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Última oportunidad por aries_orion

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Notas del fanfic:

Disclaimer: los personajes son pertenecían de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia. Bye.

Notas del capitulo:

Mis palabras fueron: vejez, olvidó, fiesta e hijos.


 

 


Correr de un lado al otro se había convertido su vida en los últimos años. Gritar, exigir, pensar, meditar, tirar y jalar. Esa era su vida. Una que le gustaba y se forjó a base de dolor y sacrificio. Los años en campos enemigos, guerras sin sentido, gobiernos cerrados y personas volátiles. Enfrentar todo eso le llevaron a cuestionar muchas cosas, incluso su matrimonio y hasta su vida misma. Sin embargo, sabía la importancia de aquel entrenamiento para el futuro. Uno de los mejores francotiradores, especializado en armas de corto y largo alcance, logística y estratega. Así le recibieron en la jefatura al presentarse el primer día.


La lista de su currículum le fastidiaba, por dios, que ya se lo sabía al derecho y alreves. ¡Él eligió aquello!


Las miradas de resentimiento sin justificación de parte de sus compañeros dejaron de importar al momento de cruzar miradas. Le entrenaron para no escuchar y acatar órdenes, para sentir el mínimo cambio de aire, agua y los relieves de la tierra junto con lo que le habitaba. Primero fue oficial, detesto ir tras criminales de primera, amateus en usar el cerebro y las armas que según ellos sólo tenían una finalidad. Detesto ser oficial, pero no por ello dejó de hacer su trabajo como era debido, si lo amonestaban era por su actitud tosca y bruta al decir las cosas. Con el tiempo fue avanzando hasta que, para las pulgas del director, los altos mandos le dieron una unidad de detectives, siendo él el líder.


Ahí, por un momento, pensó en tener un poco de paz, pero ser líder de una unidad de detectives compulsivos, con aires de grandeza e idiotez le obligaba a cuidarlos y frenarlos a cada tanto. A veces sentía que guiaba a una panda de niños de kinder que una de hombre y mujeres adultos.


No recapitula su vida porque sabe que al hacerlo verá todo aquello que no pudo disfrutar como le hubiera gustado. No pudo estar más de cuatro días de luna de miel, no pudo disfrutar de su vida sexual como le gustaría porque su trabajo le exigía un cuerpo libre de padecimiento. No pudo dejarse caer en la cama cuando se sentía agotado. No pudo gritar cuando sentía los nervios sobre la piel. Ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que se tiró al sofá sobre su pareja, subiendo y bajando al ritmo de su respiración por usarlo de almohada.


Besos salvajes olvidados, caricias nulas y miradas vacías. Sabía que ambos se amaban, pero ciertamente, Aomine Daiki comenzaba a detestar su carrera. Demasiado jóvenes les cogió el amor. Demasiados inmaduros.


Ambos en preparatoria, tres años les separaban, pero eso no fue suficiente para el profesor que les obligó a trabajar juntos para un proyecto con valía en la nota final. Bastaron sólo algunos meses para odiarse, tratarse y gustarse; para la universidad ambos ya eran pareja. Lo disfrutaron al máximo, fiestas, amigos, viajes, locuras, todo lo típico de la Universidad hasta que la sorpresa de la naturaleza invadió su hogar y de paso, su cuerpo.


Daiki se encontró con ser de esos humanos que comenzaban a evolucionar genéticamente. Un cromosomas dormido en su ADN activado por su vida sexual activa le dio el pasmo de convertirlo en mamá en cinco meses. No negara que repudió su condición y golpeó a su pareja por no cuidarse.


-¡Te lo dije! ¡Te dije que debíamos usar condón grandísimo perro!


-¡Ambos somos hombres, ¿cómo iba a saber que eras un evolucionado?!


-¡Muerete!


Después del candente sexo, lo aceptó y ahí, comenzó su montaña rusa.


Altos felices, bajos cardiacos, curvas impredecibles y un camino con una densa neblina. Por el mismo factor de la sorpresa fue que no le permitió estar preparado para un futuro tan incierto. Por desgracia, su mismo trabajo no le permitió disfrutar de aquello que sólo se daba por un periodo tan corto y, de la misma manera, se lo negó a su pareja.


Estudiar, trabajar, lidiar con una relación, buscar trabajo, mantenerse. Respirar por unos instantes para no matar a los generadores de gritos y rompedores de cosas. No comprende, hasta ahora, cómo fue que soporto a cinco niños. ¡Cinco! Tampoco cómo fue que su pareja y él pudieron engendrarlos con sus vidas tan aceleradas como se encontraban en aquellos momentos.


Suspira profundo. A pasado el tiempo, ahora tiene cuarenta y nueve años, su pareja cumplira cincenta y dos en algunos meses. Está ahí, sentado tras el volante de su camioneta esperando la respuesta de una redada en la que son partícipes junto con los federales. Su arma está cargada y sus cuchillos en sus muslos esperan por ser utilizados, el chaleco antibalas le hace parecer un ave en plena faena de apareamiento.


-¿Esta todo bien?


No responde pero asiente, no quiere dar explicaciones porque ni él sabe que pasa. Sólo quiere acabar con la redada para ir a casa, quitarse los zapatos, aflojarse el pantalón y acurrucarse en la cama. De ser posible junto a su pareja.


El olor de la pólvora llega a su sentido, el sonido aparece poco después junto con las explosiones y cristales rotos. Escucha todo a través de la radio, sus ojos van de un lado al otro buscando e imaginado. Saca la mano, usa el espejo retrovisor para sostener el arma, espera y dispara. Dos hombres caen, su segundo al mando sale del auto como apoyo para el grupo. Respira profundo, sus dedos están ansiosos y sus labios pican por el anhelo del tabaco. Lo desea tanto. El barullo continua y por momentos se incrementa. Cuando entra al edificio, ya hay autos de los federales siendo usados como barricada, en el suelo hay algunos heridos y otros esposados; algunos otros siendo golpeados. Con la mirada busca a su grupo, los ve con sangre, agitados y otros maldiciendo por la golpiza en la que se vieron involucrados. Todos bien, con lesiones menores. Ve al jefe del grupo federal.


-No estuvo mal, ¿eh Aomine? -No responde, sólo examina, no está para falacias escondidas con palabras bonitas y buenos tratos. -Este grupo es parte del principal, era un pilar, logramos rescatar algunos discos duros, cajas con armas y cocaína. Con esto tenemos el...


-El informe en mi oficina. -Interrumpe. No le ve, se gira, no espera a saber el resultado del sondeo. -¡Informe en mi escritorio junto con la hoja médica, Senta queda a cargo!


Después de años juntos y trabajar casi 24/7 su equipo ya sabe el significado de la orden, así, como saben que algo sucede porque siempre se queda hasta el final para pelear con los federales por la simple diversión de verlos fuera de sus casillas.


El camino es largo y demasiado silencioso. Apenas logra escuchar la música que su corazón produce. Su cerebro ha entrado en modo automático, el camino de todos los días. Al llegar a casa nota que ninguno de los autos están aparcados, conforme avanza repite la dinámica, llaves en la mesa de la entrada junto con su placa, la chaqueta sobre otra mesa pequeña, pero la diferencia es que no gira a la cocina, sino a la habitación. Cinturón fuera, pantalones hechos bola, calcetines aventados y camisa representando una montaña. Al abrir la puerta ya se encontraba sólo en calzones junto con sus armas, los cuchillos colgados en su hombro y las pistolas en su mano. Busca entre la ropa de su pareja, hoy quiere algo de él sobre su cuerpo, así que una simple camisa es con lo que le recibe.


No notó el momento en cual se queda dormido hasta que él se aprieta sobre su espalda y acaricia su nariz con su nuca. No quiere salir de la cama.


-Hola.


Gime quedito, expulsando el aire fuera de su cuerpo. Se hunde en la almohada.


-Te he dicho que me encantan tus muslos.


Las caricias regadas al azar por unos dedos demasiados familiares comienzan su travesía desde detrás de su rodilla para lentamente subir hasta llegar bajo la camisa a su espalda baja. No se mueve, se deja mimar como el gatito en el que suele convertirse, palabras de su marido aparte. Respira profundo y cae. La preciosa obscuridad le toma entre sus redes para expulsarlo muy suave a la realidad. Con demasiada pereza abre los párpados, se gira y aprieta la almohada entre sus brazos. Abre y cierra, cuando puede mantenerlos más de diez segundo abiertos nota el cuerpo que trabaja sobre la cama a su lado.


-Hola. -Es rasposo y un tanto distorsionado.


-Ey dormilon.- Le responden divertido junto con una risilla.


No le ve, pero escucha como este cierra la laptop para dejarla sobre la mesita junto con sus lentes, se desliza bajo la sábana y de paso quita la almohada.


-Esta cosa ya estuvo mucho tiempo contigo.


No responde, pero la sonrisilla se forma en sus labios. Aún después de tanto tiempo le sigue celando de cualquier cosa. Le abraza, las caricias sobre su cabello inician. Se sube un poco más sobre el otro cuerpo. Han sido varios días sin él en la cama.


-¿Cómo estuvo el trabajo?


-Redada con los federales.


-Uy, ¿lograron dirigir la misión o la tomaste? ¿Algún herido? ¿Pudiste sacar a tus bebes a bailar? -La diversión en su voz era clara, demasiados años juntos le dieron tal conocimiento de saber su aversión por ellos.


-Me quede en el auto.


El silencio tras su respuesta le provocó más sueño del esperado. Tan cansado y sin ganas de revelar aquello que le obliga estar bajo resguardo.


-Ok, ¿quién eres y qué le hiciste al sargento Aomine?


Sonrió y cazo los labios dramáticos. No deseaba hablar. El beso suave fue tomando velocidad y de la misma forma él se fue subiendo para quedar encima de su pareja, quien gustoso le apretaba de la cintura para llevarlo sobre su miembro.


-Los años te volvieron más sensual y treviso, cariño.


-Tuve con quien practicar.


Las sonrisas cómplices se fueron con el siguiente beso. Tan tierno y suave que producía diabetes al ser más desnutrido, y se quedó ahí. Sobre él, recargando su peso en su héroe favorito, mientras sus brazos se movían de su cintura a su cuello dejando cosquillas en su espalda. Tan malditamente delicioso.


-¡Ma, prestame una camisa!


Y ahí se fue su momento de paz. La puerta de la habitación fue abierta y él sólo suspiro, pero no se levantó de su pareja. Demasiado cómodo para siquiera moverse.


-Yuki, debes tocar antes de entrar. -Amonestó su chico.


-Papá, ya ni deberías decirlo, años lo avalan.


Sonrió. Su hija era todo un caso, de los cinco era la única que se pasaba por el arco del triunfo las normas de etiqueta o educación cuando le convenía y, entrar a su habitación como si fuera la suya era una de ellas.


-Mami, todos están llegando, ¿vas a cenar?


Gruño. Esa era otra cosa que detestaba, que le llamaran mamá.


-Yu, largo, tu madre y yo estamos en medio de algo. Bajaremos cuando terminemos.


-¡Yuki, salte de ahí, vas a quedar más traumada de lo que ya estás!


-¡Muerete Orión! -La chica se giró hacia ellos antes de salir de la habitación. -Si van a tener sexo, no hagan tanto ruido están los niños de Atenea y por favor, mamá, ponte pantalones antes de salir.


En serio detestaba esa palabra, vale los había parido y todo, pero era un espécimen de hombre... que podía parir cuanta cría quisiera, pero bueno. Amaba que le llamarán así, aunque nunca lo admitiera. Y los gritos comenzaron, incluso el sonido de la televisión llegaba tenuemente.


-¿Por qué no sé quedaron en la Universidad?


En ese periodo la casa era silencio al grado de escuchar si dejaban la llave abierta de la cocina. La risa de su esposo le dio un agradable cosquilleo en la mejilla.


-Vamos, te gusta el circo.


-No cuando se suponía que no estarían.


Suspirando derrotado se bajó de su colchón favorito, se plantó frente a las repisas del closet. No tenía ganas de ponerse nada, sólo sus boxers y camisa, se sentía a gusto con ello, sin tanta ropa apretando su piel.


-Maldita sea bebé, te has puesto tan sexy y caliente. -Su cintura fue tomada y el peso contrario cayó sobre su espalda.


-Deja eso viejo, que no tienes el viagra a la mano.


-Sabes que no lo necesito, pero si fuera el caso, no dudaría en tomarlo si con ello te tengo hecho un desastre en la cama.


El beso en su cuello junto con el constante roce en sus glúteos comenzaban a excitarlo, pero el ruido en el piso de abajo le detenía. En serio, le gustaba que sus hijos estuvieran ahí, pero a veces eran unos aguafiestas.


-Hay que bajar o nos quedaremos sin cocina, sala y comedor.


El resoplido de fastidio le causó gracia. Normalmente los papeles eran a la inversa, pero con los hijos y nietos ahí, era un tanto extraño. Su pareja le dejó, saliendo él primero a calmar a los torbellino y a los padres. Negando, sólo se puso unos shorts, hacía demasiado calor para andar en pantalones. Al bajar el barullo le golpeó. Sus hijos estaban en la cocina, detrás de ellos su padre cerciorándose de que nada malo le pasará al mármol.


Se sentó. Observando a sus nietos ir y venir, a Luna corriendo tras ellos y a Jack siguiendolos con la mirada desde el sillón, ambos canes venidos de zonas de guerra.


Cinco hijos, Dios. ¿Cómo pudo tener tantos?


El primero fue Ryo, el parteaguas de su vida, el que dio el punto final y el inicio de otro. Tan parecido a él si no fuera por ese caramelo que tenía por piel. El segundo fue Orión, tan curioso como un cachorro y la calca de su padre. La tercera fue Yuki, esa pequeño le hizo pasar el peor invierno de su vida, pues una excursión terminó en parto a mitad de la montaña junto con la primera nevada de la temporada; una mezcla de ambos salvo con unos ojos demasiado coquetos que estaba seguro tendría a los hombres de la familia atados de su pequeño meñique y posteriormente arrancando suspiros por donde pasará.


El cuarto fue Aries, la paz ante la calamidad. Los mayores le hacían más caso al menor que a ellos, no les importaba con tal de ver orden y silencio por un par de horas. El pequeño tenía un par de cielos por iris que junto con su cabello castaño le hacían ver la cosita más tierna del planeta. Ni siquiera los cachorros de panda eran así de adorables. La que cerró la fábrica fue Atenea, la que heredó completamente el carácter de ambos, pues era una hija de perra cuando le picaban lo suficiente, con esos ojos rojizos a juego con el cabello era un demonio, relajada, centrada y la primera en irse del nido con anillo en dedo.


Sorpresa para todos, pero bueno, todos tenían ya una carrera y edad para saber lo que hacían con sus cuerpos y vidas. No se iba a meter. Cuando menos se dio cuenta sobre la mesa yacían varios platos con comida, el beso de saludo de parte de Ryo le trajo completamente al mundo.


-¡Hermano, deja eso y ayuda!


-A diferencia de ti Atenea, no todos tenemos quién nos mantenga.


-¿Celoso, hermano?


-¿De tener que cambiar pañales y bañarme en vómito? No gracias, así estoy bien.


-Ya caerás y espero seas igual que mama para poder decirte que eres una pelota con patas.


Y ahí se fue la calma. No les espero, comenzó a servirse. Pequeñas porciones, suficientes para unas cuantas cucharadas. Su apetito no era el mismo, apenas podía pasar el bocado. Un pedazo de cebolla le hizo parar, era la cosa más crujiente y malditamente asquerosa que pudiera probar. Respiro profundo tratando de pasar la náusea, pero esta no cedió, cuando menos se dio cuenta ya estaba corriendo a pedir perdón al Dios sanitario. No sólo dejó los jugos gástricos y parte del estómago, sino la tráquea y la lengua también. Era doloroso y asqueroso.


Al regresar al comedor, se sentía tembloroso y débil.


-¿Todo bien?


Asintió, bebió un poco de agua y trato de seguir comiendo. Sin embargo, el barullo no continuó, sabía que era objeto de estudio, pero ciertamente no tenía ganas de nada. Continuaron en la plática, contando anécdotas, bromas y pullas. Ya no pudo seguir comiendo.


-¿Ya nos vas a comer?


-Me he llenado.


-Normalmente comes más, papi, ¿seguro que todo está bien?


Asintió. Se talló los ojos, la pesadez llegaba como olas, de la nada tenía demasiado sueño. Continuó sentado, pero no prestó atención. A su alrededor todo se volvía lento y pausado.


-¿Ahora tienes sueño?


La pregunta le despertó.


-¿Algún problema con ello, Kagami?


Las risillas se produjeron al igual que algunos comentarios como uy se metió en problemas, le van a mandar al sofá.


-No.


No hubo más, los chicos continuaron comiendo y riendo, pero Kagami no le quitaba la mirada. Ryo le observaba de vez en vez al igual que Orión y Yuki. Un escalofrío le recorrió de punta a punta, se paró en busca de aquello rojo y un tanto jugoso. Lo encontró tras el jugo de manzana, lavo, pelo y las colocó en un tazón pequeño. Regresó a la mesa. No recordaba que una fruta le supiera tan deliciosa, saboreo cada mordida.


-Termina de comer. -Le pidió Kagami.


-No me apetece.


-¿Pero si las fresas?


-Se me antojaron. -Le resto importancia levantando los hombros.


-¿Antojo? -Yuki río. -Ma, ya pareces preñado.


-Lo estoy. -Bueno, la sutileza nunca fue su fuerte, menos con el tipo de trabajo que ejercía.


-¿Estás qué? -Por primera vez habló Orion.


-Embarazado. -Confirmo después de llevarse una fresa a la boca.


-¿Qué? -Pregunto bajito su esposo.


-Preñado, cuajando un flan, horneando un bollo, el frijol se hace planta. No sé Kagami, llamalo como quieras.


Eso ya era de niños. Repetían preguntas y respuestas como si fuera la primera vez que escuchaban las palabras.


-¡No puedes! - Exclamó Atenea molesta e incrédula ante lo que oía.


-¿Por qué no? -Inquirió un tanto molesto ya por todo. Sólo quería seguir comiendo su preciado antojo.


-¡Estas viejo, eres viejo, ambos son viejos! -Respondió alterada y por cada palabras le señalaba como si su cuerpo confirmara sus palabras.


-¿En serio? Si no me dices no me entero niña. -El sarcasmo envolviendo sus palabras pusieron en alerta a su pareja, quién, al parecer, ya comenzaba a reaccionar.


-Papi, no te ofendas, tu cuerpo ya comienza a declinar. Ya no es el mismo metabolismo cuando nos tuviste. -Aries intervino, pues su hermana era intratable cuando estaba molesta.


-Dímelo a mí, hacía tanto que me asombra haber sacado la carrera y de paso enlistarme.


Si mal no recordaba, tuvo que hacer de todo para poder compaginar, escuela, trabajo e hijos. Ni contar con las citas que se volvían salidas familiares porque Kagami no era capaz de separarse de sus hijos. Bendita vena de padre le fue activar al pelirrojo.


-Apenas estoy en prácticas papá, lo aprendido me dice que tu embarazo es de alto riesgo, sin contar que estarán muy mayores cuando él o ella apenas tenga quince.


-No es de riego si me cuido y lo otro no me importa, por mi puede decir que alguno de ustedes son sus padres. -Otra fresa.


-¿No es egoísta? Independientemente de lo dicho por Orion, ¿llevarás a término tu embarazo sólo por egoísmo sin importar el futuro? -Preguntó suavemente Atenea.


Para esos momentos, su preciado antojo comenzaba a volverse amargo. Suspiró. Con ellos no debía tener ese tipo de conversación, sólo se le salió por estar sumido en sus fresas. Bueno, al mal paso darle prisa.


-No les estoy pidiendo su autorización, les estoy informando. -Duro e inflexible se volvió su tono, el usual cuando estaba en el trabajo, nunca usado en casa porque el orden se lo dejaba a Kagami pues ya lo aplicaba demasiado en su unidad para hacerlo en casa. -Orion, agradezco tu preocupación y por lo que veo te gusta tu profesión, si deseas puedes convertirme en tu objeto de estudio. Atenea y Yuki, estaré viejo, pero tengo el temple y las fuerzas para soportar esto. Si pude con ustedes que no pueda con este chicharo.


-¿Siguiera te estas escuchando papá?, puedes morir en la mesa.


La ira corría por su primer hija. Lo notaba, pero era algo que no podía detener. No se iba a deshacer de su bebé. No lo hizo en el pasado que no contaba con recursos, no lo iba a hacer ahora que los contaba.


-Si llegara el caso, su padre sabe qué hacer. -Otra fresa.


-¡No puedes hacer eso! No sólo eres tú, también somos nosotros, no puedes morir, quién debe hacerlo es él no tú.


El silencio reino. Asombrados por las duras palabras de Yuki.


-Entonces tu serias la primera de mis hijos. -Ahora las miradas cayeron en él. -Eso ya lo escuche y si hubiera hecho caso, Ryo y Orion estarían en alguna bolsa de basura o ya fusionados con el aire. -Se levantó observando a cada integrante de la familia. -Muchos me dijeron que mi embarazo tan joven truncaría mi vida y llevaría a otro lado la de Kagami. No hicimos caso y lleve mi embarazo con orgullo. Sí, padre joven, un maldito púber que apenas sabía de la vida y por ello no valoré muchas cosas. Por nuestros trabajos nos perdimos de mucho, más yo que su padre. Ninguno lo entenderá porque no han conocido al sentimiento. Ni siquiera Atenea porque tiene el apoyo de todos, porque fue su decisión esperar antes de continuar. Lamento que veas a tu hermano como un intruso y a mí como un egoísta, pero por primera vez lo voy a ser. Te dire lo mismo que le dije a todos quienes me dijeron que no podría. Puedo porque quiero, porque se me da la gana y soy Aomine Daiki, si no les gusta ahí está el bosque. Pierdanse.


Salió de ahí. Respiró profundo, tratando de bajar el nudo en la garganta. Vale, no fue la mejor escena, pero no imaginaba que tan mal les caería la noticia. No tuvo el tiempo de ver la reacción de Kagami ante este nuevo reto. Demasiado enfocado en las palabras de sus hijos para tratar de notar algo. Maldita sea, era lo que más le gustaba de aquello. Ver la reacción de Taiga ante la noticia. No se dio cuenta cuando comenzó a llorar. Era lo mismo, se repetía lo mismo cuando informaba de Ryo. Todos en contra, todos diciéndole qué hacer, cómo actuar, qué mirar o qué sentir.


Esta vez no. Era su bebé, era su pedacito de gloria. Una oportunidad que iba a disfrutar sin importar su vejez próxima o las caras de sus hijos. Ahora estaba triste y sin su primer antojo. ¡Joder, su primer antojo! Uno que podía ir y tomar, comprar o conseguir. Tenía el dinero, Kagami tenía dinero. Ese bebé podría pedir todo lo que fuera y él se lo daría porque tenía las posibilidades. Además, estaría en casa, no trabajando. Podrá flojear en el sofá, la cama o el suelo. Estar sentado leyendo mientras ve su panza volverse una pelota. Comprar cuanta cosa se le antojara, ir a los lugares que quisiera, cubrirse con mantas, abrazarse a su pareja o simplemente estar. Siendo mimado. Lástima que su primer antojo fuera obstruido por la noticia. 


Se moría por su fresas con sal.


-Así que el viagra todavía tiene sus cualidades, ¿eh?


Se reincorporo en la cama, Kagami parado al borde de la cama con tazón en mano.


-Se te olvido esto.


Entre sus piernas fue puesto lo llevado y al instante salivo. Ahí estaban sus fresas, pero estas eran más grandes, rojas y bañadas en sal. La primera fue sublime. No recordaba el sentimiento de cumplir un antojo, siempre bajo trabajos escolares, pañales, llantos y ecuaciones para estirar el dinero hasta fin de mes.


-Así que... ¿un nuevo bebé?


-Sip, un nuevo frijol. -Otra fresa a su boca.


-¿No era un chícharo?


-Nimiedades... ¿A ti también te molesta la noticia? -Esperaba haber ocultado el miedo en su voz porque no estaba para abrazos o platicas profundas y sentimentales.


-Me case contigo, la muerte ya es tema sedado porque ya me dio el ataque al corazón cuando me dijiste que te enlistabas a la milisa.


-¿Me lo estás echando en cara? -Inquirio un tanto molesto, no le iba a salir con esto cuando en su momento pidió su opinión y esta fue afirmativa, faltaba más.


-Na, ¿cómo crees?


-Jodete Kagami.


-Por supuesto que te voy a joder Kagami. Ahora, aclarame algo, ¿cuándo concebimos a este frijol?


Daiki observó a su pareja, quien divertida estaba arrodillada, con su mentón apoyado en su diminuta barriga y sus brazos alrededor de su cintura. Sonriéndole, con esos pequeños mechones blancos, algunas arrugas en sus ojos y las comisuras de sus labios.


-Dales tiempo, no es fácil enterarse que sus viejos padres siguen teniendo sexo y de ello vendrá otro bebé. Además, no se van a negar porque habrá fiesta.


-¿Fiesta? ¿Por qué?


Esperaba no se refería a la fiesta de navidad o año nuevo, pues no quería más miradas o palabras como las de hace unos momentos. Quería pasarla tranquilamente.


-Siempre quisiste un baby shower, ser el centro de atención junto con el bebé.


Ahora si lloro. Ambos se habían perdido de tanto. Fiestas, primeros pasos, palabras o viajes. Con el tiempo justo para abrazarlos y mimarlos un poco antes de dormir. Medio cumplir cada necesidad durante el embarazo. Llantos sin sentido, risas estúpidas, enojos por acciones y sexo por necesidad. Apenas jugando, apenas comprando, apenas arreglando.


Ahora podían hacer todo aquello. Sí, serían unos abuelos criando a un púber, con sobrinos y tíos más grandes que él. No importaba. Ellos vivirán aquello. Por ellos y por el nuevo bebé.


 

Notas finales:

Después de siglos publico algo en AY, espero les guste chicos. 

Nos vemos en otra entrega loca. Bye, bye.


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