Sirius tembló, respiro dolorosamente y miró fijamente a los tres pedestales que se encontraban frente a él. Con el corazón en la garganta y su felicidad por el piso se permitió admirar lo que había frente a sus ojos.
Cada pedestal sostenía una cúpula de vidrio que guardaba una rosa negra en su interior.
Las rosas brillaban bajo la luna con una hermosura única y se veían como la rosa recién nacida que tenía Sirius entre las manos, perfectas.
Sirius avanzó con pasos cansados hacia los pedestales y con agilidad maniobró la pequeña maceta entre sus manos para que esta no cayera. Con un hechizo no verbal conjuro un cuarto pedestal, en el cual depósito la pequeña maceta con la rosa negra.
Se inclinó para besar un pétalo de la preciosa rosa y dejó que sus sentidos se embriagarán de su aroma, y lloro
Lloro como si su vida dependiera de eso, como si le hubiesen quitado lo más preciado que tenía, aunque ciertamente eso hicieron. Su madre se había encargado de quitarle toda alegría que pudiera tener y en su lugar solo había dejado dolor y sufrimiento. Por dónde mirara era lo único que encontraba.
Llevo sus manos hacia su vientre ya plano y lo acarició en un intento de consuelo a su pérdida. Esta vez el bebé había durado 3 meses, algo que no había logrado nunca en sus tres embarazos anteriores.
Sentía una felicidad amarga por la reciente pérdida de su bebé, el dolor siempre estaría con Sirius pero por lo menos sabía que su bebé ya no sufriría más en su interior.
Aun así Sirius gritó y lloró, imaginando todo el sufrimiento que tuvieron que pasar esas pequeñas criaturas en su interior, cada uno luchando por sobrevivir a pesar de que su cuerpo los rechazaba por no ser compatible con los alfas que lo impregnaron.
Cuatro alfas diferentes lo habían embarazado, pero ninguno había logrado que engendrara a su hijo. Simplemente no era compatible con ninguno.
Sirius convocó una cúpula y con sus temblorosas manos tapo la rosa para que su esencia no se perdiera. Realizó un hechizo de conservación sobre la cúpula y el pedestal. Y antes de irse acarició con sus dedos las cuatro cúpulas, era como una caricia secreta entre él y sus bebés.
Sirius sabía que era en vano rezar por la vida de su bebé no nato pero al menos lo haría para que fuera recibido por los brazos de su prima Andrómeda en el mundo de los muertos.
Evocar el nombre de Andrómeda era casi tan doloroso como la pérdida de su bebé, más cuando el remordimiento de la culpa lo azotaba todas las noches.
Sirius terminó su oración y volvió a posar su mano en su vientre.
- Lo siento Draco, otra vez no fui lo suficientemente fuerte.
En los cuatro embarazos que tuvo la prueba del sexo del bebé siempre le había salido masculina, así que desde que inició su primer embarazo siempre tuvo el nombre de Draco en la mente, pero lastimosamente jamás se llevó a término ningún embarazo y el nombre de Draco se guardó celosamente en la mente y en los labios de Sirius. Ni Siquiera Regulus, su hermano menor, lo sabía.
Sirius limpio las lagrimas que se escurrían por sus mejillas y respiro hondo. Dio media vuelta sobre sus talones y caminó hacia la puerta de su recamara. Giró el pomo de la puerta y salió. Tenía que iniciar su plan antes de que los invitados aparecieran.