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For black skies por Ilusion-Gris

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Notas del capitulo:

Una historia sin nombres ni rostros. Un corto relato que intenta hacer de lo cliché algo impredecible.

Lo miré sin pestañear.

—¡¿Qué estás diciendo?! —dijo con expresión divertida, despreocupado, como si mi oferta de hacerle una mamada fuera equivalente a una propuesta de rascarle detrás de las orejas.

—Solo considéralo. —Me encogí de hombros.

No tenía más por decir, solo era cuestión de tiempo para que procesara mis palabras y descubriera lo ínfimas que podrían ser. Después tendría verdaderos motivos para reír. 

Di media vuelta y salí de los vestidores. El aire fresco golpeó mi rostro y dejé atrás aquel que cargaba olor a sudor.

Pronto terminaría el año escolar, yo llegué a mediados y me acoplé con rapidez al sistema.

Una institución donde solo admitían varones, ubicada en las montañas. Una mente muy turbada debió proponerla, y algunos padres —o tutores— secundaron tal estupidez al mandar a sus hijos. Sin embargo, me daba completamente igual sus motivos, si fueron lucrativos o desinteresados. Yo solo estaba aquí por casualidad, y lo único que podía hacer era sacar provecho y no arruinar la armonía.

—Espera. —Me detuvo un compañero—. ¿Habló contigo? ¿Te confesó qué tenía?

Su respiración era irregular y la preocupación de su semblante honesta.

—No es nada que no tenga solución —respondí.

—Eso es genial. —No parecía del todo convencido—. ¿Puedo hacer algo para ayudarlo?

—Si quieres... —Esperó atento a que terminara de hablar—. Yo me haré cargo.

—¿Estás seguro? —preguntó.

—Sí.

No me pesaba, me gustaba echar una mano a mis amigos.

El chico asintió y se guardó el resto de preguntas, no tenía otra alternativa, ya le había dicho que lo resolvería.

—Te veo mañana —se despidió.

Agité la mano y lo seguí con la mirada hasta que dio la vuelta en el pasillo.

Ser el capitán del equipo, y la base, es una carga considerable, por suerte yo era un alero bajo, pero los problemas del capitán eran los problemas de todo el equipo. Por eso aquel chico que se había marchado, un poste o centro —posición en el juego de básquet—, no dormiría tranquilamente hasta que el capitán solucionara sus asuntos.

Perdía la concentración con frecuencia y se distraía por cualquier cosa, sumado a un humor negro que aconsejaba abordarlo con sutileza, era una seria molestia para todos, teníamos que resolverlo antes de que el final del torneo se avecinara.

Muchos lo atribuían al estrés, una conclusión bastante convincente, estar a un par de días de llevar al equipo a la final —cosa que no había sucedido en años—, frente a una audiencia sin consideración que solo esperaba la victoria, no debía tomarse a la ligera. No obstante, si hace un par de minutos atrás no hubiera hablado con el capitán, también creería que el estrés hacía estragos hasta en el chico más fuerte, pero no se trataba de eso.

—¿Vas a los dormitorios? —El chico con el que compartía habitación se detuvo frente a mí.

—Sí —contesté.

—Dijiste que tu entrenamiento terminaba a las ocho —habló hostil.

—Tuvimos un par de problemas y decidimos que sería mejor ir a descansar temprano —expliqué sin entrar en detalles. No le debía ninguno.

Sacó el aire sonoramente y sus cejas se juntaron.

—Necesito que me dejes libre el cuarto hasta las ocho —demandó.

—¿No puedes ir a otro sitio? No me gusta el olor que queda después. —Mi ceño se arrugó al recordar que tuve que ventilar la habitación la última vez.

—No te lo estaría diciendo si pudiera.

Coincidí con él.

—Bueno —largué un suspiro—, llegaré puntual —le avisé.

Mi compañero de habitación no dijo más y reanudó su camino.

Como dije antes, me adapté al sistema, y si aquí era normal tener sexo entre alumnos —maestros incluso—, no era algo que me importara demasiado.

Lo único que me ponía en conflicto era la estúpida mentalidad de mis compañeros, involucraban sentimientos mediocres, afecciones pobres y carentes de lógica. Incluso había escuchado de un grupo de chicos que se dedicaban a tener relaciones con cualquiera, claro, si a ellos les gustaba la otra persona. Lo veía como algo innecesario y ridículo, si querían tener sexo no era importante etiquetarse y diferenciarse del resto. Cualquiera podía involucrarse con quien quisiera sin necesidad de pertenecer a ese grupo. Igualmente no era importante lo que pensaba, a nadie le interesaba, e igual, a mí me valía totalmente las opiniones ajenas, mientras no se alterara el orden, nada importaba realmente.

Ya que no podía regresar a mi habitación vagué por la escuela sin un rumbo fijo, en la cancha de fútbol los chicos todavía practicaban. Me puse a pensar en el motivo por el cual elegí básquet por sobre los demás deportes, no tenía una razón precisa, solo tenía la seguridad de que prefería un club que involucrara actividad física a uno de actividades recreativas.

Continué por el camino sinuoso que llevaba al último edificio, ahí se escuchaba a los chicos de música, la mayoría de los talleres concluía hasta después de las siete, era relativamente temprano. Asomé la cabeza para mirar el ensayo, había un grupo pequeño de alumnos con aspecto de sentirse fuera de lugar, incomprendidos sociales. No hubo nada que llamara mi atención, incluso la música era simple. Giré antes de que creyeran que quería unirme. Sabía tocar un poco la guitarra y otro poco el piano, me iría de maravilla entrar a ese club, mis conocimientos musicales resplandecían tanto como los suyos.

Caminé hasta llegar a la cancha de básquet; que estuviera desierta desentonaba bastante, como si aquella área no encajara con el ambiente de la institución. Los problemas del capitán podrían ser los problemas de todos.

—¿Me estabas buscando? —Escuché una voz a mi espalda.

No lo buscaba, solo estaba perdiendo el tiempo.

—No lo sé —respondí.

—No me gusta que me sigan, ¿entiendes? —dijo pretendiendo no sonar tan duro.

El capitán era el tipo de chico que podría ser el protagonista de una serie animada, ingenuo y amable en partes iguales, pero con una voluntad inquebrantable.

—Está bien —respondí más por darle la razón.

—Sobre lo que hablamos... —Me pareció que no encontraba las palabras apropiadas y por eso se detuvo unos segundos—. ¿Lo decías en serio?

Quería preguntarle si acaso tenía un rostro que podría interpretarse como alguien que juega con sus amigos. En cambio dije:

—Muy en serio.

—¿Por qué? —preguntó desconcertado.

—Bueno... —Para mí era simple—. Hablaste sobre lo afortunado que era por ser virgen, que en cambio tú que probaste el sexo con tu novia la pasabas muy mal.

—No creo que solo por eso te ofrecieras —habló con un atisbo de inteligencia, uno que no lucía muy a menudo.

—Podrías ir con esos chicos que tienen sexo por diversión —«diversión que ocultan con el pretexto de un club», pensé—. Pero dijiste que no te iban los hombres, yo también soy un hombre, la diferencia es que puedes hacerlo con mi boca, no es mucha la diferencia.

—Sigo sin notar esa diferencia —respondió, incómodo con la conversación.

—Somos amigos, no hay un trasfondo, solo eso.

—No creo que funcione. —Sonrió avergonzado de rechazarme, cuando no es exactamente como si me hubiera confesado.

—Podemos probar —contesté escuetamente.

—Sé que no funcionará —habló con firmeza, pero noté cierta duda en su mirada.

Yo no perdía nada, él tampoco podría quejarse. Me acerqué lentamente y él nervioso murmuró:

—¿Qué estás haciendo?

A pesar de que aseguró que no valdría la pena intentarlo, no impidió cuando me deshice de su cinturón, y cuando con parsimonia bajé un poco sus pantalones junto con sus calzoncillos.

Ante mí se expuso su miembro, y como si no fuera la primera vez que veía uno de frente, lo tomé con una mano y lo acaricié con delicadeza.

El capitán estaba seguro que no reaccionaría a mis estímulos, que su pene permanecería flácido, y él, frustrado, pero cuando pasé mi lengua por toda la extensión de piel, olvidó su orgullo y se dejó llevar por mi boca. Me regaló un suspiró de complacencia y con sus dedos acarició mis orejas. Mi amigo estaba de cara al cielo y, probablemente, con los ojos cerrados.

Fue una buena primera experiencia. Al menos se enteró que podría ayudarlo, y yo me sentía feliz de que el equipo ya no estaría tan tenso por culpa del capitán.

[...]

Cuando regresé a mi habitación tuve que abrir las ventanas. Mi compañero no tenía consideración.

[...]

—¡Oye capitán, a mí no me toca guardar los balones!

En realidad me tocaba a mí, pero el capitán me arrastraba impacientemente a los vestidores, antes de que los otros chicos salieran de las duchas.

—Vamos, deprisa —dijo con la paciencia en su límite.

Yo solo atiné a dar pasos más largos.

Nuestro lugar era detrás de los casilleros, ahí nadie solía asomarse, era un estrecho espacio entre la pared y el mueble metálico. Apestaba a sudor y ropa sucia.

—¿Te gusta cuando lamo aquí? —pregunté haciendo círculos con la lengua en la punta de su miembro.

—Solo... Cállate y continúa —dictaminó jadeando y con los puños cerrados.

Yo apreté los párpados y obedecí.

Cuando estaba por llegar al orgasmo me tomó por detrás de la nuca y estrelló mi cabeza con rudeza una y otra vez. Había aprendido a evitar vomitar y abrir la boca bien grande para no lastimarlo con los dientes.

La mayoría de las veces se salía antes de correrse, terminaba con su mano y su semen se desparramaba en ella.

—Vete —rogó. Siempre pedía que me marchara primero.

No sabía exactamente a qué le tenía miedo, en la escuela era tan normal fornicar con un compañero como el sol saliendo por las mañanas. Al menos para la mayoría.

[...]

—Iremos a la sala común a ver una película, el capitán le pidió al entrenador que nos permitiera descansar el domingo, hemos trabajado muy duro, ¿no te dijo que fueras?

—No lo recuerdo —contesté.

—Quizá lo olvidó —habló en medio de una sonrisa de disculpa.

Él no tenía motivos para disculparse, pero era consciente del nuevo trato del capitán a mi persona.

Ignorarme directamente, pasar de largo sin saludarme, hablarme solo cuando era sumamente necesario —o cuando quería que mi boca masturbara a su pene—. Conmigo se había vuelto indiferente, apático y hostil, con los demás seguía siendo el tonto protagonista perfecto. Por eso les causaba lástima. De ser su amigo, uno de los más cercanos, con quien platicaba de mil estupideces y en quien confiaba, ahora me había convertido en un cero a la izquierda. Si era el cero a la izquierda de él, pronto lo sería del resto.

Nunca pensé que las cosas tomarían ese giro, no creí que nuestra amistad saldría afectada, pero con todo, para mí el capitán era un gran amigo y no me gustaba dejar botadas a las personas que apreciaba.

—¿Quieres ir a mi habitación? Le pedí a mi madre que me enviara unos cómics, puedes leerlos si quieres...

—No —dijo al instante—, no es que no quiera... pero tengo cosas que hacer... Tarea, sí. ¡Un montón de tarea! Que idiota soy, apenas me acordé.

—No te preocupes, puedes ir cualquier día —hablé mientras observaba como metía rápidamente sus tenis al casillero.

—Eh... Sí, claro —murmuró.

[...]

—Ocupo que mañana me dejes la habitación libre —dijo al entrar.

Me incorporé de la cama y me senté en el borde, el día de mañana todos los chicos de básquet estarían viendo una película, todos menos yo. No había sido invitado, me lo dejó en claro el capitán cuando después de hacerle una fantástica felación mencionó que me veía el lunes, en las prácticas, a las cinco.

—No será posible —contesté.

—No te pregunté. —Rodó los ojos como si hubiera dicho la cosa más estúpida del siglo.

—Ve a otro lugar. —Tomé el libro que había estado leyendo antes de su interrupción y busqué la página en la que me quedé.

—Es mi habitación —respondió.

—También la mía.

—No seas pesado y piérdete... —me dijo furioso porque lo ignoraba—, ve a follar con aquel idiota que está en tu equipo y déjame el cuarto libre.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté un poco ansioso.

—Qué te importa. —Se cruzó de brazos.

—Bien, pero ahora déjame leer en paz —hablé rompiendo la pesada atmósfera que se formó a nuestro alrededor.

[...]

Por la tarde del domingo salí con dos billetes en mi cartera, celular y audífonos. Con dirección al último edificio de la institución, ahí jamás se pararían mis compañeros.

Se escuchaba que ensayaban, pero esta vez no se oía nada mal. De pronto la música paró estrepitosamente y alcancé a escuchar que discutían.

—¡Imposible, canta horrible, no podemos presentarnos con un vocalista que no sabe llegar al tono de sol, es más, que ni siquiera sabe cuáles son las notas! —gritó un chico que salía con una guitarra en mano.

Detrás de él, otro chico más bajo lo tomó de la muñeca libre.

—No nos dejes, la banda te necesita, logramos llegar hasta aquí por ti —dijo implorante.

—Consigan a alguien que sepa de música, a alguien que cante verdaderamente —sentenció.

—¿Cómo haré eso que pides? A estas alturas todos están ocupados con sus talleres, el año termina en unas semanas...

—Entonces olvida que me presentaré, no pienso hacer el ridículo. —El chico lucía muy serio, hasta yo pude ver que no estaba jugando.

—Ya faltas demasiado a las prácticas, si continúas así podrías meterte en problemas...

—No me interesa. —Dio media vuelta y advirtió mi presencia—. ¿Se te ofrece algo?

Solo perdía el tiempo ociosamente, no le iba a confesar eso.

—Yo sé un poco de música —dije en cambio.

—¿Cantas? —preguntó con una ceja en alto, evaluándome de arriba abajo.

—Sí —«todo el mundo canta», pensé—. Puedo agarrar el tono, no se me complica afinarme.

—No perdemos nada —habló esperanzado el chico más bajo.

—Bien, pero si resultas ser un farsante pagarás por hacerme perder el tiempo.

Me encogí de hombros y los seguí hasta el salón donde ensayaban.

Broken Machine —dijo el chico que tocaba la guitarra y que minutos antes estaba a punto de abandonar a sus compañeros—, espero que sepas pronunciar bien el inglés, igual la letra está en la hoja que tienes enfrente.

Conocía la banda, Nothing But Thieves, tenía varias de sus canciones en mi lista de favoritos, incluyendo la que tocarían. Era una canción complicada, para ellos y para mí que la cantaría.

No estaba nervioso, un punto a mi favor.

Mi voz no era como la de Conor Mason, pero podía defenderme perfectamente.

Como había escuchado antes la canción, no me perdí mucho, pero ellos le hicieron unos arreglos que identifiqué tarde, igual solo era cuestión de practicar un poco más y me saldría bien.

—¡Genial! —dijeron en compás unos chicos y me sentí mal por el antiguo vocalista que se había sentado frente a mí. Incluso él parecía admitir que lo había hecho mejor de lo esperado.

—¿A qué club perteneces? —Preguntó el guitarrista talentoso—. Me imagino que no eres de los que vuelven a casa, porque aquí no estás cerca de ella y aparte, no está permitido.

—Baloncesto —respondí.

—¿Podrás con los dos? —me cuestionó otro chico.

—Supongo. —No le veía el problema.

—¿A qué hora podrías? —dijo el guitarrista.

—Después de las ocho.

Ellos lo meditaron un buen rato, formaron un círculo y los observé a la distancia, parecía que lo estaban tomando muy en serio, pensé que realmente necesitaban una voz —decente— para ganar, Alcancé a escuchar que si no lograban obtener aunque sea el tercer lugar se meterían en problemas y hasta podrían cerrar su grupo.

—Bien, te veremos de lunes a viernes después de las ocho. —Me extendió la mano el guitarrista para cerrar el trato.

Era muy guapo, de ese tipo de chicos que hacían pensar hasta al chico más heterosexual de la escuela qué rayos hacía aquí cuando podría estar fuera conquistando chicas, o chicos, mejores chicos. Yo no puede evitar sonreír por aquel pensamiento.

[...]

Al llegar a mi habitación encendí la luz y corrí las cortinas, comenzaba a llover y me fue imposible abrir las ventanas. Tuve que rociar aromatizante para conciliar el sueño.

[...]

—¿Puede dejarme en el centro de la ciudad? —le pregunté al entrenador.

—¿Por qué te dejaría ahí? —Me observó con incredulidad.

—Estoy en el grupo de música, el día de la final del torneo de básquet, también será la final del concurso de bandas —expliqué.

—¿Desde cuando estás en el club de música? —preguntó un compañero.

—Hace dos semanas —respondí.

—Bien, nosotros te llevamos, sirve que vemos que tal les va y después los llevo a todos a celebrar. —El entrenador quedó satisfecho con su elección y continuó con sus labores.

Mis compañeros me observaron como si lo hicieran por primera vez, analizaron mis facciones y mi complexión, me sentí incómodo. No estaban muy felices de tener que desviarse por mi culpa.

—Bueno —habló el capitán—, mañana es el gran día, chicos, vayan a descansar y no se desvelen —nos dijo con el ánimo en alto.

Todos se marcharon a las duchas y yo esperé a que el capitán, mi amigo, me dijera algo.

—¿Detrás de los casilleros? —pregunté con duda.

—Olvídalo —me miró como si le diera asco—, ya no necesito nada de ti.

[...]

Cuando entré a mi habitación las ventanas estaban abiertas y mi compañero no estaba. Tal vez se había marchado con el chico con el que se acostaba. Nunca intenté entenderlo, ni él a mí. Solo sabía que tenía problemas de personalidad, que podía ser agresivo si lo fastidiaban y que, sobre todo, le gustaba dejar olor a sexo en nuestra habitación. No era muy hablador, yo tampoco. Tenía suerte de tenerlo de compañero.

[...]

Ganamos el torneo de baloncesto, todos estaban felices, menos yo.

[...]

El escenario se iluminó y salí junto a los chicos de música.

El chico que era alero bajo siempre fue extraño, no llamaba la atención, era el tipo de persona del que no recordabas su nombre hasta después de unas semanas, y que incluso, con el tiempo podrías llegar a olvidar. No se debía al nombre, no tenía uno complicado o poco común, se debía a él, el chico carecía de presencia. Cuando fui consciente ya estaba a mi lado y me hacía preguntas, yo respondía y ni siquiera me di cuenta cuando nos hicimos amigos, simplemente pasó. Yo, el capitán del equipo de basquetbol, el chico que tenía montones de amigos, tenía uno especial. Era especial, lo comprendí antes de que me propusiera tener sexo oral, pero también entendí que ya no era mi amigo cuando mi pene estuvo en sus labios. No me gustaba admitirlo, pero me empezaba a costar cerrar los ojos cuando follaba su boca, el tacto de sus orejas y su corto cabello contra mis dedos era algo que comenzaba a agradarme.

Ahora estaba al frente, el chico que no destacaba de nada estaba robando el aliento de todos los presentes. Aquel que ocultaba sus ojos tras el flequillo tenía una voz demasiado potente y vibrante para olvidarla. Sus uñas estaban pintadas de negro, sus orejas tenían dos perforaciones, sus ojos estaban perfectamente delineados de un tono oscuro que contrastaba con su piel. Yo entrecerré los ojos, abrumado.

Por primera vez lo vi realmente, era hermoso

Ganamos el concurso de música, todos estaban felices, menos yo.

[...]

—Oye —me llamó el guitarrista—, te dije que al lucir genial tu voz saldría con libertad. Cuando uno se siente bien por dentro y fuera es probable que la inseguridad se esfume.

Había pintado mis uñas, no me sentía muy cómodo. La seguridad nada tenía que ver con mi aspecto.

—Hicimos un buen trabajo —respondí.

—Deja el equipo de básquet, el año que entra quédate solo con nosotros —propuso.

Me miraba diferente, como si quisiera besarme, era la primera vez que alguien me miraba así.

—Lo pensaré.

—¡Ven aquí! —gritó el entrenador bastante emocionado—. Eso fue increíble, no sabía que podías cantar. ¡Tenemos que ir a celebrar!

—Te veo después —le dije al guitarrista y me despedí, con un gesto sutil, de los otros chicos.

[...]

Nos sirvieron una bebida con aspecto de contener alcohol, me dijeron el nombre, pero era muy llamativo como para querer grabármelo.

Esa noche la pasaríamos en un hotel, habíamos ganado, merecíamos que la escuela gastara en nosotros.

Miré mis manos la mayor parte del tiempo, tenía mucho que no conversaba con normalidad con los chicos, lo había arruinado, por eso me dediqué a reflexionar. Quizá debería el año entrante intentar en el taller de música, pero odiaría que mi madre se enterara que no estaba en un club que implicara actividad física.

«Mi querida y desdichada madre», pensé.

[...]

Estaba por llegar a mi habitación designada, me alegraba el que no tuviera que dormir con las ventanas abiertas.

—Ven aquí. —El capitán me arrastró a su habitación y cerró la puerta con seguro.

—¿Hay algo que quieras decirme? —pregunté al no obtener más de él que un denso silencio.

—Ahora debes estar feliz —dijo con odio. Nunca lo había oído hablar así.

—No sé a qué te refieres —mencioné.

—Todo este tiempo... Todo el tiempo estuviste seduciéndome y ahora pretendes que estoy loco. —Escupió las palabras con desprecio.

—En serio que no te estoy entendiendo... —Hice amago de acercarme a la puerta, pero él se interpuso.

—Deberías estar feliz.

—¿Somos amigos? —pregunté.

El capitán se rió con ganas.

—Sé feliz, obtendrás aquello que siempre deseaste.

Media unos treinta centímetros más que yo, y pesaba unos diez kilos más. No le costó demasiado empujarme a la cama y colocarse encima de mí.

Me desnudó de la cintura para abajo y él solo se bajó el pantalón y los calzoncillos.

—No lo hagas —mi voz salió trémula.

—Es lo que quieres —musitó contra mi oído.

Mi cuerpo entero tembló.

«Amigo, ¿estás seguro que serás tú el que abusará aquí?», pensé.

—Siempre lo quisiste.

«Tienes razón, no eres tan estúpido como creí». Una cosa era lo mi mente gritaba y otra lo que mi cuerpo decía. Así tenía que ser, mientras creyera que tenía miedo, que tenía el control, que era inusualmente inocente, solo así lo haría.

Media unos treinta centímetros más que yo, y pesaba unos diez kilos más, pero fácilmente podría huir de él si me lo proponía.

Abrió mis piernas y se colocó entre ellas, sentí su erección contra mis muslos. Con sus dedos se abrió paso en mi interior, dejó torpes besos en mi cuello y yo continuaba asustado, al menos, para él debería lucir asustado.

Inevitablemente mi mente viajó al pasado, tenía unos trece años, estaba con mi mejor amigo y tocaba su pene por encima de su delgado pantaloncillo corto, él me miraba realmente aterrado —si el capitán hubiera visto sus ojos no me creería ni un poco, no creería ni un poco mi patética imitación—, después lo convencí para que él también me tocara, sus benditos dedos en mi pene que poco a poco se endurecía. Éramos buenos amigos, los mejores de todo el colegio. Amigos en las buenas y en las malas, en el placer y en la desgracia.

El capitán se desesperó y me penetró con rudeza, podría ser toda una bestia en el sexo, lo supe desde el momento en que lo vi. Lamentaría mucho que terminara igual. 

Mi amigo del colegio, nos delató con la maestra, con sus padres, con nuestros compañeros. Todos se enteraron y me dejó como el malo del cuento, aquel que lo indujo a hacer algo que no quería, las miradas de asco las recibí yo, el desprecio y el repudio. Mi pobre y desdichada madre fue evitada por su familia, pasó la peor vergüenza de su vida y se preguntó qué había hecho mal conmigo. Me internó en una escuela de chicos, creyendo que de esa forma si notaban un comportamiento afeminado me harían pedazos. En una montaña alejada de la civilización, tan lejos para no mirar mi rostro, para no tener que enfrentar los golpes que estaba segura recibiría. «Compórtate como un hombre», me aconsejó antes de dejarme por mi cuenta, solo, con el rechazo de las personas que creí mis amigos, y en un nuevo mundo con unas reglas que desafiaron mi lógica.

El chico que había utilizado mi boca, mi amigo, ahora estaba tocando un punto que me hacía querer gritar: «¡Más profundo, más profundo, llega al límite y destroza todo a tu paso!». En cambio de mis labios salía:

—Para... para, duele...

Lo había estado esperando, era mi amigo, y era la forma en que demostraba el aprecio que sentía. Pero aquel chico, aquel que tocaba de forma magnífica la guitarra, ese chico me hizo dudar, quizá habría una forma diferente de llamar lo que sentía, tal vez era capaz de nombrar ese sentimiento, amor, es lo que decía la música que tocaba. Aunque ya era demasiado tarde, ahora el capitán y yo teníamos un largo camino por recorrer, y ninguno podría escapar. ¿Realmente podría ser feliz?

Notas finales:

Inspirada en el manga de Ogeretsu TanakaYarichin Bitch Club, es un manga que me gusta, entonces un día nació esta idea y me alegra haberle dado forma.


No menciono nombres de los personajes, es un estilo que quería probar después de leer un libro similar.


Espero que alguien llegue hasta el final, seré feliz y afortunada. ¡Gracias por leer!


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