Despertó.
El instinto de supervivencia siendo más fuerte que nunca. Sintió cada molécula de su cuerpo alertarse al tiempo que los vellos en su piel se erizaban. Se levantó tan rápido de la cama (que era mucho decir para el pedazo de tela donde descansaba cuando tenía oportunidad) que sintió marearse por al menos un segundo.
Escuchó pasos fuera, y se quedó quieto en posición de descanso cuando el viejo metal chilló al deslizarse contra el mugre suelo de aquella habitación.
—Soldado—saludó el recíen llegado
Un hombre ya mayor, cabellos grises perfectamente ordenados hacia atrás. Arrugas marcadas surcaban su frente. Unos lentes gastados estilo aviador cubrían sus ojos. La sonrisa que pretendía (y lucía, en realidad) ser sincera distaba de su maléfico actuar habitual.
Sintió un escalofrío.
—Coronel...—respondió con voz monótona.
Le iría peor de no decir nada.
El mayor sonrió mientras hacía una seña muda para invitarle a seguirle. Barnes caminó tras él. Abandonaron la prisión en silencio. El castaño suspiró para sus adentros en cuanto distingió el camino por el que andaban.
—El alto mando ha indicado una nueva misión que requiere de sus... Habilidades.
Barnes asintió.
Odiaba aquello.
Desde que esa maldita organización se hizo con su persona su vida se había convertido en un verdadero infierno. Y la peor parte de ello, era cuando era enviado a misiones especiales por largos periodos de tiempo.
Porque cuando despertaba de aquel sueño helado, recordaba.
Cuando abría los ojos luego de profundos letargos era completamente consciente.
Y era peligroso.
Controlaba casi totalmente su cuerpo, y arremetía cuanto soldado se le cruzara enfrente. Era sometido en minutos, superado en cantidad y gracias a distintos medicamentos... Para finalmente ser encerrado en esa celda de donde el Coronel y él habían salido minutos antes.
—¿A dónde ire esta vez?—cuestiona, con recelo.
El anciano contiene una sonrisa satisfecha.
Le agrada como aquella flama de inconformidad sigue latente en el castaño. Determinación en sus ojos que no ha desaparecido en los últimos 20 años.
—Oh, no se trasladará muy lejos de las instalaciones, no se preocupe—responde el mayor, con tono burlón.
Pareciera disfrutar de algún chiste personal.
Entran finalmente a su destino. Una habitación que es réplica exacta de la cámara donde usualmente era torturado para hacerle olvidar incluso qué significaba estar vivo.
Tembló apenas al distinguir la silla.
—No comprendo, señor...
El Coronel sonrió mientras ponía una mano en su hombro y le invitaba a sentarse. Bucky le observó con pesar al momento en que se colocó sobre el asiento.
—No se preocupe, soldado... Nosotros nos encargaremos personalmente del resto...
El castaño frunció el ceño.
El Coronel dio una señal, y distintos hombres entraron a la habitación para hacer los arreglos correspondientes.
Era hora de olvidarlo todo.
De olvidarse a sí mismo.
Se sintió tan aliviado como asustado en ese instante. Por el tiempo que durara aquello, sería libre de los recuerdos que lo atormentaban tan pronto como la consciencia volvía a su cuerpo...
Pero el costo de aquello...
¿Quiénes sufrirían por esos momentos donde no era dueño de su cuerpo?
Maldijo cuando todo estuvo listo.
Desde una esquina, el Coronel le miraba con una sonrisa en el rostro.
Escuchó pasos cuando la máquina se encendió. Descargas que iban acabando con su mente, que volvían aún más errática su respiración (misma que se había alterado sin siquiera notarlo, tan pronto como entró a la habitación). Cerró los ojos.
Entonces lo escuchó.
La puerta abriéndose de par en par, y una voz firme que proclamaba palabras que nunca habría creído oír...
No en él.
Perdió la consciencia.
Cuando volvió a abrir los ojos, unos tan azules como el cielo le recibieron. Observó sin mirar en realidad, y esperó las órdenes que entonces fueron dadas por un hombre que, horas antes, habría reconocido incluso sin verlo.
Partió sin mirar atrás en cuanto tuvo un objetivo fijo. Tomó la moto y las armas necesarias del almacén, antes de ser despedido en la estación por el mismo rubio que, minutos antes, le entregó los documentos con la información de su próximo trabajo.
Eliminar a Howard Stark.
El Coronel miró con orgullo como la pobre marioneta de la organización partía sin saber lo que ocurría realmente, siguiendo solo la orden dada sin siquiera pestañear. Sonrió mientras sus manos se acomodaban tras su espalda antes de observar el hombre a un lado suyo.
—Siempre es un placer trabajar con usted, Capitán...—mencionó, al retirarse.
Steve Rogers sonrió entonces.
—Hail Hydra.
—Hail Hydra.
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