Caminábamos de vuelta a casa después de terminar con el extenuante entrenamiento del club de voleibol, previo a las eliminatorias para el torneo de la prefectura.
Durante el campamento de verano, y todos los entrenamientos que habíamos pasado, todos habíamos puesto mucho esfuerzo para mejorar, y gracias a nuestras prácticas individuales Tsukki y yo no habíamos podido vernos más que en clases o en el gimnasio, lo que resultaba en que no pudiéramos platicar demasiado; y aunque Tsukki siempre ha sido de pocas palabras, conversar con él me gusta, de alguna manera escuchar su opinión hace que vea las cosas de otra manera.
—Oye Tsukki, ¿crees que podamos llegar hasta la final? —le pregunté directamente, quebrando el silencio que habíamos mantenido.
Él se detuvo un momento con la mirada fija al frente; e incluso me pareció verlo suspirar.
—No lo sé... —reconoció con una actitud realista, más que con una llena de derrotismo o de la dolorosa indiferencia que tanto le caracterizaba, y que de alguna forma me lastimaba ver en él.
—Yo quiero creer que sí —insistí entusiasmado—. Hemos trabajado muy duro para esto, y además prometimos llegar a Tokio para enfrentar a Nekoma.
Tsukki me miró de reojo un momento, durante el que creo haber imaginado verlo sonreír, quizás contagiado por el entusiasmo generalizado del equipo, o tal vez el mío había logrado hacerlo cambiar, aunque fuera un poco su actitud.
El resto de nuestro camino de vuelta a casa, transcurrió en un silencio que me sumergió en mis propias reflexiones sobre lo que se nos venía, y probablemente a él le había sucedido lo mismo. Seguimos andando hasta el lugar donde cada noche nuestro camino se separa, igual que siempre, y cuando finalmente nos despedimos con el clásico “hasta mañana”, él avanzó en silencio y a paso lento mientras vuelvía a colocarse los audífonos sobre las orejas para escuchar su música favorita el resto de su camino; lo sé bien porque no es la primera vez que me quedo ahí por unos minutos, viendo cómo se aleja paso a paso hasta una distancia lo suficientemente lejana para que yo pueda murmurar al viento lo que siento por él.
—Tsukki me gustas...
Al verlo detener su paso un instante, sentí cómo mi sangre se congelaba, ese sólo momento me pareció eterno. Comencé a sudar frío temiendo que me hubiera escuchado confesar mis sentimientos.
Quizás eran mis nervios traicionándome con crueldad, y haciéndome ver en él, reacciones que no existían más que en mi imaginación. Y entonces, el pánico empezó a apoderarse de mí, comenzando a crear escenarios posibles en los que Tsukki decidía alejarse de mí, incluso podía sentir un pinchazo en el pecho al imaginarlo mirarme con aquella cruel indiferencia que a él solía dársele tan bien.
No era la primera vez que le decía al viento lo que sentía por Tsukki, y hasta ese día estaba casi convencido de que él jamás me había escuchado. No era la primera vez, pero cuándo fue que lo hice...