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Cuentos y Especiales de Fairy tail por Luz neko fullbuster

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Sentados en el piso se encontraban varios jóvenes, el cuarto donde se encontraban estaba totalmente oscuro y la única luz la producía una linterna que estaba alumbrando a uno de los jóvenes que estaba terminando de contar algo. No es que a estos chicos le cortaron la luz o había un apagón sino que era noche de Halloween y ellos, aunque ya estaban grandes, para eso lo seguían festejándolo; Ahora disfrutaban el comienzo de la noche contando historias de terror. El segundo en contar la historia ya había agarrado la linterna y se apuntaba a la cara, su nombre era Ren y la historia que contaba empezaba así:

Julián acababa de terminar su turno de noche, únicamente debía dejar el autobús en la cochera antes de regresar a casa, un trayecto de unos 25 minutos (saliendo de la ciudad) que siempre se le hacían eternos. Mientras transportaba pasajeros su trabajo era entretenido, siempre podía escuchar las conversaciones de los demás o entretenerse mirando la minifalda de alguna jovencita por el espejo retrovisor; pero, con el autobús completamente vacío, los minutos se volvían horas. Además estaba especialmente cansado, ya que la noche anterior apenas había dormido cuatro horas. Mientras conducía, el sueño le iba venciendo y sin querer pegaba algún pequeño cabezazo. Se durmió apenas unas décimas de segundo, tiempo suficiente para perder el control del autobús y pegarse el susto de su vida al encontrarse en mitad de la calzada a una chica que asustada trataba de esquivar el pesado vehículo. Todo fue en vano: la velocidad a la que iba el vehículo, unida al estado de aletargamiento del conductor, provocaron que, incluso pisando el freno hasta su tope, el autobús arrollara a la joven. El sonido de las ruedas destrozando los huesos de su delicado cuerpo mientras el trasporte saltaba como si acabara de pasar un obstáculo, estremeció a Julián y lo dejó helado. Estaba bloqueado, sin duda había sido su culpa, la chica estaba muerta, de eso no había duda. Mirando por el espejo una vez detenido el autobús, se podía ver como el cuerpo boca abajo estaba destrozado. No había nadie cerca que hubiese visto el accidente y miles de ideas se agolparon en su cabeza. Se imaginó en la cárcel y sin nadie que pudiera llevar el pan a la mesa de sus dos hijos.

En el mejor de los casos perdería su trabajo ya que había excedido las horas legales en que podía conducir un trasporte. Seguro que su jefe, cuando se iniciara una investigación, le echaría a la calle antes de buscarse problemas él mismo. Asustado y aún confuso pegó un acelerón comprobando que no hubiera nadie cerca que pudiera identificarle, escapó de allí sin tan siquiera bajarse del autobús y en su huída no respetaba señales de tráfico ni los límites de velocidad. Una fuerte culpa le oprimía el pecho y como por instinto miró por el espejo interior del vehículo, no había nadie en los asientos pero sentía como dos ojos le punzaban en la nuca, como si alguien le mirara fijamente. Entonces la vio… En el último asiento había una chica sentada que no dejaba de mirarle, giró su cuerpo para revisar la parte de atrás sin usar el espejo, pero no había nadie. Temblando y con el cuerpo casi agarrotado por el miedo, regresó su mirada a la carretera, pero casi involuntariamente volvió a mirar por el espejo. La chica se levantó y comenzó a avanzar hacia él, de nuevo se giró y no pudo ver a nadie. Un nuevo escalofrío le recorrió la espalda, estaba tan asustado que quería bajarse del autobús y salir corriendo pero incluso para eso era demasiado cobarde. Julián se giraba una y otra vez a mirar la parte trasera del autobús, no había nadie, pero él sabía que estaba ahí, podía sentir su mirada clavándose en él.

No se atrevía a mirar ese espejo que parecía tener algún extraño vínculo con el mundo de los muertos. Pero como la polilla que se acerca demasiado a la llama y acaba quemándose por no poder controlar sus instintos, Julián miró una vez más por el espejo. La chica no se había movido desde la última vez, estaba en el mismo lugar, como congelada, pero al regresar la mirada de Julián al espejo fue como si se reactivara, avanzó inexorablemente hasta el asiento del piloto ―mientras Julián, paralizado, no podía apartar la mirada de la joven que se le acercaba―, extendió su mano y agarró el hombro del conductor. Julián sintió como el frío más intenso que jamás pudo imaginar le quemaba el hombro, justo una fracción de segundo después una fuerte luz le alertó de que debía mirar de nuevo hacia la carretera: allí, un camión que circulaba por su carril le avisaba con sus luces de que estaban a punto de colisionar. Julián giró bruscamente el volante y el autobús perdió el control precipitándose por una ladera, el viaje terminó tan bruscamente como comenzó al impactar de frente contra un enorme árbol que igualmente se doblegó ante varias toneladas de acero. Julián despertó un día después en el hospital, la mirada incriminatoria de una enfermera le alertó de que algo iba mal, deseaba que todo fuera tan sólo un sueño, o mejor dicho una pesadilla.

Pero una pareja de policías que habían estado esperando en la puerta de su habitación apareció tras que la enfermera les comunicó que él había recobrado la consciencia. Buenas tardes, señor, estamos aquí porque existen indicios de que el autobús que usted conducía atropelló a una joven la noche del viernes, se han encontrado restos de sangre que coinciden con los de la víctima y un fuerte impacto en su carrocería. ¿Reconoce usted a la chica de esta foto? Julián palideció al instante al reconocer al fantasma que vio en el espejo e inmediatamente sintió de nuevo un frío desgarrador en el hombro: la chica aún seguía con él, esperando que cometiera el error de mirar de nuevo a un espejo. La quemadura con la marca de sus dedos en su hombro estaría ahí siempre para recordárselo.

Ren termino de contar su historia y empezó a bajar la linterna de su cara disfrutando como sus amigos quedaban asustados por su historia.

-Mierda, luego tengo que irme en colectivo para volver a mi casa - hablo uno de los chicos llamado Nanatsu que iba a ser el tercero de ellos en contar la historia. -

Eso le pasa a los choferes no a los pasajeros- dijo Emrrys tratando de no asustarse.

-Sigamos, acuérdense de donde tenemos que ir a las doce- hablo Gin abrazando su almohadón, esa era su casa y su habitación.

-Bueno- respondió Nanatsu agarrando la linterna que le tendía Ren para acomodarse y empezar su relato.

Una noche, unos chicos celebraban una fiesta en un parque, entre risas y alcohol comenzaron a contar historias de terror. En la misma calle, había un cementerio y uno de ellos comentó lo mucho que le aterraba pasar por allí. Aprovechándose del miedo de su amigo otro de los jóvenes advirtió al resto con la siguiente frase: – No se os ocurra nunca pisar sobre una tumba cuando se ha puesto el sol. Si lo haces, el muerto te agarra y te mete dentro.

– Mentira – replicó Alexandra – Eso son sólo supersticiones.

– Si tan valiente te crees ¿por qué no nos lo demuestras? Te daré 10 euros si te atreves, apostó el chico.

– A mí no me dan miedo las tumbas ni los muertos, respondió ella. Si quieres te lo demuestro ahora mismo. El chico le tendió su navaja. Clava esta navaja en una de las sepulturas le dijo. Así sabremos que has estado allí. Sin dudarlo Alexandra cogió la navaja y se dirigió con paso firme al campo santo bajo la mirada atónita de sus amigos. El cementerio estaba lleno de sombras y había un silencio sepulcral y sin quererlo el miedo se fue adueñando de la chica que con cada paso sentía cientos de ojos vigilarla y un aliento helado en la nuca.

– “No hay nada que temer”, se repetía Alexandra para tratar de calmarse a si misma. Escogió una tumba y pisó sobre ella. Después se agachó rápidamente, clavó en el suelo la navaja y se dispuso a marcharse. Pero no pudo. ¡Algo la retenía! Lo intentó de nuevo, pero seguía sin poder moverse. Estaba aterrada. – ¡Alguien me sujeta! gritó, y cayó al suelo. Al ver que no regresaba, los chicos fueron en su busca. Encontraron su cuerpo tumbado sobre la sepultura, fría, rígida y con la cara totalmente desencajada del miedo. Sin darse cuenta, Alexandra se había enganchado la falda con la navaja al clavarla en el suelo. Era la navaja lo que la retenía y ella había muerto de miedo tras sufrir un ataque al corazón.

Gin pensaba como esa chica de la historia moría no por fantasma y monstros solo por su propio miedo y por hacer apuestas, esperaba y rezaba para que eso no le pasara a él esta noche cuando fueran ahí a las doce. El próximo fue Kaien quien hablo mas tranquilo y no parecía con tantas ganas de asustar como sus antecesores.

Hace algunos años estaba pasando el rato con unos amigos explorando sitios antiguos, supuestamente embrujados. Nos encontrábamos en la Iglesia Presbiteriana de la Isla de Edisto, en donde una niña llamada Julia Legare fue enterrada en el mausoleo de su familia en 1852. La gente relataba que se escuchaban gritos sobrenaturales una y otra vez, pero nunca habían investigado su origen. Quince años después, cuando abrieron la puerta del mausoleo para enterrar al siguiente miembro de la familia que había muerto, encontraron el cadáver de Julia hecho un ovillo en una esquina cerca de la puerta, con los brazos estirados, como si aún tratase de encontrar la salida. Bueno, mis amigos creyeron que sería divertido cerrar la enorme puerta de piedra (que actualmente estaba abierta) conmigo dentro y regresar por la mañana. Esos malditos me dejaron ahí… Intenté abrirla, usando todas mis fuerzas, pero fue inútil, se necesitaron cuatro personas para encerrarme en ese lugar. En medio de la oscuridad, me resigné a pasar el resto de la noche ahí. Ahora bien, no me suelo asustar con facilidad; pero al estar sentado en ese lugar relativamente pequeño, rodeado de una presión emergente que no podía explicar del todo, la simple oscuridad parecía tratar de devorarme. Sentía un peso apretando mi piel desde todas partes, que incluso me dificultaba respirar. Me senté en la oscuridad por lo que parecieron horas. Entonces escuché los arañazos. Eran débiles al inicio, estaba seguro de que era mi imaginación, pero se fueron haciendo cada vez más fuertes a medida que el tiempo pasaba. Me acurruqué en una de las esquinas opuestas a la entrada y traté de cubrir mis oídos, pero nada podía detener esa cacofonía ruidosa. Esto quizá solo haya durado unos minutos, pero cada segundo fue una eternidad insoportable. Luego, un fuerte grito hizo eco en la oscuridad, era un lamento descontrolado lleno de miedo y dolor. Los arañazos se detuvieron, y por primera vez pude distinguir el sonido de una niña gimoteando en silencio, el lamento penoso de alguien sin una pizca de esperanza. Sentí tal pesar en ese momento, tal dolor, que creo que olvidé cómo estar asustado. Todo su sufrimiento parecía resonar en mi corazón. Inexplicablemente, empecé a disculparme en voz alta por todo lo que le había pasado. Hombre, una parte de mí quería acercarse y sentir un cuerpo al cual abrazar, pero no me atrevía a hacerlo por temor de que realmente encontrara uno. No sé si me escuchó o si siquiera notó mi presencia, el sollozo continuaba y pude escuchar de nuevo el sonido de dedos arañando la puerta de la tumba. Me quedé dormido en algún momento, lo que sentí como un regalo piadoso del destino. No estoy seguro de cuánto tiempo estuve inconsciente, pero fui despertado por el estrepitoso golpe seco de la puerta chocando contra el suelo de afuera. Supe por la luz gris que venía desde afuera que el amanecer estaba cerca, así que debí de haber dormido por al menos un par de horas.

Me arrastré hacia afuera y fui a un pequeño templo que estaba abierto. Me recargué en la puerta y esperé nervioso hasta que mis «amigos» llegaron. Me les acerqué mientras se reunían alrededor de la puerta, dos de ellos estaban de rodillas en frente de ella con expresiones de sorpresa. Había manchas de sangre por todo el interior de la puerta, algunas con pedazos de uñas, muchas sin ellos. Me imagino que debió de haber gritado cuando se desprendieron de sus manos, pero no estoy seguro. Primero me miraron, luego revisaron mis manos, y luego se miraron nerviosamente entre ellos. Yo estaba cabreado con ellos y les conté todo lo que recordaba para que supieran por lo que había pasado esa noche. Finalmente, después de que me llevaran al auto a regañadientes, alguien habló. Mi amigo me dijo: «Teníamos miedo de decírtelo, pero mira tu cara». Más tarde me enteré de que muchas veces la gente había tratado de sellar la entrada del mausoleo, lo que incluía candados y cadenas pesados que requerirían de un equipo mecánico para poder quitarlos; pero siempre los encontraban tirados en el suelo junto a la puerta al siguiente día. Esto fue en la década de los ochenta. Parecía como si una fuerza se asegurara de que nunca se volviera a cometer el mismo error del pasado. Esto es algo de lo cual estoy claramente agradecido, pero hasta este día se me hielan los huesos cuando pienso en lo que pasó esa noche. Cuando me acerqué desde mi asiento y me vi en el espejo retrovisor, vi que había sangre en mi rostro, justo como las manchas que había en la puerta del mausoleo. Tenía líneas rojas en ambos lados de la cara, como si alguien me hubiera puesto sus dedos mientras dormía esa noche, sintiendo el calor de alguien más por primera vez en más de cien años.

El siguiente fue Jack quien no participaba en la ronda en el suelo sino que estaba sentado en la cama de Gin escuchando tan atentamente como los otros.

Las linternas proyectaban su haz de luz en la nave desierta. Los dos vigilantes escudriñaban el rincón donde uno de ellos había escuchado un ruido. —¿Ves algo? —No, nada. Creo que empiezas a estar obsesionado. —Es porque tú eres nuevo, Marcos, seguramente si supieras lo mismo que sé yo… —¡Cuenta, cuenta! —le apremió el novato. Enrique bajó el tono de voz y le informó a su compañero: —¿Sabías que llevamos, entre los que hacemos esta ronda, más de seis bajas por depresión? Marcos puso tal rostro de sorpresa, que su compañero comprendió que no debía estar al corriente de la situación. Enrique prosiguió relatando la historia… —Antonio, por ejemplo, me comentó que padecía estrés debido a los ruidos que se oían por la noche; parecían los lamentos de un hombre que, a veces, derivaban en silbido… Pero lo más traumático llegó cuando escuchó la respiración de una persona muy cerca de su oído y hasta llegó a sentir el calor de su aliento. —¡Joder, Enrique!… ¡Es para acojonarse! Pero bueno, ¡sigue!, ¡sigue! —Marcos estaba cada vez más inquieto. —¿Tú sabías que en esta fábrica estuvieron mucho tiempo sin sufrir ningún robo? Lo más curioso es que siendo uno de los barrios más peligrosos, no tenían a nadie para protegerla. Según una leyenda que circula desde hace tiempo, el dueño de la fábrica hizo un pacto con el diablo nada menos, para que no ocurriese nada en estas naves. Al parecer, Lucifer aceptó el trato y envió un perro horrible, con las fauces de un monstruo y la envergadura de un ca- ballo que arrastraba sus mugrientas garras por cada rincón de este horrible lugar. El trato no fue gratuito. A cambio, Lucifer exigió el alma de un vigilante al año. Cada doce meses el propietario de la fábrica contrataba a un guarda nocturno y a los pocos días… ¡Lo encontraban muerto! —Lo único que me dijeron al respecto es que la empresa ha cambiado de dueño… ¿Es verdad? —preguntó Marcos intrigado. —Sí, en efecto, y por eso hace dos años que no encuentran el cadáver de uno de los nuestros, pero lo cierto es que los extraños sonidos se siguen escuchando. Un nuevo ruido alertó a Enrique que, automáticamente, dirigió hacia ese punto el foco de luz de la linterna intentando descubrir de dónde provenía. Se acercó al rincón iluminado pero no advirtió nada anómalo. El silencio reinante comenzó a inquietarle. —¿Marcos? ¿Estás ahí? Nadie le respondía. Enrique enfocó un bulto en el suelo, justo en el lugar donde estuvieron unos segundos antes. Al acercarse descubrió con horror que los ojos de su compañero miraban al vacío. Le cogió la muñeca derecha para comprobar el pulso. No cabía duda. ¡Marcos estaba muerto! Lo que más impresionó a Enrique es que su compañero estaba cubierto de rasguños y rasgaduras. Era como si una enorme bestia lo hubiera atacado con sus afiladas garras.

Al terminar de contar Jack su historia un aullido rompió el silencio, Gin Emrrys y Yoshi estaban temblando de miedo sin ni siquiera pensar que quien aullaba era la perrita caniche de la vecina, Ahora era el turno de Eugeo que no estaba tan asustado como los antes mencionados mas le daba miedo ir a la casa de los sustos así era como llamaban los jóvenes del pueblo a la mansión abandonada a unas cuadras de la casa de Gin.

En Estados Unidos durante la década de los ochenta tuvieron lugar una serie de asesinatos que la Policía nunca logró explicar. La matanza más brutal de todas sucedió en una casa donde murieron cinco personas de una forma inhumana y otras dos resultaron gravemente heridas. En la pared se podían leer dos letras escritas con sangre: “TD”. La Policía interrogó a los supervivientes para intentar averiguar qué había sucedido. Uno de los heridos antes de morir aseguró que había sido atacado por un oso con ojos de fuego que estaba cubierto de sangre y que no paraba de saltar…

Eugeo paro de golpe de contar la historia cuando Gin le estampo el almohadón en la cara. -Deja de joder con las Creppypastas- dijo Gin parándose para recuperar su almohadón.

-Es lo unico que se me ocurre- dijo Eugeo sobándose la cara.

-Termina rápido así me toca a mi - hablo Zele.

-Bueno, bueno-

El único superviviente sufrió alucinaciones y pesadillas durante el resto de su vida. Los medios de comunicación dedicaron un amplio espacio dentro de sus telediarios a este asesino sanguinario, el cuál incrementaba su popularidad matando y firmando las paredes con las letras “TD”, escritas con la sangre de sus víctimas. La gente de la ciudad dormía todas las noches atemorizada. Los asesinatos se sucedían y nadie lograba atrapar al autor de las matanzas. Una noche más, una pareja de oficiales lograron divisar una figura extraña en las sombras escribiendo las letras “TD” en la pared de un oscuro callejón durante un turno rutinario. No dudaron en abalanzarse sobre el sospechoso, pero éste se dio cuenta y escapó corriendo. Los policías pidieron refuerzos y lograron seguirle hasta un cementerio cercano gracias a la estela de sangre que el asesino dejaba a su paso. Al entrar en el cementerio, los policías no tomaron las debidas precauciones. Les dominaba el ansia de atrapar cuanto antes al criminal, que tantos conocidos se había llevado por delante, y ese fue su error. De repente, uno de ellos cayó al suelo sangrando a borbotones por la garganta y su compañero tuvo que auxiliarlo, pero logró sacar una foto con una cámara que portaba en el bolsillo a la zona oscura del camposanto donde se debía encontrar el criminal. Cuando reveló el carrete la sorpresa fue enorme: al lado de una de las tumbas se podía apreciar la silueta de un oso de peluche con una luz roja en la cabeza portando un hacha en su mano izquierda. La foto se hizo pública y los rumores se extendieron. Muchos de los habitantes de la ciudad llegaron a creer que se trataba de un demonio, y tanto es así que la Iglesia decidió tomar parte en el asunto y propuso una serie de ritos y oraciones para intentar combatir con la fe al causante de las desgracias. Se llevaron a cabo múltiples misas, rezos y procesiones sin que el asesino cesase, hasta que un día, TD apareció de la nada y se situó delante de la atemorizada multitud. Lloraba sangre e increpaba a gritos a todos los que oraban. El sacerdote se acercó sin titubear al muñeco de trapo y lo roció con agua bendita, y en ese instante, TD comenzó a expulsar sangre por todas sus extremidades hasta que se arrodilló y explotó delante de la gente. El demonio fue vencido y la gente pudo volver a dormir tranquila para siempre, o al menos eso creían hasta que en 1998 ocurrió un asesinato similar a los anteriores, en el que aparecía escrito en el propio cadáver: “Muchas gracias por vuestro miedo; y a SEGA por resucitarme. A partir de ahora no tendré cuerpo ya que soy el Tails Doll”.

Zele se acomodo y empezó a relatar apuntando la linterna a su cara mirando a Gin (quien estaba sentado al frente suyo) como si solo quisiera asustarlo a él.

Tom viajaba de noche por una carretera comarcal de Ohio, era un viaje tranquilo y porque no decirlo tal vez un poco aburrido. Para entretenerse había sintonizado una frecuencia de radio en la que un loco predicador hablaba de la salvación eterna, por supuesto después de hacer una generosa donación a su iglesia. Tom solamente de escucharle se estaba poniendo enfermo, ¿cómo podia existir gente que le creyera? ¿no estaría prohibido vender productos falsos como las astillas de la cruz de Cristo o las lágrimas de la virgen María? Estaba tan indignado que casi no se dio cuenta de una jovencita que caminaba por el árcen de la carretera y le hacía gestos para que se detuviera. Casi frenando en seco Tom detuvo su vehículo pocos metros por delante de la chica. – Cielo, como se te ocurre caminar sola a estas horas con el frío que hace, he estado a punto de llevarte por delante con mi coche – dijo Tom mientras reducía el volumen de la radio. – Gracias por detenerse señor, tengo mucha prisa porque mi bebé me está esperando, se me ha hecho de noche y nadie se ha detenido para ayudarme, usted debe ser la tercera persona que veo en media hora y el primero que me ayuda. – No te precoupes, si no me desvía mucho del camino te acercaré a tu casa. Tom no acostumbraba a recoger autoestopistas y probablemente si no hubiera estaba tan absorto con el programa de radio que escuchaba no se hubiera arriesgado a detener su vehículo para ayudar a una desconocida. En todo caso al ver la cara de preocupación de la que parecía casi una niña y escuchar la historia de que debía reunirse con su bebé se conmovió. – Hola, me llamo Tom, no se como no te has congelado en una noche como esta – le dijo mientras le ofrecía una sonrisa. -Muchas gracias Tom, soy Sarah, no tenía previsto caminar hasta tan tarde, realmente no estoy lejos de casa, sólo hay que llegar al próximo puente que está a un par de kilómetros, allí está mi bebé esperándome. Tom no se atrevía a preguntarle la edad a la chica, le había dejado impresionado que nombrara dos veces a su bebé pues no aparentaba tener mas de catorce o quince años. Fijándose un poco en las ropas de Sarah se dio cuenta que probablemente perteneciera a algún tipo de congregación amish porque sus holgadas vestimentas parecían casi sacadas del siglo pasado. Estaba confuso y no sabía que tema de conversación sacar pues aunque se moría de ganas de comentar con alguien las estupideces que pregonaba en su discurso el predicador, sabía que los amish eran bastante religiosos y lo que menos pretendía era incomodar a la chiquilla. Casi sin darse cuenta se creo un incómodo silencio que duró un par de minutos hasta que… -¡Es aquí! – dijo la chica al acercarse al puente que le había mencionado antes. Tom redujo la velocidad del vehículo hasta que como por arte de magia, al situarse sobre el puente, el coche se detuvo solo. Las luces, la radio y la calefacción se apagaron y por más que trataba de arrancar nuevamente le resultaba imposible. Y entonces sintió algo a su izquierda… Era como si todos los animales que habitan la noche se hubieran puesto de acuerdo para hacer un silencio absoluto, no se escuchaba nada, ni tan siquiera el viento mover las hojas de los árboles cercanos. Cuando de repente un suave llanto se empezó a oir, era como un susurro que cada vez se hacía más fuerte. Bajó la ventanilla para escuchar mejor y cuando se dio la vuelta vio que la chica ya no estaba en el asiento del copiloto. Era verdaderamente extraño, porque no había escuchado abrirse o cerrarse la puerta de su acompañante, también le resultó raro que se fuera sin despedirse pues se había mostrado muy educada durante los escasos minutos que la había conocido. Pero lo que verdaderamente le atormentaba era ese llanto que cada vez era más intenso, como el de un bebé que lleva desatendido horas. Bajó del vehículo y se acercó al borde del puente donde parecía que se escuchaba con mayor intensidad. No había duda provenía de debajo del puente. Tom no era un hombre valiente pero se encontraba como hipnotizado por los quejidos de lo que parecía un bebé, pensó que tal vez Sarah había bajado a atender a su hijo y por eso, con las prisas, no se había despedido, así que regresó a la entrada del puente y bajó al río por uno de los laterales. Descendió hasta encontrarse cerca del río, el lugar del que parecía provenir el llanto. Misteriosamente, y aunque no podía ver nada, cada vez podía escuchar con más claridad el lamento del bebé, era extraño porque parecía provenir de las aguas y por más que miraba junto a su lecho no podía ver nada, pero entonces lo sintió… Como si una fría aguja de hielo se clavara en su espalda, le sacudió un escalofrío que le dejó prácticamente petrificado. Podía notar como alguien le miraba desde el puente, una mirada fija que le helaba la sangre. Lentamente levantó la cabeza para ver quien le vigilaba y cayó al suelo de la impresión… Colgando del puente se encontraba el cadáver se Sarah que parecía haberse ahorcado con una cuerda atada a la barandilla del puente. Sus fríos ojos de muerta le miraban fijamente, su rostro tenía una extraña mueca de dolor y su boca parecía desencajada, pero lo más aterrador estaba por llegar. Porque aunque Sarah parecía llevar varios días muerta en el lugar, empezó a moverse. Un brazo se extendió y con un dedo señaló el lecho del río. Tom aún desde el suelo estaba tan petrificado por el miedo que no se atrevía a moverse, pero como la luz atrae a los insectos nocturnos casí sin poder evitarlo giró su cabeza hasta mirar al lugar donde apuntaba el dedo en descomposición de Sarah. En el agua podía verse el cuerpo de un recién nacido flotando boca abajo y una vez más escuchó el llanto desconsolado. El miedo dio camino al pánico y el terror que antes le paralizaba ahora le obligaba a correr, a correr tan rápido como podía. Subió tropezando por la cuesta por la que había descendido al cauce del río y se metió nuevamente en su coche. Pero no arrancaba y cada vez se escuchaba más cerca el llanto del niño y el lamento del espíritu de Sarah. Totalmente desesperado empezó a empujar el vehículo que, tan misteriosamente como se había apagado, se encendió solo al cruzar el puente. Subió al coche y condujo tan rápido como pudo para escapar del Puente de los Lamentos.

Ahora Gin no volvería ir a visitar a Gray ya que la casa del mayor estaba cruzando un puente, Gin era bastante miedoso como nunca volver a pasar por un puente solo por una historia, Al menos eso pensaba Zele, la linterna paso a la mano de Alex.

Una niñera debe quedarse a cuidar el bebé de una familia que esa noche tiene una fiesta a la que no puede faltar. Antes de abandonar su casa la mujer detalla los cuidados que requiere su hijo y le facilita un número de contacto por si surge cualquier problema. La chica ya ha trabajado durante semanas con el niño y tiene experiencia con muchos otros bebés. Pero desde luego esta no es su casa favorita, ya que el padre ha ido recopilando una colección de payasos de juguete en sus diversos viajes. Los muñecos le producen escalofríos cuando debe entrar al cuarto del niño para vigilarlo en su cuna. La noche se presenta con normalidad hasta que de repente el bebé comienza a llorar en su habitación, por más cuidados y atenciones que le brinda, el niño no deja de llorar. La chica odia quedarse en ese cuarto porque siente como si todos los muñecos con forma de payaso la miraran fijamente mientras trata de consolar al bebé. Para colmo el padre parece que ha comprado un nuevo payaso casi del tamaño de un niño, una pieza terriblemente realista que han sentado en la mecedora que muchas noches la niñera usa para calmar al niñito hasta que se duerme. La chica tras mas de una hora intentando que el bebé se duerma decide llamar a sus padres para preguntarles si ha dormido la siesta más tiempo del debido y si le dieron el biberón que le correspondía antes de irse a la fiesta. Está desesperada por el incesante llanto de la criatura. La madre le indica que no existe motivo por el cual el niño deba llorar, pero que en todo caso le de un poco mas de leche y trate de dormirle meciéndole mientras descansa sobre la mecedora, así ella también podrá descansar. La chica le pregunta si puede retirar de la mecedora el payaso nuevo y que donde debe dejarlo, la madre desconcertada le pasa de inmediato el teléfono a su marido. El señor le pregunta como es la figura que le dijo a su esposa. Sin mediar mas palabras y profundamente preocupado le dice a la niñera que coja de inmediato a su hijo y cruce la calle hasta la casa de sus vecinos, una vez allí le debe llamar de nuevo. La niñera asustada cumple las órdenes que le acaban de dar, entra en la habitación del niño, le recoge de la cuna y sin girar la cabeza hacia la mecedora para mirar al payaso se le lleva en brazos escaleras abajo hasta salir a la calle. Al llegar a la casa de los vecinos llama nuevamente al señor de la casa. Este está realmente asustado y le contesta mientras conduce su coche a toda velocidad hacia su casa. Le explica que él nunca ha comprado un payaso de esas características y que probablemente alguien disfrazado entrara en la casa para robar, al sentir que subía las escaleras se sentara en la mecedora para confundirse entre la oscuridad. La chica totalmente aterrorizada observa por la ventana de la casa de los vecinos como a los pocos minutos el pequeño payaso escapa con una bolsa probablemente llena de objetos de valor. Por suerte, una hora después la policía, gracias a su descripción, detiene a un enano que al parecer trabajaba en un circo ambulante y acostumbraba a entrar en las habitaciones de los niños para robar cualquier objeto de valor que encontrara mientras las familias duermen.

El Siguiente fue Pancho: Ésta es una historia real. Algunos nombres y sucesos han sido reemplazados para proteger la identidad de sus víctimas. El único testigo de los hechos aquí descritos es una cámara de seguridad instalada en el lugar. La única sobreviviente está internada en un hospital psiquiátrico y jamás pronuncia una palabra. Todo comenzó un otoño, cuando el frío de aquel entonces obligaba a todos a vestir muchos ropajes. La familia pasaba por algunos problemas económicos y de relaciones interpersonales, definitivamente no era el mejor momento de sus vidas. Un día, María, la esposa del carnicero, había adquirido un nuevo puesto en su trabajo; sin embargo, eso no traería más adelante las mejores noticias. Su marido, un tipo sonso, era dueño de una carnicería en el barrio. Todo el mundo lo conocía como una persona tranquila, jamás discutía con nadie y atendía muy dichoso su local. Aunque estaban pasando por un mal momento, él siempre supo mantener una postura positiva. El nuevo trabajo de María le significaba más horas fuera de casa y, por ende, más riesgos. Una oscura historia comenzó a tejerse en su vida cuando conoció al nuevo jefe a cargo suyo. Las interminables horas de trabajo culminaban, casi siempre, con salidas a moteles y mucho alcohol entre ambos. Algunos vecinos de María siempre sospecharon de aquel tipo elegante que se las daba de empresario exitoso. Un día decidieron hablar con el carnicero, quien en un principio se mantuvo incrédulo frente a la situación; prefería que llegase el día en que tuviese pruebas concretas del engaño de su esposa. Hasta que ese día llegó. El arduo trabajo le significaba ir a casa cansado y somnoliento, cada jornada era insaciable y la gente necesitaba su preciada carne. Un día llegó como siempre a su hogar. Dejando sus tétricos ropajes de carnicero en el sillón, pasó a la habitación de él y su esposa, en donde ésta se encontraba acompañada de su jefe. El descaro de la infiel era tal que al encontrarse en la dolorosa situación, no supo qué hacer. El carnicero, que jamás había dañado a nadie en su vida, partió a la cocina de la casa para tomar el cuchillo más grande que tenía. María pensaba que intentaría asesinarla, o al ya escapado amante, pero eso no estaba en los planes del carnicero. En ese momento estaba pasando por un desorden tremendo, y sus decisiones lo llevaron a la locura de ir a su trabajo, como siempre, con su tenida de carnicero y su enorme cuchillo en sus manos. Era casi medianoche y la carnicería había sido cerrada por él mismo, y entró como cuando llegaba a trabajar cada mañana. Enseguida encendió la sierra de máquina, el artefacto que corta huesos de animal cual cuchillo caliente traspasando mantequilla. Tomó la peor decisión de su vida, y cobardemente se suicidó. Todo fue registrado por la cámara de seguridad, que en ese momento estaba funcionando. Minutos más tarde llegó María al local, encontrándose con la macabra escena de su esposo muerto, con la cabeza en el suelo mutilada de su cuello y el cuerpo aún reposado sobre la máquina, conservando su cálida temperatura. Incluso el cuchillo que tenía seguía ahí, apretado por su gran y rígida mano derecha con la que destrozaba carne y huesos de animal. La policía local lo declaró un suicidio basándose en la grabación de la cámara de seguridad. Pero ése no es el final de la historia. La ya deshecha familia del difunto carnicero empezaría a sufrir las graves consecuencias de los actos de María. Se dice que en algunas frías noches de otoño el cadáver del carnicero vuelve a la escena del crimen para suicidarse una y otra vez. A veces, en la casa de María se oyen gritos de dolor y el sonido de una sierra cercenando la cabeza del carnicero. Cuando los gritos cesan, el carnicero ata su cabeza nuevamente a su cuerpo y toma el cuchillo más grande de la cocina. Incluso se oye cómo lo afila con malas intensiones. En seguida se siente un desagradable olor a carne humana podrida, puediéndose ver incluso la enorme silueta de su robusto cuerpo caminando por los pasillos de su casa, buscando alguien a quien matar. Aunque nunca le ha sucedido nada a María, se dice que el carnicero aparece cada ciertas noches realizando sus macabros actos a víctimas de su mismo barrio, o incluso de la ciudad y sus alrededores. Les corta la cabeza para luego atarla y coserla nuevamente a los aún cálidos cuerpos. Y cuando eso no es suficiente, reúne todos los cadáveres de sus víctimas para ofrecerlos como muestra en su carnicería, arrastrándolos mientras camina tambaleante a su asqueroso lugar de trabajo. Luego de semanas de trastornos en el sueño y horribles pesadillas, María comenzó a pasar por una depresión que la llevó a la locura, hasta ser internada en un hospital psiquiátrico. Si no quieres ser víctima de El Carnicero, asegura bien las puertas de tu casa, tu cocina, y jamás dejes a la vista los cuchillos grandes, o él los podría usar en tu contra. A no ser que quieras ir a echar un vistazo a tu cocina en este momento, para asegurarte de que todo está en orden…

Algunos de los presentes temblaron cuando escucharon Ruidos provenientes de la cocina, ahora Gin agarraba la linterna temblando y se le cayo de la mano cuando sonó uno de los celulares de los chicos, era el celular de Andrés el que había contado la primer historia que atendió era una llamada de su novia diciendo que ella y las otras chicas no irían a el reto ya que las habían invitado a la fiesta de Halloween de Erza Scarlett.

-Las chicas no irán- dijo Andrés mirando la hora de su celular eran las 23:45 de la noche. -Creo que ya debemos ir-

-Si, falta unos minutos- Dijo Nanatsu levantándose haciendo que los demás lo imitaran, Gin también se levanto enojado había preparado una historia para hacer sufrió a Zele pero ahora no podría cumplirlo “Maldito Reto” pensaba mientras salía atrás de sus amigos.


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