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Nunca había sido de aquellos que creen en el amor a primera vista, porque a su pensar, nadie podía enamorarse de una simple imagen sin idealizar a la persona y romper la burbuja de fantasía cuando tuviera la oportunidad de conocer la verdad. Para él, lo importante era la personalidad, un punto neutro entre frío y cálido. ¿Podría ser considerado anormal porque su corazón latió acelerado ante palabras mordaces?
El aire almacenado en sus pulmones escapó mediante un largo y ensoñado suspiro. La voz de él era una melodía acústica, producida por las cuerdas de un bajo eléctrico, afinado de manera floja para darle profundidad. ¿Podrían catalogarle de raro, si supieran que varias corrientes eléctricas le corrieron de cabeza a pies al escucharlo hablar?
Un halo de luz le rodeaba, proveniente de detrás de él, dándole un aspecto etéreo e inalcanzable. El atardecer le sentaba de maravillas a su joven figura. El tiempo pareció detenerse al escuchar su risa, escandalosa como ninguna otra conocida antes; la sonrisa plasmada en el rostro alegre, provocó que una nueva inhalación de oxígeno fuese obstruida. La impresión de aquella expresión, le hizo copiarle. ¿Es extraño que sonría cuando él lo hace?
Desde la primera vez que lo vio de camino a la escuela, —primer año de preparatoria— sintió el suelo moverse bajo sus pies, calor centrarse en su rostro y una ventisca agitarle los cabellos; claro, luego se percató que a tres metros de él estaban utilizando un taladro (de los grandes de construcción), el aire acondicionado de un camión de helados parqueado a su lado expulsaba el aire caliente y un poco de agua. La vergüenza por su torpeza le hizo correr en más de una ocasión para alejarse del campo de visión de la persona que admiraba.
Cuatro meses tardó en reunir el valor suficiente para acercase, y no es que fuese por su voluntad realmente, sino porque sus salones de clases tuvieron actividades en conjunto y a los maestros se les ocurrió la grandiosa idea de mezclar a los alumnos. Tuvo que unirse a un grupo de seis, en el cual se encontraba Akira Suzuki, el chico que le causaba nervios y hacía aumentar su nivel de timidez. Saboreó el nombre como si fuese un platillo servido encima de la mesa de un restaurante cinco estrellas. No le dirigió palabra durante las actividades de las que fueron participes, aunque Akira le hablara y buscara su mirada constantemente. Fue hasta que tuvieron un partido de fútbol campo, que olvidó con quiénes estaba y dio lo mejor de sí para lograr la victoria junto a su equipo, la recompensa a su esfuerzo: el primer contacto físico. Akira le abrazó, le alzó del suelo, ignorando la diferencia de alturas. Sus pieles se rozaron, así hayan sido los brazos y las piernas, debido a las mangas cortas del uniforme, y la mejilla del otro pegada a la propia casi le causa un corto circuito. La piel de Akira Suzuki era muy suave.
Al parecer, sus habilidades futbolísticas despertaron el interés del chico. Al día siguiente, a la hora del descanso, él se encontraba en la puerta de su salón buscando a algún conocido, supuso; vaya sorpresa, al verle llamarlo para salir al pasillo. Halagó su destreza, no sólo en el deporte, sino en general; no se consideraba sobresaliente en ningún ámbito y que de repente viniera su crush a resaltarlo, le hizo desear huir... lo hubiese logrado, si no hubiese sido porque este leyó sus intenciones y le sostuvo de un brazo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, fingiendo desconocimiento.
—Estoy seguro de que lo oíste muchas veces ayer. —respondió avergonzado. La maestra de su salón no paró de gritarlo durante la prueba de resistencia dentro de la cancha techada.
—Quiero escucharte decirlo. —pidió— Además, la maestra Michiyo sólo mencionó tu apellido.
—Kouyou Takashima.
Así, una hermosa amistad nació. Kouyou descubrió que Akira podía llegar a ser tan o más tímido que él, que en ocasiones tartamudeaba de los nervios y era torpe como ninguno; tenían ciertos animes y mangas en común, que disfrutaban en las tardes después de clases, en casa de cualquiera de los dos.
Un año después, habían forjado una amistad de lazos irrompibles, pero Kouyou continuaba sintiendo atracción hacia Akira, creyó que al permanecer a su lado lograría opacar sus sentimientos; cuán equivocado estaba, sólo lograron aumentar.
Decidió confesarlo un día, después de clases. Aki —como este le había permitido llamarle— le invitó a su casa a pasar la tarde como muchas otras, tomó la oportunidad pensando en la facilidad de la huida, si su confesión salía mal. Luego de perder en el Tenkken*, dejó el control relegado y atrajo la atención de su amor secreto, ambos estaban sentado en el piso, recostados al pie de la cama; le dijo todo desde el principio, le contó la manera en que lo veía, las veces que le acosó —aclarando que no era acoso con todo su significado— y que no importaba, si no aceptaba sus sentimientos, porque su amistad tenía mayor valor a cualquier otra cosa. Notó la expresión apenada de Akira, parecía tener deseos de esconderse bajo la cama y nunca salir, pero, tomó una gran inhalación y exhaló de una vez lo que se mente guardaba.
—Yo... siento lo mismo, Shima. —dijo, tomando las manos del mencionado entre las suyas. —Todo lo que provenga de ti es valioso para mí. Te quiero, Shima. —se inclinó hacia adelante, tratando de besarlo, pero un mal cálculo de movimiento conllevó a que chocaran los labios y el dolor del golpe les hiciera alejarse. —Perdón. —se disculpó azorado. Akira soltó al chico frente a él, creyéndose humillado y recriminándose en silencio.
Ligeras risitas escapaban de la garganta de Kouyou, también afrentado. —Está bien, Aki, no te disculpes. Creo que es normal equivocarse en el primer beso. —quiso consolarle.
—No es mi primero.
—Lo sé. —esta vez, Kouyou enlazó ambos pares de manos y las presionó en un gesto conciliador. —Pero sí es mi primer beso, además, fui yo quien provocó el choque.
—¿De verdad es tu primero? —el tono con que preguntó estaba lleno de genuino asombro.
—Sí. —tragó nervioso. —No es como si anduviese desesperado buscando a quién besar. —resopló.
—OK, ok. Tranquilo. —se acomodó, de nuevo, en la posición y se acercó —¿Lo volvemos a intentar?
Un asentimiento de cabeza bastó para que sus labios se encontraran, un toque superficial tanteó el terreno. Al inicio, dieron cortos topecitos a los blandos labios, este contacto causó que variadas líneas de escalofríos recorrieran los nervios de la espada de Kouyou. Conforme avanzaba la profundidad del beso, ya no parecían escalofríos, eran cientos de corrientes eléctricas que recorrían su cuerpo, le asaltaban sensaciones de hormigueos donde sea que Akira le tocara o rozara. Estaba siendo acunado por los brazos más gentiles que le habían acogido. Era un beso torpe, errático, buscaba la vía correcta para el disfrute de ambos.
Cuando tus labios tocan los míos, es un beso de vida. Es un poco intimidante, pareciera como si jugáramos con rayos.
Rayos que descienden del cielo a la tierra, cayendo directo sobre ellos dos, el magnetismo les atrajo, los guio en su dirección. La energía les envolvió, les erizó la piel. Fueron sobrecogidos por la fuerza de sus sentimientos.
Se separaron, perdidos en el tiempo, les pareció una eternidad lo que fueron un par de minutos. Sus miradas se encontraron, brillaban ante la luz cobriza del atardecer que se colaba a través de la ventana, irradiaban un aura que no permitía el paso a males.
Eran el reflejo de la inocencia.