Ryou había tenido diferentes amigos a lo largo de su vida. Muchos de ellos terminaron atrapados en figurillas de su juego favorito, cortesía de su yami, y por ello Ryou decidió que lo mejor era alejarse de las personas.
Estaba bien así.
Desde la muerte de su hermana y madre, Ryou sabía que lo mejor era no encariñarse demasiado con las personas, la vida siempre acabaría por separarlos en cualquier momento y sería doloroso.
Bakura le había ahorrado el aferrarse a las personas equivocadas, cada que su débil corazón intentaba olvidar esa lección y buscar amigos.
Lo hacía del peor modo posible pero, a su retorcida manera, siempre actuó en pos de proteger a su yadonushi.
Y fue también porque tenía a Bakura en su vida que conoció a Yugi y su pandilla, y más tarde también a Malik.
Yugi era muy diferente a cualquier persona que Ryou hubiera conocido antes. A pesar de que Ryou quiso alejarlos, Yugi y sus amigos insistieron y permanecieron con él.
Gracias a ellos ya no habría más personas atrapadas en figurillas. Pero aún sin eso, Ryou sabía que lo mejor era no encariñarse con nadie.
Pero fue mucho más difícil que nunca, porque Yugi tenía algo que hacía querer a Ryou estar cerca, y porque el mismo tricolor se empeñaba en estarlo.
Luego entendió que él y Yugi eran parecidos en ciertos aspectos. Ambos habían estado solos mucho tiempo, aunque por motivos diferentes; y eso ya sin contar con el hecho de que ambos habían sido escogidos para portar un artículo del milenio.
Ambos eran luz, y por ello, el mundo se empeñaba en ponerles cada reto en su camino, intentando apagar y arrebatarles esa luz que representaban.
Sin embargo, para eso estaban Yami y Bakura.
Yami quería proteger la luz de Yugi a toda costa y Bakura quería la luz de Ryou únicamente para él.
Luego llegó Malik, el pobre egipcio casi había renunciado por completo a su luz.
Una vez más, Yugi logró hacer que Malik se uniera a ellos.
Pero el yami de Malik no podía permanecer con él y cuando el egipcio tuvo que irse de vuelta a su país, con sus hermanos, Ryou supo que no tardaría en regresar. La luz de ese chico estaba desprotegida y él era un blanco fácil.
Ryou sabía que en poco tiempo los tres volverían a reunirse y ¿cómo no? fue de la peor manera posible.
Yami y Bakura se enfrentaron en un último juego de las sombras, con el tricolor saliendo victorioso, solo para tener que enfrentarse luego con su propio hikari en un duelo e irse.
Con Yami, Bakura y Marik fuera de sus vidas, Yugi, Malik y él mismo, hallaron consuelo unos a otros.
Su luz era más fuerte y brillaba más cuando estaban juntos. Los pruebas que habían vivido y superado los había hecho fuertes a su manera, y podían protegerse entre ellos .
Claro, como cualquiera, tenían sus momentos de debilidad.
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Ryou se hallaba en su cama, llorando sin dar tregua, al punto de que su rostro y sus ojos estaban visiblemente enrojecidos, y aferrado a cierta prenda negra, como si la vida se le fuese en ello.
Estaban tan hundido en su dolor, en la añoranza que lo sumía en su tristeza, que no sintió el ruido de alguien entrando en su casa y subiendo hasta su habitación.
Daba igual. Solo habían tres personas aparte de él mismo que sabían de la llave de repuesto, oculta en la entrada de su casa, y una de ellas era por quién estaba llorando.
Solo se percató de que ya no estaba sólo en su casa cuando escuchó abrirse la puerta de su habitación, pero había una familiaridad inherente en esas presencias que le aseguraron quienes eran los que habían entrado.
—Chicos —atinó a sollozar.
Malik se sentó a su lado en la cama y frotó la espalda del tembloroso albino con suavidad —está bien, llora lo que quieras, amigo —lo consoló con voz suave.
Yugi depositó un beso en la frente de Ryou —te prepararé un té caliente, te sentará bien.
El tricolor no esperó una respuesta y bajó a la cocina, mientras Malik se quedaba a consolar a Ryou —No estás solo, no tienes que sufrir solo —le habló en voz baja —Yugi y yo estamos contigo, con tu lo has estado para nosotros. Nunca vamos a dejarte sólo, Ryou.
El albino atinó a mostrar una pequeña sonrisa, moviéndose para acurrucarse más cerca de Malik, sin soltar en ningún momento la gabardina negra.
Lo sabía, Malik no hablaba por hablar, ellos harían cualquier cosa por permanecer juntos. De ese modo su luz sobreviviría, y honrarían por siempre las oscuridades que los hicieron brillar cuando ellos solos no podían.
Esa amistad era invaluable e irreemplasable.