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Tú me cambiaste la vida por Charly D

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Alboreaba aquella mañana tranquila en apariencia, los cristales de cierto edificio resplandecían debido a los tenues pero muy definidos rayos de sol. Uno que otro estudiante caminaba por la entrada y varios aguardaban en la escalinata a algún amigo que seguramente estaba por llegar. Dentro de la escuela, en los pasillos, resonaban las voces de los estudiantes que esperaban afuera de sus aulas a que su correspondiente profesor apareciera para iniciar la cátedra. En uno de los espacios más reconocidos de la institución, específicamente en el despacho principal de aquella prestigiada Universidad, el director de ésta hablaba enérgicamente con un joven visiblemente molesto.

 

 

– ¿Cómo a atrevió a hacer eso señor Bastián? – el hombre de cuerpo robusto y cabello negro, de alrededor de 42 años reprendía al chico.

– ¡Él tuvo la culpa! ¿Cómo se atrevió a hacerme eso delante de mis amigos? – el chico que hasta ese instante se encontraba sentado delante del escritorio del prior de la facultad le contestó de manera arrogante, por tal motivo logró sacar de quicio al mayor.

– ¡No me interesan más sus argumentos! Y si en este mismo instante no va a la oficina del consejero tenga la seguridad que lo voy a dar de baja por su comportamiento tan inapropiado, ¡Váyase ahora! – señalando la puerta y con un gran enojo, el muchacho se levantó de su lugar y con visible irritabilidad salió de la oficina del hombre. En ese instante varias emociones se acumulaban en él, se encontraba muy confundido, molesto, irritable, con cargo de conciencia, en definitiva, muy mal en su ánimo.

 

 

Caminó por varios metros y luego de subir un par de pisos muy pronto se halló frente a aquella puerta de madera bien pintada y reluciente. Una lucha interna se desarrolló en su cabeza, dudó unos segundos en si tocar o no, sin embargo, de sobra sabía que de esa visita dependía su estancia en la facultad, harto de pensar y recordando lo ocurrido optó por tocar un par de veces y al oír un “adelante” giró el pomo y cedió al interior.

 

 

– Dime ¿en qué puedo ayudarte? – fue lo primero que escuchó el joven al estar dentro de aquel cubículo, delante de sí estaba el consejero, se trataba de un hombre con semblante muy sereno, amable más bien, vestía un suéter de rombos, una camisa de vestir impecablemente portada de color azul y un pantalón de gabardina color café claro. Su rostro varonil y cabello castaño mostraban que no era tan viejo como seguramente lo era.

– El director me mandó con usted, honestamente yo no quiero, pero si no venía a verlo me iba a expulsar – Hugo Bastián estaba frente al profesional, el joven mantenía las manos en los bolsillos y ladeando la cara, sentía vergüenza de estar en ese lugar.

– Mmm – musitó el consejero, entrecerró los ojos como analizando la escena, luego de ello habló – De acuerdo, toma asiento – le indicó con la mano que lo hiciera – Y se puede saber ¿Por qué el señor director te ordenó venir aquí? – él sentándose también aguardó la respuesta.

– ¿Por qué más va a ser? Porque está amargado y quiere que todos seamos igual que él – el mayor no pudo evitar soltar una sonrisa de diversión – ¿De qué se ríe? – Hugo no estaba de muchos ánimos para soportar que se burlaran de él.

– De nada, disculpa, pero prosiguiendo, dices que el director está amargado ¿Por qué lo piensas? – sereno como se le reconocía, el consejero preguntó al muchacho.

– ¿No lo ha visto? ¡Siempre está amargado! regaña, tiene mala cara todo el tiempo, es un tirano, un dictador, ya veo porque mis compañeros prefieren venir con usted y no con el cacique de nuestro director – haciendo caras en cada una de las descripciones, Hugo espetó mientras el otro hombre volvió a dibujar una sonrisa en el rostro.

– Ya veo, tienes una muy clara visión de él, en fin – suspiró y con un ademán lo instó a continuar – Platícame ¿Qué ocurrió? – el mayor observaba atentamente a aquel muchacho visiblemente irritado.

– Pues… es que… yo… – Hugo enrojeció completamente, su piel parecía haber sido pintada.

– Tranquilo, no te asustes, lo que me digas quedará entre nosotros – el profesional intentaba aligerar la tensión tanto en el ambiente como en el muchacho – ¿Gustas un vaso con agua?

– No gracias – Bastián miró a su alrededor, pretendía distraerse viendo un archivero pintado de color olivo, una planta de ornamento sobre el escritorio perfectamente ordenado, la ventana detrás del consejero que dejaba entrar la claridad y las manos entrelazadas el mayor como en posición de espera – Lo que sucede es que yo… yo golpeé a un compañero – respondió desviando la mirada.

– Muy bien, y ¿Cuál es el motivo para haberlo golpeado? – preguntó parsimoniosamente el consultor.

– Porque me avergonzó delante de mis amigos – contestó secamente mientras acariciaba nerviosamente su dedo anular, en el cual portaba un anillo.

– ¿Qué fue lo que te hizo? Supongo que debió ser algo muy grave para llegar a esos extremos – comenzó a inferir el hombre mayor.

– Sí – fue lo único que dijo el chico.

– ¿Me lo quieres contar?

– No sé si pueda confiar en usted – con recelo Hugo miraba al mayor que tenía delante de sí.

– ¿Qué te parece si lo intentamos? Verás que sí puedes, no soy un chismoso eh, anda dime qué te hizo – ese semblante relajado hizo que Hugo comenzara a ceder.

– Está bien, pero no lo ande divulgando, mire que es algo vergonzoso – el rubor en la cara de Bastián se hizo notorio de nueva cuenta.

– Verás que no, lo prometo – levantó su mano derecha como si estuviera haciendo un juramento.

– Lo que sucedió es que un compañero, un compañero que se llama Eric, pues él me… me besó delante de mis amigos – Al decirlo aquella extraña dedicación de tallar su dedo anular aumentó.

– ¿En serio?... y ¿por qué te besó? – volvía a tener la palabra el mayor de los dos.

– No… no – las palabras costaban salir de la boca del estudiante.

– ¿Sabes? algunas veces nos cuesta ver lo que tenemos enfrente, y queremos evadir nuestra realidad, sin afán de faltarte el respeto ni mucho menos ¿Crees que algo así sucede con Eric? – lanzó el cuestionamiento y esperó en silencio una contestación.

– Yo…. Yo… no lo sé – se notaba incómodo, era evidente, el muchacho no sabía cómo responder.

– ¿Tienes alguna idea del por qué tu compañero hizo lo que hizo?

– Pues… ta… tal vez – el consejero asintió lentamente, como motivándolo a que continuara hablando.

– ¿Me quieres decir esa idea?

– Es que… creo que está enamorado de mí – se hundió en su lugar al decir aquellas palabras.

– Ok, pero supongo que tú le pusiste límites para qué no creyera que era recíproco ¿Verdad? – el chico enrojeció más, no lo negó, pero tampoco lo afirmó. El profesional, con años de experiencia suponía qué era lo que ocurría – Oye, ¡Qué bonito anillo! ¿Quién te lo dio? – enfocó su atención a aquella argolla color negro, muy probablemente hecha de resina.

– ¿Eh?... pues… una amiga – la última parte de su oración era visiblemente improvisado.

– Pues si he de ser sincero, qué buen gusto tiene tu amiga, si le regalara algo así a otros amigos no dudo ni un momento que ya tendría varios admiradores o pretendientes – mencionó alegremente el mayor logrando que el joven reaccionara con molestia.

– ¡No! ¡No puede tenerlos! – golpeó los descansabrazos de su silla con violencia, el comentario le había irritado mucho.

– Lo siento, no quise hacerte enfadar, ¿Sabes? Con los mil años de experiencia que tengo, he escuchado muchas historias, hay una que me gustaría contarte, ¿Quieres que te la platique? – sonriente le dijo.

– ¿De qué se trata? – tratando de recomponerse, Hugo preguntó.

– Pues es una historia poco convencional, estamos malacostumbrados a etiquetar lo normal, créeme que no es fácil decir qué es normal y que no, ¿Quieres oírla? – animosamente le volvió a preguntar.

– Está bien… solo espero que no sea larga – con cara de fastidio mencionó.

– Pues – pensó el hombre mayor – Mejor ponte cómodo, te lo recomiendo.

– Esto no me agrada mucho – dijo en voz baja el alumno.

– Cuando me la contaron, me sorprendí mucho, tal vez te suceda lo mismo, pero bien, comienza de esta forma…

 

 

 

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El sol estaba a lo máximo del mediodía, sus rayos lejos de ofrecer un calor agradable o reconfortante, quemaban terriblemente la piel o las cabezas de los que imprudentemente se posaban debajo de él. En el estacionamiento del plantel, un joven de cabellos rebeldes, pantalones holgados y playera no tan ajustada pero que le permitían mostrar su bien formada musculatura, descendía de su auto con unas gafas oscuras, era conocido en la escuela por ser el clásico chico popular y rebelde, aquel que con cualquier ideología que no compartiera era suficiente para debatir, varias veces estuvo a punto de ser expulsado de la carrera por desafiar a sus mentores, sin embargo muy aparte de estos atributos intelectuales, faltaban los físicos, alto, guapo, moreno claro de ojos color miel, sin duda un hombre muy atractivo para ambos géneros.

 

Desde otro punto de ese mismo lugar, un joven algo flacucho, de cabello perfectamente peinado, no tan guapo como el rebelde, un chico más bien común, sin algo que lo hiciera sobresalir, lo aguardaba, se le veía a leguas el nerviosismo que cargaba. Lentamente comenzó a acercarse a su compañero, cuando estuvo lo suficientemente cerca, al verlo de frente quedó estupefacto, el guapo de Andrés se dirigía hacia él, su virilidad lo derretía, su olor tan masculino, su fragancia lo atontaba.  Jon, como todos le llamaban, no podía articular algo inteligente cuando lo tenía enfrente, le imponía la sola presencia de su compañero.

 

Al ver la esmirriada figura de Jon, Andrés ladeó una sonrisa y lo saludó cortésmente, pues a pesar de ser un rebelde por completo, era amable con las personas, por algo era tan popular.

 

– Hola, ¿Qué tal? – mencionó el alto a su compañero, el cual solo abrió los ojos y sin hablar asintió, no le salían las palabras, el guapo iba a seguir su camino, cuando Jon le detuvo.

– ¡Quiero hablar contigo! – soltó de un solo golpe haciendo que Andrés se detuviera y volteara hacia él.

– ¿Qué pasa? – cuestionó tranquilamente el muchacho.

– Po… po… pode… – Jon aclaró su garganta – ¿Podemos hablar allá? – señaló el auto de su compañero, éste asintió.

– Sí, claro, vamos – Andrés extendió su brazo dándole el paso a Jon primero, cuando estuvieron junto al vehículo preguntó –­ ¿Y bien? – se cruzó de brazos esperando una respuesta.

– Ta… tal… tal vez tu no sepas quien soy – fue interrumpido.

– Sí, eres mi compañero en una clase, la del maestro Sandoval, ese tipo tan estúpido, odio su clase, es un retrógrada – musito con hastío.

– ¡Sí, llevamos esa clase juntos! – dijo emocionado – Recuerdo que lo cuestionaste y por eso te sacó de clase – comentó sumamente feliz el chico delgado.

– No pudo sostener sus postulados, es un idiota – suspiró con desdén – Pero no importa, de cualquier modo, tuve que regresar si quiero graduarme – Jon sonrió ante lo dicho por su compañero – Aunque no creo que quieras hablarme de él, así que puedes continuar ¿Qué quieres decirme?

– A lo mejor no te has dado cuenta, pero yo te veo – muy apenado, Jon dijo aquellas palabras volteando la cara.

– ¿Me ves? – con cierta confusión preguntó Andrés.

– Sí, te veo, cuando hablas, cuando peleas, cuando llegas, cuando escribes… Ya… Ya hasta puedo reconocer cuál es tu coche – era muy específico a la hora de relatar cómo era qué ‘veía’ a su compañero.

– ¡Vaya! Sí que me ves – dijo en un tono juguetón.

– Andrés… Tú…. Tú me… ¡Tú me gustas! – apretó los puños y cerró los ojos al decírselo, agachó la cabeza y dijo con un poco de miedo – Este es el momento en el que me golpeas y me insultas – continuaba con su postura. Andrés lo miró atentamente…

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

¡Gracias por leer!

 

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