¿Por qué debía seguir? ¿Cuál era el sentido para despertar cada día?
Izuku, quien fue alguna vez un chico alegre y optimista se le veía agotado, sin deseos de continuar.
¿Cómo había sido vencido de esa forma por la vida?
Todos los días el cereal le sabía igual: cartón mojado en agua. Era sábado y eso lo hacía feliz pues había vendido su alma a una malvada empresa donde permanecía encerrado casi diez horas diarias tecleando en su computadora cifras y estados de cuentas, sacando copias y entregándoselas a un jefe que odiaba más ese trabajo que el propio Izuku.
Monotonía. Era gris el día y no porque Izuku estuviera deprimido sino porque de verdad estaba nublado.
Quizás llovería pero eso no le podía importar demasiado.
Sus amigos estaban de vacaciones y él meldiciendo porque faltaban menos de cuarenta horas para que tuviera que verse obligado por contrato a regresar a su cubículo a hacer lo que siempre hacía.
El café instantáneo estaba listo y bajo sus ojos había marcadas ojeras que ocultaba con sus enormes gafas de pasta. Tenía siete dioptrías en su ojo izquierdo y cinco en el derecho.
Cumplía 33 años el mes siguiente y lo mejor que había logrado en su vida era rentar ese departamento.
Tomó un baño y se vistió decentemente. Tenía planes para ese día, como todos los sábados de hecho.
Se iba a encontrar con él.
Se detuvo en una tienda cercana y decidió comprar chocolates no tan costosos, pero lo suficientemente finos para poder lucirse frente a su amante, novio o lo que fuera que la gente decidiera llamarlos.
Él sólo lo llamaba Shoto cuando estaba feliz y lo llamaba Todoroki cuando estaba enojado.
Era muy simple.
Mientras caminaba, recordó que Bakugou, su viejo amigo de la infancia lo invitó a Canadá junto a él y su crew para esquiar.
Izuku rechazó la oferta. De hecho, él también debía haber iniciado sus vacaciones hacía una semana atrás pero estaba posponiéndolas para un evento importante. Tanía planes en 15 días con Shoto.
Entró en un edificio tras bajar del autobús. Parecía más motivado que en la mañana pero aún no estaba lo suficientemente feliz ni sonriente como era costumbre cuando visitaba a Shoto.
Saludó con amabilidad a las personas de la recepción, incluído el guardia de seguridad.
Nadie sabía que Izuku era bastante infeliz con la vida que llevaba hace ya más de un año pero tampoco importaba. De hecho, era mejor así para todos. Subió en el elevador hasta el quinto piso y cuando llegó a su destino fue recibido por un recordatorio de su realidad.
"Oncología".
Cogió aire y se dirigió a la habitación #320.
Ahí estaba. Shoto. Estaba demacrado y parecía muy infeliz.
— ¡Hola!— le saludó con su habitual jovialidad.— ¿Cómo te sientes hoy?
— ahora estoy mejor.— Shoto se esforzaba por sonreírle. Tenía un vendaje en su ojo izquierdo, producto de una cirugía para quitarle un tumor de su ojo.
— ¡Me alegra mucho saber eso! Hablé con mi jefe el otro día. Estaré libre para la donación.
— No tienes que hacer esto por mi, ya tengo tu riñón.—
— Y quiero que tengas parte de mi hígado. ¿Recuerdas que prometiste llevarme a Europa cuando te hubieras recuperado? No dejaré que mueras hasta que cumplas esa promesa.— Le sonrió. En realidad, hacia más de un año que no le importaba Europa, perdió el interés cuando le diagnosticaron los tumores en el hígado y en su ojo pero quería que Shoto estuviera relajado.
— Es una cirugía peligrosa...—
— y este es un bien hospital. Tú sólo enfócate en mejorar pronto.— Toda la infelicidad que Izuku debía soportar para que Shoto sintiera el amor que él tenía le parecía poca cuando lo visitaba todos los sábados en el hospital.
Convirtió a Shoto en su deseo de luchar.
¿Por qué debía seguir? Debía seguir para conseguir su vida soñada junto a Shoto.
¿Cuál era el sentido para despertar cada día?
Su sentido eran los sábados; sábados que compartía con Shoto donde podía recordar la felicidad que era tenerlo a su lado.
Lo amaba. Y ese amor le permitía seguir adelante sin miedo ni dudas, después de todo, no le temía a las cicatrices sabiendo que Shoto estaría junto a él al despertar después de la cirugía...