Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un sueño que pasó de boca en boca. por Ulala

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Hola (? Nada, esta narración fue como super rara. Creo que nunca había hecho algo así, pero sinceramente me gustó. Así que, espero que a ustedes les guste tanto como a mí. <3 

Besos. 

Queridos lectores, en el mundo, somos fugaces. Ni siquiera nos damos cuenta de ello. Pasamos, muchas veces sin dejar nuestra marca, muchas veces sin haber hecho lo que deseamos durante toda nuestra existencia, hasta darnos cuenta; en los últimos segundos, que nuestra vida simplemente expiró y ahora alimentamos gusanos con los retazos del cuerpo, dos metros debajo de la tierra. Bueno. Eso fue levemente sangriento. Ahora, concentrándose en la historia y trataré de no irme por las ramas, como siempre suelo hacer. Sucedió hace mucho tiempo y me la contó el amigo de un amigo. Eso creo. En realidad no lo recuerdo.





Esto podría comenzar diciendo que “había una vez, un muchacho que…” y bla, bla, bla. Pero ciertamente es bastante aburrido. Así que, comenzaré diciendo esto: Depende de qué tan rápido leas, en diez minutos, el personaje principal será atropellado brutalmente por un auto. Mortalmente, más bien. ¡Pero espera! Antes de que te enojes y dejes de leer en tu cabeza mis palabras: esto curiosamente termina feliz. Lo sé, no tiene sentido ¿verdad?





Prosigo: había días, en los que nuestro personaje, repleto de un vacío existencial, que cubría cada parte de su ser, necesitaba simplemente aislarse. Pero no me malinterpreten, no era tristeza. Ese mismo día, decidió que quería caminar, como si nada más del mundo importara, hasta perderse, hasta no conocer nada. Claro que él no pensó mientras lo hacía, que aquellas calles, poco a poco se alejaban más y más de la zona céntrica.





En un principio, todo estuvo bien, como siempre. Parecía funcionar, mientras escuchaba la contaminación ruidosa típica de una ciudad demasiado poblada: alarmas, perros, gritos, autos. A veces, cuando miraba a alguien que pasaba por su lado, se imaginaba que quizá, sólo quizá, fuera una persona tan rebuscada como él. Con sus problemas, con sus buenos y malos días, sumida; al mismo tiempo, en sus propios pensamientos y problemas. Porque claro, cada persona es un mundo y nadie realmente analiza lo cierto que es esto.





Miró con sus ojos negros el suelo y recordó cuando solía jugar de pequeño, a no pisar las rayas. Y una pequeña observación del narrador, que esta vez; no es objetivo, es que a éste muchacho, le hacía falta sonreír desde hacía tiempo. No soñaba, desde hacía casi la misma cantidad de estaciones. Una hora. Había pasado una hora, extraviado en su cabeza, perdiéndose, caminando recto, girando en algunas esquinas a la izquierda y en otras a la derecha. Frenó en seco y observó a su alrededor. Maldijo.





Podríamos decir millones de cosas buenas acerca de ese hombre —en realidad exagero, no son tantas—, pero una de ellas, por ejemplo, no era que tenía sentido de la orientación. Y sí, coincido con ustedes en que es idiota salir a caminar ciegamente sin tenerlo, pero aún tenía google maps, que se negaba a usar, por ser extremadamente terco. Por supuesto, para empeorar la situación y hacerla claramente más cliché, sintió una gota caer en el tabique de su nariz. Observó el cielo gris, casi negro como su cabello y masculló. Buscó rápidamente algún lugar para refugiarse y en un principio, no lo encontró. En cuanto la desesperación y el frío cubrió su cuerpo, lo encontró: una tienda. Caminó a paso rápido, sintiendo cómo las gotas caían sobre su saco largo de paño y su cabello. Ese día, se había dicho a sí mismo que para qué llevar paraguas, si probablemente no llovería. Y ahí estaba él, mojándose con el agua que caía malditamente fría.





Abrió la puerta bruscamente, dejando pasar el aire frío. Dentro, sonaba una música suave, que creía haber escuchado por mucho tiempo, pero que su memoria había desechado para cosas más importantes, como si fuera un disco duro con pocos GB. No me culpen, eso pensó él.





En un principio, creyó que no había nadie. Hasta que lo vio, detrás del mostrador. Se quedó parado en la puerta, observando su sonrisa con sorpresa. ¿Por qué sonreía así? ¿qué clase de persona tenía que ser ese tipo, para mostrarle la sonrisa más deslumbrante que había visto en su vida a un simple desconocido?





—¡Hola! —su voz le penetró cada poro de su piel, demasiado alegre, demasiado jovial. Tuvo un escalofrío por el frío—. ¿Puedo ayudarte en algo?




Frunció el ceño. ¿Ayudarlo? ¿en qué? ¿por qué? Abrió la boca pero no dijo nada. Lo miró a los ojos por unos segundos. Se sintió idiota y pensó que él debía pesar lo mismo.





—Buenas tardes —saludó educadamente, acomodándose su chaqueta—. Está lloviendo afuera, disculpa que haya entrado tan bruscamente —hablaba rápido y al instante en que terminó, giró su rostro de la mirada celeste. Intentó que su voz sonara firme.




—Ya veo —soltó algunas risitas distraídas—, éste invierno es de los peores ¿verdad? —el moreno asintió. Miró alrededor—. Puedes mirar si quieres. De todas formas, no viene mucha gente por aquí.





—Sí, sí lo es —caminó lentamente delante de las estanterías, con sus manos en los bolsillos. Discos, de vinilo, CD’s. Hacía demasiado tiempo que no veía uno. Todo era demasiado vintage. Frenó en seco cuando la melodía volvió a sus oídos—. ¿Cómo se llama esa canción? —habló casi sin pensar.





Este, señoras y señores; queridos lectores y lectoras, fue el comienzo de todo.





Frotó las palmas de sus manos aún con los guantes puestos. Al respirar, observó el vapor salir por su nariz. Invierno. Nuestro querido personaje, amaba el invierno. ¿Por qué? Bueno, porque era un tipo específicamente huraño y eso le permitía quedarse en casa con alguna excusa sencilla de comprender. Pero, a pesar de ser odioso, arrogante, orgulloso y con una lengua venenosa y tenaz, éste señor tenía un secreto. Impronunciable, incluso para sí mismo.





Antes de continuar, me gustaría decirles la fecha: 22 de junio de 2018. Ahora ustedes dirán ¿por qué es imperativo saberlo? Porque el lugar al que Sasuke Uchiha se dirigía, en pleno invierno, nevando; donde la gente prefería quedarse en su casa, era nada más y nada menos que una disquería. Exactamente lo que leyeron. En pleno 2018, auge de Spotify, de YouTube, Netflix y demás porquerías online que incluso tú disfrutas ¿quién diablos iba a una disquería hoy en día? Él no lo haría probablemente en otras circunstancias. Pero no era sólo aquello. Ese lugar, específicamente ese y no cualquier otro, quedaba en lo más recóndito de la ciudad. Casi abandonado, casi olvidado, que sólo había conocido por mera casualidad que ya han sido relatadas.





Cada vez, antes de entrar; relajaba los músculos de su rostro. Ya que una extraña sensación de nerviosismo le recorría el cuerpo. Y como siempre, ahí estaba él, ofreciéndole nuevamente esa sensación de recargarse completamente de energía al ver sus ojos. Adicción.





Y ya que estoy contándoles esta historia, los llenaré de detalles curiosos: el muchacho moreno, no era para nada una persona tímida. De hecho, con sus arrogantes ojos negros desprendía un aura de completa superioridad. Sin embargo, cuando veía aquella mirada celeste toda la cobardía se apoderaba de su ser. ¿Cómo sé esto? Bueno, porque no existe nadie más omnisciente que yo al menos aquí. Ahora, dejemos de hablar de mi maravillosidad y volvamos al punto: su intento de indiferencia llegaba a tal punto que Sasuke Uchiha supo su nombre simple y llanamente porque él se lo había preguntado primero. Prácticamente le gritó, a los cuatro vientos que se llamaba Naruto Uzumaki, mientras le extendía su mano y la agitaba animadamente.





Luego de aquello, todo fue para peor. Bueno, en realidad peor para el moreno. La segunda vez que había ido, fue autoconvenciéndose que lo hacía para agradecerle. La tercera, porque estaba aburrido. La cuarta, fue inercia. Después de esa, dejó de contar y yo también.





A veces simplemente se quedaba en silencio observándolo de reojo con sus ojos negros. Siempre compraba algún CD extraño, que ni siquiera conocía ni le interesaba; hasta el punto que su biblioteca, antes vacía, ahora estaba repleta. Tanto era así, que se formó una pila de más plástico al lado de ésta, cuando el lugar fue insuficiente. Porque claro está, que debía tener una maldita excusa.




—Oye, Sasuke, realmente te gustan los CD, ¿verdad? —le preguntó, con una amplia sonrisa en sus labios, apoyando su cabeza ladeada en la palma de su mano. El moreno tragó saliva.




—Sí —contestó, girando su rostro rápidamente.





Cordialidad, cortesía, química. Sólo le caía bien. Y eso era algo que se estuvo repitiendo una y otra vez, como una canción pegadiza en su cabeza. Podría haberlo invitado a tomar un café para que por unas horas no fueran cliente y empleado, se lo había planteado e imaginado. Sólo para verse fuera de ese ámbito, de esa tienda vintage, llena de cosas que compraba sólo para verlo, pero no lo hizo. Porque su orgullo o porque su cobardía, le recorrían el cuerpo de tan sólo imaginarlo. Y por supuesto, que era uno de los tantos errores que cometió y que cometería en su vida.





No fue hasta un mes y medio, 45 días después, 604800 segundos, que Sasuke, en la universidad; en plena clase, dándole vueltas al asunto, porque era algo que no podía quitar de su cabeza, lo comprendió. Como si una luz se hubiera prendido sobre su cráneo, como si de repente, todo tendría sentido. La necesidad de verlo, la alegría que lo recorría cada vez que le sonreía, que hablaban de la cosa más banal y estúpida del mundo. Comprendió que de alguna forma extraña, retorcida, casi impronunciable para ambos hemisferios, que le gustaba.





Aquellos ojos celestes que lo observaban con amabilidad, aquel rostro casi bronceado, aquellas marcas que siempre tuvo curiosidad de preguntar por qué estaban allí. Masculló. Había tenido novias. Eso no podía ser posible, ¡por supuesto que no! Ahí teníamos a Sasuke Uchiha, para muchos, rey de la arrogancia y de la belleza y muchísimas cosas más, prácticamente hablando solo, a punto de sonrojarse y frustrarse. Ideando teorías conspirativas acerca de por qué sentía lo que sentía, pero nada era lógico.




Las preguntas y las respuestas que le ofrecía su mente lo atormentaban. ¿Qué si él era amable con todos? Como si eso importara. ¿Qué si lo invitaba a cenar y lo rechazaba? Por qué lo haría. ¿Qué si en realidad, todo era parte de su imaginación? Y qué perdía con intentarlo. Todo pasaba por su mente. La conclusión final fue que actuaría normal. Dejaría de mirarlo como si quisiera tocar su piel sólo para saber si era tan suave como se veía. Podría haber eso. Sólo hasta saber, si es que en alguna línea temporal, sería posible que pudiera corresponderle.





Golpeó la mesa. En ese mismo instante notó dónde estaba. Lo miraron todos. Un aura siniestra creció a su alrededor. Una maldita clase. Se levantó bruscamente ignorando a todo el mundo, caminando con la frente en alto pese a lo que acababa de suceder. Porque un Uchiha nunca muestra su vergüenza.





Al llegar a su departamento dejó caer su bolso en la mesa y observó la maldita pila de plástico que se había acumulado en el suelo. Iba una vez por semana, a veces dos, cuando la agonía de la espera a la siguiente se hacía eterna para ver su rostro nuevamente. Golpeó su frente con la palma de su mano. Decidido, se paró lo más recto que pudo, se dirigió al perchero y cogió una chaqueta.





Luego de todas las veces que había ido allí, ideó un atajo que le ahorraba exactamente veinte minutos de caminata. Podría tomar un taxi, pero decidió que era mucho mejor caminar y pensar durante todo ese tiempo, específicamente qué decir. Actúa como si fuera una mujer, se dijo. Pero no es una maldita mujer. Maldijo. La señora, que pasó por su lado y escuchó sus insultos y refunguñadas, lo miró aterrada y él no se percató de eso. No es como si pudiera sonreírle y ya está. ¿Invitarlo a cenar? Con una sonrisa de lado, encantador y soberbio. No. ¿Un parque? Odiaba los insectos. ¿Videojuegos? ¿qué tan infantil era para alguien de veinte años hacer eso como una primera salida? ¿a su casa? Sonaba hasta aterrador.





Se vio parado frente a la puerta y tragó saliva. Nada, absolutamente nada era una buena idea. Ninguna de las cosas que había pensado era brillante, deslumbrante; que quitara todo margen posible de fracaso. No existía. La única solución era tirarse de cabeza, con los ojos cerrados y rezar a cualquier tipo de Dios que conociera, que no eran muchos cabe recalcar, que todo saliera bien. Su arrogancia se iba por un caño cuando él estaba de por medio. Empujó la puerta lentamente. La campanilla que estaba encima de ésta tintineó. Sintió la mirada en su rostro, sin saber cómo, pero los nervios lo recubrieron nuevamente. La ignoró, porque como dije antes: un Uchiha nunca muestra su vergüenza. Y claro está, entró orgulloso, con su rostro indiferente, muriendo de ansiedad por dentro.





—Buenas —saludó, mirándolo fijamente y sonriendo de lado. El rubio levantó la vista de la revista rápidamente al escuchar su voz y le sonrió, como siempre hacía.




—Ey —caminó del otro lado del mostrador—. ¿Sucedió algo? Generalmente vienes más espaciado —colocó un rostro pensativo. Sasuke tragó saliva.




—No. Es sólo —se calló. Tranquilizó sus pensamientos, intentando ordenarlos y su cuerpo casi amenazaba con temblar. Se quedó estático frente a su mirada. Naruto ladeó la cabeza confundido.




—¿Es sólo? —silencio por diez segundos—. Te ves gracioso con esa expresión —comenzó a reír.




—Cállate, idiota —giró su rostro rápidamente y el rubio lo golpeó de manera burlesca en su hombro.




—No necesitas una razón para venir ¿sabes? —se giró, fingiendo distracción, con su pulso completamente acelerado.





Ninguno de aquellos dos idiotas, y digo idiotas porque puedo; supo del nerviosismo que causaban en el otro. Sasuke se quedó parado en silencio sin saber qué decir. Naruto le sonrió de perfil. Podrían haber dicho tantas cosas o incluso hacer. Pero ambos fueron casi inmovilizados por el miedo. Yo sólo diré, de manera completamente subjetiva, que hubiera deseado que en ese momento se besen y vayan al depósito, luego de dar vuelta el cartel de “abierto”.





Sin embargo, siguiendo con la historia, lamento contarles; queridos y queridas, que no, no sucedió eso. Lastimosamente para todos, ambos son unos cobardes ¡y realmente me molesta tener que estar escribiendo lo idiotas que son! Al fin y al cabo, ahí salía Sasuke, nuevamente de la tienda, autoengañándose a sí mismo, con una bolsa que contenía quién sabe qué CD que nunca escucharía en su vida.





¿Alguna vez tuvieron uno de esos días, en que sumidos en sus pensamientos, caminando por las calles, no prestan atención a su alrededor? Bueno, no lo hagan. Señoras y señores, aquí les va un consejo que les servirá de por vida: miren a los dos lados de la calle antes de cruzar. No, en serio. Parece idiota. Pero ahí lo tienen a Sasuke, recientemente atropellado por la desgracia. Bueno, en realidad fue un auto, pero digamos desgracia, para utilizar metáforas literarias.





La sangre corrió por su sien. Pudo sentirlo incluso perdiendo el conocimiento por última vez. Se le ocurrió que la metáfora del túnel era bastante errada. Alcanzó a cerrar sus ojos. ¿Vería su vida, pasar en un segundo, como tantas veces había escuchado y leído? No, no fue así. Su cuerpo se adormeció y sintió frío. Los gritos se escuchaban cada vez más lejanos. Y lo que nuestro querido personaje, ahora ya muerto a las 17:46 p.m no pudo ver, es que en aquella bolsa, en aquel pequeño CD, uno de los tantos que no había escuchado y que ni siquiera tenía un estúpido reproductor para eso, había una nota, con letra temblorosa, casi nerviosa que decía: “Ey. Deberíamos salir alguna vez, idiota”





Y punto. Así termina esta triste historia de un estúpido arrogante y un idiota, ambos unos cobardes. Bueno, no, es broma. O sea, no. Lo del coche en realidad pasó. No en realidad. Ustedes entienden. Eso creo.





El Uchiha despertó de repente con su abdomen desnudo repleto de sudor. Miró a ambos lados, intentando calmar su respiración colocó la palma de su mano sobre su pecho, sintiendo cómo subía y bajaba bruscamente. Pesadilla. ¿Pesadilla? Reaccionó. Diez de la mañana, sábado. Casi sin pensar, instintivamente, se levantó rápidamente y se vistió con lo primero que encontró.





Se dio cuenta muy tarde que no había cogido ni una chaqueta, ni una bufanda. El frío lo golpeó al principio, pero en el momento en que comenzó a correr, dejó de importarle No pensaba, tampoco. Le diría todo, absolutamente en su rostro y si todo salía mal, al menos lo había intentado. El miedo le inundaba cada parte de su ser. Y Sasuke uchiha era idiota, pero no lo suficiente para cometer el mismo error dos veces, así fuera un sueño: se aseguró de mirar antes de cruzar la calle. Casi como una segunda oportunidad. A una manzana de la tienda, con su respiración agitada, sus piernas flaquearon, un escalofrío le recorrió la espina dorsal e ignoró absolutamente todo.





Exactamente cuatro metros frente a la tienda, paró bruscamente. Frunció el ceño, con un nudo en el estómago y punzadas en su bazo, que prácticamente ignoró. No estaba ahí. A menos que durante todo ese tiempo se hubiera confundido una disquera con una peluquería, no estaba allí. Observó el cartel de la esquina: la calle estaba bien. La confusión que sintió en aquel momento en indescriptible incluso para mí. Fueron cinco minutos, trescientos segundos de los cuales pensó cualquier tipo de posibilidad y ninguna parecía encajar. No podía ser posible que todo aquello fuera un producto de su imaginación. Se dio vuelta bruscamente sin percatarse de nada más, sintiendo que había perdido una parte de su alma por algo que nunca existió. ¿Naruto Uzumaki, un rubio demasiado eufórico para su gusto, demasiado expresivo y prácticamente todo lo contrario a lo que él era, no existía?





Chocó bruscamente con alguien. Un estruendo los hizo sobresaltar a ambos. Platos de porcelana, supuso por el ruido. Levantó la vista y se encontró con unos ojos celestes, abiertos, casi aterrados y enojados por lo que él acababa de romper. Un nudo en el estómago, en la garganta, escalofríos. Se contuvo de abrazarlo.





—Maldición —exclamó con tristeza, observando la caja en el suelo, suponiendo que todo dentro de ésta, estaba destrozado gracias a aquel moreno, levemente más alto que él.




—¿Naruto? —prácticamente lo musitó, incrédulo.




—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó con la cabeza ladeada, olvidándose de lo demás.




El mundo de Sasuke se derrumbó en ese mismo instante ante aquella interrogante. Se preguntó qué diablos acababa de pasar, en ese instante, en el tiempo que creyó que había transcurrido. Y a mí no me pregunten, porque tampoco lo sé.





—Y-yo —se permitió tartamudear. ¿Qué diablos podría decirle? —. Lo siento —hablaba mecánicamente—. Déjame pagarte todo eso —se agachó y levantó la pesada caja. Se la extendió.





El rubio lo observó sin comprender absolutamente nada. Quiso preguntarle cómo diablos sabía su nombre, pero aquel hombre no parecía estar en todos sus cabales. Sacó la billetera de su bolsillo trasero y le extendió bastante dinero. Naruto ladeó su cabeza.





—Realmente no es necesario, fue mi culpa también —le sonrió. Sasuke tembló. No supo si de frío o de nervios—. ¿Tú estás bien? —no supo qué responder. Asintió—. Bueno, tengo que llevar esto —el moreno se quedó estático—. Adiós —le sonrió por última vez y se volteó, dispuesto a seguir adelante.





Fueron diez segundos. Uno de ellos, fue en los que su vida sí pasó por delante de sus ojos. Lo observó marcharse. Había caminado siete pasos. Los contó. Tragó saliva. Mandó todo a la mierda.




—¡Espera! —corrió detrás de él. El rubio paró bruscamente casi sobresaltado. Se giró para observarlo y en ese mismo instante sintió sus dedos en su hombro.





Y ahí estaba un hombre con ojos negros, que generalmente parecían impenetrables, pero no esa vez. Transpirado, temblando del frío que le producía su propio sudor y en parte también, sus nervios.




—¿Qué sucede? —por alguna razón, su tacto le quemaba.




—Tú… —se quedó callado. Respiró ante la mirada celeste confundida—. Sé que esto es extraño y creeme que para mí también pero —tragó saliva—. ¿Podríamos ir a tomar un café? O cualquier cosa. O sea, me refiero, como compensación por lo de la caja —decía lo primero que pasaba por su cabeza, hasta que comprendió lo que estaba diciendo. Lo miró a los ojos en todo momento y esa fue una de las pocas veces, que Sasuke Uchiha se sonrojó en su vida—. Juro que no soy un secuestrador —le sonrió con la última pizca de cordura que le quedaba.





¿Realmente no es lo que diría un secuestrador, Sasuke? Fue un segundo de silencio que le pareció tortuoso. Naruto sintió algo removerse en su interior. Era extraño. No lo conocía, pero una parte dentro de él, muy profunda, le decía que sí y que podía confiar en aquel ser que ahora parecía desesperado, roto y sumamente confundido por alguna razón. Se rió ante la situación.





—Seguro. Estoy libre en cuanto lleve esto —el Uchiha no notó que aún tenía la mano en su hombro, casi teniéndolo, casi con temor de que nuevamente todo fuera un estúpido sueño y que en realidad, él no hubiese aceptado; y que nuevamente, todo fuese parte de su imaginación.





Sin embargo, señoras y señores, no fue así. Esto sucedió hace cinco años y al Uchiha se le vino a la mente todo aquello, en el momento en que lo observó dormir a su lado, una de las tantas veces; con su boca entreabierta, casi babeando su brazo. Se removió entre las sábanas y besó su cuello para luego estrecharse aún más contra él. Cayó rendido en el sueño al recordar que en la mañana tendrían que ordenar todas las cajas de mudanza que había a su alrededor. Y si aquello era nuevamente un sueño, deseó jamás despertar del mismo.








Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).