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La chica de la cafetería por Homotoru

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 30 de noviembre, 2018.

El último tren a la capital ya había partido y los que no subieron a bordo ya no tenían otra opción más que quedarse a dormir en los asientos en la estación hasta el otro día, o quizás subirse a un taxi que les cobraría más del 300%.
Lleno de ira, Taless pateó el cubo de basura más cercano y no paró de hacerlo hasta dejarlo hecho añicos. Perder el tren empeoró su situación y ahora debería tomar un taxi, que tanto odiaba hacer. No estaba muy lejos de su ciudad, tranquilamente pudo viajar por sus propios medios pero al no contar con su anticuado Ford fiesta negro, se jugó una mala pasada al perderse en el pueblo y sobre todo, el tren.
Cuando terminó de descargar su ira, salió de la estación donde el empleado de limpieza notó lo que él había hecho, pero lo dejó pasar por miedo a que el extraño lo golpee al igual que el cubo.
Taless se acercó a la avenida principal y le hizo seña al primer taxi que vio, obviamente lo recogió sabiendo que se haría un dineral con el único soquete que se perdió el último tren.

"Primero pierdo a mi novia, luego mi dignidad, seguido del tren y ahora quién sabe cuánto dinero. Soy un perdedor" pensó en sus adentros, mientras sacada del saco su fiel paquete de cigarrillos... Que no resultó tan fiel, también que le quedaba un último mísero cigarro. En el último día del mes de noviembre.
Las pocas luces del pueblo que no recordó el nombre se iban apagando, al igual que sus esperanzas.
Si esto era una pesadilla, Taless deseaba despertar.


2 de abril, 2017


Las cafeterías son lugares donde uno jamás se puede cansar de ir, a menos que estén cortos de dinero. Abren a las mañanas y no cierran hasta la noche, para ser claros. El café "Black Cat" no era la excepción, siempre funcionó como los demás.
El dueño era Robert, o apodado cariñosamente Uncle Robert, él y su esposa Martha hacían funcionar el café. Ellos dos lo iniciaron pocos años después del despido de Robert por parte de la empresa mundialmente conocida, Coca Cola. Él era uno de los jefes de salidas de los camiones, pero ante un desacuerdo con los empleados de menor rango, decidió crear un sindicato nombrándose él mismo como delegado. Un error que jamás olvidaría, a otros jefes jamás le agradaron esas ideas de "zurdos" y qué mejor idea era despedir al sindicalista Robert Collins.
Devastado, no pudo conseguir otro empleo estable y sólo su esposa se mantenía activa en su trabajo de enfermera en una escuela primaria y pública. No fue muy duro, puesto que sólo tenían una hija de 10 años llamada Circe que mantener. Pero Robert no se dio por vencido y decidió estudiar pastelería, logrando conseguir por sus propios medios trabajos en grandes panaderías. Sin embargo, ahora le tocaba a su esposa sufrir un despido.
Harto de depender de figuras superiores, Robert y Martha usaron sus ahorros para abrir el café "Black Cat" en un pequeño local cercano a la universidad de ciencias sociales. Para sorpresa, existía un bar que sólo abría a las tardes con el mismo nombre, pero el único inconveniente era cuando se confundían y pedía una cerveza allí.
El café era, irónicamente, lo que menos se pedía en la cafetería pero los pasteles de chocolate fueron los más populares, mejorando el café que se volvió bueno hasta la inclusión de almuerzos. Así perduró por varios años y se mantuvo vigente por sólo una familia de tres, aunque ahora siendo cuatro contando a la nueva empleada.

Alizze de 18 años, tenía el cabello rubio largo y ondulado, con ojos que cambiaban según el clima. De pequeña estatura y complexión delgada, era la camarera de la cafetería de sus tíos Robert y Martha. Su salario no era mucho, pero era suficiente para ella y al no encontrarse estudiando, le venía perfecto.
Mary era hermana de Martha, quien se casó con Laurent Delacour, en Francia. Allí tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer, pero lamentablemente el mayor había fallecido en un ataque terrorista durante una excursión. Ante el peligro, la familia entera viajó a Dinamarca y se estableció allí. No fue fácil, pero pudieron acostumbrarse al nuevo país.
Alizze nunca logró superar a su hermano, nadie pudo en realidad, pero ella fue quién más sufrió por su ausencia.
Desde que tuvo memoria, ella supo bien qué quería ser. Ella había nacido como varón, pero no era feliz así. Lloraba casi todas las veces que era llamado "Alexander", no dormía bien de noche y a medida que iba creciendo se burlaban de su forma de hablar. Su madre Mary no supo de inmediato qué era lo que sucedía con "él" y lo envió a psicólogos, que sólo respondían con que era una etapa y nunca había que darle el gusto de llamarla como mujer... Pero Alizze empeoró, hasta el momento que intentó lastimarse sus propios genitales masculinos. Su madre dejó de enviarla a la escuela y comenzó a criarla por su cuenta, pero siguió tratándola como varón hasta que un día vio por casualidad en la tv un documental sobre los niños transgéneros.
El testimonio de otros padres, las entrevistas a los niños, etc. Hicieron que Mary se diera cuenta de que su hija nunca estuvo mal y que ella era una niña transgénero.
Así, con tan sólo 7 años, Alexander Delacour pasó a llamarse Alizze Delacour. Poco a poco retomó la escuela y aunque estaba algo atrasada, estaba feliz con utilizar el uniforme femenino y dejarse el cabello largo. Era bellísima. Y lo fue aún más cuando poco a poco tomaba suplementos con hormonas femeninas, aunque no lo eran del todo. Las dosis eran pequeñas, pero lo suficiente para que su testosterona no aumentara y ella se volviera más femenina.
Alizze sonrió durante todo su ciclo primario... Pero la secundaria fue un infierno. Un infierno digno de llamarse así, tanto que decidió abandonarlo con 15 años y nunca retomarlo.
Sus padres no lo tomaron nada bien, pero ellos sabían que jamás sería fácil para una chica transgénero. Al dejar el colegio, Alizze pudo sanarse poco a poco y continuó con su vida, pero jamás volvió a terminar sus estudios.

Alizze estuvo muy agradecida al recibir la oferta de trabajo de sus tíos y sin más vueltas, comenzó a trabajar lo más rápido posible.
A la mañana venían a pedir café y postres para llevar, casi nadie se quedaba por el horario y más tarde venían ancianas a desayunar. Era extraño que se acercaran muchas personas de tercera edad a pesar que la universidad quedaba muy cerca, pero así era la clientela de la cafetería.
Alizze trabajó arduamente toda la mañana, tomándose un descansito al mediodía para almorzar allí mismo y continuar atendiendo. Así era cada día, pero extrañamente en la tarde casi de noche entraron seis jóvenes hombres. Se veían como universitarios pero estaban felices... En realidad, borrachos. Era otro grupo de hombres que confundieron a la cafetería con el bar.
Para peor sólo se encontraban Martha y Alizze para controlar la situación, y aunque ellas intentaron hacer que se vayan fue imposible. Seguían exigiendo alcohol.

Alizze se llevó a su tía a la cocina:
– ¿Llamamos a Uncle Robert o a la policía? – preguntó Alizze, asustada a más no poder. Era la primera vez que presenciaba aquella situación, pero su tía ya incontables veces.
– Estás loca nena, no podemos llamar a la policía. Nos dará mala reputación, no tenemos muchos clientes fijos y esto empeorará. Sólo llamaré a Robert, pero son seis, no sé si podrá con tantos y se ven todos ejercitados.
Alizze sólo pudo asentar y ambas se quedaron en la cocina, mientras Martha llamaba a su esposo que se encontraba descansando en su hogar. De vez en cuando Alizze espiaba a los hombres, quienes olvidaron por completo porqué habían entrado allí, hasta que la puerta de su café volvió a abrirse. Otro hombre ingresó.
"Espero que no empeore" pensó ella, pero por suerte estaba equivocada.
Un hombre alto y de cabello negro había entrado a la cafetería.
– Les dije que este no era el bar. – Comentó a los otros hombres – Es como a dos o tres manzanas de aquí.
Alizze salió de la cocina y observó al hombre misterioso de espaldas, que al parecer las estaba salvando de la situación. No estaba borracho y se le veía bastante sobrio.
– Pero pedimos cervezas. – Respondió uno de ellos – Dijiste Black Cat, y estamos aquí. Hasta hay una chica bonita atendiendo, como dijiste. – éste señaló atrás de su colega, justo donde estaba Alizze.
Se puso nerviosa mientras pensaba: "Wow, hace mucho no me llamaban chica bonita... Pero no lo tomaré como una halago".
El hombre que estaba de espaldas, finalmente volteó a verla:
– Es preciosa, pero está muy asustada la pobre. Esto no es un bar, es una cafetería. Váyanse ahora mismo, yo los acompañaré al verdadero bar.
Y por si fuera magia, los otros seis hombres se levantaron de las sillas para irse sin chistar. El hombre misterioso pudo controlar a un grupo de hombres tan sereno que ella no lo podía creer, justo al mismo tiempo que su tía había terminado de hablar por teléfono.
– Disculpen la intromisión, soy el conductor designado pero se fueron sin mí. Y cuando no los vi en el bar, el tabernero me contó de una cafetería con el mismo nombre. No tenía idea que existía este café, pero finalmente lo encontré.
Alizze no sabía cómo agradecerle, así que mientras lo escuchaba, envolvió una porción grande de bizcochuelo y se la entregó:
– Muchas gracias, acéptelo por favor.
El hombre se negó: – No, quédeselo. – y sostuvo la puerta un par de segundos donde quedó observando a la joven: – Hasta luego. – Concluyó, retirándose de inmediato. Alizze no pudo verlo bien al rostro, quizás al estar avergonzada por la situación, pero no iba a olvidar su buena acción.
Cuando su tía salió de la cocina, vio que ya se habían esfumado todos los hombres borrachos y sólo quedaba Alizze con el postre envuelto en sus manos observando la salida.
– ¿Lograste que se fueran? Le diré a Uncle Robert que no venga.
Alizze parpadeó varias veces y se dio la vuelta: – No, vino un hombre y se los llevó. Quise regalarle esto en forma de agradecimiento... Pero no quiso y se fue.
– Que lástima ¿Cómo era? – respondió su tía.
Ella prefirió continuar con el cierre: – Uhm... Se veía como un hombre de negocios ¿Quién sabe? Cerremos el local lo más rápido posible... Antes que vuelvan a confundirnos con ese bar.

 


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