Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Avispa Esmeralda por InfernalxAikyo

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Bueeenas! 

Esta tarde me he quedado sin internet, y he decido retomar un viejo oneshot que tenía por ahí sin terminar. 

He aquí el resultado. 

Espero que les guste

Notas del capitulo:

Bueeenas! 

Esta tarde me he quedado sin internet, y he decido retomar un viejo oneshot que tenía por ahí sin terminar. 

He aquí el resultado. 

Espero que les guste <3 

Esmeralda. 

 

La lluvia cae incansablemente sobre el asfalto y salpica mis zapatos; rápida, feroz, golpeteando también contra la tela del paraguas que levanto sobre mi cabeza. La tarde está oscura, gris, triste como esas típicas tardes de funeral de película que pasan por T.V abierta durante un fin de semana. Miró el reloj en mi muñeca y por un segundo, siento una ansiedad que no sentía desde hace siglos subiendo por mi estómago. Por primera vez en mucho tiempo me siento inseguro y temo, temo no verte aparecer por la esquina en la que acordamos reunirnos esta oscura y hermosa tarde de funeral.

Pero ese temor se esfuma cuando te veo, doblando por la calle que está frente a mí.

Te reconozco inmediatamente a pesar de no haber estado nunca antes a tu alrededor. Eres rubio; pero yo diría que tu cabello es el más puro oro meneándose salvajemente sobre tu rostro por culpa del viento. Tus ojos son azules, pero para mí son un mar de vida en el que estoy a punto de sumergirme. Eres la cosa más perfecta que he visto en lo que recuerdo de existencia y eso me emociona, me hace sentir vivo, tan vivo como tú. Pero entonces recuerdo que estoy agonizando, que estoy muriendo y que sólo tú puedes salvarme.

Sonríes cuando me ves, tú también me reconociste y eso me alegra. Ya has caído en mi trampa. Agitas tu mano en el aire y cruzas la calle corriendo para encontrarte conmigo. No traes paraguas y eso es perfecto.

  —La lluvia está terrible —te digo, es una simple excusa para que acortemos distancia, para forzar un poco más esto que ambos hemos estado tejiendo durante semanas. Sonríes cuando entras en mi espacio y te cubres con mi paraguas, me miras a los ojos y los tuyos se abren sorprendidos. Entonces te sonrojas.

   —Ya veo por qué tu nombre de usuario es “Avispa Esmeralda” —dices.

   —Puedes llamarme Cariel —Insolentemente, como el desfachatado que soy, rodeo tu cuello en un abrazo y te acerco a mí; entonces parece que mis oídos son capaces de oír los revoloteantes latidos de tu corazón estrellándose contra tu pecho agitadamente, parece que soy capaz de saborear tu suave piel y de sentir el olor de tu sangre, el temblar de tus huesos.

   —Es un nombre poco común… —comentas, aceptando, algo nervioso, mi abrazo. Dices eso mirándome a los ojos, no puedes despegar tu mirada de mí y yo tampoco puedo hacerlo. Estoy tan hipnotizado como tú, perdido en el inmenso mar que llevas en la mirada y que por un momento me hace olvidar quién soy.

   —Significa “hombre libre” —contesto y tus perfectos labios se cierran y forman una curvatura hacia abajo—. Pero por ti podría dejarme encerrar en un baúl bajo doce llaves —Y entonces, ese fugaz rastro de molestia que vi en tu rostro desaparece como polvo al viento y esbozas una sonrisa, la más hermosa que he visto en toda mi vida, en todas las vidas que pude haber vivido.

   —Eso es muy tierno —sueltas en una risita y, quizás sin que tú mismo te des cuenta, te acercas más a mí, apretándote contra mi cuerpo. Caminamos en silencio entre las calles grises por un buen tiempo. No es un silencio incómodo para nada, es más, se siente justo como la calma antes de que se desate una tormenta. Una tormenta en la que ambos nos ahogaremos.

Durante nuestro constante intercambio de mensajes que compartimos desde hace algunas semanas, tú solías bromear y decir que fue el mismísimo destino el que nos llevó a encontrarnos en medio del laberinto complicado y espinoso de las redes. Pero yo no puedo estar más de acuerdo contigo, yo; que he vivido mucho más que tú, criatura mía, conozco perfectamente los caminos y mañas del destino. No puedo decírtelo, porque la naturaleza del hombre es ser cobarde y éste tiene la costumbre de correr de su destino. Así que no lo haré, no diré que sé que estás destinado para mí porque seguramente no lo entenderás y huirás, demasiado asustado como para comprender que; lo llames Dios, lo llames universo, lo llames hilo rojo… algo te ha anclado a mí durante todo este tiempo.

En el fondo sé que tú también lo sientes, en lo más profundo de tus entrañas, lo deseas en cada respiración que das contra mi cuello cuando, de vez en cuando, volteas tu rostro para intentar enganchar tu mirada a la mía. Lo confirmo cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse; entiendes mi necesidad y la compartes. Tú y yo somos seres muy diferentes, pero tenemos algo en común; somos hijos de la misma hambre.

Acordamos esto hace algún tiempo. En un comienzo, fueron tan sólo tentativas, pequeñas bromas que nos lanzábamos el uno al otro para reconocer el terreno. Tú, para ver si caía o no en tus juegos y yo, para comprobar si eras el apropiado para esto. Pero el momento había llegado, las bromas se convirtieron en conversaciones serias, los juegos en realidades y, si te hace sentir mejor saberlo, sí. Eras perfecto para esto.

Antes de entrar en la fachada del lujoso hotel al que nos dirigimos, recuerdo por un momento las largas conversaciones hasta la madrugada. Sé todo de ti, criatura mía; sé que llegaste a la ciudad hace poco y que vives solo desde que tienes quince años. Eres un abandonado del destino, justo como yo. Quizás fue eso lo que te llevó a mí, quizás fue eso lo que motivó a ese destino a reunirnos.

 Tus ojos brillan cuando ingresamos a la recepción, están asombrados, seguramente nunca habían visto algo como esto.

   —¿Era necesario tanto gasto? —ríes, como un niño. No puedes evitarlo, y eso me encanta.  

   —Hoy es una noche especial —te contesto, haciendo tintinear las llaves de la habitación entre mis dedos. Entonces dejas de reír, pero mantienes esa hermosa sonrisa tuya y asientes con la cabeza.

No sabes qué tan especial es esta noche, criatura mía.

Dejamos la recepción y caminamos en silencio hacia los ascensores. Tomas mi mano y yo sostengo la tuya firmemente; puedo sentir los nervios palpitando en la punta de tus dedos. Estás ansioso, estás frenético. Estás tan hambriento como yo.

La puerta del elevador se cierra y entonces la cacería comienza; te lanzas a mis brazos desesperadamente y nos besamos, un beso delirante que me transporta a eso que el ser humano llama “Cielo” y que, al igual que tus ojos, por un momento me hace olvidar quién realmente soy. Tus labios son dulces, justo como los imaginaba, suaves, perfectos, con un intenso sabor a miel que estoy seguro que yo, entre todos tus amantes, soy el único capaz de detectarlo. Escapamos del ascensor y te llevo contra la puerta de la habitación para azotar cruelmente nuestros cuerpos contra ella en un arrebato de deseo. Te deseo, no sabes cuánto lo hago.

A tientas y torpemente, logro abrir la puerta y sólo entonces nos separamos. Busco el interruptor de la luz, pero no la enciendo inmediatamente. Me detengo a escucharnos, tu respiración y la mía; agitadas, deseosas, famélicas la una de la otra. Y entonces cierro los ojos y nos oigo por unos momentos más. Es música para mis oídos.

Tú eres todo música, y ni siquiera lo sabes.

Enciendo la luz y cierro la puerta con llave. No quiero que nadie, absolutamente nadie nos moleste esta noche. Mis dedos están temblando de deseo, pero mis manos se toman su tiempo para quitarte la bufanda, la chaqueta, y desabrochar uno a uno los botones de tu camisa nueva que, de seguro compraste sólo para mí y nuestro encuentro.

Me quito el abrigo en medio de tus besos, de tus labios que me buscan y tus brazos que me aprisionan y me envuelven, en lo que, a mi juicio, es uno de los abrazos más sinceros que me han dado a lo largo de mi existencia. Unidos en un beso, piel con piel, nos lanzamos sobre la cama que inocentemente fue decorada antes de nuestra llegada con pétalos de rosa en los que ninguno de los dos reparó al revolcarnos sobre ella. Termino de desvestirte y dejo que tu hagas lo mismo; tus manos se lanzan ansiosas sobre mí y desatan mi corbata, la tiran lejos y quitan mi camisa con desesperación, dejo que esas mismas manos recorran mi pecho, dejo que lo sientan y me hagan estremecer con el caliente tacto de sus dedos. Confirmo que eres el indicado cuando un escalofrío de puro placer recorre mi espalda, son esas manos, ese toque, la forma en la que tu piel vibra a la misma frecuencia que la mía. Oh, criatura. No estoy siendo osado al decir que estabas definitivamente destinado para mí.

Nos detienes un segundo, pones una mano sobre mi pecho y pones algo de distancia para observarnos, sé que lo estás haciendo. Nos ves a ti y a mí, mezclando nuestras respiraciones, jadeando por el deseo. Pareces dudar. Tienes miedo, lo sé, porque crees que es demasiado para ti.

Junto mi frente con la tuya y sonrió. Te confesaré lo único cierto que conozco de nosotros dos.

   —Eres para mí, Jake —susurro contra tus labios y te miro a los ojos. Deseo que veas a través de mí todas mis intenciones y todos mis deseos. Tus preciosos ojos azules se abren, aparentemente sorprendidos y entonces creo que sí lo hiciste, que lograste captar algo de todo lo que quiero y no puedo decirte con palabras. No lo entenderías, aunque intentara de explicártelo, así que sólo te beso para transmitírtelo. Te beso, te pruebo, te absorbo y nuestros cuerpos se juntan y entrelazan otra vez. Frotas tu abdomen contra mí y me envuelves entre tus piernas. Muerdes mi cuello y gimes y gruñes.

   —Hazme el amor, Cariel —ruegas contra mi oído. Tus deseos son órdenes y tus palabras, realidad. Estiro una mano para buscar a tientas la botellita con lubricante que está sobre la mesa de noche y a tientas también unto un poco sobre mi sexo. No preguntaste por condones y la verdad, deseo sentir tu piel hasta la última fibra, sin prohibiciones. Pienso decirte que no te preocupes, que estoy limpio, que no puedo ensuciarme de todas formas, pero creo que eso ya también lo sabes, o no te importa.  

Unto un poco más de lubricante sobre tu entrada, me abrazo a ti como si fueras la vida, y creéme, lo eres, y susurro en tu oído.

   —Voy a entrar.

Intentas respirar, pero ya es demasiado tarde para ti, y para mí. Estoy dentro e intento empujarte lo más suave que me dan mis hambrientas ansias; ansias de devorarte, de que ambos nos fundamos en un solo elemento, más profundamente, más unidos de lo que ya estamos. Quiero estar en tus huesos. Quiero dormir entre ellos.

Esta noche tú y yo seremos uno. Literalmente hablando.  

Te aferras a mí y gimes en mi oído. Otra vez, disfruto del coro de ángeles que es tu voz que se queda, remanece en mi cabeza por algunos segundos más en forma de eco. Dulce eco. Prometo hoy, en esta habitación, bajo esta lluvia que no cesa, que guardaré el tono de tu voz por siempre. A ti, te recordaré como a ninguno.

 —A-Ah, Cariel… —Estás hincado sobre mis piernas, saltando sobre mí, con esa dulce mueca en el rostro que debería ser penada por todas las leyes de este universo. No debería expresarme de esta forma pero, por Dios, eres precioso. Eres la cosa más hermosa que he visto alguna vez—. Y-Yo… —suspiras, tu garganta agitada emite gemidos como los de un animal salvaje, gemidos que queman mis entrañas, que sacuden mis sentidos y me llevan a penetrarte aún más duro, más fuerte. Quiero que sigas haciéndolo, quiero que sigas disfrutando cada segundo de esta noche. Quiero que esta sea la noche por la que podrías morir—. Yo te…

No lo digas.

No lo digas, o acabaré arrepintiéndome. Acabaré cayendo en tus encantos.   

Beso tus labios de miel para callarte y tú te dejas arrastrar por el vaivén que aumenta cuando cambio nuestro ritmo. Este es nuestro baile, la danza de nuestros cuerpos. Y sólo nos pertenece a nosotros, nadie más podrá imitarnos jamás de los jamases, porque tú eres único, y eres para mí. Los escalofríos recorren este cuerpo un sinfín de veces y eres tú la causa de todos ellos; tus piernas aferrándose a mi cintura, tus brazos asiros a mi cuello, haciéndome sentir que soy la única cosa estable en tu mundo. Tu sexo, la manera en la que se sacude entre tu abdomen y el mío y la forma tentadora y magnífica en la que se estremece cada vez que te embisto con más fuerza, acercándote al clímax. Acercándonos, porque por cada temblor entre tus piernas, yo puedo sentir uno conectándose a esta columna vertebral que estoy a punto de abandonar. Pierdo el control, víctima de un placer que estoy seguro sólo tú podrías hacerme sentir y me abalanzo sobre ti, cambiando la posición de nuestros cuerpos y así me permito tenerte más profundamente. Quiero hasta el último milímetro de ti.

Atrapo tus piernas entre mis costillas y mis brazos y lo hago, te hago el amor justo como me lo pediste, mirándote a esos ojos azules de ensueño, murmurándote palabras dulces que estoy seguro morías por oír. No estoy mintiendo cuando te repito, una y otra vez que estabas destinado para mí.

Antes de que ambos nos abandonemos al placer del orgasmo, te abrazas a mí y me permites gemir en tu oído, entonces aprovecho el momento para lamer la curvatura de tu cuello y, justo cuando escucho ese grito, ese alarido que estoy seguro sólo puedes reproducir al alcanzar ese éxtasis por el que viniste aquí, susurro en tu oído:

   —Adiós, Jake.

Sé que lo sientes, sé que te extraña, pero tu cuerpo está tan entregado al placer mientras eyaculas, que no eres capaz de razonarlo. Oh, criatura mía. Tu especie nunca ha usado adecuadamente la razón.

Te aferras a mí para que mi semilla te llene por completo. Eso es justo lo que quiero. Jadeo sobre tu hombro y tú te arqueas un poco, recibiéndome entero. Creéme, cada centímetro de mí está dentro tuyo ahora. Respiras contra mi pecho, agitado, cansado y siento la necesidad de abrazarte para que ese cuerpo tuyo, que ahora es completamente mío, se relaje y vuelva a la calma.

Nos dejamos caer en el colchón, exhaustos, entrelazados como si fuéramos hijos de la misma materia, quimeras del mismo creador. Y entonces lo dices:

   —Te amo —susurras, con la sonrisa más bella de esta tierra en el rostro, y los ojos más brillantes que he visto.

Casi me siento arrepentido.

   —Yo también —acaricio tu mejilla y con mi dedo recorro el camino hacia tu frente, esperando. No falta demasiado, criatura mía. Por favor, sé paciente.

Y entonces lo sentimos. Tú y yo, al mismo tiempo.

Te estremeces, tus músculos se tensan y abres los ojos, como si quisieras pedirme auxilio. Pero no puedes hablar, yo bien lo sé. La garganta es lo primero que se cierra una vez empezado El Cambio. No creas que no sé cómo se siente. Este cuerpo mío también comienza a sufrir las primeras consecuencias de esta metamorfosis. Estoy desapareciendo, voy a esfumarme de este mundo y este cuerpo se evaporará una vez llegada el alba. Acaricio tu rostro, porque la experiencia y los siglos me han enseñado a soportar este dolor como un cosquilleo, pero a ti no, criatura mía. Tú sólo fuiste un desafortunado al caer entre mis brazos.

   —¿Q-Qué…? —te esfuerzas por hablar y tu voz sale como un soplo moribundo, sólo eso. Apenas puedo oírlo. Justo como el último respiro de un hombre antes de morir—. ¿Q-Qué es esto…? —Estás inmovilizado, veo el pánico de la parálisis reflejado en tus hermosos ojos azules. Cada miembro de tu cuerpo está contraído, y no puede moverse, porque ya no te pertenecen.

Tu garganta muda ahoga un grito de horror cuando seguramente me ves desapareciendo; presencias cómo la vida abandona este cuerpo, cómo la piel deja de tener color y cómo la sangre se detiene en mis venas y arterias, se paraliza, como si todo se hubiese apagado. Mi mano muere en tu rostro, y tú lo haces mirándome a los ojos.





                                   
La lluvia ya ha cesado y la luz vuelve al cielo, llenándolo todo. El sol del alba es vida; les da vida a las plantas, a los océanos infinitos, a los animales e incluso a mí. Despierto con la presión fantasma de unos dedos finos sobre mi rostro, parecen no haberse movido de ahí en toda la noche. Con cierta nostalgia que por cada siglo que pasa parece ir disminuyendo un poco más, observo un cascarón de piel vacío y pálido de lo que antes fue una persona y un buen amante, tal vez. Aunque jamás, nadie en absoluto se comparará a ti, criatura mía.

Me levanto de aquella cama de sábanas blancas y pétalos de rosa y deslizo la lengua por mis labios para probarme, para recordar aquel sabor a miel y sentirlo de nuevo. Casi es como tenerte otra vez. Recojo mi ropa del suelo; un par de pantalones, una camisa nueva, una linda bufanda y una chaqueta gastada y me visto para salir de ahí antes de que la limpieza del hotel llegue y me descubra.

A un costado de la puerta hay un espejo de marco dorado de dos metros de altura y me acerco a él para observarme: Ahora, soy un joven que lleva oro salvaje en lugar de cabello sobre su cabeza y soy casi la cosa más perfecta que alguna vez vi en toda mi existencia. Me aproximo un poco más al reflejo, para mirarme a los ojos. Quizás eso es lo que más extrañaré de ti, de este cuerpo que antes te perteneció. Oh, criatura mía. Aquellos hermosos ojos azules ya no están.

Ahora son verdes, como las esmeraldas.

Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review :3 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).