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Caído por Kokonese

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Siente las articulaciones rígidas y mucho frío en su torso desnudo.

Con pereza se levanta del suelo sucio en el que cayó hace varias horas.
Camina al baño y limpia el mugriento y roto espejo, no le gusta lo que ve pero ya se acostumbró. Se acostumbró a ver un rostro pálido enmarcado por mechones grasos y unos ojos enrojecidos e hinchados.

Está asqueroso. Los jeans tienen quemaduras de cigarros, manchas de alcohol y vómito.
Su piel es más pálida de lo que alguna vez había estado. Está delgado y tiene varios moretones causados por las caídas que le provocan el exceso de droga.

Agradece no haberse quitado los zapatos la noche anterior pues el crujir del cristal de las jeringas que había estado usando en la semana parece doloroso.

Recoge su celular de carátula rota y revisa la fecha. La luz le lástima sus ojos azules y suelta un bufido pues es lunes a las once del día y su estrofiado cerebro calcula que a pasado más de ocho días en ese motel andrajoso.

Se tira hacia el mullido colchón y los resortes le dan dolor. Piensa en dormir hasta la noche pero los golpes en su puerta son delicados pero insistentes.
Arrastra sus pies y abre el cerrojo de la habitación, mira hacia abajo donde ve a una bonita y malhumorada cara que reconoce perfectamente.

Se mueve del umbral y deja pasar a su visitante. Kaito no tiene ánimos de discutir y por lo visto Len tampoco pues sólo escucha sus pasos ir hasta su persona que de nueva cuenta se ha lanzado a la cama.

Siente el cuerpo tibio del rubio sobre su espalda, se acostó sobre él. El rostro de Len se esconde en su nuca y las lágrimas de sincero dolor y preocupación se hacen presentes. El peliazul no se mueve, no hace nada. Le duele causar sufrimiento en su rubio pero ya no tiene fuerzas para poder hacer algo.

— Deberías estar en la escuela —. Dice sin muchos ánimos y con la voz amortiguada por la olorosa almohada.

— Y tú no deberías estar aquí. Pero ambos somos desobedientes —. Le susurra al oído entre irregulares respiraciones.

El peso de Len desaparece lentamente de su piel desnuda y ágilmente es volteado boca arriba y ahora el cuerpo de su acompañante está sobre su pelvis. Por instinto sujeta los apetitosos muslos que están a los lados de su cadera. Se miran un rato y Kaito no se mueve ni ínsita a algo sexual pues se encuentra exhausto y sabe que el rechazo será inminente.

Len alarga los brazos y lo toma por los hombros alzándolo hasta quedar sentado y con las frentes unidas. Los ojos celestes le miran con cariño y dolor pero a Kaito le da vergüenza. Le da vergüenza ser visto tan patético por la persona que ama. Teme que se de cuenta de que tiene caspa en su cabello, de que los dientes se le tornaron amarillos, de que note las manchas que tiene en los brazos de tanta porquería que se ha metido.
Porque Kaito ya no es el mismo que era antes de la muerte de sus padres. Ya no quedaba nada de ese chico apuesto y de divertidas bromas. Sólo, quizá, quedaba el amor desbordante que le tenía, le tiene, y está seguro, le tendrá al joven Kagamine Len.

Siente un jalón en su nuca que le hace ir hacia adelante, es Len que se ha alzado un poquito para darle un beso tierno en la frente, después en su polvosa nariz y finalizar en sus resecos labios. Se deja hacer pues ya hacía tiempo que quería algo de amor.

Se separan y no resiste el abrazarlo y pasar sus callosas manos por el cuerpecito cubierto por un uniforme escolar de algún colegio caro al que él alguna vez también fue. Siente las tibias manos de su pareja pasearse con delicadeza por su espalda y también a sus labios dar besos por su cuello y sus hombros. Ríe porque se le hacen adorables y porque realmente adora las cosquillas que le provocan.

— De verdad creo que deberías estar en el colegio —. Dice para luego soltar un pequeñísimo gruñido tras la mordida en la manzana de Adán que Len le ha dado.

— Si te dijera que se suspendieron las últimas horas, ¿me creerías?

— Yo te creo todo lo que me dices, por más raro que sea.

— Qué bien, porque así fue —. Responde juguetonamente el rubio mientras se separa del cuerpo de Kaito. Recoge del suelo su mochila, toma la mano del chico y lo obliga a caminar para el baño.

Arruga la nariz y retiene una arcada de asco. Éste lugar está peor que los anteriores.
Suelta al peliazul que lo mira expectante y se remanga la camisa, se quita los zapatos de charol y repite el procedimiento con su pantalón.
De su mochila saca un cepillo grueso, abre la llave de la regadera y deja acumular el agua en la tina sucia. Kaito lo mira desde el retrete cerrado y se comienza a quitar los tenis viejos y las calcetas para pasar a los pantalones y a los boxers descartando la idea de ofrecerse a ayudar como las veces pasadas donde Len lo rechazaba. Escucha los jadeos que Len suelta mientras limpia con todas sus fuerzas la ducha.

Es cuando Kagamine suelta una risa triunfal que se levanta ya desnudo y entra en la tina. El agua llena todo el lugar y es ahí donde Len cambia el cepillo de metal por una esponja y un jabón líquido.

— Tu mochila me recuerda al bolso de Mary Poppins —. Cierra los ojos al sentir la espuma en su cara.

— Oh, cierra la boca, Shion.

(...)

Kaito se lavó los dientes, se peinó y ayudó a Len a arreglar un poco el cuarto.

De verdad cree que esa mochila sencilla es pariente lejana del bolso de esa personaje de Disney. No es muy normal que entre libros, artículos de limpieza y de higiene personal cupieran también una muda de ropa para él y para el dueño.

Salen del motel tomados de la mano y Kaito es arrastrado por la energía de Len hacia un taxi donde no le presta demasiada atención a lo que dice el rubio pero reconoce la dirección. Siente un apretón en su mano y un beso en la misma.

Comienza a sudar y la vista se le nubla. No quiere ir a su casa. A su casa donde no será recibido por el beso de su madre o la grave voz de su padre.

El dolor se le acumula en la garganta y los nervios se le hacen presentes en sus extremidades. El aire no le alcanza y comienza lloriquear.
Len lo nota y no se le ocurre nada más que abrazarlo y decirle palabras reconfortantes al oído. No le importa lo que el taxista diga, sólo le importa el hombre que está entre sus brazos.

(...)

Abre con las llaves que le dio el peliazul hace tiempo y empuja a su novio dentro del recinto.
Ve sus tristes ojos mirar el lugar que con esfuerzo a mantenido limpio.

Lo sabe, Len lo sabe desde hace tiempo, desde que la primera jeringa se inyectó, desde que la primera línea se aspiró, desde que el primer cigarro se fumó. Sabe que su príncipe azul está roto y se siente sólo.

Y esa noche como hace muchas, Len le susurra palabras de amor, promesas que quiere cumplir entre jadeos y embestidas llenándole el cuerpo.
Le besa el rostro a Kaito le llora y ruega en silencio que no se separe de él. Y Shion no le contesta porque sabe que no puede prometerle cosas difíciles, que es débil y volverá a hacer llorar a Len.

El rubio lo sabe, pero prefiere seguir a su amado hasta el abismo en vez de verlo caer solitario. Y Kaito no lo quiere arrastrar con él.

Pero ambos son necios y no quieren ver al otro sufrir.

Notas finales:

Un poco soso pero me gustó el resultado.


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