Bakura colocó pausa al videojuego de Zelda que estaba jugando cuando la voz de Ryou, sentado en la cama, reclamó su atención.
—Dime por qué.
Bakura arqueó una ceja ante la exigencia y dejó el mando sobre el suelo alfombrado para subirse a la cama, pues estaba sentado al estilo indio a los pies de la misma— ¿Por qué, qué. Ryou? —lo presionó.
— ¡Dime porque me llamas de esa forma!
— ¿Yadonushi? —Ryou asintió con un ligero sonrojo, y Bakura se lanzó a presionarlo contra la cama, enseñando una sonrisa ladina —por siglos, la sortija ha tenido alguna que otra persona portándola ¿pero sabes algo? —apresuró al notar, divertido, una mueca en el menor —con ninguna interactué como contigo —los ojos chocolates ahora brillaron irremediablemente, mirando directamente a su yami con mucha curiosidad e ilusión escondida. Semejante reacción se ganó una risa traviesa —sí, ha habido gente que la usa, pero nadie era realmente digno de ser su propietario, nadie... Hasta qué llegaste tú.
Bakura se calló un momento para apreciar el dulce sonrojo que se esparció por las mejillas de Ryou, el cual balbuceó un poco, aturdido.
— ¿Quieres saber por qué te llamo así, no? Pues, no solo porque eres afín con la sortija en la que parte de mi alma estuvo atrapada milenios —Bakura negó, asegurándose de tener las manos de Ryou sujetas en una mano para llevar la otra bajo el mentón de su luz a la vez que se inclinaba para dejar sus labios a escasos milímetros, ambos sintiendo la respiración rápida del otro y los ojos atrapados en las orbes ajenas —es porque te pertenezco.
Solo esas palabras bastaron para que Ryou sufriera un sobresalto, el cual le valió un beso fugaz y una risilla de Bakura.
—Yo te pertenezco, tanto como tú me perteneces a mí, Ryou—aseguró, deleitándose con el escalofrío del cuerpo bajo el suyo, que erizó la piel blanca —tú lo provocaste, tú lo deseabas —no fue una acusación, solo una explicación muy vaga que tenía como resultado que el sonrojo de Ryou aumentara —tú me buscabas, tú exigías mi compañía. Tú me perdonaste sin importar lo que hiciera y me ofreciste todo de ti: tú compañía, tu afecto, tu luz... Tu amor —Bakura no soportó su propia tentativa y le robó otro beso —y a cambio solo querías una reciprocidad de afecto, aún si no te dabas cuenta... Lograste que te amara y rompiste las cadenas de oscuridad que me ataban.
Ryou notó muy apenas qué Bakura temblaba sobre él, más que nada por el agarre en sus manos.
—Maldición Ryou ¿realmente eres consciente de todo lo que me has dado... por el simple y estúpido hecho de elegirme a mí, para amarme, sobre cualquier otra persona?
Ryou lo miró, los ojos salvajes de Bakura estaban húmedos y brillantes, pero ni una gota amenaza con caer de ellos. El menor solo sintió la necesidad de arquear el cuerpo contra el suyo y besarlo dulcemente —para mí, no hay nadie más que tú, Bakura.
El mayor tembló con mayor violencia, soltando las manos de Ryou para tomarlo de la cintura y presionarlo más contra su cuerpo, disfrutando de la reacción inmediata de las piernas estilizadas rodeando sus caderas.
—Te amo —se dijeron a la vez, y Ryou solo pudo reír de felicidad, pues Bakura dar vez admitía abiertamente que lo amaba.