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La polizona por Love_Triangle

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No había cosa que más le fastidiase al señor Gallagher que hacer sustituciones. En especial cuando estas sustituciones suponían hacer un paréntesis en sus cortas, esperadas y necesitadas vacaciones.

Brad había tenido la poca vergüenza de llamar a aquella obvia molestia: “favor entre colegas”. ¿Pero qué culpa tenía Gallagher de que la mujer de Brad hubiese roto aguas antes de tiempo?, ¿qué culpa tenían sus humildes vacaciones de coincidir con sus turnos de noche?, ¿a él qué demonios le importaba que no hubiese ningún otro compañero disponible para hacer la sustitución?, ¿acaso las vacaciones de los demás eran más valiosas que las suyas?

«Luego es culpa de la crisis que el país esté en la mierda. Treinta años trabajando en la misma empresa y este es el pago» Pensó Gallagher mientras tiraba su colilla al suelo y la pisaba durante largos segundos, no con el fin de apagarla sino con el de perder algo tiempo hasta las dos, cuando debía de llevar el tren de vuelta a la estación.

Se suponía que el turno de Brad terminaba a las doce, pero todos saben cómo funcionan hoy en día los puestos de trabajo. Los turnos son flexibles, los sueldos estáticos excepto cuando se trata de bajarlos, el que más trabaja vive como un mendigo y cuanto más gilipollas eres más alto llegas. Esto último sólo se aplica a los jefazos, claro, si cualquiera de los de la categoría de Gallagher se ponía gallito lo único que le llegaría a fin de mes sería el finiquito.

Y encima estaba ese problema a mayores…

«Menudo día de mierda» Masculló Gallagher en el interior de su mente mientras que volvía a su puesto como maquinista con la desgana plasmada en su rostro.

Como era rutinario, cerró las puertas de los vagones antes que la de la propia cabina de control, aseguró su cinturón y encendió las luces que serían su guía en la plena oscuridad de la noche. Noche la cual no prometía ser demasiado luminosa desde hacía un par de horas, cuando la luna de cuarto creciente se había ocultado tras una nube que no parecía tener la intención de dejar que la poca luz lunar se filtrase.

Gallagher estaba acostumbrado a trabajar durante la noche, quizás por eso sus compañeros se creían que tenía la palabra: “suplente” tatuada en la frente. Aunque en aquellos momentos la verdad era que le daba igual, sólo quería terminar aquel maldito turno que no le correspondía, despedirse de la amable recepcionista que cubría los turnos nocturnos del mes de Septiembre y volver a casa para tirarse en el sofá, con una cervecita de las buenas en mano, a disfrutar de los documentales del National geographic y de los graciosos pingüinos que salían en ellos. Tampoco es que un hombre divorciado, sin hijos y de cincuenta años pudiese hacer algo mejor en un sábado noche.

En cuanto la maquinaria comenzó a moverse de nuevo y las ruedas del tren a rodar por encima de los raíles, Gallagher pensó en el agudo chirrido que aquel trasto emitía cada vez que frenaba o arrancaba, seguramente los vecinos que viviesen próximos a la estación debían de desear poder arrancarse los oídos cada vez que lo escuchaban cada pocas horas.

«¡Bah! ¡Que se jodan!» Pensó el hombre «Por lo menos ellos están en sus puñeteras casas»

Si obviamos la lluvia torrencial y el hecho de que apenas se vislumbraba aquello que los focos no alcanzaban a iluminar, el trayecto transcurrió sin problema alguno. En sus primeros años como maquinista aquella situación y aquel clima le habrían llevado, sin lugar a dudas, a cagarse en todas las figuras religiosas y ancestros de Brad, pero tras tantos años trabajando de lo mismo la lluvia era parte de la rutina.

Además, habría preferido mil veces más que lloviese, que tronase, que el cielo se llenase de relámpagos y que el agua fuese acompañada por granizo, que tener que pasar por aquel túnel. Aquel endemoniado túnel que había sido protagonista de muchas de las pesadillas de no sólo maquinistas, sino también de viajeros. También había sido el motivo por el cual muchos de ellos, incluyéndose, se habían vuelto locos tratando de cambiar turnos o rutas con tal de evitarlo, daba igual la hora del día de la que estuviesen hablando, simplemente no querían ir allí.

De hecho… No sería todo aquello una estrategia de Brad para empaquetarle el marrón, ¿verdad? Porque si lo era, él mismo se aseguraría de obligarle a pedir la baja después de la paliza que le daría.

Las portadas de los periódicos, el telediario, la radio… Todos los medios habían hecho eco de la noticia. Noticias de trenes que descarrilaban sin aparente motivo, vías que se movían y cambiaban de lugar justo cuando el tren iba a pasar por ellas, raíles que desaparecían entre un horario y otro, los asaltos…

Gallagher había escuchado cómo varios de sus compañeros relataban sus respectivas experiencias en el famoso túnel que estaban obligados a cruzar sí o sí si querían realizar más del noventa por ciento de las rutas. Una de sus compañeras había relatado cómo un grupo de chicos jóvenes la obligaron a detenerse situándose en mitad de las vías y, cuando frenó en seco, asaltaron el tren llevándose cuanto precisaron. A uno de los veteranos le hicieron descarrilar cuando transportaba mercancía, a otro cuando volvía de la capital… Y, como ellos, muchos otros fueron víctimas de aquellos individuos.

Lo increíble de todo aquello, y el motivo por el cual la policía no le había dado especial importancia al caso, era que aquellos misteriosos vándalos no solían robar nada de valor. Algunos de ellos cogían todo cuanto podían y huían en cuanto estaban satisfechos, pero la mayoría no actuaban así. La mayoría no solía robar dinero o, en caso de hacerlo, pequeñas cantidades superficiales sin las cuales nadie correría riesgos económicos. Cinco euros, diez… Incluso cincuenta en casos especiales.

Pero lo que más le llamaba la atención a Gallagher era lo que sí se llevaban siempre, por lo que se podía decir que hacían todo aquello. No eran una gran banda organizada, más bien pequeños grupos o personas individuales que conocían los mismos métodos para hacer parar a los trenes. Métodos que utilizaban para saquear las mercancías y las pertenencias de los viajeros en busca de… Comida.

Gallagher no llevaba pasajeros, tampoco mercancías, sólo tenía que dejar el tren en la estación y esperar que la persona a la cual le tocase realizar el siguiente turno se las apañase. Por esa misma razón, tenía confianza en que “los del túnel” no le parasen.

El tren avanzó hasta que, en el horizonte, el maquinista comenzó a distinguir las anaranjadas luces del túnel al cual habían bautizado como: Fall que significaba: “Cae”

Gallagher sintió cómo su respiración dejaba de ser inconsciente, de cómo sus miembros se agarrotaban a cada instante en el que el tren se acercaba más y más a aquel lugar. De repente, el tren se había convertido en un lugar frío, incomunicado y aterrador en el que si algo le ocurría nadie estaría allí para evitarlo.

Su mente, tensando cada vez más el ambiente, formaba en su interior imágenes. Imágenes que preferiría no ver a breves segundos de cruzar Fall, pero que no podía evitar crear en su imaginación. Imágenes de asesinos, ladrones, delincuentes, maníacos… Imágenes de seres propios de las películas y no de la realidad. Imágenes de sangre, frío y terror.

Si se decidía a detenerse corría el riesgo de que los asaltantes fuesen del tipo violento y le mandasen directo al hospital o al cementerio al no tener botín que entregarles. Por el contrario, si aceleraba, podía darse el caso de que las vías no estuviesen donde debían de estar y el descarrilar a alta velocidad fuese una situación fatal. Y si se mantenía al ritmo que iba, le obligarían a parar.

«Me cago en mi puta vida…»

Uno… El tren ya había dejado atrás el arco que le daba la “cálida” bienvenida a Fall. Dos… La entrada quedaba cada vez más atrás. Tres… El tren se adentra por completo en el lugar, perdiendo de vista la entrada y sin alcanzar a vislumbrar todavía la salida. Cuatro... Todos los sonidos alrededor de Gallagher parecen intensificarse. Cinco… Coge aire, ya casi ha llegado a la mitad del trayecto. Seis…La sombra de un hombre sentado junto a la pared derecha del túnel, lo suficientemente lejos de las vías como para no correr el riesgo de perder la piernas en el intento, se vislumbró a lo lejos y fue creciendo a medida que el tren se acercaba y lo iluminaba con los focos.

Aquella sombra se convirtió, a la misma velocidad a la que el tren avanzaba, en una figura, aquella figura en un cuerpo humanoide, aquel cuerpo en un hombre y aquel hombre se convirtió en el terror del maquinista.

El chico de, por su complexión, apenas veintitrés años, elevó uno de sus brazos para proteger sus ojos de la luz y de la vista del conductor. Aunque llevase la mitad inferior del rostro oculto tras una mascarilla negra no parecía interesado en ser reconocido. Eso llevaba a Gallagher a preguntarse si aquella gente sería en realidad ciudadana de la ciudad de Krintal.

El chico se levantó esperanzado cuando el tren se detuvo junto a él y, esta vez dejando ver sus claros cabellos rubios y aquellos ojos azules que le daban la apariencia de un chico de buen ver y de prometedor futuro en vez de la de un asaltante de trenes, miró a Gallagher con una sonrisa tímida en su rostro.

—    ¿Tienes comida?

—    Sólo un sándwich de pavo cocido.

El joven desvió la mirada apenado y, asintiendo como única respuesta, volvió a sentarse sobre el suelo de cemento, recogiendo sus piernas y colocando sus brazos como barrera para que no se acercasen más de lo debido a las vías mientras esperaba otra oportunidad.

—    ¿No deberías de estar en la universidad, chico?

—    ¿Yo?—. rio divertido— Lo veo complicado sin saber leer.

Gallagher abrió su bolsa sin sorprenderse demasiado bien aquella declaración y simplemente sintiendo pena porque un chico tan joven y tan guapo hubiese tenido que mandar su vida al traste de aquella manera. No sabía cuales habían sido sus motivos para terminar en aquel túnel, aquel día y a aquella maldita hora en la que el frío de la noche te congelaba las manos incluso dentro del tren, pero lo que sí sabía era que desde luego no pensaba investigar acerca de las vidas de aquellas personas, bastante tenía con tener que parar cada vez que se topaba con ellas. Pero el hecho de que no le hubiese exigido que entregase su sándwich al ser conocedor de que era lo único que llevaba, le invitó a entregárselo voluntariamente.

—    Toma, chico.

Sin pararse a pensar en estúpidos protocolos de educación, el chico aceptó aquel alimento que se presentaba ante él como un manjar hecho por los dioses y, sin siquiera recordar el agradecerle al maquinista su gesto, tiró el papel albal a un lado y comenzó a devorar lo que había en su interior como si no hubiese comido en semanas.

Gallagher cerró la puerta y encendió el tren sin más preámbulos, quería llegar a casa, ponerse su anticuado y deshilachado pijama de cuadros y, sobretodo, que aquel chico olvidase su cara. No pensaba ser el amiguito de ninguno de ellos, tampoco era una ONG sobre ruedas. Era un hombre normal, con una vida normal, que no quería verse involucrado con aquella gente cuyo ambiente se salía, por completo, de su cómoda normalidad.

—    ¿Adónde va el tren?—. Murmuró el chico antes de que el maquinista pusiese en marcha la máquina.

—    A Krintal—. Respondió Gallagher vagamente.

El joven asintió sonriente.

—    Dile al compañero que te va a sustituir que le estaré esperando… O más bien a la mercancía que lleva a Rosegrant.

—    ¿Cómo sabes que…?

Los azulados orbes del chico miraron y a Gallegher y su sonrisa incrementó ligeramente su tamaño ante su pregunta, la cual obviamente estaba deseoso de contestar.

—    Los de La Ciudad conocemos al tren.


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