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Robot por aries_orion

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Notas del fanfic:

¡A leer!

Los sueños de los robots saben a aceite y a electricidad, como los de cualquiera. Pero tienen flores y cristales que nadie más puede ver, angustias más insondables, trampas lógicas…

 

Alberto Chimal

 

 

 

Dicen que lo que vemos no es realidad, son configuración de nuestro cerebro para darle forma y color a lo que vemos. Los ojos son sólo espejos, nos muestran un reflejo complejo donde un mecanismo complejo alojado en una parte del cerebro interpreta aquel código, por ello todos ven de diferente forma, comprenden y compaginan con otros una vez se les explica. Extraño, pero si te pones a analizar se puede llegar a esa conclusión, sin embargo, para Daiki aquello era surrealista e irrelevante. No sólo por el hecho de haber visto, sino por lo que ahora ve.

No hay variaciones de colores, no hay azul, rojo o amarillo, tampoco verde, morado o magenta. Simplemente, no hay color. Y lo detesta, odia no poder ver los colores, diferenciar una cosa por ello cuando era parte de su día a día. No extraña el blanco o negro, esos se volvieron sus colores primarios, los secundarios, terciarios y los que siguen son sólo variaciones de los primeros.

Siempre una película a blanco y negro, sólo que la de él… era para siempre.

No conforme con eso, en su brazo yace un ave fénix, envuelto en fuego, ardiente y crepitante, mostrando todo su poder como el ave milenaria que es, abajo, siguiendo el ondular de las llamas hay unas letras, quédate, no vueles. No comprende el mensaje, ni tampoco porque es la única cosa en la cual puede ver color y ciertamente no le interesaba saber hasta que su madre le explico.

Era la forma en la cual encontraría a su soulmate y, mientras escuchaba la explicación de su madre, su cerebro no paraba de reírse. ¿Cómo sería posible encontrarlo si se guiaban principalmente por el color de los ojos? ¿Cómo lo sabría él? ¿Iría preguntado a cuanta persona encontrará de qué color eran sus ojos y de paso que le mostrara su marca? ¿Qué le dijeran sus palabras? ¿Cómo encontrarse cuando no se ve?

¿Qué tan maldito podía ser el destino?

No debió preguntar, nunca se hace esa pregunta porque siempre es contestada, las películas lo demuestran, incluso los libros, ¡maldita sea! Así de idiota era, su mundo se fue apagando, no sólo no veía colores, no sentía y tampoco tenía ganas de vivir, lo único que encontró se lo arrebataron, porque la perfección era ley. Él se volvió perfecto, perfectamente un animal, era sólo instinto, su razón se iba apenas ponía un pie en una duela o tocaba un balón. No recibía regaños al jugar solo, no hacía pases y tampoco pedía el balón, él sólo lo tomaba. Era mejor así, acostumbrado a que siempre le miren con temor por su cuerpo y la forma de sus ojos.

Eso le fastidiaba más. No era su culpa haber sufrido un accidente, no era su culpa que su cuerpo se formateara para sobrevivir y tampoco era su culpa por cómo veía. Nada lo era.

Nada pidió.

Y todo se le fue dado.

Daiki comenzaba a cuestionarse hasta la existencia misma, cuando se desesperaba o temía cometer alguna tontería, o no podía más. Acariciaba el tatuaje en su brazo, calmándose así mismo, lo delineaba, cada trazo, ondulación se la sabía de memoria igual que sus palabras. Quédate, no vueles. ¿Quién volaría sin alas?

A Daiki se las cortaron apenas abrió los ojos.

 

*

*

Ocultando, cayendo y guardando. No más sonrisa, juegos u ocurrencias. Paso de ser una persona a un robot, no había sentimientos o reacciones. Sus padres le dejaron estar igual que sus hermanas, Satsuki fue la única con los pantalones puestos para retarlo, arrastrarlo a lugares e invadir su espacio personal, la que le obligaba a comer o hasta alimentarlo en la boca. No se quejaba porque ella era su salvavidas. La que le llevaba a clases, juegos o salidas, la que no necesitaba palabras de su boca para entenderle, para meterse en su cama y abrazarlo, para escuchar música o ver películas, para que hablara sin cesar o le llevará por un helado. Ella no le trataba diferente.

Con ella no necesitaba nada más.

Si tan sólo pudiera ser su pareja o su soulmate…

Entonces llegó, igual a una ola, inesperado y grande, muy, muy grande. Un juego bastó para llamar su atención, más la petulancia reinaba, manteniéndole en pie igual a su orgullo, lo único que últimamente hacía, retar y dejar en claro su superioridad. Al verlo en el suelo supo de la ilusión rota. Se dio la vuelta dispuesto a irse, pero apenas se giró percibió una luz rojiza, incrédulo se volteó completamente para encontrarse aquel chico de mirada obscura, un negro profundo, igual a un precipicio.

–¿Se te perdió algo?

Su voz le puso la piel chinita, nunca había escuchado una voz así. Le observó y así como se volteó se fue, no contestó y tampoco se quedó al sermón motivacional del entrenador. Los siguientes días no pudo dejar la luz rojiza, igual a una luciérnaga, pequeña, pero fuerte y dado su falta de pensamientos irracionales regreso a los entrenamientos, llegando primero y yéndose hasta el último o porque su chica le sacaba a rastras del lugar. El juego se volvió su escape.

El verano hizo su aparición igual a un campamento forzado de entrenamiento a todas las escuelas que participaron en el torneo pasado. Su fastidio no era el tener que convivir con todos ellos, sino el lugar. Ese era un lugar maldito, prohibido en todos los sentidos. Blanco, lo que predominaba era el maldito color blanco y este no era opaco, no, debía ser brillante, tan luminoso e intenso como el flash de una cámara o el mismo sol. Le fastidiaba a niveles alarmantes, Satsuki era la única que sabía aquel detalle, por ello intervino de todas las formas posibles, pero ningún entrenador estaba dispuesto a ser excepciones.

Ahora estaba ahí, con lentes obscuros evitando a toda costa mirar el horizonte, más la entrenadora, perra, para él, les obligó a realizar los entrenamientos matutinos en la playa apoyados por los capitanes y entrenadores. El ejercicio en sí no era problema, era el lugar, habiendo tanto espacio escogían ese. La paciencia no se encontraba entre sus cualidades, era poca o nula y la actual pendía de un fino hilillo. El calor era insoportable y con el ejercicio se acentuaba más. Cada tanto Satsuki se paseaba por su hilera, hablándole con la mirada, pidiéndole calma.

–Vaya, ¿quién lo diría?, la bestia tiene chica.

Les ignoro.

–Pobre, me compadezco, debe ser horrible aguantar tal hombre.

Y siguieron, y siguieron. Cantaba, pensaba todo con tal de distraerse.

–¿Por qué traes lentes? No eres la gran cosa para darte tales aires.

El pitido se dio y todos pararon. Daiki estaba dispuesto a irse, su brazo picaba, su cabeza punzaba y sus ojos ardían. Satsuki se apresuró a acercarse a él, los comentarios volvieron girando en ella. Eran adolescente en cuerpos de jóvenes y la mentalidad de un pervertido. Las hormonas hablando.

–Dai, ¿estás bien?

La pregunta era otra cosa, un lenguaje oculto entre ellos mejorado con los años.

–Ey lindura, ¿no te gustaría atenderme a mí?

Listo, el hilo se rompió.

El golpe no sólo era por defender a su chica, era por su frustración, por estar en un lugar odiado y soportar cuanto comentario estúpido sobre ella y él. Más un golpe seguido de un grito le alejaron. Los lentes habían caído de su rostro, el sol lastimándole los ojos, hiriendo sus retinas

–Daiki, Daiki. –La chica repetía su nombre, trataba de calmarlo, pero el dolor era demasiado, sus sienes pulsaban y el ardor en su tatuaje no ayudaba. Sintió los lentes y sólo así pudo abrir los ojos. –Mírame, mírame Daiki.

Parpadeo varias veces, él dándole la espalda al mar con Satsuki enfrente, observándole nerviosa, temblando porque eran pocas la veces en las cual él se fue a puño con otra persona que no fuera en un juego con sus padres o hermanas. Respiro profundo, no más blanco, prefería el negro o hasta el mismo gris. Estaba agotado y mareado, recargo su frente contra la de ella.

–Sácame de aquí.

Después, las pullas volvieron, enfocadas en lo sucedido en la playa, su equipo estaba furioso con lo ocurrido pues su chica era intocable de cualquier forma y lo dejaron claro con los demás equipos. Sin embargo, Daiki tuvo que acceder a contarle a su entrenador el motivo por el cual no podía seguir entrenando en la playa. Satsuki le siguió, sus ejercicios se volvieron nocturnos, algunas veces se le unieron su equipo y otras los chicos de la secundaria.

Una noche, practicando solo, Satsuki dormida en la banca cubierta con su toalla, jugaba. No había lentes y sus mangas de compresión estaban por sus muñecas, perezosamente botaba el balón, driblaba despacio por la cancha, pocas veces aventó el balón.

–Te diviertes tú solo, ¿eh?

Apenas le escuchó, se reacomodo las mangas, no le gustaba que vieran su marca, por alguna razón la sentía íntima y privada. No como aquellos que la lucían sin importar el lugar en dónde se encontrará. Con pelota en mano, después de haberla botado con el pie, se volteó a ver a su inesperado visitante.

–¿Jugamos?

Le detallo, traía puesto un pantalón a cuadros azules y negros en complemento con una camisa de tirantes y tenis. Al final una pequeña sonrisilla nerviosa en sus labios.

–¿Qué haces aquí?

–Supongo que lo mismo que tú. –Levantó una ceja al no comprender su respuesta. –Jugar para dormir.

Elevo los hombros restándole importancia. El chico esquivo su mirada y se desarreglo los cabellos, era el mismo de aquella duela, pero no recordaba ni el equipo al cual pertenecía.

–¿Quién eres?

Frunció el ceño, en serio, no le recordaba y no estaba dispuesto a despertar a la chica por un dato que bien se lo puede preguntar directamente.

–¿En serio? –El moreno le siguió observando, esperando su respuesta. –No puede ser. –El chico se golpeó la frente, más relajado que en un principio. –Nos enfrentamos en primavera, mi camisa decía mi apellido. –Aomine siguió observando y frunciendo el ceño, más, por las vueltas sin sentido sobre lo que preguntaba. –Soy Taiga Kagami, el…

–El que deje en el suelo.

No fue una pregunta y le salió demasiado crudo, el chico le miro mal, caminó hasta la banca para acomodarse el pantalón por debajo de las pantorrillas.

–Saca.

Percibió el reto en la palabra y jugo. Pasos por aquí, manos por allá y balones por encima, fue el juego más relajante y divertido que allá tenido en años. Olvido por completo sus problemas. Los colores obscuros prevalecían mientras los brillantes eran débiles por el tipo de luz de las lámparas sobre la cancha. No obstante, su concentración se vio quebrada por una lucecilla, tenue y pequeña, apenas una mota de algodón, lo que le obligó a detenerse para observar mejor, dejando un camino libre para Kagami en ganar un par de puntos.

Parpadeo un par de veces, la lucecilla se movía junto a Taiga, como abeja en la flor. Quedó petrificado en su sitio, no sólo era la forma en la cual el chico se levantaba la ropa para secarse el sudor de la cara, tampoco era la luciérnaga moverse junto a él, sino el tono. Era igual a esas bolitas que salían del fuego cuando este provenía de una fogata, intensas, roja y perdiendo su color una vez caía al suelo, pero esa no, recuperaba su brillo una vez ascendía.

–¡Sí! Llevó la delantera, Aomine. –La celebración murió al verle. –¿Pasa algo?

Daiki se movió, tomó el balón y encesto.

–Gane.

–¡¿Qué?! ¡No, eso es trampa bastardo!

–Tan ruidoso.

Estiro un poco y tomó a su chica.

–¿Te vas?

–Tengo sueño y ella debe estar en la cama.

–¿Revancha?

–Haz lo que quieras.

Se alejó del lugar, dejó a la chica en su cama y se metió a la suya después de una ducha. En su cabeza continuaba la lucecilla roja, haciendo figuras en el aire, jugando en el vacío. Quizá era tanta su desesperación por volver a ver que su mente le estaba haciendo una mala jugada, sus neuronas haciendo algún corto. Era imposible, y debió prestar atención a las cientos de películas de princesas Disney y de héroes que sus hermanas le obligan a mirar, donde el mensaje era, lo imposible se transforma en posible.

La luciérnaga continúo durante todas las noches en las que se encontró con Kagami, los entrenamientos se volvieron pesados, no iba a la playa y tampoco jugaba con los demás cuando les daban tiempo libre, al mar se metía muy temprano o muy tarde. Los lentes de sol no abandonaron su labor ni dentro de la casa pues la mayoría de las paredes eran de cristal lo que volvía la luz del sol más brillante. Ignoro todo menos a su chica  y Kagami. No quería volver a acercarse a nadie.

Las cosas más detestables las estaba viviendo en aquel verano.

 

*

*

Nuevamente se deja caer en la cama, huye del constante habla de sus hermanas sobre su tatuaje y las ciento de historias sobre su posible encuentro. La forma de sus ojos o cuerpo, gritando los colores para su boda y las innumerables posibilidades más de su posible pareja. Nunca le gusto el tema, lo evitaba, prefería enfrascarse en delinear su fénix, en dibujarlo o simplemente vagar por ahí. A veces Satsuki le llevaba a la fuerza a fiestas, salidas, por café, helado o algún postre, otras le arrastraba a las tiendas y pocas, muy pocas, se quedaban en alguna habitación viendo el infinito de las paredes, imaginado colores y formas. Juego de cartas o simplemente estar. Él en su mundo y ella en el suyo bajo el mismo espacio.

Un vano intento por no olvidar.

Algo que cambio de su habitual rutina fueron los encuentros con Kagami, este consiguió su número, a saber cómo, le mandaba textos, caritas, memes y de vez en cuando alguna petición de salida. Principalmente era jugar o estar en tiendas de ropa deportiva, realmente era un chico sencillo y tampoco le gustaba complicarse la vida.

–¿Saldrás con él? –Se giró para observar a Satsuki, frunciendo el entrecejo, esta había cogido el hábito de ponerse su ropa y la acomodaba de tal manera que terminaba luciéndola bien. –Con Kagamin, ¿crees que no he notado tu repentino abandono Daiki Aomine?

La chica le apuntaba con el dedo, con una mano en su cintura y una ceja alzada. Ambos eran celosos el uno con el otro, demasiado tiempo juntos, creciendo a la par. Suspiro, no era una salida y tampoco existían otros tintes.

–No lo sé.

–¿Me crees estúpida?

–¿Lo eres?

–¡Deja de hacer eso idiota!

La chica se le subió encima mientras le tomaba de los cachetes para moverlos y hacer extrañas caras con ellos.

–Ya suelta, suelta bruja. –Le dio varios manotazos y amenazó con abrir más las piernas para que se cayera.

–Te gusta. –Daiki chisto los dientes, no lo preguntaba sino lo afirmaba. –¡Oh por dios, te gusta!

–No me gusta.

Se levantó tirando a Satsuki en el proceso.

–Sí lo hace, no me engañas.

–Y tú deja de ver cosas donde no las hay. –Metió su cuaderno en su mochila junto con su estuche lleno de carboncillo y diferentes lápices.

–Sabes que te lo voy a sacar, ¿verdad?

–Largo de mi cuarto y no te lleves mi ropa.

No le gustaba, apenas le soportaba. No deseaba meterse en líos amorosos y menos tener que explicar cosas. Apenas se había sacado de encima a sus hermanas al pedirles que le ayudarán a comprar lápices de color rojo. Seguía sin comprender porque su tatuaje tenía ese color y porque veía aquella luciérnaga cuando estaba cerca de Taiga.

Y mientras todos sacaban fotos, exclamaban lo hermoso y bello de la naturaleza, él sólo veía matices en blanco, negro y gris.

¿Quién querría algo así?

 

*

*

Entonces, a mitad del juego de invierno lo comprendió, esa luciérnaga era Taiga, provenía de él y tomaba su fuerza de él.

Kagami Taiga era el fuego mismo, las llamas y el origen de la lucecilla roja. Volutas de fuego.

No era su discapacidad, sus ojos estaban bien y mientras jugaba su abismo dejó de crecer. De hacerse inmenso y silencioso, Taiga era esa lucecilla que se movía al son del viento y que a veces se desplazaba junto a él. Era cálido. Un jardín donde… no existía el color.

 

*

*

Intentó alejarse, en serio lo hizo. Utilizó todos los medios a su disposición, pero nada surtió efecto. Lo que una vez tuvo se burlaba de él, escuchaba las referencias a los colores, a las sensaciones que producían y las formas en las cuales podías dibujar. Para él no eran nada, se sentía como un insecto atraído a la luz y lo peor es que él sí se podía quemar.

Bajo cientos de pretexto, de negarse a sí mismo lo que su corazón gritaba continuó acercándose a Taiga. Conociéndole, descubriendo y encariñándose cada día un poquito más de él. Más él se quedaba dónde estaba, apenas revelando algo de sí mismo.

–¿Te gustaría ir a la feria?

–Como quieras.

–Que comunicativo, Daiki.

Otra cosa que le desquicia, pero le encantaba, su nombre ser pronunciado por esa voz, era extraordinario. Sin embargo, muchas veces tuvo que callar ante la pregunta de los colores, cuando hacía mucho se acostumbró a guiarse por las formas y los gritos de Satsuki.

–Ey mira, son algodones de azúcar, ¿quieres uno?

–Demasiado dulce.

–Entonces será uno para los.

Exhalo profundo, el chico le jalaba sin importar nada y ciertamente no le importaba si lo que hacían era del gusto de Kagami. No se sentía con tal derecho de imponerse.

–¿Cuál quieres? –Taiga apuntaba a los algodones. –¿Algún color en particular? –Aquello bajo sus ánimos, frunciendo el ceño, clavó la mirada en Taiga. –Bien, escojo yo.

Se alejó un poco, su enojo estaba subiendo, no le gustaban ese tipo de preguntas y tampoco podía enojarse con Taiga porque no sabía de su falta de color.

–¿Quieres? –Kagami le ofreció algodón. –¿Qué?, un algodón de azúcar no es algodón de azúcar si no es rosa, ahora come y calla.

Rosa. La cosa esponjosa, grande y excesivamente dulce era rosa.

–Vayamos a los juegos de destreza, corre, corre.

Kagami se alejó sin antes dejarle un buen pedazo del dulce. Le observo, rosa, un simple dulce se burlaba de él, pues a él de niño le gustaba el morado y el azul porque estos le pintaban la lengua y los labios. El rosa era bueno, pero no tan divertido como los otros dos. Le dio una mordida pequeña, la superficie rugosa se fue deshaciendo en el paladar hasta quedar una mezcla líquida que le componía.

Como el algodón de azúcar en su boca, los colores iban diluyéndose en su mente.

 

*

*

Se quedó todas las noches observando las estrellas y la luna. Brillantes y grises. Por alguna razón que escapa de su entendimiento ellas no le molestaban, tampoco el color que les definía. Era extraño, antes no les hubiera prestado atención, apenas algo insignificante en su vida, hasta ser privado de ello.

Lo mismo ocurrió con los amaneceres o atardeceres, las flores ni se diga y los alimentos quedaron descartados. Era asquerosos comer. Todo era tan extraño. Doloroso y frustrante. Cosas simples se volvieron esenciales en su vida,  extrañaba las tonalidades de los árboles en primavera y otoño, los fuegos artificiales y las variaciones de agua. Extrañaba el cielo, la flora y los animales, extrañaba su cabello, sus ojos y su piel. Extrañaba los postres y las frutas.

–Una moneda por tus pensamientos.

Su madre se acomodó a su lado, con almohada y cobertor incluidos, la calidez de la tela le relajo.

–¿Haz descubierto algo en el cielo? –No respondió. –Bueno, yo encontré un conejo saltarín y un oso, son esponjosos, ado…

–Ya no están. –Ella se colocó sobre su antebrazo para obligarle a mirarla, sus ojos preguntaban lo que sus labios no pronunciaban. –Los he buscado mamá, lo he intentado… ya no están, no…

–Los vamos a encontrar, juntos, y los vamos a encadenar a ti de ser necesario, ¿de acuerdo?

El silencio era interrumpido por el frenético golpeteo del corazón de su madre y los grillos del jardín, de los insectos bailando y el suave vals de las hierbas, flores y ramas.

–¿Cómo son los árboles, mamá?

Lo terco venía de familia.

 

*

*

El invierno se acercaba, el otoño mostraba su etapa final en la naturaleza de la ciudad, el clima descendía y pocas eran las lluvias ya. Volvió a su ya falta de interés por determinadas cosas, sus dedos se teñían de un negro intenso cada vez que tomaba el carboncillo o la tiza. El lápiz entre sus labios y la música en sus oídos. Deberes después. Satsuki venía y le sacaba una risa, una resignación o una blasfemia. Sus hermanas invadían su cuarto cada tanto y entre sonrisas infantiles y palabras atropelladas le describían los colores.

Le decían que el limón era verde o amarillo, que su vestido era rosa o morado, que sus zapatos eran azules, que la comida tenía muchos colores como si estuvieran comiendo un arcoíris y que el pastel era café. El helado verde, sus cuadernos rosas con calcomanías de varios colores, que su cabello era igual al suyo, que sus ojos eran azules y miel, que compartían el mismo gusto por el color azul y amaban sus muñecas blancas con vestidos rosas y azules.

Los colores pocas veces variaban, pero era divertido verlas intentar explicar algo. Sus padres a veces le ayudaban. Todo era extraño, agradable, pero el color en su mente ya no estaba.

Entonces terminó en una banca de un mirador. Observaba la ciudad con cientos de luces blancas, con edificios grises o negros. El cielo comenzando a cambiar. La luciérnaga apareció, volando frente a él haciendo divertidas figuras en el aire. Rojo, brillante y atrayente.

–¿Daiki?, ey, ¿qué haces aquí a estas horas?

–Cosas.

–Tan hablador como siempre.

La luz de la luciérnaga se volvió intensa, crepitante como la llama. Kagami comenzó a hablar, le contaba de su día, que había intentado algunas recetas, salió con los chicos del club, el entrenamiento intensivo y le presumió los tenis que su padre le envió por sus notas. Le enseñó la música que descubrió y le reclamó por su inasistencia a sus encuentros en la cancha.

–Kagami.

–¿Qué?

–¿Me describes el atardecer?

–¿Por qué, acaso no lo estás viendo?

–Sólo hazlo y deja de preguntar.

El chico inflo los cachete y le recordaron a un hámster, regordete, esponjoso y chillón.

–No sé ni porqué me junto contigo idiota.

–El idiota le dijo al idiota, vaya.

–Ya pues, ¿vas a querer que te describa o no?

–Uhm.

Lo siguiente que supo fue sentir los colores en su rostro y el ardor en su brazo.

 

*

*

Lo comprendió durante el partido en los cuartos de final. Kagami Taiga era fuego, el combustible para la luciérnaga.

Uno donde podías hundirte sin quemarte, que se propagaba sin dañar. Ve a su alrededor, las lámparas le brillan, las personas vitorean el nombre del equipo ganador, hay risas y llantos. Satsuki le observa, sabe lo que ocurrirá, mucho antes de su comprendimiento porque en ocasiones era lento. Sin notar los pequeños detalles. Siempre los detalles.

La luciérnaga es un poco más grande, el color es más fuerte y por alguna razón siente al fénix inquieto en su brazo.

–No pongas esa cara idiota, aún no te venzo.

–El marcador dice lo contrario.

–El marcador muestra al equipo ganador, yo aún no te derrotó… quiero mi victoria.

Parpadea, no le entiende, el actuar del chico es extraño igual a la luciérnaga. No puede evitarlo, ríe, suelta la risa más larga y feliz que hacía mucho no soltaba. Llora por su causa, la situación es inverosímil, su chica está igual, pero contiene el estruendo.

–Búscame cuando ganes esa medalla.

Se gira, no se queda a los protocolos finales, Satsuki le espera en la salida con sus cosas, le sonríe, le habla. Su brazo la envuelve y deja un beso en sus cabellos.

–Te divertiste, eh.

–Mucho.

 

*

*

Otro año, primavera deja atrás al invierno, es raro, no puede parar de observar su entorno, detallar el pasto y dejar de acariciar al nuevo miembro de la familia. Está ahí, los colores no. Están las sensaciones, pero no los sentimientos. Algo faltaba. Las pesadillas por momentos asomaban sus garras entre sus cortinas. Una caída bastó para cambiar su mundo. No quiere regresar a la tristeza con su frío consuelo. Su abuelo le ha gritado tanto ese tiempo que ya no sabe si reír o ignorarlo pues entre sus palabras hay verdades que aún no puede aceptar y mucho menos asimilar.

Taiga no le dejó después del juego, continuó insistiendo, más salidas, reuniones y juegos, incluso se ha ganado un lugar en la mesa de su casa y poco a poco en su corazón.

No está listo para el amor. No puede. No aún.

Satsuki ha intervenido tanto en lo privado que le es difícil pensar mientras le grita que lo acepte y haga algo, los soulmate pocas veces se encuentran en la vida y posiblemente puede estar en ese gran porcentaje.

No le interesa.

No dañara una amistad por un sentimiento que dura lo mismo que un amanecer.

Han aceptado reunirse todos los chicos para entre todos restaurar una cancha pública, donde niños juegan apenas salen de clases. La pintura ha sido donada, solamente deben comprar lo demás. Lleva ropas viejas porque es seguro terminaran en una guerra de pintura una vez terminen.

Hay risa, pullas y retos. Hay líderes mandando a un grupo pequeño en determinadas tareas y también niños que quieren ayudar porque es divertida la pintura. Él no se mete con los colores, prefiere barrer o delinear la cancha, incluso ir por bebidas o aperitivos y es en uno de sus retornos que escucha.

–¿Qué tienes ahí Kagami, en la pantorrilla?

–Oh.

–Muestra, muestra. –Kise siempre ha sido el más curioso del grupo.

–¿Es un tatuaje Kagami? –La suave voz de Kuroko se sobrepone al griterío de los demás.

–No, es mi marca de soulmate.

–¿Qué es? –Inquiere respetuoso Kise.

–Un pincel y un cuchillo atravesados y recargados en las palabras. –Kagami contesta como si estuviera revelando un secreto de arte.

Sus manos tiemblan, imposible.

–¿Podemos leer tus palabras? –Ahora todos callan, Kuroko es el único que habla, expectantes ante la aprobación de Taiga, pues los tatuajes no son un problema sino las palabras, esas eran las sagradas. Las importantes.

–Descríbeme los colores.

El grito de Satsuki rompe la atmósfera de expectación.

Tras las paredes, las bolas han caído de su portador. Daiki no puede respirar, no siente, no ve. Inadmisible, eso no podía ser verdad, no cuando ya se había resignado a empujar abajo sus sentimientos, cuando los callaba con lápiz, cuando los ahogaba en música. No, eso no era real. Kagami no…

La luciérnaga se volvió tenue, hacia líneas, bailaba alrededor del chico. No. no iba acercarse, se había resignado porque Kagami era los colores brillantes que todos ahí necesitaban, era los fuegos artificiales y la primavera. Kagami no podía ser su otra mitad, ¿por qué los dioses eran crueles al darle una mitad como aquella? Él estaba dañado, roto. Kagami merecía una persona que fuera capaz de alagar sus tenis favoritos, sus ojos y de escoger los algodones de azúcar.

Kagami no merecer una mitad a blanco y negro.

 

*

*

Se alejó, evitó todo encuentro con él, sus brazos siempre cubiertos, sus ojos lejos de los contrarios, mordiéndose la lengua para preguntar cualquier cosa y divagando en el mundo de Verne y Carroll. Llenando sus sentidos de carboncillo y notas suaves. Conoció a cada princesa, héroe y algunas caricaturas al estar acompañando a sus hermanas. Aprendió a elegir frutas, verduras, carnes y pescado al estar junto a su madre. Se llenó de aceite y gasolina al ir al taller de su padre. Supo que una falda no podía ir junto a cualquier blusa, que un pantalón era versátil al igual que un short al estar con Satsuki.

Y supo, que artes era lo iba a desarrollar en un futuro.

Todo con tal de no pensar.

Bloqueo el número de Taiga, no asistió a fiestas y tampoco fue a la despedida en el aeropuerto del mismo.

Simplemente, se dejó ahogar.

 

*

*

¿Qué eres capaz de hacer por ser feliz? ¿Sabes lo qué es? ¿Tienes tu concepto definido o simplemente dejas todo en manos de un simple tatuaje y un puñado de palabras?

Daiki lo comprendió demasiado tarde, mientras uno de sus profesores les pedía dibujar lo que les provocaba color o un sentimiento cálido. No entro en detalles porque eso era el objetivo de la clase, un artista no necesitaba palabras o conceptos, estos debían entenderse a través de sus trazos. Expresiones puras.

Lo pensó. Busco. Quizá su familia, pero era demasiado y no había suficientes colores, pensó en sus amigos, pero no era suficiente y había pocas líneas, pensó en Satsuki, no era suficiente y eran excesivos los detalles. Entonces, en su ventana una luciérnaga sobrevoló de un lado al otro, se introdujo en su habitación y quedó estática sobre su cama, con las dos alas inmóviles, el cuerpo en alerta y su luz apenas brillando.

El estallido vino a él, no hubo pintura o acuarelas sino carbón y hoja. Sus pies navegaron en un río de papel arrugado hasta altas horas de la noche. Su musa seguía en su cama y en su puerta el faro y mientras trazaba recordaba a Kagami con su luciérnaga rojiza, sus ojos profundos y las cientos de volutas de algodón en llamas que le rodeaban.

Al explicar su trabajo, el dominó cayó, obligando a los demás a formar a su corazón.

 

*

*

–¿Cuánto más seguirás así?

–No lo sé. –La pintura no salía de su pincel favorito, no quería desecharlo e ir a comprar otro.

–¿Por qué no le buscas? Pídele a Kuroko su número, a su hermano su dirección. ¡Por dios Daiki, búscalo en Facebook!

–No hay nada que buscar… porque no deje que iniciara.

Ahora limpiaba el cuchillo.

 

*

*

Lleva casi todo el día en aquel lugar, la banca ya forma parte de él, es usada como mesa, silla y cama. Ha cerrado los ojos, exclamado maldiciones y no sabe qué más hacer. Su cuaderno de dibujo ya ha sido reducido a menos de la mitad. Sus dedos están manchados igual que sus ropas. Puede con esto, él sabe, pudo con la bomba y la metralla, con la tormenta y el terremoto, podía con eso. Era pan comido.

¿El problema?

No sabe qué dibujar

Le han pedido algunos cuadros o bosquejos, quieren presentar su trabajo. Él quiere hacer esto. Pocos saben de su condición y así lo desea mantener hasta donde se pueda. Espera que algo de esto llegue a él.

Respira profundo, busca en su celular, los auriculares realizan su función al reproducir What´s up?, y como si fuera magia los colores vienen, la musa le susurra al oído sobre la música. Es delicioso. Cálido. Siente la sonrisa en sus labios, sus dedos van de un lado al otro, ríe, las líneas comienzan a tomar forma a la batuta de la canción. No hay color. Entonces, eleva la mirada, busca un poco de paz en la imagen de la ciudad bajo las nubes y las cientos de estrellas que van tomando fuerza conforme el cielo cae. Respira profundo, vuelve a sus líneas, un par. El color estalla. Está ahí.

La voluta de algodón danza sobre el papel. Un color, el único, está ahí. Obedeciendo al viento, resplandeciendo. Jugando.

–Tienes una bonita sonrisa.

Su cuerpo se tensiona, tantos años y ya había olvidado aquella voz. Se giró encontrándose a un joven un tanto diferente de lo que recordaba, pero lo atractivo seguía ahí.

–Hola, Daiki.

–Taiga.

Un susurro, un secreto.

Eso era el nombre de su corazón.

Lo siguiente que supo fue estar por horas hablando y hablando, con la luciérnaga volando junto a ellos, su fénix ardiente y su corazón desbocado. Grito apenas vio a su chica, Kagami estaba aquí, en la ciudad. Podía intentarlo. Era hora de jugar, todo o nada.

 

*

*

Las pinturas se alzan. Imponentes, orgullosas. Resaltando por la frialdad de su creador. Quitando esplendor a las luces artificiales.

Daiki no plasmo sentimientos cálidos, brillosos y hermosos, fueron obscuros, opacos y neutros. Él los veía de una forma mientras los demás de otra. Era un paso importante, algo que se daría a conocer en esa gala. Su familia estaba ahí, Satsuki también, su invitado apenas ha llegado.

Con copa de vino en los dedos se acercó. Veía uno de sus cuadros. Fue directo a él apenas entró, ¿realmente le había quedado bien?

Satsuki le aventó y sus hermanas le exigían moverse. Tomando valor de quien sabe dónde, se acercó.

–¿Te gusta? –Kagami le observó. –La pintura, Taiga.

–Oh. –El silencio pocas veces era de su agrado y esta vez era una de esas donde lo detestaba. –Es extraño, todos dices que es como si contemplaras hielo, como si sintieras el espacio en la piel, el Ártico y yo sólo siento calor, el verano… el sol. Fuego de hecho, no entiendo de arte y esas cosas, pero me gusta. Este cuadro es impresionante.

Tuvo que beber o iba a jadear de la impresión, Kagami se expresaba bien de su trabajo, era agradable. Muy, muy agradable. ¿Podía un hombre ruborizarse?

–Vaya, quién lo diría, el cabeza hueca siente el arte. –Ironía y sarcasmo, mejor eso que todo lo que su cerebro carburaba.

–Maldito idiota.

–El idiota que te venció. –Recalco.

–Huiste, eso aquí y en Francia se llama cobardía, bastardo.

–Salud por la cultura popular, entonces. –Elevó la copa para darle un sorbo bajo la mirada atenta de su acompañante.

–¿Qué haces aquí de todos modos? ¿Por qué me invitaste? ¿Siquiera te gusta el arte?

–Quería hacerlo y sí. –Kagami le observó arqueando una ceja, mostrando su inconformidad por su respuesta. –No todo te lo tengo que explicar sabes, usa las neuronas de tu cerebro, para algo están ahí.

–Tan maldito como siempre. –Aomine iba a replicar amén por ello, pero Kagami continúo hablando sin darle tiempo a nada. –Sabes, escuche que el pintor detrás de estos cuadros sufre acromatopsia cerebral, no sé qué sea, pero se escucha serio.

–Significa que sólo ve blanco y negro, no hay color.

–¿Cómo una película vieja? –Asintió. –Vaya, es… extraño, debió ser duro no ver más los colores.

–Algo, sí, en realidad fue chocante y hasta depresivo.

–¿De qué mierdas vas? –Aomine bebió y vio su creación, –El vino ya te afecto, aun así, sus cuadros son bonitos.

–Gracias.

–¿Tú por qué agradeces? No te adjudiques logros que no son tuyos Aomine. Deja de beber, el alcoho…

–No me adjudico nada, la pintura es mía, son mías. –Le interrumpió. –Una copa no me embriaga Taiga, debería saberlo. –Bebió de ella.

–No es cierto, porque no salimos a embriagarnos para yo saber sobre tu límite de alcohol y esos cuadros no te pertenecen.

–Lo hacen. –Un mesero pasó ofreciendo más bebidas, Aomine cambió su copa vacía por dos más. –Deberías leer los panfletos y las placas de las pinturas, por algo se toman la molestia de crearlos.

Le dio la copa, las choco y bebió. Todo bajo la mirada incrédula de Taiga.

Tal vez el juego no estaba listo, pero la primera mitad era suya.

 

*

*

No hubo llamadas o mensajes. Tampoco visitas o encuentros inesperados. Simplemente no hubo nada. Ha intentado pintar, más apenas el pincel se desliza por el lienzo se detiene. Su mano no continúa el trazo y su cerebro sólo quiere dormir. Lo ha intentado, pero apenas cierra los ojos Kagami invade su mente junto con la luciérnaga. Se ha dado cuenta que lo extraña. Extraña esa voluta de fuego, de color, jugando delante de él, mostrándole el único color capaz de ver.

No comprende porqué y tampoco lo ha consultado, supone, teorías e hipótesis aparte, es por cuestiones del destino, porque es su soulmate y como no puede ver los colores en los ojos, lo ve por fuera. Quiere, desea, necesita pintar algo, lo que fuera, sólo su cerebro trabajando, sus dedos tomando o borrando. Llamará a su madre para pedirle envié a sus hermanas junto con el can, ellas siempre le dan mucho material.

El timbre suena. Fastidiado va, espera no sea Satsuki, no quiere dejar la comodidad de sus ropas holgadas, pies descalzos y silencio de su casa.

–No pienso salir bruja.

–Bien, porque yo quiero entrar.

La seriedad le sorprendió, no sólo era la persona detrás de su puerta, sus palabras o los posibles porqués de estar ahí, sino por tratarse de Kagami Taiga, su maldito soulmate. En silencio le ha dejado pasar, la puerta se cerró y por alguna razón se siente igual a un condenado.

No limpia y tampoco hace amago de hacerlo, no va a ocultar su forma desordenada de vivir. Ha olvidado que lleva al descubierto su tatuaje y palabras.

Kagami inspecciona el lugar, no se mueve de la sala y la luz le da el cuadro que necesita. Sus dedos pican por el pincel y la pintura, incluso el carbón.

–¿Puedes ser mi modelo?

–¿Qué?

–Sólo siéntate en el sillón.

Prepara la paleta, coloca el cuadro y comienza. Esconde su risa ante la incomodidad que Taiga muestra por ser utilizado de modelo de improvisto cuando iba por respuestas.

–¿Qué haces aquí?

–Vine a hablar, desapareciste de la nada en la galería. No es posible que siempre lleguemos a algo interesante, un punto crucial y huyes.

–No huyo.

–Lo haces. –Le reclama. –Y es desesperante, ni siquiera sé por qué lo haces, es como si me temieras o algo y eso es muy ilógico. ¿Te gusta jugar conmigo o qué?

–No es nada en tu contra.

El silencio está, la luciérnaga se mueve por toda la habitación, ha jugado entre los dedos de Daiki, ha chocado contra la pared provocando varias chispas, como si fuera una pequeña bomba de fuego.

–¿Por qué no me dijiste?

–¿Decirte qué, exactamente? –Valía preguntar, meter la pata ahora no era una opción.

–La falta de color.

–¿Habría cambiado algo? –Kagami niega. –Ahí lo tienes, no necesitabas saberlo, estaba bien así. Los colores no son algo indispensable, al menos tengo dos y no estoy en una obscuridad total.

No es nada en contra  de los invidentes, pero después de analizar y medio superar su situación, agradece no haber perdido la vista completamente, sí, echaría de menos los colores, pero podía vivir con ello.

–Te hice preguntas sobre ellos, te pedía escoger y tú no dijiste nada.

–Puedo leer, las prendas suelen traer una etiqueta con una descripción, entre ellas el color, con lo demás te lo dejaba a ti, no me queje ¿o sí?

–No, pero debiste decírmelo, éramos amigos.

–Yo no quería tu amistad y no la quiero ahora.

La luciérnaga descendía y ascendía a un lado de Kagami, quien le observaba incrédulo, no solía medir su forma de decir las cosas porque nunca ha sido bueno con ello.

–¿Tienes que arruinar todo?

–No lo hago, tú asumes, no cuestionas. No es mi culpa que no uses las neuronas que el cerebro crea y usa para algo.

–¡Deja de insultar mi coeficiente! –Le apuntó con el dedo. –En serio, eres desesperante, ¿son todos los artistas así o sólo tú? Enamórate y ten sexo. ¿No se supone que los artistas tienen alma de bohemios o una mierda así?

Aomine dejó de pintar para ver a Kagami, quien estaba enfurruñado sobre el sofá con los brazos cruzados sobre el pecho. ¿En serio, cómo eso puede ser su otra mitad? El universo sí que era retorcido cuando quería joder a alguien.

–No lo sé, he estado enamorado de la misma persona los últimos seis años. –Continúo pintando.

–¿Qué? Espera, espera… –Taiga hizo cuentas con los dedos. –¿Llevas enamorado desde la preparatoria? ¡¿Tanto?! ¿Quién es? ¡Debes decirme! No espera, ¿es Satsuki?, porque siempre les veía juntos, abrazados y esas miradas eran… wow.

–Demasiado ruidoso.

–¡No lo soy y contesta!

–Satsuki es mi mejor amiga, es una bruja y se roba mi ropa, ¿por qué estaría con ella? No hay lógica.

–Evitas mi pregunta y ¿quién deja que roben su ropa? Y vuelve a cambiar el tema. –Le apuntó con el dedo. –¿De quién estás enamorado?

–De ti.

–Amm… ¿Qué?

–Estoy enamorado de ti.

Chasquea los dientes, los ojos no son de su agrado total, necesita más detalles. Sale un poco del cuadro para poder verlos, ladea el rostro, Kagami le ve sumamente sorprendido. No se mueve y tampoco grita, lo cual está bien porque en serio, no soporta los gritos como antes.

–¿Estas jodiendo?

–Aunque me guste, no, no lo hago, al menos no a ti.

–Te han dicho que tienes una forma horrible de confesarte.

–No, eres la primera persona a la que me confieso. –Tiene lo que quiere, regresa tras el cuadro. –Normalmente se me confiesan, a todos los rechazó.

–Espera, si ya se te han confesado, ¿por qué no aprendiste de ellos? –Aomine le ve sin comprender sus palabras, esta continua con diversión en su rostro y una sonrisa bailando en sus labios. –Todos llegaban con algo más, quiero eso. –No hay respuesta, no termina de entender sus palabras, demasiado concentrado en el cuadro y cómo su corazón late desquiciado. –¿Dónde está mi peluche? ¿Mis chocolates? ¿Mi carta destilando miel por todas las palabras vergonzosas que has escrito pensando en mí?

–¿Cómo que tu ego está alto no? Además, ¿eres una chica o qué?

–No empieces.

–Entonces deja de decir idioteces, sabes que ese no soy yo. Ahora trae tu trasero americano acá.

Refunfuñando en inglés Kagami se acercó, Aomine le hace espacio.

–No tengo chocolates, peluches y ni siquiera una carta cursi, lo que si tengo te lo obsequio, un poco de eternidad.

Taiga le ve repetidas veces, de alguna forma le viene a la mente las características dramáticas de Deadpool, pues Taiga hace lo mismo entre el cuadro y él. No sabe qué piensa, si habrá respuesta positiva o sólo lo dejará en la zona de amigo, incluso en la de conocido. El caballete protesta al moverse un poco, pues Kagami acaricia con rudeza, pero después de tal quejido va despacio. Suave. El pequeño rayo rojo se mueve, contornea el cuadro, oscila entre los dedos de su dueño y serpentea en su antebrazo como serpiente enroscándose.

No hay respuesta aún.

–Quizá si debí darte la carta, incluso un mensaje de texto.

–Eres Daiki Aomine, tú nunca haces las cosas normales. –Niega divertido.

Daiki suspira aliviado, no es la respuesta deseada, pero algo es algo. Sabe que el cuadro de Taiga significa más de lo que ha dejado entrever o dicho, pues no sólo es aceptar sentimientos enterrados, sino la búsqueda de un futuro indeterminado a su lado, un recuerdo de quién es, será y fue su soulmate.

Quien le da un sólo color a su vida.

 

*

*

Han pasado cinco días, hay llamadas, mensajes y memes. No se han visto porque Kagami ha tenido una semana con mucho trabajo, ¿quién diría que ser maestro de preescolar y ayudar a la empresa familiar era fácil?

Admiraba a Taiga, pero sentía que se estaba sobre exigiendo con tal de ayudar a su padre. Suspira derrotado y continúa su caminata al lado de Coldplay y Beyoncé, por alguna razón se ha vuelto su canción favorita en los últimos días, la ha repetido tanto que ya se la sabe. No deja de lado las demás, prefiere extranjeras y no sabe si es por la melodía, la forma de mezclar o las voces, porque de letra no entiende nada salvo una o dos palabras.

Aquel mirador se ha vuelto su refugio, cuando quiere pensar, estar o dibujar.

Se sienta, el café entre sus manos calienta un poco sus dedos, son las seis de la mañana. El amanecer es bonito con todos esos matices de grises sobresaliendo del negro. El sol apenas una voluta esponjosa de blanco. Sin darse cuenta ha dibujado ya tres hojas donde muestran a Taiga en diferentes ángulos o situaciones. Otra con la luciérnaga que al final terminaba en una libélula, reía, su mente estaba loca, pero ¿no decían que un loco es mejor que un cuerdo?

Esta contorneando la libélula, agregándole sombras, recuerda debe pedirle a alguno de sus padres, hermanas o Satsuki que le acompañen por más lápiz rojo. Vuelve a poner la canción y sus cosas le son arrebatadas.

–¡Ey, son…! –Un cuerpo se deja caer sobre sus piernas, le toman del rostro obligándolo a elevarlo. –¿Qué putas te pasa Kagami?

No entiende el actuar tan impulsivo y poco educado del chico, ¿por qué le ha quitado su cuaderno? Ni se diga de su extraña posición y escaneo, quien por cierto, no le deja de ver los ojos y el rostro.

–Ya, quítate de encima.

–Eres tú.

–¿Ah? –Taiga se echa para atrás un poco, le quita el abrigo. –Oye, oye, detente, ¿de qué carajos vas? ¡Taiga! –El chico no le presta atención, le eleva la manga izquierda para subir su brazo al completo, tiene el impulso de cubrirse, se siente desnudo.

Kagami le acaricia el tatuaje, delinea las letras mientras las susurra entre sus labios, como si las estuviera saboreado. No entiende de qué se trata todo eso, su cerebro no funciona correctamente a esas horas, pero su impulso por dibujar a esas horas a podido más. Taiga se ha puesto de pie, se sube la camisa, se desabrocha el pantalón y baja el cierre.

–Oye, oye, detente, ¿qué se supone haces Taiga? No…

Se ha sacado un zapato y sólo expone una pierna, el pantalón depende de la otra, se vuelve a sentar, pero de tal forma que pueda ver su pantorrilla.

–Eres un estúpido, cabeza de huevo, bastardo, sino fuera por tus hermanas, maldito idiota…

–No soy yo el que se está desnudando en vía pública y de paso desnuda a otra persona.

–Eres mi alma gemela.

Aomine pude contar con los dedos de una sola mano las veces que su cerebro ha quedado blanco, y esta es una de ellas. Parpadeo confundido, imposible, no mencionó nada de esto, ni siquiera ha puesto sobre la mesa el tema porque primero quiere enamorarse de él por su propia cuenta y no por una marca.

–¿Cómo no lo vi? –Le acarició el rostro y el contorno de sus ojos. –Ahí están, mis colores.

Oh… ¡Oh!... oh.

Los ojos, sino era el tatuaje eran los ojos. Aunque él no los tomo en cuenta porque no hay color, Kagami si podía verlos y era un tanto… desconcertante, pues no paraba de analizarlos y él ya se sentía un tanto incómodo. Sin embargo, era el dueño de su corazón, de la luciérnaga y el fuego. Calidez. Respiro hondo, el color no era importante.

–Descríbelo. –Sus manos se fueron a las caderas contrarias, bajo las ropas. Taiga le observaba intenso, como si en sus ojos estuvieran ocultos los mayores secretos del universo. –Descríbeme los colores, Taiga.

Apreció en primera fila como una fina capa de hielo cubrió los ojos contrarios, creciendo el yacimiento de agua sobre el párpado inferior. Kagami le miraba. Le veía. Acaricio y beso sus ojos, sus párpados, sus mejillas y al final sus labios.

–Los colores. –No le soltó. –Taiga los colores.

El contrario rió entre el beso, jalando su labio superior se alejó de su rostro, pero no de su cuerpo.

–Son azules, azules marinos, como el océano abierto y obscuro, y hay franjas, líneas rojizas, unas más fuertes que otras… Daiki, son preciosos.

–Lo sé.

–Tu ego es impresionante.

No le dejó contestar, sus neuronas no trabajaron, pues los labios de Taiga eran sublimes. Mojados, suaves y carnosos. Una de sus manos se movió al cuello mientras la otra ejercía presión en la espalda baja acercándolo más, pegándolo. La chaqueta que traía su pareja era la suficientemente larga para cubrirle parte de la desnudez de su pierna y trasero pues el resto lo cubría con la frazada donde se encontraban sentados.

Sus labios ardían, punzaban y se sentían sumamente húmedos, pero no quitó a Taiga de encima, le dejó hacer. Mientras tanto, el sol ya iba a llegar a la punta del cielo, la luciérnaga brillaba como el fuego, ardiente y llameante. Fogoso y fuerte. El color sobresalía sobre el blanco, gris y negro.

Ahora, su color favorito era el rojo.

 

*

*

–Ven a la cama.

–Tengo que terminar esto. –Kagami camino hasta él. –Ven.

Despacio alejo su mano del cuadro y deslizó el pincel de sus dedos. Resignado se levantó del banquillo, desde hace tiempo ha tenido urgencias de pintar, su cabeza no para de mostrarle líneas, siluetas y sombras, su musa endulzando su oído. No podía parar de pintar, claro hasta que Taiga venía para llevarlo de vuelta al mundo de los vivos o a la cama.

–Deja me baño.

–Suaveeee… –Canturreo Taiga mientras se tiraba a la cama.

Negando se metió a la ducha, la pintura ya comenzaba a picarle la piel. Al salir su pareja estaba envuelta en la sábana, salió de la habitación hacia la cocina donde tomó una botella y una copa. Se dejó caer en el pequeño sofá del balcón de la habitación. Idea de Kagami. Bebió y espero, no le gustaba secar su cabello con secadora y tampoco dormir con él mojado. La noche se volvía más obscura conforme el tiempo pasaba. Hermoso.

Unos dedos enredándose en su cabello le distrajeron de su análisis nocturno. En automático sus brazos se abrieron y sus piernas se acomodaron para recibir a su acompañante. Un beso perezoso recibió en compensación.

–Sabes a vino.

–Regresa a la cama Taiga. –Este negó, con la sábana envolviéndole y acurrucado sobre él. –Vas a enfriarte.

–Estoy calientito contigo. –Deslizó su brazo hasta alcanzar la copa, se la cedió y este le dio un trago. –¿Por qué no puedo tener un novio normal?

–La normalidad no va contigo.

–Uhm.

Aquello era divertido, Taiga estaba más dormido que despierto entre sus brazos. Se acomodó mejor, el vino calentó su boca, su torso fue rodeado y apretado, en respuesta comenzó a peinar sus cabellos.

–Recuérdame, ¿de qué color es tu cabello?

–Rojo… igual a mis ojos.

–Uhm…

Continuó con su tarea, por momentos intercalaba con la copa o tomando la botella para volver a llenarla. El manto estelar brillaba, las luces de la ciudad apenas eran una capa fina de neblina entre las casas y los edificios. El viento era fresco. Un beso le trajo de regreso.

Quédate, no vueles. – Aomine le observó sin entender. –Haces eso cada que te pierdes en tu mundo.

–¿Hacer qué?

–Ojos fijos, labios rectos y una seriedad tal que no va contigo, eres del tipo somnoliento o aburrido. –Sonrió. Era una sonrisa floja. –Te hace ver más sexy, la verdad.

Taiga le beso y se volvió acurrucar sobre él. Daiki dejó la copa en el suelo, acomodo sus brazos en el cuerpo contrario para levantarse junto con su carga, quien al instante se afianzó del cuello. Le acomodo sobre la cama, tomo la botella y la copa dejándolas en el refrigerador y fregadero respectivamente. Al regresar apago luces, entreabrió el ventanal para después meterse a la cama. Taiga se recorre buscando su cuerpo, sus cabellos sobre la almohada le recordaron a pequeños ríos de lava.

La luciérnaga comenzó a danzar en la habitación. Le gustaba eso, Taiga buscando refugio en él, ya sea en un abrazo, en un beso, en mente, corazón. A él le había dejado entrar en lugares inimaginables y no porque fuera su soulmate sino porque realmente le gustaba Taiga. Se giró para abrazarlo, para hundirlo en su cuerpo, en su alma. Se mueve un poco para no despertarle, el cabello de Taiga quien por más le describa el color no logra entenderlo ni hacerse una imagen, no sabe de qué color es su ropa, sus ojos o su piel, tampoco si el cielo es azul o gris, tampoco logra recordar los colores. Ya no están en su mente, hace mucho se despidió de ellos.

Ya no es un robot siguiendo una mecánica para existir, tal vez ha olvidado cosas e ignorando otras. No sabe los colores reales, no les recuerda, pero lo que sí sabe es que su mundo es bellísimo con un sólo color con el fondo de dos junto a sus matices, hay líneas, hay sombras, hay música, hay pinturas, hay carboncillo, hay locura y hay tenis.

Taiga Kagami es eso, locura y colores, brillos y calidez, es una luciérnaga rojiza enseñándole el vals del viento y el color del mundo.

 

 

Fin.

 

Notas finales:

La acromatopsia es un trastorno que refiere a la ausencia de percepción del color. la acromatopsia cerebral está originada por una lesión cerebral.

Hace tiempo leí un escrito con esta temática, me pareció interesante, tiempo después junto con un poco de Coldplay y Beyoncé, ¡boom!, esto surgió.

 

Locura realizada.

Nos vemos en la siguiente.

Yanne. xD


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