, ¿qué está pensado?.


Detesta la forma en la que algo toma el control de su cabeza y sólo se centra en mandar pensamientos acerca de Taiga, lo maravillo y asombroso que éste es. No es él, sino su Alfa queriendo que lo acepte como su Omega y lo marque.


¿Él? ¿Marcar a Taiga? ¿A un hombre? Ni en un millón de años.


Escuchó un gruñido en su interior proveniente de aquel infeliz en su interior. Lo ignoró y, encontrándose frente al departamento de Taiga, tocó la puerta. Ya había estado allí varias veces, la primera vez fue por el cumpleaños de Tetsuya; se sorprendió al descubrir que no tenía una sola revista erótica más que de deportes. El resto de las veces es porque ellos perdían el tiempo juntos haciendo diversas cosas, mayormente jugar al basketball. Daiki era quien más veces se arrastraba hasta la otra luz para proponerle un partido ya que, desde que se enfrentó a Taiga en una fase feroz y arrasante, jugar en soledad se convirtió en una actividad aburrida y sosa.


Y ahí va otra vez. Pensó hastiado. Volvió a golpear, nadie respondía pero esperó impaciente.


Con el ceño fruncido lo ve asomarse por la puerta y queda perplejo. Tragó dificultosamente, sintiendo una pelota del tamaño de una bola de boliche en su pecho, tan pesada como la misma, notando cómo el latir de su corazón se detenía repentinamente.


— ¿Kagami...?. —Dijo a manera de pregunta, dudando que le imagen frente a él fuera Taiga.


— ¿Qué haces aquí?.


El molesto deseo de abrazarlo hasta que se curara por arte de magia lo atacó, odiaba sentir que su alma se quemaba al ver la imagen tan demacrada que Taiga le brindaba.


— Yo... aquí... para... —Por unos segundos olvidó cómo hablar.


— ¿Estás aquí por la Norma de Rechazo?. —No pudiendo hablar, Daiki asintió con la cabeza. — No es necesario, puedo con ésto solo. Vete.


El de menor estatura hizo el amago de cerrar la puerta fatigosamente, casi sin fuerzas, pero antes de que lograra su cometido, Daiki detuvo la puerta con su mano e irrumpió en el hogar.


— ¿¡Qué demonios crees que haces!? No puedes entrar a mi casa así porque sí. ¡Te dije que te fueras!.


Daiki miró fijamente a Taiga comenzando por sus ojos, los que siempre con un color vibrante brillaban y lo retaban, pero ahora, dado a los párpados caídos por el cansancio, con suerte se lograba ver el color rojizo característicos de ellos. A su alrededor había una ojeras terriblemente oscuras que acompañaba al rostro pálido y sin el tono febril natural de sus mejillas. Sus labios estaban resecos y partidos, muy diferentes a los rosados, húmedos y gruesos que él recordaba. Era obvio la alteración en el físico de Taiga, estaba más delgado, cosa completamente ilógica dado que hace tan sólo dos días fue que lo rechazó.


Ahogándose en la desesperación y ansiedad se acercó a Taiga a tropezones y trémulo. Capturó su rostro forzosamente y lo besó, siguiendo al pie de la letra las órdenes que su Alfa interno le dictaba.


Sin sabor o gusto, como besar plástico, hasta venenoso.


Horrible fue el sentimiento de sorpresa al ver y entender que no habría cambio.


[ . . . ]


— Kagami, ¿podrías por favor comer la tonta hamburguesa?.


— No. —Ante el rotundo niego por parte del Omega, su frustración creció a montones.


— ¡Kagami! ¡Come la estúpida hamburguesa, no has comido nada en todo día!.


— No quiero nada preparado por ti. Probablemente sepa horrible.


— ¡Bien! ¡Te mentí!. —Se cruzó de brazos y se sentó frente a él, del otro lado de la mesa. — Las compré en el Maji Burger antes de venir aquí.


La mirada desconfiada de Taiga pasó a una en donde literalmente devoraba el platillo con los ojos. Daiki suspiró aliviado al ver con las ganas que comía su comida favorita.


Tres días más pasaron, tres días en los que estuvo al pendiente de Taiga y todo lo relacionado a él. El de cabello rojizo no permite que muchas personas lo visiten, sólo los más cercanos como su mentora y su hermano; Alex y Tatsuya. Éste último lo mira con un desprecio tan grande que todavía siente como su mirada le quema la nuca. Tetsuya, que a veces pasaba a comprobar la salud de su luz, se limita a suspirar cada vez que lo ve con una mirada de decepción.


Quiere esconderlo entre sus brazos, lejos de toda mirada.


Frunce el ceño, está confundido, ya no puede asegurar por completo que ese pensamiento fuera por obra de su Alfa. Fue raro, sin embargo, no le toma importancia.


Dirige su atención a Taiga que come lentamente pero con ganas. El beso de la otra vez se mantuvo bajo llave, no lo volvieron a mencionar y, luego de éso, Taiga permitió que Daiki cumpliera con la Norma.


El moreno descubrió que Taiga era una persona inquieta, no le gustaba estar todo el día en la cama o sofá, quería salir e ir a jugar basketball, se queja constantemente de que hace días que no toca un balón; Daiki le ratifica que está loco. Descubrió que, en los momentos que tiene que cocinar, lo mejor que puede hacer es ayudar a Taiga con pequeñas cosas como cortar la verduras —tampoco es que lo haga muy bien—; es un completo inútil en el arte culinario y todo lo que implique cocción. Descubrió que Taiga sabe jugar perfectamente en la consola, sigue sin poder ganarle en un juego de combate. Descubrió que Taiga era preferente de la comida americana, aunque en realidad comía de todo. Descubrió que Taiga odia el frío. Descubrió cómo fue que le comenzó a gustar el basketball. Descubrió que cada vez que mira a Taiga a los ojos se siente a desfallecer al notar el poco vigor que quedaba en ellos.


Se miente a sí mismo, todo éso y más ya lo sabía desde mucho antes, pero prefirió hacerse el tonto.


— ¿Qué tanto miras?. —Dijo Taiga, con la boca llena.


— Lo mucho que los idiotas comen. —Habló en tono burlón sin poder evitarlo.


— ¿¡Acaso quieres pelea!?.


Daiki se iba a volver a reír de su actitud pueril y extrovertida, no obstante, Taiga salió corriendo. Sabe bien a dónde fue, directo al baño.


Oye estático las arcadas y los quejidos que parecían desgarrar su garganta. Frunce el ceño tanto que sus cejas se unen, aprieta los puños hasta que sus uñas se clavan su propia palma. No fue hasta que los lloriqueos perturbaron sus oídos que no se movió; corrió al baño y se arrodilló a su lado, ve la sangre y toda su anatomía tiemblan. Con una delicadeza inusitada en él acaricia la espalda del menor e intenta calmar los espasmos y náuseas. Era la única forma en la que conseguían parar las arcadas.


— Aomine... —Susurró.


— Dime. —Fue todo lo que pudo decir.


— Lo siento.


Aunque extrañado por el comentario, no tuvo tiempo de pensar algo coherente cuando Taiga se desmayó en sus brazos. Limpió las pequeñas gotas de sangre en su rostro y lo llevó en sus brazos hasta su habitación, teniendo el irracional miedo de romperlo como una figura de cristal si era muy brusco. El macilento cuerpo no era comparación para la apariencia mocetona y vigorosa perdida, no llegaba siquiera a ser un atisbo. Era tan ligero y liviano como una pluma. Su cabello rojizo rozaba su mejilla, arrugó la nariz por el olor a muerte que expedía el Omega, aunque en el fondo de sentía el característico aroma dulce de Taiga.


Lo recostó con sumo cuidado y cubrió su famélica complexión con una manta gruesa, se sentó en el suelo al lado de la cama, escudriñando cada detalle. Sus muñecas estaban más esbeltas, delinea su contorno con la yema de los dedos y sube hasta los pómulos que resaltaban, apenas roza las mejillas hundidas. Perdió una significantes masa muscular en tan sólo tres días. No puede borrarse de la mente la demacrada imagen de Taiga semidesnudo con la que chocó una vez; los abominables tonificados pasaron a ser imperceptibles, las costillas sobresalían y una línea sobresaliente se marcaba en su espalda, las clavículas se definían desde el medio del pecho hasta el final del hombro, sus eran brazos delgados y finos, casi delicados.


No iba a llamar a un médico, ellos no podían hacer nada contra la enfermedad que corroía el cuerpo de Taiga.


Su Omega está muriendo.


Cierra los ojos y siente como por su espalda trepa una sensación trémula junto a un escalofrío, una advertencia de su Alfa interior. La voz en su cabeza, que no habla con palabras sino más bien con un lenguaje que sólo Daiki comprende, se escuchaba temerosa, preocupada.


Dime algo que no sepa.


Lo amas.


Abrió los ojos de golpe; ¿por qué seguía insistiendo tanto en ello?. El amar y adorar no eran parte de él, no se le daba bien —tampoco es como si lo hubiera intentado alguna vez, pero sabe que no idóneo para la tarea—. Consideraba un buen amigo a Taiga, alguien con quien compartió íntimas dudas y experiencias, en cierto punto le dolía verlo así. Estaba dispuesto a refutar lo dicho por su Alfa, pero una rugosa voz interrumpió.


— Quiero jugar basketball. —Daiki lo observó sorprendido unos segundo pero luego chasqueó con la lengua.


— Estás loco. No puedes.


— ¿Y de quién será la culpa...?.


Un susurro inaudible casi, casi.


— Hey, no es mi culpa que te hayas dejado llevar por tus instintos Omegas. Siempre se dejan dominar por ellos y terminan pensando cosas erróne...


— ¡Eres un completo y maldito idiota, infeliz, desgraciado y estúpido!.


Daiki abrió su boca en grande y le dio paso libre a la ira.


— ¡Yo no recuerdo haber pedido ser tu pareja destinada! ¡Yo ni siquiera quería un destinado!.


— ¿¡Y por qué crees que yo sí!? ¡Antes que a ti hasta hubiera preferido a Midorima!.


— ¡No me jodas, Kagami!.


— ¡Midorima habría estado aquí desde el primer día, Midorima no me daría esperanzas con un estúpido beso que luego no tendría peso alguno!.


Taiga dejó salir su miedo, dejó salir la frustración de no poder volver atrás, dejó salir el rencor acumulado contra Daiki, dejó salir todo el dolor, sufrimiento, agonía y tristeza que le causaba su rechazo, pero algo más escapó.


— Midorima no se interesaría y se preocuparía por mí como lo haces tú, Midorima no sería tan amable y considerado conmigo como para... como para venir todos los días y darme compañía hasta la noche, él sólo estaría lo esencial y luego se marcharía...


El de mirada zafiro estaba estático en el mismo sitio, quizás hasta se había olvidado de respirar, ni siquiera los alaridos de su Alfa interior oía. Ver llorar a Taiga le provocaba un pinchazo en el pecho, su estómago se retorcía y los impulsos de querer consolarlo lo estaban crispando.


Debía hacerlo entrar en razón y por un segundo juraría que escuchó claramente una injuria en su cabeza.


— Mira, yo siento y hago todo éso no por cuenta propia, todas esas cosas no vienen de mi corazón, es algo que mi Alfa me obliga a hacer. Es lo mismo para ti.


— ¡Vete a la mierda, Aomine!.


Daiki suspira agotado de batallar una guerra sin sentido con Taiga, lo mejor era que descansara.


— Mejor acuéstate y duérmete, así te mejorarás más rápido. —Intentó hacer que se recostara ya que se había sentado de la exaltación.


— No voy a mejorar.


— Cállate, dices puras tonterías. 


— Deberías irte, no quiero ver tu horrible cara.


— Lo haré cuando te mejores.—Empujó al de ojos carmesí contra la cama, tarea fácil ya que el Omega no poseía fuerza alguna.


— ¡Aomine basta, no voy a mejorar!. —Taiga apartó los brazos sobre sus hombro.


Daiki hizo una mueca de desagrado ante la sensación de opresión en el pecho, sintiendo un nudo formarse en su garganta y con lágrimas aglomerándose en sus cuencas, las cuales eran anexas al malestar haciéndose paso en su interior, pero se contuvo.


— Un Omega sobrevive al rechazo cuando no siente afecto hacia su Alfa y viceversa. La enfermedad es tan fuerte como los sentimientos que tiene la persona.


— ¿Qu...?.


— Ni un beso sirvió para revertir el efecto, éso es porque no sientes lo mismo que yo.


— ¿Sentir lo mismo que tú? ¿De qué hablas?.


— Antes de conocerte, antes de amarte como lo hago, yo era Beta.  —Arañó las sabanas y lo miró a los ojos, con una mirada cargada de abatimiento. — Te amo tanto que me está matando.


[ . . . ]


Daiki entró a su casa y su madre lo recibió con un abrazo, aceptándolo sin réplicas ni chasquidos. La mujer se sorprende, su hijo ya la hubiera apartado alegando que ya estaba grande para ese tipo de cosas. Lo ha estado examinando desde hace unos cinco días, desde que lo encontró en su habitación, luego de haber estado todo el día afuera, en completo silencio y tan pensativo que daba miedo proviniendo de Daiki, pero hoy estaba distinto. Posó su ojo en él, como una sanguijuela se pegó a su hijo; notó su mirada perdida y el semblante decaído, no dijo ni una palabra, tampoco fue arrogante o peleó con su padre como solía hacerlo. Sin duda algo había ocurrido.


— Daiki, cariño. —Golpeteó la puerta de la habitación del mencionado.


— ¿Qué?. —Dijo desganado.


La morena mujer entró a la habitación sin pedir permiso, Daiki rodó los ojos ante su madre sentándose en su cama y su mirada llena de intriga, pero no opuso resistencia.


— Recientemente te noté más distraído y hasta deprimido. ¿Ocurrió algo que quieras contarme?.


La mirada rasgada azul mostraban su típico desinterés, pero una madre sabe que siempre puede haber más y tuvo la razón en cuanto la expresión monótona se deformó en una de angustia.


— Encontré a mi destinado.


Más grande fue la sorpresa de que su hijo, la persona más cerrada e introvertida que conoce, le dijera sin rodeos sus problemas que la noticia en sí. Siente felicidad por él, ya lo veía muy solitario y amargado.


— Bueno, hijo, eso es...


— Lo rechacé.


— ...horrible.


La mujer se levantó de la cama y fulminó a Daiki con una mezcolanza de enojo y estupefacción.


— ¿Por qué? ¿Por qué has hecho semejante cosa espantosa? ¿Acaso quieres que al amas muera?. —Preguntó aún sumergida en una encrucijada.


— Porque éstos sentimientos no son míos, mamá.


Permaneció en silencio, hizo de su boca una fina línea y cerró los ojos, conteniendo la cólera.


Iba a matarlo.


— Entonces, ¿a quién pertenece esos sentimientos si no son tuyos?.


— De mi Alfa interno.


Escuchó una risa estrafalaria y dio por hecho que la edad había logrado su cometido y volvió loca a su madre. Aseguró esa cuestión cuando la mujer le propinó una bofetada, justo en el mismo lugar en donde Satsuki le dio la anterior.


— ¡Igual a tu padre!.


— ¡Eso dolió! ¿¡Por qué me pegas!?.


— ¡Cierra la boca, hijo estúpido! ¡No es ni un tercio de lo que tu pareja estará sintiendo!.


Daba vueltas por el cuarto mientras murmuraba cosas que Daiki no lograba entender. De un segundo a otro, ella paró y se posicionó firme ante él con el semblante serio.


— Tu padre me rechazó alegando la misma tontería que tú. "No soy yo, es mi Alfa". —Quiso imitar la voz de su esposo, fallando por mucho. — Aún quiero matarlo por hacerme pasar por todo ese dolor.


— ¿Papá te rechazó?. —Daiki entonó su asombro en sus palabras.


— Sí, tú quizás no estarías aquí hoy si tu padre no se hubiera arrepentido a tiempo. —Hizo una pausa e intento calmarse. — Escucha, tú y tu Alfa son la misma cosa. Ninguno piensa por separado, él es la voz de tu alma, Daiki. Todo lo que dice dentro de esa cabeza dura tuya es lo que realmente sientes y piensas pero reprimes o niegas.


— ¿Reprimir?. —Soltó incrédulo. —¡Pero yo no lo amo a él! ¿¡Cómo demonios voy a pensar que él es lindo, que es perfecto para mí al no ser un Omega común y corriente, al ser un fanático del basketball como yo, que su comida es deliciosa y quisiera comerla toda mi vida, que quisiera ver su cara todos los días sin excepción!? ¿¡Cómo esos hilarantes pensamientos van a ser míos!? ¡No tiene sentido, nunca antes pensé de él así!.


— Hijo, tu Alfa no puede obligarte a elegir una pareja. Lo de destinado es una cosa inventada hace años que se puso de moda; la realidad es que tú eliges a tu destinado cuando tienes sentimientos que van más allá del amor y sientes que esa persona encaja a la perfección contigo y esa persona siente exactamente lo mismo que tú. A éso es lo que llaman "parejas destinadas" porque se aman incondicionalmente inclusive sin saberlo, no porque el destino lo haya querido así. Luego, cuando tu Alfa cree que es el momento indicado, quiere formar un lazo con ese Omega. —Suspiró agotada por tanto alboroto. — Tu padre es un ejemplo, nos conocemos desde hace años, desde la infancia, obviamente me enamoré de él, pero cuando me presenté como Omega y como su pareja me rechazó pensando que los sentimientos que tenía no era propios sino de su Alfa. Tardó cuatro dolorosos y agonizantes días es darse cuenta que su Alfa interior no podía influir en sus sentimientos.


Respiró hondo por haber hablado rápido, estaban perdiendo tiempo.


— Tú mismo acabas de decirlo cada cosa que amas de él pero no quieres admitir. Lo amas Daiki, no entiendo qué tanto tienes que hacerlo sufrir si sus sentimientos son mutuos.


— Pe... Pero... ¡Yo no quiero un Omega!.


— ¡Daiki!. —El mencionado se encogió de hombros, a veces su madre daba más miedo que un Alfa. — No hables de lo que no sabes. Jamás has experimentado el amor, no entiendes lo maravilloso de tener a alguien con quien refugiarte del mundo y entenderse sin necesidad de palabras.


El moreno estaba confundido, la inmensa revelación le dio un vuelco tanto a su cabeza como a su corazón. Sus manos temblaban un poco por lo acelerado que iba su pulso junto a sus memorias, un destello de analepsis en su cabeza. Y como un balde de agua le cae la verdad; todas esas veces que acalló a su Alfa y su preocupación, las innumerables cantidad de veces que contuvo sus impulsos, la sensación de "mariposas en el estómago" cuando Taiga sonreía para él, la admiración oscurecida por el orgullo, la razón por la cual su corazón dejaba de latir normalmente cada vez que rozaba la piel bronceada, el porqué de cuando Taiga lloraba se sentía devastado; todo cobraba tanto sentido que terminaba por ser absurdo.


Lo que llegó a experimentar desde que Taiga llegó a su vida, lo entiende. Entiende esa electricidad que corrió por su espalda cuando lo conoció por primera vez y se miraron a los ojos; esa vez cuando creyó tener un prodigio frente a él y se llevó una decepción, la felicidad surgida de la nada misma y la ansiedad desaparecer al volverse a encontrar en la Winter Cup. Entiende las ansias de verlo que por las noches lo asaltaban desprevenido y el porqué le eran tan amenas las tardes que ellos dos solos compartían, con sus tontas peleas y miradas furtivas.


Y fue allí cuando dejó de ignorar lo que sentía.


Quería revertir lo hecho, no deseaba ésto. No quiere dejar de ver y oír su boba risa, no quiere dejar de ser parte de sus peleas absurdas, no quiere dejar de ver sus ojos de un rubí intenso, no quería llorar una pérdida irrevocable, no quería pasar una vida sin Taiga.


— ¿Daiki? ¿Estás bien?. —Hizo el amago de tocar a su hijo que había permanecido quieto unos cuantos segundos pero repentinamente se levantó de la cama y miró aterrado a su madre.


— Dime que hay otra forma de revertir el rechazo, dime que la hay.


— ¿Otra forma? La única forma que existe es la del beso. —Daiki tomó por los hombros a su madre.


— ¡Ya lo hice y no funcionó!.


— ¿Que qué?.


— ¡Esa mierda del beso no funcionó!.


La mujer morena no entendía las palabras que salían de la boca de su hijo y su repentino cambio; era imposible que no funcionara, era el mejor y más efectivo método del cual se tenía conocimiento —la otra era la superación pero al parecer éste no era el caso—.


— Dime, en el momento del beso, ¿cómo te sentías?.


— ¡Madre, no estoy para ésto! ¡Tengo que pensar otra forma rápido o sino...! —Mordió su lengua evitando que las lágrimas brotaran, no iba a dejarse hundir en el desasosiego, tenía que enfocarse en cosas más importantes.


— Es sustancial; si lo besaste por besar, entonces obviamente no habría funcionado. Tienes que sentirlo, Daiki, debes tener dilucida tu mente, de lo contrario no tendrá efecto.


Daiki piensa un momento aquel beso, sólo sentía culpa y no quería que el único rival que pudo hacerle frente desapareciera, es decir, no hubo sentimientos que dieran a entender que deseaba fervientemente revertir el rechazo.


[ . . . ]


Kagami Taiga no se consideraba a sí mismo una persona débil. De ser así, no se hubiera enfrentado a una generación de prodigios del basketball y habría ganado. Era fuerte e imponía respeto, alguien con una poderosa determinación, de carácter tosco y perseverante, como un Alfa, aunque fuera Beta.


Beta, fue Beta hasta que lo conoció a él.


No fue una, sino muchas veces que algo dentro suyo se escandalizó cuando se encontraba con Daiki, pero que no tomó en cuenta. En todas las ocasiones en que sus ojos se conectaron, ya sea de buena o mala forma, en su interior había un remolino descontrolado que arrasaba con todo; con su alma y mente. La insólita electricidad que recorrió su espalda cuando Daiki y él se conocieron no sabía qué era, tampoco cómo definirla, simplemente se desataba una tormenta, como un mal presagio.


La primera vez que lo vio jugar con todo su potencial le trajo una amarga sorpresa. Ese fue el inicio de su montaña rusa de emociones y el fin de su raciocinio, la caída de la tierra al más gélido infierno. Fue su manera de jugar tan libertina y fluida, tan engañosa y confusa, la que hizo que cayera vencido —y muy asombrado— a sus pies. Jugadas inhumanas que te dejaban boquiabierto, una rauda manera de moverse por la cancha que era casi imposible seguirlo con la vista. Claramente era un Alfa, y uno poderoso y al cual temer. Recuerda que ese día su equipo y él perdieron patéticamente ante Tou, no pudiendo ni siquiera igualar el puntaje. Recuerda la aplastante frustración que lo consumía no poder jugar por su pierna herida.


Pero además del sentimiento de derrota se hallaba algo más, algo oculto que no se percató sino hasta después, cuando se toparon, Tetsuya y él, con Daiki en las aguas termales —regalo de parte de la entrenadora de Seirin a su equipo por haber calificado para la Winter Cup—. Un aroma picante pero dulce, bastante singular y que nunca tuvo oportunidad de sentir, captó su atención por completo, erizando su piel y haciendo que se sintiera raro. Era de su gusto y lo reconfortaba de una manera que no entendía, le provocaba ganas de... ¿lamerlo?. Lo hacía actuar extraño.


Aquel aroma provenía de Daiki, lo sabe porque cuando se acerco para asegurarle que perdería en la próxima competencia la esencia se hizo más fuerte. Sus piernas no le respondían y su corazón se descolocó, no sabía bien la razón del porqué ese idiota lograba ponerlo nervioso.


Taiga quedó con dudas, puede que a veces sea él el idiota pero había cosas que eran imposible pasar por alto. No obstante, no tuvo tiempo para pensar sobre ello ya que su concentración estaba enfocada en ganarle a toda costa a la Generación de Milagros. 


Lograrlo no fue fácil, hubo tantos momentos de tensión y de no saber qué iba a pasar que había perdido la cuenta. Ganar la Winter Cup requirió un enorme esfuerzo físico y mental, de hecho, fue debido a ésto y a su inconmensurable deseo de ganar por su equipo que obtuvieron la victoria.


Admiraba a Daiki, aunque no lo admitiría jamás, era un jugador fuerte y excepcional, fuera de este mundo. Un rival que no conseguiría en ningún otro lado, alguien con quien le gustaría jugar basketball eternamente.


Ya dos años de éso y Taiga conservaba esa admiración. Daiki y él se encontraban varias veces a la semana a practicar o divertirse en una cancha pública y jugar basketball callejero hasta que alguno ya no se pudiera mover. Que Daiki le impusiera tanto esfuerzo y sudor para poder ganarle le fascinaba, era como chocar contra un muro firme y no es que se esté quejando, al contrario, le gusta los desafíos. Además, era mucho más difícil cuando no podía concentrarse en nada más que en su sonrisa socarrona pero alegre a la vez, en sus zafiros destellantes de emoción, en el imponente deseo de querer abrazarlo y acurrucarse en sus brazos, en querer llenarlo de besos. 


Cuando estaban sumergidos en un uno contra uno, Taiga no lograba clamar el alocado ritmo al que iba su corazón. Quizá por lo vehemente del partido, pero sabe que es diferente. Daiki ya no arrugaba su entrecejo de forma pronunciada y su actitud soberbia se había calmado un poco, sabe que es gracias a que ese peso que Daiki cargaba en sus hombros fue alivianado, y éso lo hacía inmensamente feliz porque fue debido a Taiga que el Alfa ya no odiaba al deporte que tanto amaba.


Daiki se lo hizo saber una día como cualquier otro, pero que para Taiga se convirtió en su preferido. Después de uno de sus encuentros, con una parca sonrisa en su rostro y una mirada sincera, de forma muy ambigua y subyacente, le agradeció por existir.


Y ahí fue cuando entendió que ya no podía negarse más lo obvio, aquel revoloteo característico de las mariposas hizo cosquillas en su estómago. Esa vez cayó rendido ante su persona; cayó ante Daiki y su azulada mirada.


Estaba enamorado.


Pero, ¿por qué de él?. Un arrogante y tosco Alfa que no tenía ningún atributo más que la verborragia. A lo mejor era porque compartían una fuerte pasión por el mismo deporte, tal vez porque ellos eran parecidos en muchos sentidos, quizás porque simplemente lo amaba.


Casi ilógico, pero no para Taiga. Cada pequeña cosa que Daiki hacía era motivo de adoración para él, aunque su personalidad chocante a veces lo sacaba de casillas, también adoraba sus peleas tontas. En las tardes en el Maji Burguer, luego de que el perdedor pagara la comida, disfrutaba viéndolo devorar su hamburguesa para saciar el hambre que provocaba sus salvajes partidos. Más tarde, iban a su casa a ver películas de acción o terror, viejos encuentros de basketball de sus equipos favoritos o jugar videojuegos y al hacerse de noche el moreno se quedaba a dormir y, cuando a mitad de la noche iba a por un vaso de agua, ver sus expresiones relajadas y oír su tranquila respiración. Disfrutaba mucho la rutina que adoptó sin vacilación y que no quería dejar ir, momentos irreemplazables para Taiga que guardaba en su corazón sin notarlo.


A lo que quiero llegar es que no se podía elegir de quién enamorarse, fue algo que surgió de la enemistad pero que terminó por complementarlos a los dos.


Entonces, con la intención de no causar estragos en su amistad nacida de la rivalidad, aunque agradable, prefirió ocultar sus sentimientos y dejar el placer de conocerlos para él solo.


Claro que lo último que se espera en una fría mañana de invierno es que, luego de diecisiete años viviendo como un Beta, repentinamente se presentara como Omega.


Al principio creyó que era una leve fiebre, algo de lo que no debería preocuparse, por lo que de igual forma decidió asistir al partido amistoso contra Tou. Tomó un medicamento para la gripe y se alistó para salir de su apartamento. Ya fuera sintió un poco más de calor, algo raro teniendo en cuenta que hacía frío, pero simplemente esperó a que la medicina tuviera efecto y se encamino hacia la escuela.


Empezó a considerar que fue una mala idea cuando apenas logró llegar a la puerta del gimnasio, cayendo estruendosamente de rodillas al llegar, débil y agotado. Aquel aroma, que identificó hace tiempo provenía de Daiki, hoy era mucho más denso y fuerte; atravesaba su garganta, llenando sus pulmones y terminaba por sentirse insatisfecho al acabarse el espacio en éstos. Necesitaba más, quería más, deseaba todo de él.


Cuando sus miradas conectaron se sintió en el suave oleaje del mar, flotando entre las olas y dejándose llevar por la corriente hasta terminar en los brazos del moreno, el tiempo ya no transcurría. Todo giraba entorno a él, como en los últimos dos años, pero ahora lo único que tenía presente en su cabeza era Daiki, Daiki y Daiki, no había espacio para otra cosa. Tenía una fuerte necesidad de abrazarse a él y que su aroma lo envolviera, que lo poseyera y reclamara como suyo, actitud típica de un Omega; querer que su Alfa los quiera y reclame. 


La magnificente sensación fue quebrantada en miles de fragmentos de forma violenta, la cuchilla fueron las toscas palabras de Daiki. 


El establecimiento permaneció en total silencio, expectantes a la respuesta de Taiga pero éste no dijo ni una vocal, siquiera parecía respirar. Daiki se fue y llevaron a Taiga a la enfermería; allí se enteró que era Omega, uno que recién se presentaba. Su primera reacción fue escepticismo, después de todo, toda su vida fue Beta y que ahora, repentinamente, fuera Omega era... poco creíble. La doctora de la escuela le explicó que se daban casos en donde el Omega interno permanecía dormido por mucho más tiempo que el normal, despertando por una emoción fuerte. Al instante supo que aquellas balas que entraron en su organismo hasta desangrarlo, aquello que Daiki provocaba en él, empujándolo a la aceptación de sus sentimientos, fueron la causa del despertar de su Omega. En silencio escuchó los indicios que le daba la mujer para con su nuevo estilo de vida.


Ahora estaba anclado a una cama porque casi no podía mantenerse en pie y los incongruentes sollozos y lamentos de su Omega interno se confunden con los suyos. Extraña las vigorizantes tardes con una balón en una mano y el orgullo en la otra, extraña ir al Maji Burguer, extraña las duras prácticas juntosu equipo.


Iba a extrañar su vida antes de que todo se viniera abajo.


Estaba siendo consumido por un aturdidor dolor que recorría cada rincón de su cuerpo y la mancha negra similar a un moratón, oriunda de su corazón, ya había ocupado cruelmente la mayor parte de su pecho, comenzando a trepar por su cuello. Cada avance son garras desgarrando su piel, una agonía constante. Siente pena de su mísero estado, en su casa ya no hay espejos, el reflejo que éstos les muestra parecían ser fantasmas que querían arrebatarle la vida.


¿Vida?, está atorado en un limbo, no está vivo, tampoco muerto, ya no siente miedo de lo que le espera, ya no siente nada físicamente.


Observa por la ventana cómo la nieve se juntaba en el marco de la misma. Odia el frío, siempre lo hizo, odia que éste se cale hasta sus huesos y se clave como agujas, odia no sentir el avasallante calor del sol, odia estar en su desolada habitación y que todo se torne cada vez más lúgubre, odia que su cuerpo necesite tanto de Daiki, eso ocasiona que su cabeza le juegue en contra y cree una distorsionada pintura que podrá ser falsa, pero él cae en la trampa y se deja llevar por la mirada penetrante.


Pero lo que más odia es que aún con los sueños aplastados, no puede alejar los rastros de esperanza que amenazan su salud mental.


Deja el arrepentimiento correr por sus venas; arrepentimiento por no poder ser parte de la NBA, arrepentimiento por no poder jugar una vez más al deporte que tanto ama, arrepentimiento por dejar tantos sueños a la deriva, arrepentimiento por dejar tantos amigos, que jamás pensó hacer, atrás.


Vuelve a recaer en la frustración y hastío. Sabe que tiene otra solución, sabe que olvidar es una opción factible; olvidar cada cosa que él provocó en su persona, cada sensación y sentimiento que estremeció su cuerpo, cada experiencia adquirida, la admiración que desarrolló al verle jugar, olvidar el profundo y entregado amor que le tiene, casi de manera ciega. Sin embargo, mejor que nadie entiende que es imposible, no puede aunque lo intente porque lo que atormenta el corazón de Taiga no es sólo amor, lo que el le profesa a Daiki va más allá de lo que puede llegar a comprender; es inefable.


El amor es como una enfermedad, una adicción, difícilmente puedes detenerla, una gota de más y caes en la sobredosis. Taiga tropezó en un punto, probó el amor, se volvió adicto y ahora lo rodea la enfermedad del amor.


Está roto, abandonado, y no hay nadie allí para salvarlo.


Quiere correr, quiere escapar del mundo en que no desea vivir, quiere huir de todo como un cobarde, siendo en vano su esfuerzo al darse cuenta que siempre terminará cayendo en las manos de Daiki.


Atrapado en un infierno, incapaz de salir de las profundidades del pantano, se tortura pensando qué habrá hecho mal para ser castigado de esta forma tan despiadada.


[ . . . ]  


Corre a la velocidad de un animal salvaje, teniendo en mente arrastrarse si era necesario ante una deidad, ángel o lo que fuese para que le permitiese llegar a tiempo, para rogar unos pocos segundos más, para pedir la voluntad y la fuerza para hacerle frente al chico que hirió profundamente.


Con el corazón en la garganta y sin aliento no pierde tiempo, entra al departamento de Taiga, casi tirando la puerta abajo. 


 — ¿Qué haces aquí?. —Escuchó la voz fémina de Alex. 


Él no pudo decir nada, aún se hallaba sin aire, pero alguien más sí encontró las palabras perfectas que decir.


— ¡Vete de aquí, asesino!.


Aomine Daiki puede sentir a la perfección cómo en su interior algo se derrumba, cómo algo pierde forma y se esparce en miles de fragmentos, mas no puede describir la magnitud del dolor que se apodera de su cuerpo y que reduce a su potente y poderoso Alfa en algo desdeñoso y frágil. Jura que su corazón dejó de latir por unos segundos para permitir que un atroz frío circulara por todo su pecho. Aquella palabra se clavó en su consciencia; las náuseas lo atacan y el suelo de madera comienza a girar bajo sus pies. Se siente perdido, fuera de lugar. Choca con la pared al perder el equilibrio, respira lento y pesadamente, dolía hasta el simple hecho de respirar. Parpadeó varias veces confundido y estupefacto.


Alex lo observa compasiva, dudosa y tan molesta como Tatsuya, pero ve el tormento en los ojos del moreno y siente pena por él.


— Tranquilo Aomine. —La voluptuosa mujer se acerca a Daiki y palmea su hombro. — Queremos creer que está bien.


— Quiero verlo. —Demanda.


— No puedes. —Daiki sabe que desde el día en que rechazó a Taiga, para Tetsuya, su simple mención era un mal augurio, pero no estaba para atender sus caprichos.


— Tú no puedes decirme qué hacer, Taiga es mi Omega y quiero verlo. —Hace un fuerte énfasi en toda la oración. — Necesito ver por mi cuenta si está bien.


— Eres despreciable, todo ésto es tu culpa. Si no te hubiera conocido, su Omega no habría despertado y ahora él no estaría sufriendo por lo que le has hecho. De igual forma, no p...


Daiki aún conservaba la sorpresa de cuando se enteró que Taiga recientemente se presentó como Omega. Había llamado a Tetsuya para que le explicara cómo es que un Beta puede ser Omega después de su pelea con el menor, porque jamás sintió un aroma dulce o similar provenir de él hasta ese día en el gimnasio de Seirin. Algo no característico de Tetsuya era insultar tan directamente como lo hizo en aquella llamada telefónica, luego, con más calma, le dijo que fueron los sentimientos de Taiga hacia él lo que despertaron a su Omega interno. Mejor que nadie sabe la inmensidad de su error, sabe mejor que ningún otro que su daño fue enorme; el Omega de Taiga era más susceptible de lo normal al no tener mucho tiempo de haber despertado y, por ende, los efectos del rechazo eran muchos más dañinos, había comprendido el porqué el rápido deterioro físico. Sin embargo, estaba feliz, Taiga lo amaba desde antes de que todo se halla ido por la borda.


No le agradaba que ese Beta le remarque su error, todavía estaba a tiempo de reparar aunque sea una pequeña parte. Sus ojos ardían en un fuego azul anegados de puro hastío dirigido hacia Tatsuya. Con su fuerza bruta de Alfa lo tomó por el cuello y lo elevó en el aire. Alex entró en pánico, un Alfa enojado no es bueno; no controlan sus instintos ni sus emociones, se dejan llevar por lo primero que sienten y son capaces de todo. Sin su Omega cerca era como intentar calmar a un león hambriento con verduras.


— No voy a perderle. No ahora que puedo salvarlo.


Los ojos de Tatsuya brillaron con cierta esperanza, aún así, el escalofrío que le causó la voz de Daiki lo perturba, inclusive siendo él un Beta. La tensión podría lastimar a alguien, se cohibía ante la autoritaria presencia y voz de Daiki.


— Kagami es mío, sólo mío. —Retumbó su voz de Alfa, un gruñido.


Daiki soltó al azabache que cayó aparatosamente en el piso, respirando entrecortado y tosiendo violentamente.


— Te decía, antes de que te comportaras como un maldito demente, que Taiga no está. Desapareció.


[ . . . ]


Había una capa de nieve en cada centímetro de la superficie, evitando que pudiera correr bien, la embravecida tormenta le privaba de un buen panorama. Sin embargo, sus pies seguían adelante en compañía de la desesperación y nerviosismo. Daiki se desplazaba sin tener muy claro a dónde dirigirse, con la adrenalina bombeando por sus venas y evitando que sintiera el hostil frío. No tenía ningún indicio sobre Taiga, nada, ni siquiera su aroma, era como si se hubiera esfumado del mundo y de sus manos.


La razón lucha con su corazón como adversarios, uno busca de forma lógica y en el otro domina el instinto. Hace de su cabeza un campo de batalla, no puede pensar bien. Su Alfa grita desquiciado y asustado, lo aturde.


En este punto, parado en medio de la calle y viendo los copos de nieve eran llevados por el viento, estaba perdiendo sus últimos pedazos de cordura que residían en él; su Alfa interno se retorcía y gruñía por tener entre sus brazos a su Omega y por su seguridad, y Daiki no podía estar más de acuerdo con él. Pero era una posibilidad de una en un millón, similar a buscar una aguja en un pajar; imposible y exasperante. Ya había recorrido los lugares en los que Taiga más concurría; el restaurante de comida rápida favorito de Taiga, el parque, tiendas de zapatos deportivos, cualquier lugar, sin obtener ni una atisbo de él.


Apoyó sus manos en sus rodillas y tomó aire; estaba cansado, llevaba un buen rato corriendo. Respira rápido para reponer el aire, aunque sabe que es una excusa que puso para disfrazar las ansias de llorar, las ganas de desplomarse en la nieve dispuesto a rogar a cualquier entidad que le devolviera lo más preciado que tuvo hasta ahora. Se muerde los labios y se clava las uñas, no iba a llorar, no debía hacerlo, no tenía el derecho.


Volvió a correr, esta vez con un poco más de dificultad; la leve capa de nieve de un principio era ahora una gruesa manta de un insano color blanco, lastimado su vista y aumentando su frustración.


"Aomine."


Resuena en sus tímpanos como una caricia. A su nariz llegó aquel aroma tan embriagador y llamativo para su persona y su Alfa, tan perfecto y acoplado a su gusto como Taiga lo es en todo sentido. Ese perfume que no se dio el merecido tiempo de disfrutar y anhelar.


Sus pisadas aceleraron tanto como los insonoros ruidos de su corazón, un desquiciado redoble de tambor, guiándose únicamente por la voz que lo llamaba desesperado. Sin darse cuenta llegó al lugar más obvio pero en el cual olvidó buscar.


Taiga yacía en la acera en la cacha en donde siempre jugaban, cubierto por la nieve.


Con rapidez se acercó y, con una desbordante alegría y tranquilidad momentánea, vio que era el chico que últimamente tenía su cabeza hecha un lío. El sentimiento de paz cambió rápidamente al de preocupación máxima, su Alfa le susurraba con voz apagada cosas irrisorias que ni él mismo comprendía mientras que el terror de ver los ojos cerrados y las mejillas pálidas de Taiga lo invadía.


— Kagami. —No sabe cómo logró hablar, aunque su voz sonó afligida. — Hey, Kagami...


La llama de Daiki se había apagado hace tiempo, esa que era el motor de su pasión hacia el basketball, no eran nada más que cenizas grises y vacías. No fue hasta que conoció a Taiga que algo cambió considerablemente debido a su llama que brillaba tan fuerte que hasta lastimaba sus ojos, pero aún así sin poder dejar de verla. Iluminando a todos a su paso, extendiéndose y alejando a la oscuridad, mostrándole el final del pozo en el que se hundía cada vez más, quería que su llama brillara para siempre.


Taiga era su luz, era el latido de su corazón y no resistía verlo tan mortecino.


Lo llamó nuevamente, sin obtener reacciones. No se movía, tampoco respiraba. Quería llorar, realmente quería berrear como niño al que le quitaron su dulce preferido, pero no iba a hacerlo. Lo abrazó contra su cuerpo, intentando protegerlo de todo, de todos y hasta de él mismo si pudiera. Lleva su mano al rostro de Taiga y observa sus rasgos, las cejas raras y sobresalientes que le fascinan, las largas pestañas que le daban una bella forma a los ojos rubíes pero con una marcadas ojeras, sus mejillas pálidas a las que les proporciona un suave roce y por último sus labios, gruesos y del sabor amargo que recuerda haber probado; los besa.


En su interior se crea el desastre, el caos se desata, una tormenta de emociones viscerales que hacen a un lado las suyas; fatales y de desamparo, un ataque de ansiedad que apretaba su garganta. Daiki siente en su pecho un desconsuelo agudo y lacerante, quemaba como el infierno, comprende que es lo que Taiga cargó todo este tiempo y con impotencia abraza aún más el cuerpo que descansa en su regazo, casi fundiéndose en uno.


— Lo siento, lo siento mucho. —Su mandíbula tiembla y sus manos se aferran al inerte cuerpo. — No me dejes, por favor, no puedo... sin ti yo...


Su voz quebradiza ya no tiene firmeza, como un hilo a punto de romperse. Sus manos tiemblan mientras sostiene el rostro del chico que parecía dormir, aprieta la mandíbula y mira al cielo; sin ganas de seguir, devastado.


— Jamás pensé... que podría verte llorar así.


Vira su completa atención al lugar de donde preveía el melifluo timbre, encontrándose con los tan amados ojos escarlata.


Taiga suspira feliz, satisfecho por cumplir su objetivo; ver una última vez al Alfa. Se siente débil, atrofiado, sin energía, pero algo cambió y es que ya no hay frío, sólo el más envolvente calor.


Daiki se permite llorar libremente, dejando al descubierto su alma contrahecha, con dolorosos gritos que rompían su voz y gruesas lágrimas bajando por sus mejillas, abrumado por la conmoción y la infinita felicidad, escondiendo su sonrisa en el cuello del Omega e inhalando el increíblemente dulzón aroma. Taiga se limitó a acariciar su azulado cabello, una temblorosa caricia, y desprende una leve cantidad de feromonas para calmar al Alfa. Le seca las lágrimas suavemente y sonríe al notar el contraste de temperatura.


Daiki siente el frío de su mano, aquella que siempre su roce fue tibio, y la apresa contra su mejilla. Juntan sus frentes y se contemplan a los ojos sin decir una palabra, no hay necesidad de ellas, eran felices con el contacto y las miradas suaves que lo decían todo.


La unión de sus labios era como probar un dulce y amargo postre; la combinación justa de los sentimientos de cariño y dolor que ambos poseían. Lentamente adquiriendo un gusto agradable, dulce como el néctar, uno único, uno sin igual y ni con el mundo o el tiempo en contra iba a detener el movimiento de sus labios. 


Uno lo identificó como el amor más puro, el otro lo describió como la perfección del mismo.


Prefirieron no pensar más y entregarse al beso.


Se sentían vivos, al fin estaban completos.

Notas finales:

Todavía falta un extra, ahhh


Metí a Midorima en medio del lío lol


Tengo un problema con hacer sufrir al bottom.


Aika-van.


????


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