—Amor, hay una chocolatería muy famosa en Oxford Street, podríamos ir y comprar unos chocolates para mis padres. ¿Qué te parece? —preguntó la castaña dándole un beso en la mejilla.
— Está bien, vamos entonces- asintió el pelinegro. Enviándole una ligera sonrisa a su prometida.
Ella tomó su brazo y caminaron por las calles platicando de cosas triviales, cosas como los invitados para la boda, qué pedirían para el banquete, y la cena de compromiso que ya tenían prevista para dentro de un par de semanas.
Por fin estaban frente a la tienda de chocolates, esta parecía bastante llamativa desde afuera, claro, sin perder el toque de elegancia. Según su prometida, esa era la chocolatería con los mejores chocolates jamás probados en la historia, ¿Sería cierto? La única manera de confirmarlo era aprobándolo ¿Verdad?
—Oye, adelántate tú —dijo la chica—, necesito comprar algo en la tienda de enfrente, no tardaré — se paró de puntitas para alcanzar a darle un beso en la mejilla a su novio.
—Está bien —afirmó y mientras veía a su novia cruzar la calle, él se acercó a la entrada.
La campana de la entrada tintineó mientras entraba, lo primero que observó fueron los mostradores con una inmensa variedad de chocolates, al final del pasillo, muy cerca del mostrador pudo ver una fuente de chocolate.
El aroma también era deslumbrante, el éxtasis que generaba al inhalarlo era acogedor. A Harry le dieron ganas de comprar lo más que pudiera, pero sabía que su prometida no lo permitiría, ella sólo quería unos cuantos para la cena de esa noche con sus padres. Harry suspiró, ¿Realmente estaba haciendo lo correcto?
Ya tenía 27 años, todos sus amigos estaban felizmente casados y siempre le preguntaban cuando sería su turno. No estaba muy seguro si su decisión de casarse era más por obligación que por que él realmente lo quisiera. Y entre tantas dudas escuchó una dulce voz, sabía que la había escuchado antes, sólo debía girar y asegurarse de que realmente se trataba de él.
—Señor, ¿En qué puedo ayudarle? —preguntaba la persona tras el mostrador— ¿Algo en particular que guste probar?
Harry volteó lo más rápido que pudo, y allí estaba él, su némesis, la causa de sus muchos dolores de cabeza durante su estancia en Hogwarts, el hombre por el que declaró a favor para salvarlo y quién desde hacía ya tantos años no había visto.
—Malfoy... —al fin pudo pronunciar algo después de la sorpresa que se había llevado.
— ¿Potter? —cuestionó el otro igual o más sorprendido que el niño que vivió.
Ambos se quedaron atónitos mirándose a los ojos.
Adelanto...
—No me importa el dinero —el rubio miraba a su amigo con lagrimas en los ojos- lo que me duele un poco es no haber podido recuperar la mansión, para nosotros es nuestro legado, ahí se encuentra la historia de nuestra familia.
— Lo sé Draco —Blaise acariciaba suavemente la mejilla de su amigo, como intentando secar sus lágrimas y reconfortarlo al mismo tiempo.
— Gracias amigo, te debo mucho —suspiró profundo antes de comenzar a secarse sus lágrimas.
— No me agradezcas, no pude hacer nada… —fue interrumpido por el rubio.
— Claro que sí, me ayudaste a establecerme aquí. Sin ti no imagino que sería de madre y de mí.
Blaise sonrió, le gustaba tener a Draco Malfoy de esa manera, no porque disfrutara de verlo sufrir, era más bien que le agradaba que el chico se refugiara en él y mostrara sus sentimientos, los reales. Era extraño para el italiano, se negó muchas veces a pensar de esa manera, le aterraba el pensar que lo que ahora sentía era más que una simple amistad.