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The Second Mutation por midhiel

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The Second Mutation

Capítulo Uno: El Reencuentro

En Sabah Nur había acabado con el mundo entero. Todo se había reducido al caos y a la destrucción. Finalmente los X-Men lo habían vencido y hecho desaparecer de la faz de la Tierra. Cuando subían al jet, Charles continuaba mareado pero orgulloso de haber completado la misión. Erik Lehnsherr, en cambio, estaba desolado. No era para menos. En cuestión de días había perdido para siempre a su familia adorada y él había contribuido a la destrucción y muerte de millones en el planeta. Había cambiado de bando, sí, pero a última hora cuando el daño mundial ya era irreparable.

Sin nadie por quien vivir o luchar, Magneto se sentó con su casco en mano sobre una roca del devastado paisaje para ver a los X-Men abandonar lo que quedaba de El Cairo. Charles era transportado por Beast al interior de la nave. Entonces, volteó hacia él con esa mirada comprensiva que tenía para con los desvalidos.

-Sube con nosotros, Erik – y añadió con una sonrisa -. Por favor.

Erik lo miró intrigado. ¿En serio quería que lo acompañara después de lo que había hecho y le había hecho a él personalmente al secuestrarlo de la mansión y a ayudar a En Sabah Nur para que le transfiriera la conciencia?

Como no llevaba el casco, Charles pudo leer su desconcierto y le contestó.

“No te guardo rencor, viejo amigo. Siempre supe que había bondad en ti y lo demostraste. Perdiste mucho, demasiado. Hoy más que nunca necesitas de nosotros.”

Erik no pudo evitar pensar: “Necesito de ti, Charles.”

El telépata lo leyó.

-Por eso – respondió Charles en alto -. Ven con nosotros, ven conmigo, Erik.

El individualista Erik, que pocas veces seguía consejos, obedeció. Charles no manipuló su mente, subió porque deseó hacerlo.

…………

Los jóvenes se sentían inquietos con la presencia de los dos Jinetes: Magneto y Ororo, pero especialmente con Magneto. Había estado a un paso de desatar el Apocalipsis moviendo todo el metal del planeta. Pero confiaban en Charles Xavier y como él había invitado a Erik, no emitieron opinión alguna durante la travesía. Charles leía la confusión de sus pupilos y varias veces les sonrió paternalmente para demostrarles que no había nada que temer.

Moira patrullaba el jet con Beast y le regalaba miradas cómplices el telépata. Charles acababa de devolverle sus recuerdos y ahora regresaba a su memoria la amistad que habían tenido los dos veinte años atrás hasta el primero y único beso con el que él se la quitó.

Charles le respondía con una sonrisa suave. Erik lo notó y a pesar de estar anímicamente destruido, sintió celos. Es que él y Charles sí habían tenido un romance veinte años atrás. Había sido una relación íntima, secreta, sexualmente ardiente y marcada por el respeto y el cariño hasta su separación en la playa de Cuba. Una década después volvieron a encontrarse cuando Charles lo rescató de la celda del pentágono y, después de discutir, hicieron el amor en el avión privado mientras Logan dormía y Hank estaba encerrado en la cabina. Más tarde se separaron y no se habían vuelto a ver hasta ahora.

“¿Sientes celos de Moira?”, le preguntó mentalmente Charles, tomándolo de sorpresa. “Te recuerdo que estuviste casado por diez años y no te recriminé nada.”

Erik lo miró desorientado. Charles rio con complicidad.

…………

Magneto y Jean Grey reconstruyeron la mansión respetando hasta el último detalle. El tatarabuelo de Charles, que la había fundado, podía sentirse orgulloso desde donde estuviera.

Por la noche Erik entró en el estudio donde yacía el juego de ajedrez y se sentó en uno de los sillones. Charles ingresó y lo encontró observando las piezas, ensimismado en su mundo. Por una cuestión de respeto a su intimidad, prefirió no leerlo.

-¿Quieres jugar una partida? – preguntó para devolverlo a la realidad.

Erik asintió en silencio.

Charles ubicó su silla enfrentado a él. Le tocaban las piezas negras.

-Tú empiezas – invitó.

Erik movió su caballo izquierdo.

-¿Estás pensando en tu familia? – indagó Charles.

-Sabes que tenía una esposa y una hija – contestó con un dolor profundo -. Mi esposa era un ángel, tan comprensiva como tú, Charles. Si hubiera sido mutante su don habría sido la empatía como el tuyo.

Charles se mordió el labio. “¡Dios mío!” pensó. “Eligió una mujer parecida a mí.”

Ajeno a lo que reflexionaba, Erik continuó.

-Mi hija comenzaba a manifestar sus poderes: podía comunicarse con los animales salvajes e influir en su comportamiento. Ella – no pudo seguir y sepultó la cabeza entre las manos, ahogándose en un llanto silencioso.

Charles movió la silla hasta su asiento y le acarició el brazo. No existían palabras ni pensamientos que enviarle para consolarlo. Erik simplemente lo había perdido todo. Después de largos e intensos minutos, Magneto alzó la mirada y se encontró con los ojos acuosos y comprensivos de Charles. Soltó un gemido y lo abrazó para continuar llorando.

-Sufriste demasiado, amigo mío – suspiró Charles. Podía percibir su dolor y el vacío de la nada misma -. Aquí tienes un hogar y me tienes a mí.

Erik deshizo el abrazo para secarse los ojos.

-Gracias, Charles – suspiró -. Pero tú tienes a Moira.

-Moira no tiene importancia si tú me necesitas – soltó Charles sin razonar. Solo le salió la frase. ¿Era su inconsciente el que hablaba?

-Te amo – confesó Erik entre lágrimas -. Pero no puedo traicionar a mi esposa. Ella . . . Ella quería vivir. . . Mi hija quería vivir . . . queríamos ser felices . . . Querían que yo fuera feliz . . .

Llevado por el momento, Charles lo besó. Erik quedó aturdido pero no opuso resistencia. Abrió la boca invitándolo a explorarla. El sabor, la lengua, los dientes, conocían cada rincón del otro. Siguieron masajes descontrolados en las espaldas, caricias en los brazos, en los pechos y en las cinturas hasta llegar a los cinturones y, más abajo, a las cremalleras. Ambos, sincronizados en tiempo y movimiento, desbrocharon el botón del otro y bajaron el cierre.

-¿Tu habitación o la mía? – preguntó Erik como lo hacía veinte años atrás cada vez que se amaban en la misma mansión.

Charles le estampó otro beso y su respuesta sonó a un balbuceo intraducible. Sin separar las bocas, Erik lo cargó en brazos para depositarlo en el sofá cercano. Luego se le acomodó encima. Se desabotonaron las camisas y se bajaron los pantalones. Entre besos y caricias, se lamieron los rostros y los cuellos de manera apasionada. Estaban cansados pero ávidos de sed de encontrase. Necesitaban sentirse, necesitaban penetrarse, necesitaban amarse. Erik se irguió apenas y le alzó los glúteos para entrar en él. Despacio y suave fue introduciéndose. Dejaron de tocarse y fijaron las miradas cada uno en la pupila del otro: ellas resplandecían por el deseo. Poco a poco, Magneto fue ingresando su miembro hasta quedar ubicado adentro. Mientras jadeaba, Erik comenzó a mover las caderas empujando las de Charles, que sujetaba con ambas manos. Charles resoplaba y soltaba gemidos. Sentían las palpitaciones en los pechos y el ardor del cuerpo entero. Sudaban y se abrazaban mojando al otro. Se besuqueaban ya el cuello, ya el rostro, ya el tórax y ya la boca.

Finalmente el orgasmo los sacudió. La vista se les nubló y un temblor de gozo los inundó de pies a cabeza. Sintieron que se llenaban y vaciaban al mismo tiempo. Erik liberó su semiente dentro de Charles y este, la suya afuera. Continuaron por un momento sudorosos y palpitantes. Poco a poco los jadeos se fueron apagando. Riendo, Erik se echó de espaldas en el pequeño espacio libre del sofá y Charles se movió con un reflejo rápido para darle lugar. Se abrazaron cómplices y felices. Charles apoyó la cabeza sobre su torso desnudo con el oído encima de su corazón. Su palpitar le pareció el sonido más gratificante. Erik lo envolvió en sus brazos y se acurrucó contra él, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Era una sensación cálida y placentera. No se dijeron nada y por un rato los dos se complacieron en sentir solo la respiración del otro. Parecía que el tiempo hubiera volado veinte años atrás cuando se amaban con la inocencia que solo da la juventud. Nunca habían dejado de hacerlo pero ahora la situación de cada uno los obligaba a transitar diferentes caminos. ¿Podían darse una oportunidad y reiniciar el romance?

Mientras se mantenían abrazados, Charles le leyó la mente.

-No vas a quedarte – comentó con un suspiro.

Erik cerró los ojos. Charles sintió la mezcla de sus emociones y pensamientos: había decidido no permanecer en Westchester porque necesitaba volver a pelear por su causa. Los dos buscaban lo mismo: proteger a sus hermanos mutantes y guiarlos para que se convirtieran en personas libres y orgullosas de ser quienes eran, pero mientras que Charles quería integrarlos a la sociedad por medio de su escuela, Erik anhelaba crear una exclusiva de mutantes, que se rigiera por leyes superiores a las de los humanos. Su corazón le clamaba que permaneciera en la mansión pero su espíritu combativo le exigía salir de allí para ir a luchar por sus ideales. Se amaban pero no podían permanecer juntos. Una ironía del destino que Charles tenía que aceptar y que solo podía lograrlo si aceptaba a Erik tal cual era.

-Quiero que te quedes – confesó el telépata finalmente con dolor y determinación al mismo tiempo -. Pero no quiero obligarte a hacer algo que no te hará feliz.

Erik le besó la mejilla a modo de consuelo.

-Tú puedes obligarme a hacer lo que quieras que haga – le recordó -. Ese es tu poder.

-Sin embargo, no lo haré.

-Lo sé, Charles.

-No lo haré porque te amo.

Erik lo acunó en sus brazos mientras dejaba los labios posados sobre su cabeza. Él también lo amaba y todo su ser le suplicaba que permaneciera a su lado para ser feliz. Charles era la única persona que podía hacerlo dichoso. Pero la felicidad no le importaba a Erik después de haber perdido a Nina. Ahora le importaba defender la causa mutante como se había prometido en su juventud cuando él y Charles estaban juntos y creían que podían revolucionar el mundo.

-Partiré mañana, Charles.

-Sabes que las puertas de Westchester estarán siempre abiertas.

Erik no le contestó. Tan solo lo oprimió más contra sí y sepultó el rostro en su mejilla refrenando a duras penas las ganas de llorar. Charles dejó caer algunas lágrimas. Era una despedida agridulce y sincera a la vez.

………………..




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