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Ángel infernal por Verdadero98

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Los personajes de Mai Hime pertenecen a Sunrise, la historia es mía.


Bueno este nuevo fic será corto, de entre tres y cuatro capítulos.


La historia va a un ritmo rápido por la trama que se maneja.


Ojalá disfruten la lectura.




ÁNGEL INFERNAL


CAPÍTULO 1


Dos guardias le tiraron al suelo para que se arrodillara, habría atravesado las manos, si no las hubiera tenido encadenadas, su sangre, que era plateada y resplandecía, goteaba desde sus muñecas en carne viva, y también desde su rostro, debido a su nariz y labio rotos. Mantuvo la cabeza en alto, encarando a aquellos que desde sus lugares en los escalones flotantes que le rodeaban dejándole en el centro, le veían con desprecio y asco. -Kuga Natsuki-. Le contemplaban como si fuese un ser repugnante, y no una de su misma especie, un ángel. -Estás aquí para ser juzgada-. Ella los veía con un desprecio aun mayor. -Juzgada ante nuestro…


Su mirada esmeralda, que ardía en furia fría, tomó eso como una burla. -Querrás decir, para ser condenada-. Escupió las palabras, junto con el cúmulo de sangre que le manchaba los dientes. -Y lo sabes-. Incluso hablar era doloroso, llevaba días sin un mísero trago de agua. -Todos lo saben-.


Los murmullos se elevaron entre la multitud, y las miradas acusatorias que querían hacerle sentir inferior recayeron con mayor fuerza sobre ella. -Han perdido la cabeza-. Murmuró para sí.


-¡Silencio!-. Desde su asiento en la parte más alta, la ángel más bella de todas le vio con la peor de las miradas. -Kuga Natsuki-. Al decir su nombre, lo hizo con un extraño sentimiento que tras de sí arrastraba mil más. -Primera división, máximo grado, élite de la élite, ángel sanador cuya capacidad no tiene precedentes-. Además, le miraba con un reproche incalculable. -Mano derecha del Ángel Supremo-. Y al hablarle era incapaz de ocultar ese rencor que estaba carcomiéndole. -Hoy serás juzgada por tu traición-.


-¡Traidora! ¡Traidora! ¡Traidora!-. Sus labios se curvearon en una mueca de repudio, muchos de los que gritaban aquello habían sido sus compañeros durante siglos, más de uno de debía la vida, la maldita vida.


-¡SILENCIO!-. Había cientos de ángeles ahí, pero en ese instante, era como si solo estuvieran ella, de rodillas, y aquella, que le veía desde arriba.


La vio a los ojos, encontrando únicamente una frialdad que rivalizaba con la suya, y el despecho de una mujer que se sentía profundamente traicionada, sin embargo… -Yo no traicioné a nadie-. Se opuso a tal acusación, en verdad creía que no había cometido ninguna traición, su lealtad, para bien o para mal, siempre estuvo con ellos, con ella, incluso cuando le pareció que muchas de sus decisiones no eran las mejores.


Aquella ángel se paró de su tronó y bajó los escalones para quedar frente a ella, los guardias dieron tres pasos atrás. -Lo hiciste-. Se inclinó, tomándole con fuerza del mentón. -Me traicionaste cuando decidiste ayudar a esos asquerosos humanos-.


-¡Soy un ángel sanador!-. Al gritar, su sangre salpicó a la otra. -¡Existo para sanar!-.


-¡TÚ MÁXIMO DEBER ERA CUIDARME A MÍ!-. Encajó sus uñas en el mentón de Natsuki, la fiereza en los ojos esmeralda le enloquecía, en más de un sentido. No podía soportar que esa mujer, ahí de rodillas, pudiese soportarlo todo. -Solo debías pensar en mí…-. La sangre escurrió entre sus dedos. -Pero no pudiste hacerlo-. Ella misma había sido incapaz de someterle.


-Eso…-. Era más difícil hablar así. -No es… traición-. Sabía las reglas tan bien como los demás ángeles de grado máximo, de hecho, posiblemente era quien las conocía mejor. No por nada había sido la mano derecha de esa mujer durante tanto tiempo.


-No-. Sus ojos adquirieron un aspecto sombrío que no debería haber sido posible para un ser divino. -Pero confabular con los demonios sí-. La soltó.


-¿Qué…


Alzó sus manos para llamar la atención de todos, aunque ya la tenía. -¡KUGA NATSUKI HA CONFABULADO CON UN DEMONIO!-. Los gritos fueron inmediatos.


Natsuki comprendió porque los ahí reunidos le veían con tanto odio, y también supo que su condena sería mucho peor de lo que había pensado al inicio. -¡MENTIRA!-. Gritó con el terror aflorando en su pecho, ellos… ellos…


-¡ESO IMPLICA LA PENA MÁXIMA!-. Gozó demasiado dando aquella noticia.


Estaban en un salón cuya belleza y elegancia carecían de comparación, sin embargo, el ambiente que reinaba era peor que el propio de unos barbaros. -¡TRAIDORA! ¡TRAIDORA! ¡TRAIDORA!-. Los ángeles no eran seres tan puros como los humanos creían. -¡TRAIDORA! ¡TRAIDORA! ¡TRAIDORA!-. La Guerra les había quitado todo rastro de bondad y benevolencia.


Forcejeó con sus cadenas aun sabiendo que era inútil. -¡ELLA MIENTE!-. Vociferó furiosa. -¡MIENTE!-. Ella había sido uno de los pocos que habían conservado luz en su interior cuando tanto el Cielo como el Infierno se tiñeron con la sangre de todos. -¡MIENTE!-. Pero quizá ese había sido su mayor error, y ahí estaba la consecuencia, la consecuencia de poseer un buen corazón.


-¿¡QUÉ MIENTO, DICES!?-. Avivaba la sed de sangre de los ángeles. -¡UN DEMONIO TE TENTÓ Y CEDISTE! ¡NO POR CAER EN SUS ENGAÑOS, NO! ¡ERAS CONSCIENTE Y ACCEDISTE POR MERO PLACER!-. Tales palabras provocaron una ola de odio desmedido contra Natsuki. -¡Y FINALMENTE, CUANDO TE PIDIÓ TRAICIONARNOS, ACEPTASTE HACERLO!-.


-¡ESO ES INAUDITO! ¡UNA COMPLETA MENTIRA!-. No conocía a ningún demonio, todos los que había visto, habían muerto en el campo de batalla, mucho menos había confabulado con alguno, ya ni se hablase de llevar a cabo el acto carnal con uno, era absurdo. -¡MIENTE!-. Tan absurdo que le enfermaba que fuesen capaces de calumniarle con eso.


Un dedo acusador apuntó en su dirección. -¡CAERÁ SOBRE TI EL MAYOR DE LOS CASTIGOS!-. Aquella mirada resplandecía malévolamente. -¡LA PENA MÁXIMA!-.


Tal como dijo al entrar a esa sala, eso no era un juicio, era una condena inmediata, no… peor, mucho peor y más retorcido que eso, era un espectáculo, un vil teatro sangriento donde su castigo sería el acto principal.


Estalló en cólera, y reveló la única verdad en ese mar de mentiras. -¡ESTO ES PORQUE JAMÁS PUDE AMARTE, ¿NO ES ASÍ!?-. No iba a llevarse ese secreto a la tumba, lo había sabido tanto tiempo que necesitaba que esa mujer supiese que lo sabía. -¡PORQUE NO PUDE QUERERTE NI UN POCO!-. Una bofetada le rompió el labio que había mantenido sano. Los guardias le retuvieron por los hombros para que no se lanzará contra su agresora. -¡ERES UN SER REPUGNANTE!-. Le escupió. -¿¡CÓMO HABRÍA PODIDO AMARTE!?-. Hubo una segunda bofetada, y en esa ocasión, le dejó dos profundos rasguños en la mejilla izquierda.


La ángel se inclinó para susurrarle al oído. -Ohhh Natsuki-. Nunca le había visto tan viva, disfrutaba verle ardiendo por culpa de la rabia, sin su característica frialdad que le hacía inmune a prácticamente todo, a punto de perder la esperanza. -Debiste escogerme a mí-.


-¡MALDITO SEA EL DÍA EN EL QUE TE CONOCÍ!-. Vociferó iracunda. Era exactamente como pensaba, estaban condenándola por no haber complacido al más egoísta de todos los ángeles.


-Háganlo-. Ordenó con voz gélida. -Y que sea lento-.


-¡No! ¡No! ¡No!-. Lo que iban a hacerle… -¡NO MEREZCO ESTO!-.


Desgarraron su camisa, su torso desnudo mostraba decenas de cicatrices, pese a que era un ángel sanador durante mucho tiempo combatió en la línea frontal, codo a codo con los ángeles guerreros, procurando su bienestar, algo que a nadie parecía importarle ya, todos rugían exigiendo que se derramará su sangre. -¡NO!-. Su injusta juez le observaba con una sonrisa retorcida. -¡NO!-. Contra su voluntad, fue obligada a exponer sus alas. -¡NO LO HAGAN!-. Cada una medía dos metros, sus plumas eran plateadas y desprendían un fulgor azulado. Las suyas estaban entre las alas más fuertes y bellas del Cielo, lo sabía, eran su orgullo, su parte más preciada, desgraciadamente esa maldita mujer también lo sabía.


Los guardias tomaron sus alas con rudeza. -¡HAN TERMINADO DE ENLOQUECER!-. Gritó llena de impotencia.


Indiferentes a su reclamo, comenzaron a jalar.


-¡AHHH!-. Había aguantado dolores que otros nunca habrían logrado soportar, pero esa, esa era la parte más sensible de todo su cuerpo, y podía sentir como se desgarraba cada hebra de carne, era consciente del dolor a un punto que podría enloquecerle. -¡AHHHHH!-. Hacía siglos que no lloraba, cayó la primera de muchas lágrimas. -¡MÁTENME YA, MALDITA SEA!-. Estaban retrasando el proceso, jalaban con brutalidad sí, pero también con una lentitud que magnificaba su agonía.


-Más lento-. Exigió su verdugo.


El nacimiento de sus alas iba desde sus omoplatos hasta donde la espalda perdía su nombre, y apenas iban unos cm. -¡AHHHHHH!-. Su sangre le bajaba por la espalda. -¡MÁTENME!-. Quería morirse, morir era mejor que seguir con ese sufrimiento que solo había comenzado. -¡MÁTENME!-. Volvió a pedir mientras todo su cuerpo temblaba.


-Pero si esto apenas empezó, Natsuki-. Tuvo el cinismo suficiente para reírse.


Caer inconsciente habría sido la única opción que podría haberle ayudado a sobrellevar mejor su desgracia, no se lo permitieron, querían que mantuviera los ojos bien abiertos, con la mirada fija en esa maldita mujer cuya sonrisa se ensanchaba más y más con cada uno de sus gritos, pensó que debía tener el alma realmente podrida para hacerle eso y gozarlo tanto.


Cuando ya iban por la mitad de la tarea, su sangre había creado un charco en el suelo. El hablar debería haberle sido imposible. -Te… te odio-. Sus palabras tuvieron un fuerte impacto, uno equivalente al castigo físico que estaba recibiendo, la ángel dejó de sonreír, el desprecio con el cual le veían aumentó y se mescló con una amargura sin par. -No sabes… cuanto… te odio-. No le respondieron.


No volvió a pedir que le matarán.


Sus gritos resonaron con la misma fuerza hasta el final, el último, aquel que dio cuando sus alas perdieron por completo el contacto con el resto de su cuerpo, fue el más desgarrador. Tenía la espalda en carne viva, tales heridas, que le bañaban con su propia sangre, eran tan graves que le dejaron moribunda, a punto de alcanzar esa muerte que en ese instante parecía la opción más compasiva.


Le quitaron las cadenas, y al soltarle, se derrumbó en el suelo, el dolor le había drenado toda su energía, lo único que pudo hacer, fue ver con odio a la culpable. -Kuga Natsuki, hoy te declaramos exiliada-. No tenía fuerza para tensar la mandíbula ni los puños. -Caerás a la tierra-. Era otra forma de decir que le ejecutarían, sin querer tomar su vida con sus propias manos.


Tirada ahí, en un charco sangriento, vio que el suelo de cristal sobre el cual estaba comenzaba a abrirse. -Debiste escogerme a mí-. Fue lo último que le dijeron antes de dejarle caer.


Al ir cayendo, las ráfagas lastimaban todavía más su carne expuesta y magullada. Gritó llena de rabia e impotencia, sus gritos parecían el retumbar de los truenos.


Iba a morir, lo sabía, sin sus alas y en aquel estado, era imposible que frenara su caída, así que moriría, se haría una plasta sanguinolenta contra la tierra de los humanos.


A medio kilómetro del suelo, finalmente perdió la consciencia.




Era invierno, por eso caminaba con las manos en los bolsillos y con una bufanda tapándole el rostro, no tenía frío, pero nunca se sabía cuando había alguien más observando y debía ser cuidadosa, debía disimular entre los humanos, o al menos intentarlo, para no tener que deshacerse de ellos después. Silbando, subió los escalones de un viejo puente de madera, era necesario usarlo para cruzar el rio que le separaba de su hogar.


Extrañada, escuchó el sonido de los truenos, era extraño porque aunque estaba por anochecer y por lo tanto el cielo se veía oscuro, en él no había ni una sola nube gris que anunciara una tormenta, dio por hecho que pronto comenzaría a llover, o que habría sido un incidente aislado.


Retomó su camino, sin embargo, volvió a detenerse a medio puente. Levantó la mirada al cielo, entrecerró los ojos, eso… no tenía sentido, se los frotó y parpadeó varias veces, seguía viéndolo, algo, no, no, no, ¡Alguien estaba cayendo!


Con sus ojos era claro como el agua, un cuerpo iba dando violentas vueltas en el aire mientras descendía a una muerte segura, si es que la persona en cuestión no estaba ya muerta.


Titubeó un segundo, cualquiera podría verle si hacía algo…


¡Al demonio!


¡No podía quedarse de brazos cruzados!


Literalmente, sentía que una fuerza le atraía hacia aquel ser que caía del cielo.


Algo le llamaba.


No había voces, pero podía sentirlo.


Era como si esa persona, fuese quien fuese, en realidad fuese una parte de sí misma, que exigía con desesperación retornar a ella.


No entendía que estaba pasando, mas no tenía que entenderlo para hacer algo al respecto.


Mostró sus alas y voló hacia allá, era rápida, pero esperaba serlo lo suficiente para atraparle a tiempo.


Lo hizo, le atrapó, sin embargo, la fuerza del impacto entre ambas terminó por empujarle hacia abajo, sumergiéndolas a las dos en el rio. Había sido como si le golpease un meteorito, como si aquel ser fuese de piedra y no de carne.


Emergió del agua con el cuerpo inconsciente entre sus brazos, podía sentir que lo húmedo y suave que tocaban sus manos, en realidad era carne desgarrada y expuesta, una señal desesperanzadora, además estaba completamente fría, todo apuntaba a que lo que cargaba, era un cadáver, no obstante, lo escuchó, era un latido muy débil, sin embargo ahí estaba, su corazón seguía latiendo, algo increíble viendo cuanto sangraba… su sangre, no había reparado en ella hasta ese preciso instante, esa sangre era plateada, entonces se dio cuenta.


-Ohhh no…-. De que la mujer moribunda en realidad era un ángel. -No, no, no-. La sangre escurrió entre sus dedos. -Seas quien seas, no te mueras-.


Abandonó el rio.


Y regresó volando a su hogar, llevándose al ángel consigo.




Cuando Natsuki abrió los ojos, lo hizo con mucha dificultad y sin creerse que no había muerto. Lo primero que notó fue que le costaba respirar, lo segundo, que su cuerpo temblaba porque era víctima de una fiebre que estaba amenazando con hervirle viva. Por instinto, cometió una tontería, intentó moverse, el dolor que le golpeó fue indescriptible, y prácticamente paralizante, jadeó sumida en su agonía. -Ángel, será mejor que te quedes quieta-. Entonces fue consciente de que estaba tendida boca abajo en una cama. -Tengo que bajarte la temperatura-. Y de que había una mujer parada a su lado.


A duras penas pudo enfocar un poco la mirada, lo veía todo borroso, pero pudo distinguir que la mujer tenía ojos rojos, mismos que le contemplaban con compasión, odió sentir que sentían lástima por ella, y lo odió todavía más al ver las vendas ensangrentadas en sus manos, porque sin duda era su propia sangre.


La cabeza le daba vueltas, tenía demasiadas nauseas.


Y frío.


Los dientes le castañeaban, ardía en fiebre y sin embargo sentía que se congelaba, además, tenía la garganta seca, fue casi un milagro que en su estado lograse decir algo. -¿Quién... quién… eres?-. Era muy difícil mantener los ojos abiertos, sabía que volvería a caer inconsciente.


-Shizuru-. Respondió con voz apacible.


Por segunda vez perdió la consciencia.


Shizuru le miró con temor, su estado empeoraba en lugar de mejorar porque por más que le tratará, había algo esencial que había perdido. Por el momento estaba estable pero eso no bastaría para salvarla.


Había algo que podía intentar.


Era demasiado riesgoso.


Pero estaba segura de que no debía, no podía, y no quería dejarle morir.


Seguía sintiendo que aquel ángel moribundo le atraía de un modo especial e inexplicable, como si en realidad fuese alguien a quien había estado esperando sin saberlo, como si fuese…


Simplemente no iba a permitir que muriera, correría los riesgos que tuviese que correr, porque sentía que si le perdía sin tenerle aun, algo muy malo iba a suceder, y no quería comprobarlo.




Pasaron dos días antes de que Natsuki volviera a despertar, al hacerlo estaba igual de desorientada que la primera vez, pero estaba sola en la habitación, no intentó moverse, no volvería a cometer ese error. Fue consciente de que continuaba boca abajo, y de que su cuerpo estaba lleno de vendas, además, no necesitó un espejo para saber que su nariz y labios rotos, así como los rasguños, ya habían sanado por completo, aunque quizá era más apropiado decir que alguien le había sanado, porque eso no era producto de su propia regeneración ni de sus habilidades, ya que aunque era un ángel sanador, irónicamente no podía sanarse a sí misma.


Por lo menos respirar ya no era tan doloroso. El dolor en su espalda era punto y aparte, probablemente habría matado a alguien si con eso hubiera conseguido contrarrestarlo. Era horrible saber con exactitud el estado de sus heridas, de su cuerpo intentando por todos los medios recuperarse de una perdida irrecuperable. Ser consciente de eso le hizo pensar en algo, una pequeña arruga, el fantasma de un ceño fruncido, se formó en su rostro, sabía que dolía como el infierno, pero también sabía, que al igual que sus heridas más pequeñas, las de su espalda habían sido tratadas.


Y definitivamente, la ayuda que había recibido no provenía de manos humanas, ni siquiera el mejor de los médicos habría sido capaz de salvarle, solo había una explicación, se preguntó que diantres hacía ahí otro ángel sanador, todavía más extraño, la razón de que le estuviese ayudando.


Después de lo que su propia gente le hizo, era normal que quizá sintiese una gran desconfianza por el resto del mundo. Aunque siendo realista, si quien sea que le estuviese tratando le quisiera muerta, ya lo estaría, se dijo a sí misma que no bajase la guardia pero que tampoco fuese una estúpida malagradecida. Debía mantener la mente bien abierta, pensar las cosas con la cabeza fría.


Pensó en la mujer de ojos rojos, tenía que ser ella la responsable, y en definitiva, debía ser un ángel muy diestro, si había conseguido mantenerla viva, pero eso carecía de sentido, porque si era tan buena, no tenía porque estar en la tierra.


Escuchó que giraban la perilla de la puerta y que esta se abría, desde su perspectiva, solo podía ver una pared, no obstante, era predecible quien había entrado. -Veo que ya has despertado, ángel-. La puerta se cerró.


Aquella voz le pareció delicada y tranquila, era como una invitación a relajarse. -Que bueno que he traído comida para dos-. Y tenía un acento muy marcado, uno que nunca le había escuchado a ningún otro ángel. Pero lo más desconcertante dentro de aquella situación ya extraña, era que en medio de su mar de dolor, tuvo otra sensación, una de familiaridad, como si ya conociera a la dueña de esa voz que tenía un algo hipnotizante, peor aún, como si necesitara tenerle cerca, a pesar de que era una completa desconocida.


No podía seguirle con la vista, mas sí con el oído, escuchó como movía una mesita de madera, misma en la que acomodó la comida, finalmente, colocó una silla frente a la cama y se sentó, viéndole directo a la cara. -Te dije mi nombre hace dos días, pero no creo que lo recuerdes-. Sonrió, su gesto era bello por sí mismo, ya que su sonrisa poseía un algo que encantaba, sin embargo, no era solo eso, ya viéndole bien, sin estar a punto de desmayarse, pudo apreciar que aquella mujer era realmente hermosa, superaba por mucho a cualquier otro ser divino que hubiera visto.


-Shizuru-. Dijo bajito, su garganta no daba para más.


-Ara, sí lo recordaste-. Le sorprendió que lo hiciera, ya que se lo dijo cuando la pobre se debatía entre la vida y la muerte. Contempló lo que supuso era la versión moribunda de un ceño fruncido, así mismo, vio su expresión relajarse un poco, aunque tal vez la palabra correcta era que se resignó a solo ella supo que cosa. -Soy Shizuru Fujino-. Aquella mirada esmeralda le gustó por ser expresiva, su rostro era como una estatua de hielo, sin emoción alguna, en cambio sus ojos revelaban todas sus preguntas. -Te he encontrado en el río de un parque, no muy lejos de aquí-. Bueno… cayendo al río, pero ya podría aclarar detalles luego. -Y sería bueno dejar de llamarte "ángel", así que, ¿Podrías decirme cómo te llamas?-.


En otra situación, con cualquier otra persona, sobre todo después de lo ocurrido, habría guardado silencio. -Natsuki Kuga-. Pero no pudo hacerlo, la sensación de familiaridad había aumentado al tenerle frente a sí, sentía una especie de conexión con la mirada carmín, sentía que le llamaba especialmente a ella.


-Lindo nombre-. Siguió sonriendo mientras arrimaba uno de los platos. -Apuesto a que tienes hambre-.


Natsuki observó la comida, sí que tenía hambre, el problema era moverse para comer, miró fijamente el plato en manos de Shizuru. -Puedo ayudarte, si gustas-. Ella ya sabía que la oji verde no podría sola, pero no quería presionarla, sabía cuan orgullosos podían ser los ángeles.


Y Natsuki sí que era orgullosa, pero no era momento para serlo, dio un pequeño asentimiento de cabeza, de esa manera, muy despacio y con mucho cuidado, Shizuru le alimentó, mascar era doloroso, tragar aun más, sin embargo, su estómago agradeció enormemente el esfuerzo, era lo primero que se llevaba a la boca en semanas, y si eso fue glorioso, no se le comparó a cuando le ayudaron a beber agua, ahí sí que sintió el paraíso, no había sido consciente de que tanto le faltaba aquello.


Cuando Natsuki terminó su comida, procedió a comer ella, comía con movimientos llenos de gracia y elegancia, mismos que captaron la atención de la oji verde, quien durante mucho tiempo solo había visto a guerreros actuando de manera salvaje.


Todo el tiempo, Shizuru fue consciente de que no le quitaban la mirada de encima, al terminar de comer, dejó el plato y los cubiertos de lado. -En tu lugar estaría realmente paranoica. Anda, pregunta lo que quieras-. Cruzó sus piernas y apoyó su mentón en una de sus manos.


Natsuki se mantenía boca abajo, con los brazos cruzados y la barbilla apoyada sobre estos, le dedicó una profunda mirada. -¿Por qué me estás ayudando?-. Eso no estaba en la naturaleza de los suyos, maldición, estaba ahí precisamente por eso.


Ya se veía venir esa pregunta, ella misma se lo cuestionaba, seguía sin entender esa extraña atracción que le había hecho actuar sin pensarlo, así que no podía abordar eso sin parecer una loca, bueno, una loca más loca de lo que ya debía parecer en ese momento. -Porque…-. Pensó en otro motivo, uno que también era verdadero. -Hubiera querido que alguien me ayudara cuando fue a mí a quien…-. Se detuvo, considerando que tal vez esa palabra…


-Exiliaron-. Completó Natsuki, a sabiendas de que era por ella que no habían completado la frase. -Puedes decirlo-. Le costaba hablar, su voz que de origen era un poco ronca arrastró las palabras. -Es la verdad-. Inevitablemente revivió su cruda experiencia, el recuerdo avivó más el dolor en su espalda. -Me exiliaron-. Admitió sin vergüenza. -Por algo que no hice-. Su rencor era palpable.


La mirada carmín le contempló compasiva, sabía a la perfección lo que se sentía ser desterrada a la tierra, y el horror de ser mutilada, porque lo sabía, sabía que esas heridas en su espalda se debían a que le habían arrancado las alas. -Me exiliaron hace cinco siglos-. No era un tema que le gustase tratar, pero si con ello ayudaba así fuese una pizca al ángel frente a sí, podía hacer una excepción. -Porque me consideraron inútil en la Guerra-.


La oji verde sabía de que Guerra hablaba.


La Guerra que los había destruido a todos.


La Guerra que era eterna, y que continuaba aun a sabiendas de que no habría bando ganador.


La Guerra entre Cielo e Infierno.


-Pero… -. Maldición, ¿Inútil? Le había salvado la vida, cuando el que le arrancaran las alas y le dejaran caer a la tierra era prácticamente sinónimo de muerte. ¿Cómo alguien con tales capacidades había sido considerada inútil? -Ningún ángel es considerado inútil en la Guerra, hasta el último de nosotros es…-.


Cayó en cuenta de la verdad aun no dicha, al menos no en voz alta, porque la mirada de Shizuru se lo dijo a gritos todo el tiempo, en el Cielo no había ángeles con ojos rojos. -Eres un demonio-. Concluyó con asombro.


En su mente, le había concebido como un ángel, porque había sido capaz de sanarle, y por lo que sabía, en el Infierno no poseían esas cualidades. Había demonios guerreros, también ladrones de energía, herreros del averno, y demás categorías que de uno u otro modo eran nocivos para lo humanos o aptos para luchar contra los ángeles.


Pero… ¿Había demonios…


-Me exiliaron porque para ellos mis habilidades no eran dignas del Infierno-. Admitió en voz baja. -Sí, soy un demonio-. Se puso de pie. -Un demonio sanador-. Y manifestó su apariencia demoniaca, no mostró sus alas porque el espacio no lo permitía, pero apareció su cola que medía un metro y medio de largo, cuyas escamas eran de un brillante color rojo igual al de sus ojos, sus orejas adquirieron un aspecto puntiagudo, sus uñas fueron reemplazadas por garras negras, y sus dientes por colmillos muy afilados.


Así como las alas para los ángeles, los cuernos eran el orgullo de los demonios, Natsuki no les vio aparecer y tuvo la prudencia de no preguntar por ellos, pero sus ojos se lo dijeron a Shizuru, esta inclinó la cabeza y removió un poco su cabellera castaña, mostrando el lugar donde alguna vez estuvieron sus cuernos. -Los cortaron cuando me exiliaron-. Dijo con amargura. Al sentir sobre sí la mirada de Natsuki, quien le observaba con múltiples emociones, tuvo que hacer la pregunta más importante de todas. -¿Te molesta que sea un demonio?-.


Tendría que hacerlo, se suponía que su naturaleza era odiarse mutuamente, que contra su dolor, tendría que haberse puesto de pie para intentar matarle solo por ser un ser del Infierno, y ella, uno del Cielo. -Más bien…-. Pero no sentía el odio salir a flote. -Me intriga que siendo un demonio, estés ayudando a un ángel-. Tampoco sentía que Shizuru tuviera la más mínima intención de dañarle, y vaya que había sentido la sed de sangre de los demonios. -No lo entiendo-.


Retornó a su forma humana y volvió a sentarse. -Siendo honesta, tampoco lo entiendo-. Hablar con ese ángel moribundo estaba siendo tan natural que incluso asustaba.


Natsuki dio un quejido, a momentos el dolor era mucho más fuerte. -¿No te… -. Hizo una mueca, sintió que comenzaba a sangrar de nuevo y procuró mantenerse quieta. -¿No te preocupa que alguien se enteré de esto?-.


-Natsuki…-. Hace tanto que alguien no decía su nombre con tal calma, le gustó como sonaba en los labios y voz de Shizuru. -Tanto a ti como a mí ya nos han dado el máximo castigo, ¿Qué más podrían hacernos?-.


Sopesó sus palabras, era cierto, endemoniadamente cierto.


Aunque le dolió demasiado, dejo salir una pequeña carcajada que iba cargada con toda la ironía del mundo. -Ara, eso debió dolerte, ¿Qué pudo hacerte reír en esta situación?-.


-El hecho de que me condenaron por algo que no hice-. Shizuru entendió por donde iba la cosa. -Y esa misma condena a provocado que la acusación sea cierta-.


-Te exiliaron por tratar a un demonio-.


-Así es-. Sonrió amargamente.


En ese momento, ambas supieron que el suyo era un encuentro que ya estaba predicho.


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