Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Por favor, ven a casa para navidad por AndyxRRRx

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Al fin podía beber por la mañana sin preocupaciones. Era el día que aguardaba a noche buena y las presentaciones ya habían finalizado. Aoi no era una persona con el mayor espíritu navideño, pero recibía con tranquilidad aquellas frías fechas, aunque la verdad era que esa ocasión sentía una inusual impaciencia y, para qué negarlo, la emoción se reflejaba en sus ojos cansados.

—Sí, por favor, dos cajas de estas.

El vendedor de una tienda departamental sostenía cuatro cajas diferentes de chocolates mientras se las mostraba al músico en cubierto frente a él. Alrededor las campanas sonaban y el cálido sitio se bañaba con luces doradas. ¿Por qué los chocolates eran tan caros por navidad? Qué tonto le parecía gastar en algo que después conseguiría a menos precio, pero aun así los llevó, un par de cartones naranjas con envoltorios brillantes bien cargados en su interior fueron la única compra de Aoi por la tarde.

El descanso de su paseo fue destinado a su comida, nada exagerado pues estaba a dieta y recién había conseguido bajar los kilos ganados el primer tour.

—¿Mesa para uno?

—Sí, por favor.

Una pequeña incomodidad hizo que su pecho se enfriara brevemente, pero retomó su compostura y sonrió tranquilamente al afirmar su agarre a las bolsas grises con chocolates en su interior. Y es que la verdad era que Aoi sentía muy en el fondo no poder compartir la mesa con alguien más, no lo iba a admitir, pero así pasaba.

—Todo estará bien, sólo aguarda a la noche.

Él mismo se hablaba mientras checaba el menú, escondiendo su cara del resto discretamente, de todos modos, nadie lo iba a notar entre el alboroto de las parejas planeando los últimos puntos de su salida nocturna o la cena en familia. Y su ansiedad fue bajada abruptamente tras recibir un mensaje, no lo esperaba, pero le alegró aún más su incomprensible corazón solitario.

Estoy escogiendo mi atuendo, ¿crees que debería comprar un saco o una gabardina?

Uruha adjuntó dos fotos a su texto. Realmente Aoi no sabía si aquella debilidad en su mandíbula era por el platillo frente a él o por la fugaz imagen de Uruha llevando la gabardina negra que tenía entre sus opciones. ¿Qué había hecho bien para que aceptara salir con él para navidad? Finalmente, después de muchos años reunió el coraje para decirle.

La gabardina sin duda, hoy será una noche fría. Y así envió su respuesta, ya no recibió más de él, no era necesario. Pudo seguir comiendo en paz, sonriendo de bocado en bocado.

El camino de vuelta a casa se volvió más largo, le tomó tiempo atravesar a las personas en medio de las tiendas y todas las escaleras eléctricas iban a tope. Pero nada desanimaba al feliz Aoi con sus chocolates, y un par de botellas de vino que añadió de imprevisto.

—Hola, sí, sólo llamo para confirmar la hora —la pantalla de cristal se encontraba con la mejilla fría del moreno y él hablaba mientras buscaba las llaves en su bolsillo, sosteniendo las compras con una sola mano—. Aquí estaré para recibirla, únicamente pido que sean puntuales, por favor.

Aoi no sabía cocinar, al menos no algo para una cena de aquel tipo, y Uruha era perezoso para ello, sin contar que era el invitado. La solución a todo fue encargar algunos platillos en un restaurant que estaba cerca de su apartamento, le parecía fantástica idea, siempre que iba a comer disfrutaba mucho cada orden. Uruha también estará contento. Sólo debía asegurar que llegara media hora antes, así acomodaría su presentación en el comedor y el resto de las cosas en ello.

Todo iba perfecto, con uno que otro desliz, pero marchaba a buen ojo para Aoi, sin embargo, conforme la luna se iba alzando las velas oscuras se iban consumiendo con el paso de los minutos, convirtiéndose en horas. El centro elegante de la mediana mesa era lo más iluminado en la sala principal y la camisa de Aoi estaba con los tres primeros botones perdidos sobre su alfombra roja, la cual pisaban sus pies cubiertos sólo por calcetines ya que ambos zapatos bien lustrados fueron a dar hasta un lado del sofá. Uruha llevaba ya dos horas de retraso.

Oh what a Christmas to have the blues—la voz melodiosa que rara vez dejaba salir de entre sus labios dio paso a unas cuantas líneas del triste blues navideño que lo acompañaba en su noche—. My baby's gone I have no friends to wish me greetings once again.

Permitió que la cera continuara manchando la madera reluciente de la mesa, también dejó que la cena se enfriara. Él simplemente se impulsó a caer de espaldas hacia el mullido sofá negro y su saco se arrugó sin preocupaciones, exponiendo su pecho bajo la camisa cándida mal acomodada. Ambas bolsas de las compras estaban al alcance de su mano colgando al suelo y no tardó demasiado en alcanzar la primera caja de chocolates que empacó.

—Seguro, Yuu, ahí estaré —habló imitando un tono infantil para sus palabras, recordando que Uruha quedó en no faltar a su invitación.

Se sentía un tonto, y aun peor, se sentía traicionado. Quizá para su compañero no era algo tan importante, pero para él significaba al fin dejar abierta la puerta de su casa a la persona que le gustaba, a otro hombre. Era difícil, tardó años en verse al espejo y respirar sin sentir que su garganta le ardía por todo lo que tenía por decir.

Las repisas que estaban frente a él daban refugio a la mayoría de las botellas en aquel apartamento y su vista se perdía entre los vasos y etiquetas de renombre ahí. Aoi realmente quería un trago, lo necesitaba, pero era tanto su bajo ánimo que sólo movía la mano de ida y vuelta en su caja de chocolate y su boca, masticaba con remordimiento, pero al carajo con las calorías extra, lo que realmente le pesaba era su creciente dolor al no tener la figura de su alto Uruha en la habitación.

Quizá era por el frío, pero su nariz ya estaba comenzando a escurrir. Hacía un mes aproximadamente que cargaba con una gripa que desparecía y lo volvía a envolver, así alternadamente. Ojalá me muera. Ojalá se incendie la alfombra. Él pensaba y pensaba, únicamente cosas tontas y pesimistas le rondaban la mente. Ojalá estuvieras aquí. En serio quería llorar, en sus ojos percibía aquella sensación, y aunque se relajara lo más que pudiera sus lágrimas no fluían, sólo su mandíbula se tensaba al dar pie a su ira y decepción entrantes.

Se puso de pie, ya era casi media noche y no pasaría la madrugada helada en su sala. Anduvo hasta la mesa y vio la hermosa cena bien acomodaba en los platos relucientes junto a copas nuevas que recién compró, ah qué desperdicio, una sonrisa torcida se formó en su cara y recordó que el repartidor había olvidado llevarles el postre, un pastel muy mono que lo convenció por su presentación, pero al parecer también le quedó mal, pues al recibir su encargo aquel muchacho se disculpó severas veces mientras hacía reverencias, lo siento mucho, señor, era todo lo que repetía.

—Después de todo, tampoco trajeron el postre.

La botella de vino acabó entre su palma y la destapó sin apuro, calmado y mirando fijo a la espuma que botaba. Dulzón, frutal para empezar. Aoi no frecuentaba las bebidas dulces, pero esa vez quiso probar el contraste con la cena, aunque al final de la noche el alcohol fue directo del contenedor a su boca, ni siquiera movió las copas. Sus labios se presionaron uno sobre otro, la mueca en él cambió.

—Oh, sabe mejor de lo que esperaba —admitió en voz alta—. Me pregunto si a Uruha le hubiera gustado.

Se quedó perdido en el pensamiento, en lo que había salido de su boca. Tragó ruidosamente y dejó ir una carcajada, así se convencía lentamente de eso, que nuevamente el piso estaba vacío. Pero a mitad de su gris nube nublándole el cerebro, su celular sonó de nuevo e inconscientemente lo tomó deprisa y con altas expectativas.

Feliz navidad.

Era un mensaje de Reita, le había agregado una foto de él junto a Ruki; ambos vestían unos suéteres tejidos, rojos, y con diseños simples en la parte frontal. La postal navideña de Suzuki nuevamente era un retrato con su novio y el árbol decorado al fondo. Anexado había unas palabras más, pero no se molestó en leerlas, estaba seguro de que lo había mandado con todas las buenas vibras que poseía, sin en cambio, su humor estaba ya peor, pues los envidiaba, no más de lo que los quería, pero sentía envidia.

Sobre la notificación aun parpadeaba un mensaje más y rio burlón al darse cuenta que el restaurant igualmente le había mandado un mensaje.

Muy buenas noches. Lamentamos profundamente el inconveniente que hubo con su orden esta velada, por la temporada hemos sido saturados y hasta este momento nos es posible reincorporarnos para entregarle el paquete pendiente, más una cortesía como disculpa de la gerencia. En unos minutos estaría de nuevo en su puerta el encargado de la zona, por favor, recíbalo. Esperamos que esta situación no vuelva a presentarse, una disculpa nuevamente.

Feliz navidad.

Att: La casa del vino y las flores.

Bufó, sinceramente ya no le molestaba el retraso con su postre ya que no había con quién degustarlo, pero el simple recordatorio le hizo molestar más; su tristeza tomaba un rumbo más hostil.

—La maldita cena irá a la basura, ni siquiera tengo ganas del postre.

Desde que leyó el mensaje habían transcurrido cinco minutos, quizá aún estaba a tiempo de cancelar la entrega, pero pensó en el día siguiente, por la mañana no tendría algo decente qué comer… quizá podría ser su desayuno, a solas.

En su habitación se liberó de la arrugada vestimenta que de nada sirvió esmerarse en planear para quedar impecable. Su peinado de echó a perder y tenía el sabor del tabaco, vino afrutado y chocolate en su boca. Sus manos estaban frías y su nariz aun escurría. Un gran suéter gris envolvió su delgado cuerpo, complexión que él seguía viendo con kilos demás, y un pantalón flojo ayudó a que sus piernas no continuaras apretadas en la firme tela del traje que acabó arrumbado junto a su cama.

El colchón recibió el fuerte golpe al sentarse y se hundió un poco, sólo tantito. Ambas palmas cubrían el rostro cansado de Aoi, ya sin brillo en su mirada, de vez en cuando dejaba que sonidos de inconformidad salieran de su garganta y el mayor de estos fue cuando el timbre de su piso sonó en el eco; era el repartidor con el postre pendiente y la cortesía de disculpa, le habían mandado mensaje al llegar fuera del complejo de apartamentos.

—Más les vale que sea una buena botella lo que me den.

Sus pasos iban pesados, arrastrados alternadamente, y sus parpados ya estaban irritados, todo él estaba irritado. Apenas alcanzó a tomar una bata roja de su perchero y la colocó sobre sus hombros, iba descalzo, pero a mitad del camino alcanzó sus cómodas nike negras. Presionó el botón para abrir el portón del piso de abajo y permitió que aquel chico subiera las escaleras hasta su puerta. Un par de golpecitos resonaron y Aoi rápidamente abrió para recibir en cuanto antes y largarse a dormir.

—Buenas noches, ¿Señor Shiroyama?

—Sí, hola. Buenas noches —su contestación trató de moderarla, pero la impaciencia denotaba en su mirar—. ¿Traes todo, muchacho?

—Así es, señor, aquí tiene —él extendió temeroso ambos brazos con un par de cajas marrones muy bien adornadas, eran de madera, y una cuerda las rodeaba—. Le ofrecemos una disculpa, por parte de mi anterior compañero y gerencia —realizó una reverencia y alzó su mirada apenado—. Lamento esta última molestia, pero me fue imposible subir con todo el paquete en manos, en seguida regreso con su cortesía.

La mueca en Aoi no tenía lugar ahí, ya casi se le caían los labios de tanto torcerlos, pero asintió, ya estaba ahí, ¿qué más hacer? Entonces cerró la puerta y permitió que aquel joven trajera lo restante, aprovechó para dejar ambas cajas sobre la barra en su cocina y suspiró. Qué bonitas presentaciones tenía ese lugar, le daba pena que se las tuviera que adjudicar solo él. Nuevamente su puerta fue tocada y él recibió una caja aún más grande, igual de hermosa, y por supuesto más pesada.

—Le deseo una linda velada, con su permiso.

Y se fue. Aoi vio su espalda antes de cerrar la puerta y finalmente el pasillo vacío, ahí donde se supone debió estar Uruha hacía horas atrás. Nuevamente el frío creció en su interior, abrazó la caja enorme y la pegó su pecho. Una de sus manos se detuvo en una cara del cubo, había un guante atorado entre la gruesa cuerda y al retirarlo notó que era aquel que protegía la mano del repartidor.

—¡Oye, espera! —la voz de Aoi, sin mucho interés, iba rebotando al bajar las escaleras, quizá aún lo alcanzaría distraído buscando su guante frente a su moto—. Olvidaste algo.

Y así fue, el muchacho estaba hurgando entre sus bolsillos, se detuvo al escuchar la voz de Aoi a su espalda y vio que sostenía el guante faltante. Agradeció por devolverlo y tomarse el tiempo de bajar hasta ahí.

La despedida final, el pequeño auto partió y Aoi seguía de brazos cruzados frente al complejo. El frío tomaba presencia y sus huesos sufrían por ello, pero no le importaba del todo, pues la vista de la calle solitaria en la madrugada le producía una especie de paz, a medias, claro, pero paz, al fin y al cabo. Tenuemente iluminado, sólo las ventanas reflejaban que dentro de cada piso había alguien celebrando por las luces decorando o el ruido apenas audible ahí.

—Seguro no tardan en ir a dormir, ojalá no hagan demasiado escándalo, quiero descansar —habló Aoi con cierta esperanza en su voz.

—¿Tan temprano? Hacía unas semanas no dejabas de mandarme mensajes a esta hora, decías que era tu hora preferida para estar despierto.

Una silueta alargada, algo inclinada a la izquierda, se aproximó con aquel comentario que, primeramente, asustó a Aoi, pero esa impresión se esfumó en cuanto los faroles iluminaron el rostro calmado de Uruha y sus mechones verdes y negros.

—Buenas noches, Yuu.

Con un poco de pesar, y una mirada dudosa bajo sus cejas alzadas, saludó al que era su anfitrión. La mueca del mencionado no tenía entrada, ni siquiera sabía cómo sentirse.

—Tú…

El tono de amenaza y la mirada penetrante que usó Aoi fueron suficientes para sacar una risilla en Uruha, lo cual el otro no tomó para nada bien. Estaba a punto de soltar un grito y extender sus brazos con ese ancho suéter y suave bata, pero las extremidades largas y delgadas cubiertas por una elegante gabardina negra impidieron que se formara el drama en él; Uruha tomó ambas manos, las bajó, y en su lugar colocó sus propias manos en la espalda de Aoi, abrazándolo, apoyándose en él.

—En serio lo lamento, esta no era la navidad que planeaste.

—No, definitivamente no lo es —su tono era de indignación, se reusó a corresponder el gesto.

—Por favor, no estés molesto.

Aoi en serio pretendía continuar con su escena y alejarlo de una vez para irse a meter entre las sabanas, sin embargo, la voz de Uruha tenía algo extraño, se oía entrecortado, demasiado cansado.

—Sólo dime qué sucedió.

—Nada de importancia, por favor entremos, hace frío y yo…

—¡Kouyou, dime de una maldita vez! Te he esperado desde hace horas, la cena se enfrió, terminé con el vino y una caja entera de chocolates —tuvo la fuerza para alejarlo y encararlo mientras le hablaba—. Yo sé que esto no es nada especial para ti, que incluso es simplemente para no aburrirte o no hacerme sentir mal, pero créeme que significó tanto para mí el sólo hecho de invitarte a cenar y decirte que tú…

—Que yo, ¿qué? —se recargó junto al muro que tenía más cerca, agarrando un costado de su tórax, viendo a Aoi girar su cara al otro lado de la calle.

—Que tú eres alguien que me atrae, aun cuando seguramente ya lo sabías, ambos lo sabíamos. Estas últimas circunstancias me dieron el valor de ponerlo claramente.

La brisa fría corrió y los mechones cortos de Aoi se menearon con ella, cubrieron sus ojos y al fin las lágrimas retenidas querían salir, pero su orgullo las ataba a él.

—Pero veo que después de todo, nada sirve —continuó tras haber detenido por un respiro—. No tiene caso que me abra un poco más o me muestre de esta forma.

Uruha siguió escuchándolo, su voz estaba quebrándose cada vez más y sentía algo aún más doloroso en su interior. ¿Por qué Aoi era así? ¿Por qué si quiera se veía atraído a la forma en que intentaba ocultar los hilos cristalinos en sus mejillas? Ah, en serio los dos habían esperado más de lo debido para decirse francamente cómo se sentían y lo que querían, a quienes querían.

—Lo que verdaderamente no sirve es que estemos los dos aquí congelándonos cuando podemos calentarnos adentro.

El comentario de Uruha salió repentinamente y, por más que odiara admitirlo, en ese momento Aoi tomó el peor de los sentidos para aquellas palabras, así que intentó contralarse ante la provocadora estrategia para reducir su mal humor y resentimiento.

—Ya no tienes ni por qué dar un paso en mi casa, puedes regresar por donde viniste.

La mano helada de Aoi señaló la misma vereda que recorrió Uruha hasta ahí, pero terminó sosteniendo el cuerpo delgado entre sus manos, ya que finalmente había colapsado y nuevamente se apoyó en él.

—Si te explico detalladamente lo que sucedió, ¿podrías reconsiderar tu invitación y tomarnos una copa de vino allá arriba?

No se pudo negar ante la clara debilidad y mal estado físico de Uruha, a pesar de dudarlo por unos segundos, se giró en dirección a la entrada y permitió que el otro lo siguiera. Las pisadas eran lo único que los rodeaba y fue una subida incómoda para Aoi, incluso el sonido de las llaves le era demasiado intenso.

En el sofá, ahí donde los zapatos bien lustrados descansaban, Uruha tomó asiento y Aoi decidió posicionarse en el asiento de enfrente, ambos separados por la pequeña mesa de centro sobre la alfombra. Los ojos del recién llegado no se detuvieron a inspeccionar demasiado el desastre de apartamento, era obvio, y lo seguía lamentando por tener cierta responsabilidad en ello, pero no demoró más tiempo y retiró su gabardina, expuso su camina azul y después comenzó a desabotonarla.

—Oye…

Aoi carraspeó, dirigió su mirada a otro lado e intentó levantarse para escapar. La risa ronca de Uruha sólo lo desconcertó más.

—No te emociones, es muy pronto para eso, mi querido.

Un bufido más por parte de Aoi y volvió a su posición de brazos cruzados, ya no quería verlo a la cara.

—Esta es la razón por la cual me demoré.

Los huesos en el pecho de Uruha estaban expuestos, su piel lisa era sensible al frío y parte de esa zona estaba erizada. La camisa casi podía deslizarse de su cuerpo, mostrándolo hacia Aoi. Su gabardina, doblada torpemente, descansaba a un costado. Toda la imagen que percibían los iris oscuros, dueños del apartamento, era demasiado erótica, o al menos así lo maquinaba su mente, pues incluso los ojos alargados que se escondían entre mechones provocaban que una sensación rara lo incomodara. Los labios de Uruha permanecían entreabiertos, respirar también le costaba.

Pero la nube que bloqueaba el sentido de Aoi tuvo que dispersarse debido a la textura blanca que irrumpió en su paseo por la anatomía de su compañero. Un vendaje que envolvía la mitad del torso derrumbó todo en la atmosfera.

—¿Qué sucedió?

—De camino a la estación, tuve que tomar otro camino porque mi ruta regular estaba saturada, alguien intentó asaltarme.

Él le explicó la situación, cómo perdió su billetera y lo impotente que se sintió al tratar de defenderse, pero al final se vio herido por el filo en el arma que lo amenazó. No había pasado nada tan grave como para arriesgar su salud críticamente, pero el corte le ardía, dolía mucho y su empeño en salir de la clínica fue grande, no lo dejaron ir hasta después de media noche; aquella vez el consultorio estaba al tope, entre la tardanza de ser atendido y librarse de ahí, cuando miró la pantalla de su celular para checar la hora maldijo en voz baja imaginando que Aoi seguramente se molestaría por no llegar a tiempo. Y estaba en lo correcto, pero la mirada que le dedicó al terminar su relato iba con otro sentimiento nuevo, uno de angustia.

—Ay, Kouyou, ¡hubieras llamado! ¿Qué tal si algo te sucedía y yo estaba embriagándome? —la desesperación en su interior estaba por explotar, ya no quería estar sentado, le gritaba con las manos al aire—, ¿A caso soy tan poca cosa que ni siquiera soy tomado en consideración para esto? ¿Eh?

—Yuu…

—¡Nada, déjame hablar!

Pero Uruha no quería escucharlo, no aquellas palabras toscas y alteradas. Entonces, lentamente y con cuidado, se puso en pie y anduvo hasta quedar frente a Aoi, lo tomó de ambos hombros e inclinó su cara hasta juntar sus frentes, mirándolo a los ojos dejó escapar un suspiro e hizo que cerrara al fin la boca, pero abrió más los parpados.

—No quería preocuparte por algo que terminaría solucionándose rápidamente, según. Precisamente por el motivo de esta cena es que no necesitabas más cargas, más en qué pensar. Créeme que hice de todo por salir cuanto antes, pero no se me fue permitido. Y no te atrevas a seguirme despreciando, porque seguí hasta aquí y tengo un jodido dolor tan grande como el que me provocan tus arranques de drama, entonces, por favor, acepta mis disculpas y sírveme una copa para que continuemos con esto que empezaste tú mismo.

Aoi no se movió de su posición, permaneció bajo la mirada de Uruha, ahí se sentía bien y a gusto. Cerca de su cuerpo no hacía tanto frío y el pecho no dolía. Respirando su colonia directo de la piel desnuda podía mecerse con el viento colándose por la ventana abierta. Estando Uruha ahí, a salvo, la navidad brillaba más.

—Entonces yo voy por la botella —habló después de un rato estando en pie, Uruha dejó todavía a Aoi ahí de pie, se encaminó a la cocina.

Los largos dedos rebuscaron entre las botellas de las repisas, pasó junto a la mesa y rio por la comida fría y bien servida con las velas consumidas a su alrededor. Se esforzó. Un par de copas chocaron al tomarlas y llevó una botella mientras caminaba de vuelta a los sofás.

—¿Gustas? —ofreció a Aoi, meneando un poco la botella, y él sólo asintió al poner su copa en la mesa.

Ambos bebieron en silencio por un rato más. Se animaron a conversar hasta que Aoi mostró más interés y preocupación en cómo se sentía Uruha. Llegaron a otros temas, incluso Uruha logró que la risa amarga se volviera dulce como el vino espumoso que tomaban. No importaba que la comida estuviera fría, aún tenían el postre del hermoso pastel, una caja de chocolates y la cortesía del restaurant, la cual terminó siendo un platillo especial de su carta por navidad.

A mitad de madrugada prácticamente ya habían cenado y vaciaron dos botellas, una de vino y otra de vodka, mientras reían y hablaban cada vez más fluidamente, sin el aura oscura emanando del dueño ahí. Pero, por más que lo empezaran a disfrutar, el cansancio ya los vencía y Aoi notaba que el dolor en Uruha incrementaba, al igual que sus escalofríos, así que se puso en pie y sus pasos lo llevaron frente a Uruha, allí tomó la gabardina que había dejado de lado y extendió su mano, ofreciéndola.

—Es hora de descansar.

—Sí, creo que lo es. Pediré un taxi.

—No, ¿de qué hablas? Puedes quedarte aquí, tengo una habitación extra.

—Pensé que no querías verme más en tu casa, eh.

—Eres un idiota —al fin sus manos se juntaron, ayudó a que se pusiera de pie y nuevamente quedó bajo sus ojos—. Estás herido, y un poco ebrio.

—No más que tú, apenas y tomé unas copas.

—Cómo digas —sonrió, sinceramente ni siquiera había contado los tragos—. En la mañana podría llevarte a que te revisen adecuadamente.

—¿Se preocupa por mí, Señor Shiroyama?

—Por supuesto que sí. Después de todo, eres la persona que me gusta.

—Suenas como un quinceañero dándole la carta a su compañera de clase.

—¿Y? Deberías agradecer que soy yo quien te está diciendo esto, o qué, ¿preferirías que fuera otro?

Los ojos de Uruha se fueron hacia atrás. Sentía que iban tan bien, pero la voz irritante y altanera, impulsada por el alcohol, le fastidiaba un poco, pero no lo suficiente como para querer alejarlo. Así que mejor lo silenció.

Sus labios se juntaron, Aoi sin esperarlo, Uruha con una sonrisa entre el contacto. Su beso fue corto y justo cuando estaban por alejarse, las manos de Aoi atrajeron de nuevo el rostro ajeno para continuar con la caricia entre sus bocas, aquella vez masajeando aún más la piel sensible y húmeda por la saliva. Nunca se habían besado de aquella manera provocativa, algo tierna en un inicio, y, sobre todo, sincera.

—Feliz navidad —interrumpió la voz de Uruha al separarse unos centímetros y contemplar la sonrisa de Aoi.

—Feliz navidad —respondió, sin perder el tiempo de volver a unir sus rostros en un nuevo beso.

Yuu estaba feliz de tener a Kouyou en casa, agradecía estar entre sus brazos y bajo su boca. Después de todo, era navidad y quizá su mejor regalo era el calor que le brindó aquella madrugada de invierno.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).