"Mucho tiempo contemplando el infinito volvería loco a cualquiera", eso es lo que Allura había dicho y Keith lo estaba sintiendo. Su respiración pesada formaba un círculo de condensación en el casco y estaba tan rendido a todo que ni siquiera movió un músculo en alerta cuando la señal comenzó a sonar y parpadear.
—Aquí Keith.
Repitió y escuchó en silencio, desalentado, las voces agotadas de sus compañeros. Los brazos tenía cansados, no estaba seguro de si sentía o no las piernas. No sabía si había visto ya las estrellas que tenía en frente, si los patrones que dibujaba eran constelaciones reales o sólo producto de la extensión oscura de ese pequeño pedazo del universo en el que estaban estancados. ¿Giraban? ¿Se movían siquiera? Nadie que no hubiese estado perdido en el espacio conocería lo que es la desesperación real. El luchar sin obtener ningún resultado, el esperar la muerte de una u otra forma.
Keith cerró los ojos y dejó la cabeza apoyada en la de alguien más, ya no recordaba quién estaba detrás. Respiró profundo, concentrándose en algo que no fuese la inmensidad en la que ellos apenas eran una partícula insignificante. Voltron, defensor legendario del universo... Como si de algo valiese ahora.
Deseaba volver en el tiempo. Podía sentir el ardor de los músculos con el entrenamiento de Marmora tan vívido que le formó un nudo en el estómago. Recordó su habitación en el castillo, la cama suave que no había podido tocar en tanto tiempo. Recordó el viaje con su madre y tener que vivir en esa criatura cósmica. Recordó su casa en la Tierra, el aroma a arena que la rodeaba y las palabras de su padre cuando aún estaba con vida. Recordó su tiempo como cadete en el Garrison y, por supuesto, lo recordó a él. Su imagen se hizo tan clara que Keith pensó que podía tocarla, así que lo intentó.
Shiro.
Shiro había sido lo único que Keith había tenido durante tanto tiempo. Shiro era la razón de que él estuviese ahí en primer lugar, de que se hubiese embarcado en una ridícula misión de rescate con el resto. Keith nunca quiso luchar, ni tener un equipo, ni salvar el universo. Lo que Keith quería era que le devolvieran lo único que amaba, su único hogar.
Se quitó el casco. El cabello blanco del anterior paladín negro ondeaba y el suyo se le pegó al rostro. Fue fácil soltarse, dejar ir todo lo demás para saltar a su encuentro. Los labios de ambos se unieron por un fantástico segundo que debió durar una eternidad. Quería tocarle el rostro, decirle todo de una vez, quería que Shiro supiera que cada vez que peleó, lo hizo por ambos. Pero se deshizo cuando le rozó la mejilla; Shiro, al igual que todo lo demás, se desvanecía y no podía traerlo de vuelta.
La alarma lo despertó y abrió los ojos cristalinos de lágrimas que se aguantó.
—Aquí Keith. —Repitió, pero ¿cuál era el punto ahora? ¿Cuál?