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Cumpleaños por DanyNeko

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Notas del capitulo:

Esto es en realidad parte del Fictober en el que estoy participando.

Pero he decidido subirlo como one-shots o drabbles separados ya que algunos días del mes no son de shipps chicoxchico.

Así que, espero que disfruten los que subiré, el resto, por si quieren leerlo, está en mi Wattpad

:3 

Ryou suspiró por enésima vez ese día.

El día de su cumpleaños.

Efectivamente, era día dos de septiembre y Ryou estaba cumpliendo sus diecisiete años. Faltaba cada vez menos para que terminara la preparatoria, pero eso no era muy relevante... Había pasado poco desde que lo había perdido.

Un suspiro doloroso salió de su boca, de nuevo, en cuanto terminó de abrochar su camisa turquesa a cuadros, con bordes y cuello violetas, sobre la camisa lila manga-larga que se perdía en sus jeans ajustados de color plata.
Sus ojos se dirigieron inconscientemente a la puerta de su armario, donde estaba colgada una larga gabardina negra.

Aquella que nunca se atrevió a tirar.

Su cuerpo se movió en automático y dirigió sus pies hacia la prenda, sobre la cual cerró su mano solo unos instantes previos a inclinarse y abrazarla contra su cuerpo, olfateando ligeramente, como si pudiera encontrar remanentes de un rastro que no fuera el suyo en esa pieza de tela negra.
Pero solo le ayudaba a recordar aquel delicioso aroma, que le hacía pensar en la arena de la playa, y que solo podía detectar cuando él lo llevaba a su habitación mental.

A Ryou se le escapó el aliento y quedó boquiabierto en un grito mudo, con los ojos apretados. Pero se contuvo. Se negó a volver a llorar ese día... por lo menos no antes de salir.
Ya había llorado esa madrugada hasta que le ardieron los ojos, y ahora, lo estaban esperando.

Ryou lo sabía, Yugi había organizado todo para celebrar su cumpleaños. El tricolor lucía notablemente más feliz cuando Ryou pasaba tiempo con ellos. El albino lo notaba, aún no lo entendía del todo, pero le alegraba ser capaz de ello y trataba de contagiarse del ánimo de su amigo.

Increíblemente, funcionaba. Estar con Yugi lo hacía feliz.
Como si fuera algo que debían hacer: mantenerse juntos.

Había dado aviso hacía unos minutos de que estaba listo y a punto de salir, por lo que no debió sorprenderle que Tristán estuviese ahí fuera, esperándolo en su moto y con un casco para él.
Sonrío suavemente, murmurando un agradecimiento mientras se sentaba tras él y se colocaba el casco con cuidado de no arruinar su cabello.

Podrían decirle femenino o delicado si querían, le daba igual, Ryou siempre procuraba su apariencia. Así lo habían educado.

No tardaron demasiado, Tristán aparcó en el parquin de un restaurante casual muy bonito, con fachada de madera oscura y lámparas de papel en colores cálidos adornando el pórtico, que empezaba con cinco escalones, también de madera, que le recordaron a los viejas casas de Londres.

Sí, definitivamente Yugi había elegido un bonito lugar.

Sonrió sin poder evitarlo mientras entraba, seguido por el castaño. El interior era amplio, las ventanas estaban abiertas y la ligera brisa de finales del verano corría suavemente.

Reconoció a sus amigos en un par de mesas unidas. Tea estaba ahí con Duke y Joey, Tristán se dirigió también hacia ellos cuando el albino se detuvo en seco. Yugi estaba ahí con...

No era posible...

— ¡Feliz cumpleaños Ryou! —exclamaron cuatro de los presentes, sacándole de su ensoñación a tiempo que los dos restantes se ponían en pie e iban a su encuentro.

Se quedó viendo esos ojos color lavanda —Eeid milad sa'id —Ryou tuvo que parpadear dos veces antes de ladear su cabeza en señal de confusión, su interlocutor inmediatamente se cubrió la boca con una mano —quise decir Happy birthday —se corrigió, buscando la mirada del oji-amatista para saber si lo había pronunciado correctamente. Yugi asintió con una dulce sonrisa.

—Oh... —Ryou sacudió su cabeza —muchas gracias, Malik —quiso calmar al egipcio con una sonrisa, la cual fue correspondida rápidamente.

Inmediatamente, sintió algo presionar su pelo, en lo alto de su cabeza. Yugi se había empinado para colocarle una diadema con las letras HBD en color celeste.
Ryou solo pudo reírse, dejando que el tricolor lo tomara de la muñeca para sentarlo en la mesa, entre él y Malik, para que pudieran pedir la cena y empezar a charlar todos.

Tenía mucha curiosidad respecto a la repentina llegada de Malik, aunque no creyó prudente expresarlo en voz alta a pesar de que, por los comentarios de los demás, Yugi era el único que había sabido de su viaje a Dómino.

La cena fluyó sin problemas, muy agradable para todos los presentes, haciendo que tanto el cumpleañero como el egipcio se sintieran cómodos ahí.

Cuando trajeron un pequeño pastel con una velita, Ryou sintió que los ojos le picaron levemente. Él solo tenía un deseo que anhelaba con toda su alma, pero lo veía tan inalcanzable.
Yugi pareció darse cuenta de su momento de debilidad y cogió su mano bajo la mesa, dándole un apretón cariñoso.

Ryou se sorprendió por el gesto, considerado algo íntimo en la cultura japonesa, pero no dudó en aferrarse a esa demostración de apoyo y apretó de regreso la mano de su amigo, antes de cerrar los ojos y soplar la velita.

Total, qué mal había en desear?

Cerca de las once de la noche ya todos se estaban despidiendo para irse a sus casas.
Duke se había ofrecido a llevar a Tea a su casa mientras que Tristán llevaba a Joey en su moto. El pelinegro había ofrecido aventón también a los tres hikaris, pero estos se negaron; Yugi aseguró que tomarían un taxi entre los tres.

—Ryou ¿te quedas con nosotros un momento más? —pidió el tricolor.

El aludido se encogió de hombros —claro, a fin de cuentas nadie me espera en casa —aceptó, como si esa última declaración no fuera nada inusual.

—Vamos —Yugi volvió a tomar su mano —hay un parque rodeado de locales 24 horas aquí cerca —explicó más para Malik, tendiéndole la otra mano luego de darle un suave tirón al albino.

Malik lo miró curioso, pero aceptó también el gesto de Yugi y dejó que el menor los guiara por las tres cuadras que los separaban del dichoso parque.

Para darle crédito al rey de los juegos, el sitio estaba bien iluminado, y aún había gente ahí, trotando alrededor o haciendo ejercicio en unas máquinas de gimnasio que había en una esquina de la zona verde.

Yugi pasó de largo las bancas y se dirigió a donde estaban los juegos. Ahí finalmente soltó a sus amigos y se sentó en uno de los columpios, dándoles una sonrisa a Ryou y Malik.

El albino miró el césped artificial bajo sus pies un momento pero, recordando que llevaba un pantalón de color claro, tomó asiento en el columpio al lado de Yugi. 
Malik por el contrario, se sentó en las barras de acero que daban estructura a los columpios.

—Gracias por todo, chicos —inició Ryou —fue una noche preciosa. Sé que lo organizaste tú, Yugi.

El tricolor se encogió un poco en su asiento, con un ligero rubor en las mejillas pero asintiendo con una sonrisa —es tu cumpleaños, teníamos que hacer algo para celebrarlo.

El albino luego miró hacia Malik —gracias a ti también por venir.

—Espero no haber parecido entrometido —el egipcio estaba un poco cohibido.

—Para nada —negó Ryou enseguida —me agradas y me gustaría conocerte mejor, si te parece bien ¿Amigos?

Los ojos del egipcio brillaron, igual que su sonrisa — ¡Me encantaría!

Yugi sonrió, feliz por el rumbo de los acontecimientos e impulsándose en el columpio un par de veces con infantil ánimo —Vamos Malik, démosle su regalo ya.

El egipcio asintió, levantándose para caminar hasta estar frente a ambos.

Ryou se sorprendió —chicos, no tenían que traerme un obsequio, de verdad.

Yugi lo miró con un mohín —mira primero lo que es. Dudo que te niegues a ella.

Ryou parpadeó confundido ante las palabras de Yugi, pero un escalofrío y un destello que notó por el rabillo del ojo robaron su atención fácilmente.

Malik había mirado a ambos lados para asegurarse de que nadie miraba en su dirección antes de poner su mano izquierda frente a su pecho, con la palma hacia arriba, como si sostuviera algo. Con los dedos índice y medio de la mano derecha dibujó dos veces un rectángulo sobre esta; lo sorprendente fue cuando, a la tercera vez, sus dedos estaban brillando en dorado.
Al hacerlo, las líneas del rectángulo quedaron suspendidas en el aire, brillando como si fuera polvo de oro y en un chasquido de dedos se habían convertido en una caja de madera clara, rectangular, de no más de treinta centímetros de grosor.

Ryou estaba boquiabierto —yo espero que no lo haga —respondió Malik a lo dicho por Yugi —ten, ábrelo —colocó la caja en el regazo del cumpleañero.

Ryou estaba estupefacto. Había algo en el ambiente que, repentinamente, había hecho acelerar su corazón y había nublado su cabeza lo suficiente como para que solo pudiera poner atención a lo que pasaba en ese momento, sin darle chance de analizar nada.

Así que solo actuó y, haciendo caso a lo pedido, retiró la tapa de la cajita.

Esta tardó dos segundos en caer al césped, lo mismo que se tomó el cerebro de Ryou para procesar lo que estaban mirando sus ojos.

El aturdido albino dirigió su mirada a Yugi a su lado, encontrando que lo miraba con una dulce sonrisa, y que elevaba una mano a la altura de su pecho, sobre la cual no tardó en aparecer el rompecabezas del milenio.
Las orbes chocolates miraron al frente, a Malik, el cual asintió e hizo lo mismo que Yugi, enseñando el cetro del milenio.

Ryou respiró profundamente, tomando el contenido de la caja con una mano temblorosa.

Ahí estaba, la sortija del milenio.

Mi sortija. Dijo, egoístamente, una voz esperanzada dentro de su pecho.

Ryou se levantó, atrayendo en un abrazo a los otros dos antes de permitiese llorar.
Pero no de tristeza.

No.

Lloraba de alivio.

Porque ahora su corazón tenía esperanza.

—Gracias —casi gritó entre sollozos, sintiendo como Yugi inmediatamente lo abrazaba en consuelo, mientras que un sorprendido Malik le acariciaba el cabello y la espalda.

Sí. 

Si los tres permanecían juntos, había esperanza.


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