Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Para ganarse el afecto por BocaDeSerpiente

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Hay unos labios cálidos, suaves, quizás un poco más resecos de lo normal, que se presionan por su rostro a primera hora de la mañana. Le besa los párpados cerrados, la punta de la nariz, ambas mejillas, los labios una y otra, y otra vez. Le trazan la línea de la mandíbula, y cuando están por descender hacia su cuello, Draco se remueve y hace un sonido extraño, y lo siguiente que sabe es que unos dedos fríos se le enredan en el cabello, lo hace levantar la cabeza, y esos labios que han buscado, pedido, anhelado, se encuentran unos con los que puede compartir el mismo deseo y afán.

Harry emite un vago ruido de satisfacción. Se pega a su novio tanto como puede; labios que encajan a la perfección, brazos que lo envuelven, manos cuidadosas que se cuelan por debajo de la franela del pijama y buscan piel que acariciar, que adorar con el tacto, piernas que se entrelazan por debajo de las mantas. No existe ni un centímetro entre ellos, y piensa, en medio de esa nube algodonada en que sus besos lo hacen flotar, que así debería ser cada día de su vida, y no sólo los fines de semana.

—Malfoy —El tono de Zabini, desde alguna parte fuera del dosel, tiene cierto deje de burla que ambos captan enseguida. Draco lleva el índice a sus labios y pide silencio, sin palabras, y Harry ahoga la risa—. Sé que estás ahí, Malfoy. ¿Otra vez colaste a ese Puff a las mazmorras?

Harry se muerde el labio. Su novio, frente a él, niega para hacerle saber que no diga una palabra. Casi puede leer la premisa en sus ojos, a través de la escasa luz.

Si no contestas, se irá.

Pasos se mueven por el cuarto, dos voces conversan en voz baja, a lo lejos. Para distraerse, se dedica a repartir besos en la mano de su pareja, que intentó mantenerlo en silencio. Draco rueda los ojos, pero las comisuras de sus labios se alzan en los bordes, de esa manera que nadie que no lo detallase desde hace años podría notar, y lo estrecha un poco más contra sí, dedos cuidadosos trazándole caricias circulares en la cadera; Harry no necesita más en el mundo.

—¿Malfoy?

Ninguno contesta. Él contiene la risa, Draco arruga la nariz y hace una expresión concentrada, como si intentase descifrar por dónde están sus compañeros, en base a cómo suenan los pasos.

—…debió dormirse cuando llegó —Nott contesta al otro chico—, escuché unos ruidos en la madrugada. A lo mejor no metió al Puff, sólo se volvió a escapar con él y llegó tarde.

Alguien se acerca a la cama, se detiene. El dosel permanece quieto; es una barrera que mantiene a ambos lejos del resto. Draco lo sigue abrazando, él espera.

Nada pasa.

—…sí, supongo. Que se pierda el desayuno, será cosa suya.

Y después de un poco de traqueteo y una charla a la que no le encuentra sentido, se marchan. La puerta apenas emite sonido alguno cuando se cierra detrás de ellos.

Una vez solos, Harry se echa a reír, sacudiéndose y rodando sobre el colchón para subirse encima de su novio, a quien le sujeta el rostro y vuelve a besar una y otra, y otra, y otra vez. Draco suelta débiles quejidos, que no podrían ser más falsos. Está sonriendo contra sus labios.

Fueron a volar por la noche, después de encontrarse en un aula abandonada que tienen por escondite luego del toque de queda. Regresaron tarde al castillo, como suele ocurrir cuando salen de ese modo.

Harry sólo quería cinco minutos más con él, abrazarlo, otro beso. La excusa para acompañarlo a las mazmorras también era la misma de siempre.

De alguna manera, aquello terminaba en que los dos se metían a su cama y fingían que Draco estaba dormido, para no tener que lidiar con el mal humor mañanero que ciertos Sly tenían frente a él. Mal humor que, a veces, se extendía a las demás horas del día, por supuesto, pero no era como si a Harry le importase.

No. Cuando estaba disfrutando de los ruidos ahogados que Draco dejaba escapar entre los besos, a punto de quedarse sin aliento, había poco (o nada) que pudiese importarle más que lo que hacía.

Harry amaba a su novio. Merlín. Si pudiese inventarse una palabra más fuerte que "amor" para describir aquello, para englobar la felicidad anhelante, la paz interior, el calor alojado en su vientre y las sacudidas del estómago, esa sería la que usaría. Pero ya que nadie la creaba todavía, tenía que limitarse a decir que era amor.

Y por supuesto que sabía que su Draco lo amaba a él. Ahora, al menos, lo sabía. Puede que en un principio, hubiese sido una verdad más difícil de alcanzar, pero ahí estaba.

—…debemos…ir…a desayunar…

Harry protestó cuando el chico ladeó el rostro, estirándose desde su posición para intentar atrapar sus labios, de nuevo.

—Harry, es…hey…hey, no…—Ya que no dejaba de moverse para evitarlo, optó por la siguiente mejor opción: deslizar las manos por debajo de su pijama, otra vez, y repasar su torso con los dedos. Draco se rio por lo bajo—. ¿Qué hay del desayuno?

Él sonrió ampliamente.

—Tengo un par de cosas que me gustaría más meterme a la boca aquí mismo…

Draco elevó las cejas. Le llevó un momento caer en cuenta de por qué y sentir que el rostro le ardía.

—Bueno, sí- sí, sé que eso sonó- —Calló. Su novio le acababa de pasar los brazos alrededor del cuello, y despacio, le envolvía la cadera con una pierna, halándolo más hacia abajo, hacia él—. ¿Puedo tomar esto como un "vamos a desayunar tarde y puedes darme todos los besos que quieras"?

Nunca estaba de más preguntar. Draco sonrió, a medias.

—No estoy pensando solamente en besos.

—Oh —Exhaló, asintiendo lento.

—Sí, oh —Meneó la cabeza—. Sólo ven aquí, Potter.

Draco levantó la barbilla y le ofreció los labios, y bueno, ¿cómo iba él a pretender resistirse?

Cuando salieran del cuarto, unas horas más tarde, Zabini y Nott estarían caminando de vuelta y se limitarían a negar, resignados. Desayunaron en las cocinas, fuera del horario regular.


—¿…sabes que te he visto poner esa cara de idiota durante casi tres años y todavía no sé qué le ves?

—Es Draco Malfoy —Contestó él, con simpleza.

—Bueno, sí, ya me di cuenta que es Draco Malfoy. ¿Hay alguien en Hogwarts que no fuese molestado, intimidado o agredido por él?

Harry, que tenía los codos apoyados en el borde de la mesa y el rostro recargado en la palma, frunció el ceño. Miró de reojo a uno de sus mejores amigos, sentado a un lado en la mesa de Hufflepuff. Zacharias arqueó una ceja en una interrogante silenciosa.

—Draco no ha molestado a nadie desde hace años, ¿bien? —Comenzó, un ligero toque defensivo colándose en su voz. Luego volvió a fijarse en la mesa de Slytherin. Era hora de la cena, lo que significaba mucha charla de Pansy Parkinson y a un Draco que asentía y soltaba varios "ajá" y "uhm" que satisfacían a su compañera. Adoraba verlo.

—Desde cuarto, ¿no? —Zacharias arrugó el entrecejo, pensativo. Él asintió.

Estaba por agregar algo, cuando se percató, con un sobresalto, de que Draco daba un vistazo en su dirección. De inmediato se enderezó y empezó a sacudir la mano para saludarlo, sonriendo.

Desde la mesa de los Slytherin, su novio dio un escueto asentimiento y volvió a concentrarse en la charla de su compañera. Nadie más podría haber notado que contenía una sonrisa capaz de igualar a la del mismo Harry, y eso estaba bien.

—Qué...adorable —Zach titubeó—. Todavía me sorprendo de lo expresivo que es tu novio, amigo. Un día te hará escupir azúcar.

—Sh —Le frunció el ceño, de nuevo, pero él no se amedrentó, sino que sonrió de medio lado—, Draco es bueno y me quiere.

La siguiente respuesta se demoró unos segundos más en llegar.

—…sí, supongo que sí. Por muy extraño que sea.

—No es tan raro —Lloriqueó, casi para sí mismo.

—De la noche a la mañana, comenzaron a salir —Puntualizó su compañero, como quien ha dicho lo mismo mil veces—. Teníamos catorce, ninguna idea de qué haríamos con nuestra vida, y decidiste que te casarías con él. A los catorce —Repitió, con mayor énfasis—, incluso te dio- ya sabes, la cosa esa, la que no te quitas jamás.

—Si te refieres a mi alianza —Replicó, tirando de la cadena dorada y delgada que tenía en el cuello, casi pegada a la garganta. Podía sentirla vibrar con magia—, no me la dio hasta que estuvimos en quinto, ¿de acuerdo?

—Aun así —Zach resopló y rodó los ojos—, siempre me he preguntado cómo pasó. No soy el único, ¿sabes? —Agregó, cuando Harry volvió a dedicarle una mirada poco agradable—. Los Gryff hicieron apuestas las primeras semanas, sobre que tendrían una discusión en medio del pasillo o te haría llorar en poco tiempo.

—Pero Draco nunca me ha hecho llorar.

—Lo imaginaba, uno creería-

En la otra mesa, su novio se ponía de pie y se despedía de Pansy con alguna excusa practicada. Antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida del comedor, dirigía una breve mirada hacia donde él estaba.

El corazón de Harry se saltó un latido por la emoción. Sonreía, otra vez.

—Zach, lo siento —Interrumpió, recogiendo sus cosas con prisa—, otro día hablamos de esto, lo juro, y te contaré la historia, si quieres, ahora-

—Sí, sí, ya sé —El chico hizo un gesto vago y desdeñoso para restarle importancia—. Malfoy esto, Malfoy lo otro. Malfoy, Malfoy, Malfoy. Sólo vete, quiero comerme el postre sin ver tu sonrisa de "ya follé anoche, y esta mañana, y voy a…"

Al pasarle por un lado, le dio en la parte de atrás de la cabeza con su maletín. Puede que no hubiese sido del todo accidental. Harry se rio al correr hacia la puerta del Gran Comedor.

Draco estaba de pie en el pasillo, con la espalda apoyada en la pared y las piernas cruzadas. Se apartó del muro al verlo llegar y caminaron hombro con hombro por el corredor.

—¿Puedes creer que Pansy intentó convencerme de que anuncie un compromiso oficial contigo, antes de que a padre le dé por mandarme a Francia en uno de sus arranques? —Se quejó, en voz lo bastante baja como para que nadie que estuviese pululando alrededor, ya fuese a propósito o por accidente, pudiese oírlo—. Tiene la teoría de que le va a dar un ataque cuando sepa que no terminamos al graduarnos, y que todavía tiene esperanzas de que así sea…

—Yo me enteré de que los Gryff hicieron apuestas sobre nosotros cuando comenzamos a salir —Comentó él, riéndose del bufido que era la reacción natural del otro chico cuando oía hablar de la Casa de los leones.

Para cualquiera que los viese moverse a través de los pasillos, estaba claro que era Harry quien se pegaba más a él. Rozaba sus hombros, no dejaba de girar el rostro y sonreírle, incluso tomó su mano.

Lo que ese espectador imaginario, probablemente, no hubiese captado, era el instante en que Draco entrelazaba sus dedos y le daba un leve apretón. Y aquello lo era todo para Harry.


Si quería contar su historia, tenía que remontarse unos años atrás. A finales de tercero, para ser más específicos.

Ahí fue cuando se fijó en él.

Claro que lo conocía. Su amigo tenía un buen punto al respecto, ¿quién no conocía al sangrepura cretino, príncipe de las serpientes, consentido de Snape?

Recordaba haberse quedado rígido en el pasillo de la confrontación. Draco, con su comportamiento altivo, se mofaba de unos chicos. Al siguiente instante, ellos se abalanzaban contra él, el paso les era cortado por dos mastodontes, que después identificaría como Crabbe y Goyle.

Cuando un estudiante común veía a Draco Malfoy por los corredores, podía tener tres reacciones. Odio a muerte; echarle aquella mirada que podría haber detenido el efecto de un Avada, o provocarlo, y seguir sus pasos hasta que se hubiese perdido, eso si no lo incitaba o caía ante sus trampas. Temor racional; querer apartarse, salirse del camino, no llamar su atención, de manera que no pudiese convertirse en el foco de la lengua venenosa y la picadura letal que poseía.

O admiración. A pesar de que nadie lo admitía, también existía la admiración; no por lo que hacía, puede que ni siquiera por quién era.

Hablaban de Draco Malfoy, al fin y al cabo. Porte elegante, cabello rubio platinado, la piel pálida y perfecta, los ojos grises y atrayentes, irresistibles. Él lucía como uno de los ángeles muggles que su madre le enseñaba de niño.

En apariencia.

Cuando Cedric Diggory, en calidad de Prefecto, intervenía en la pelea, Malfoy lo escuchaba con una ceja en alto y una expresión vacía, que al mismo tiempo parecía decirle no eres superior a mí, no tienes derecho a reprenderme, e incluso podría llegar a resultar creíble.

—…ese chico siempre se está metiendo en problemas —Escuchó a su compañero de Casa, unos años mayor, a quien conocía porque los padres de ambos, Amos y James, trabajaron para el Ministerio por un tiempo.

Recordaba haber observado, en la distancia, a Draco Malfoy, cruzado de brazos y arrugando la nariz en una leve señal de desagrado, ante lo que fuese que decían los muchachos de su séquito, y haber pensado seguro no puede ser tan malo como lo pintan, ¿cierto? ¿Cuándo alguien sí era de la manera en que los demás decían?

—¿Qué tiene contra los Gryff? —Se le había ocurrido preguntar unos días más tarde, cuando cayó en cuenta de que la mayor parte de los que se metían en peleas con su grupo, pertenecían a esa Casa.

—¿Además de la típica rivalidad Gryffindor-Slytherin? —Opinó Cedric, elevando las cejas—. Ellos hablan de su padre.

Ya que Harry lo observó sin decir nada, con ojos enormes, el estudiante mayor había suspirado, para disponerse a explicarle:

—Oh, bueno, ya sabes. Mago oscuro, dudosas actividades. Deben considerarlo un tema interesante, no digo que yo esté de acuerdo —Se apresuró a aclarar, aunque él lo tomó como una obviedad y asintió—. Por ejemplo, ¿conoces a esta chica…Hermione Granger?

—Claro, la que se la pasa contestando las preguntas de los maestros.

Cedric se rio entre dientes, dándole la razón con un asentimiento.

—Bueno, ¿y sabes que tiene las mejores notas del curso? —Harry volvió a asentir. Entonces él dudó un momento, su expresión era más sombría cuando siguió:—. Algunos dicen…ellos, ya sabes, han hecho correr este rumor.

—¿Qué rumor?

—Uno que dice, uhm —Se calló, se rascó la nuca y chasqueó la lengua—. Dicen que, en el verano de su primer año, su padre se enteró de que una hija de muggles superó sus notas por un poco. Y él se enojó —Otra pausa. Cedric apretó los labios—. Dicen que lo encerró a donde se quedan los elfos durante las vacaciones, sin un cambio de ropa decente, con la orden de no dejarlo salir, y montones de libros de las materias que iba a ver en segundo.

Cuando Harry no hizo más que boquear y alternar la mirada entre su compañero de Casa y el Slytherin a metros de allí, el otro hizo un gesto vago para restarle importancia.

—Por supuesto, no pienso que sean más que las ideas retorcidas de alguien con mucho tiempo libre y que lo odia bastante. No significa que nada de eso sea cierto, Harry —Aseguró, con suavidad.

Pero, a partir de ese día, Harry empezó a prestar atención a los rumores. Nunca había escuchado nada semejante.

Dicen que su madre lleva la locura de los Black, y por eso, nunca se le ve sola en público. Rara vez está fuera de la Mansión Malfoy.

Dicen que su padre se dedica a las Artes Oscuras, que tiene una marca de magia negra en la piel, y hace planes para asesinar a los muggles y sus hijos mágicos.

Dicen que Lucius Malfoy tiene tratos con hombres lobo fuera de control, que los incita a morder niños recién nacidos para aumentar el número de sus manadas.

Una de sus tías está en Azkaban por matar a un muggle. La otra lleva años desaparecida. Se cree que su madre la asesinó, ¡a su propia hermana!

Y conforme más oía, más cambiaba su imagen de él.

Al principio, creyó que era simple vanidad lo que lo hacía caminar por los pasillos rodeado de su séquito, con la frente en alto, sin dirigirle una segunda mirada a nadie. Siendo sinceros, sí era un vanidoso. Pero no sólo eso.

Había odio y desagrado en sus ojos cuando se involucraba en otro enfrentamiento con los Gryffindor, satisfacción maliciosa en su sonrisa al ganar el encuentro. No se acercaba a hijos de muggles y había hecho que Crabbe y Goyle golpeasen a un par de estos.

Sin embargo, y fue un hecho que notó en particular cuando arremetía contra los Weasley, había un instante. Un instante, un punto intermedio entre el recibir la puya contraria y el lanzarse hacia adelante con el siguiente comentario venenoso en la punta de la lengua, listo para eludir a su pobreza, su apariencia, su crianza, lo que fuese. Era apenas perceptible.

En ese único instante, había algo que llameaba en sus ojos, algo que le hacía pensar en las serpientes que se alzan y mueven la cabeza, y amenazan con los dientes, sin morder. Algo que hacía que lo comparase con un pequeño animal herido que saltaba desde un escondite, armado por y para él, y se arrojaba contra el oponente, deshaciéndose en heridas sólo para conseguir que se apartase, que no le hiciese más daño.

Entonces a Harry se le pasó por la cabeza que su actitud podía tratarse de un mecanismo de defensa, y se lo comentó a Cedric una tarde en la Sala Común.

—No lo sé, Harry —Le contestó él, con calma, deteniendo la lectura de su libro de Pociones Avanzadas al oírlo—, puede que sí, como puede que no. No lo conozco lo suficiente para decirlo.

Harry lo dejó estar. No se sintió con ganas de explicarle, si es que podía hacerlo, los fundamentos que tenía para cambiar su opinión sobre el Slytherin.

Pero otro día, en la biblioteca, encontró a Malfoy, solo, sentado en el alféizar de una ventana redonda, con la túnica del uniforme doblada a un lado, y sumergido en un libro que desconocía. La luz le daba de lleno, le creaba un aura etérea alrededor. Él no se dio cuenta de que Harry se quedaba quieto, aguantando la respiración, porque cualquier movimiento, sonido, en falso, podría haber arruinado la calma que se cernía sobre el chico.

Y pensó, de nuevo, que no se podía ser tan malo, cuando lo descubrió disimulando una sonrisa tras el dorso de su mano, a causa de un capítulo de lo que leía.

Algunas escenas similares se repitieron desde entonces, para deleite de Harry. Cuando estaba sobre la escoba y perseguía la snitch en las prácticas de Quidditch del equipo de las serpientes, por ejemplo, y al atraparla, estaba sudoroso, jadeante y con el rostro enrojecido, y sonreía en señal de victoria a sus compañeros; aquella sonrisa hacía que no importase en qué trabajaba o no su padre, o la fama de la familia de su madre.

Cuando Zabini o Nott, como los conocería después, hacían un comentario especialmente divertido durante las comidas, y él se inclinaba sobre la mesa y se cubría la boca con la mano para que nadie lo escuchase reír, pero sus ojos se hacían más pequeños, y aquello aún lo delataba.

Cuando picaba los ingredientes para las pociones, sin despegar la mirada del cuchillo por nada ni nadie, ni siquiera Snape parado a su lado, y luego los echaba dentro del caldero con un movimiento cuidadoso, lento y practicado, y lucía orgulloso de sí mismo al obtener buenos resultados.

Cuando estaba sentado en una banca del jardín interno, o caminaba al borde del Lago Negro. Cuando miraba embelesado las estrellas en Astronomía, con la cabeza echada hacia atrás, confiándose de que la oscuridad de la noche bastaría para ocultar su sonrisa. O cuando Crabbe y Goyle cometían un absurdo error, y él se apretaba el puente de la nariz, negaba, y comenzaba a corregirlos, y le repetía lo que era necesario que supiesen diez, veinte, mil veces.

Draco Malfoy era más que el hijo de su padre y de su madre, y el príncipe de Slytherin. Y cuando estaba solo, cuando no molestaba a nadie, o cuando se permitía unos segundos de libertad, de perder la máscara permanente en su rostro, también era una persona que a él le hubiese gustado conocer mejor.

Y mientras Harry creía disimular bien mirándolo de vez en cuando, llegó un día, en una visita a Hogsmeade alrededor del fin de año, que tuvo la primera oportunidad de acercarse.

Era un día sometido a un clima inusualmente frío para la temporada. Harry acababa de salir de las Tres Escobas, asentía a una explicación de Cedric e intentaba no reírse de las muecas que hacía Zacharias, imitándolo, desde unos pasos de distancia. Y lo vio.

Por alguna razón imprecisa, extraña, Draco estaba solo en el final de la calle del pueblo mágico. Caminaba acomodándose un abrigo y llevaba una bufanda ligera enrollada en uno de los antebrazos. Cuando una brisa fuerte sopló, su cabello se sacudió y pareció quejarse por lo bajo.

Al llevarse las manos a la cabeza para peinarse con los dedos, ya no tenía la bufanda en el brazo. La prenda se enroscaba en el aire y era llevada lejos, y él, maldiciendo al mundo en general, no se percataba de ello.

Harry se detuvo en medio de la calle, lo que causó que sus amigos hicieran lo mismo y se giraran. Dudó. Draco se alejaba, la bufanda había tocado el suelo.

Tomó una profunda bocanada de aire y corrió hacia allí. Alcanzó a sujetar la prenda, poco antes de que otra brisa se la llevase lejos. El Slytherin se dirigía hacia el sendero que iba del pueblo al colegio.

Caminó detrás de él, despacio, por algunos metros. Tuvo que hacer acopio de valor para aumentar la velocidad y aproximarse con largas zancadas.

—¡Malfoy! —Lo llamó— ¡Malfoy, Malfoy! ¡Hey!

Le llevó unos instantes detenerse y darse la vuelta. Tenía el ceño fruncido.

—¿Qué…? —Sus palabras se perdieron cuando se percató de lo que Harry le mostraba y permitió que lo alcanzase. Él se la tendió. Jadeaba.

—Es- es la tuya.

Malfoy elevó las cejas. Harry cambió su peso de un pie al otro e intentó, en serio intentó, no bajar la mirada ante el escrutinio al que era sometido.

—¿Corriste para traerla? —Era la primera vez que le hablaba y Harry sintió que se quedaba sin aire. Sus dedos se rozaron cuando la tomó. Asintió varias veces, muy rápido, y Draco resopló—. Puffs.

Se giró y continuó su camino sin esperar ninguna respuesta. Harry se demoró unos segundos en caer en cuenta de que no le agradeció, pero no podía decir que le hubiese importado.

Draco Malfoy tenía la voz más linda del mundo, cuando no la usaba para maldecir o burlarse; en su tono normal, suave, terso, era una melodía que podría haber escuchado el resto de su vida.

Y ahí fue cuando Harry supo que tenía un pequeño crush.


Durante el verano anterior al cuarto año, Harry fantaseaba en el pórtico de su casa en Godric's Hollow, con ojos grises y una sonrisa que todavía no era dirigida a él.

Habló del tema con Cedric, por entonces su confidente, y debido a que su padrino Sirius lo escuchó un par de veces, por error, recibió algunos consejos inesperados, para utilizar al comienzo del próximo año.

hazle un cumplido sobre su cabello, aprovecha para acercarte, y róbale un beso.

Si la haces reír, tienes derecho a pasarle un brazo alrededor, al menos por un rato.

Dile que es la única y por qué te gustan sus ojos, su sonrisa…y cuando esté feliz por los cumplidos, invítala a salir antes de que sea demasiado tarde y pueda cambiar de opinión…

Harry estaba tan nervioso en el expreso, que no podía dejar de juguetear con sus dedos, y sostenerle la mirada a Cedric, que iba sentado junto a él, era una tarea imposible. El paso del carrito de golosinas fue un alivio y una excusa para salir, incluso si implicaba escabullirse entre algunos estudiantes que se amontonaban en el estrecho pasillo, para llegar hasta ella.

—¡Disculpe, disculpe…! ¿Puede…?

Calló de golpe. Draco Malfoy estaba bajo el umbral de uno de los compartimientos, pagando por una caja de cromos de chocolate. No lo miró.

Acababa de girarse cuando Harry se adelantó, recogió otra caja de chocolate por la que pagó con galeones que se le resbalaron e hicieron reír a la vendedora, y se le acercó.

—Hola.

El Slytherin volteó la cabeza hacia él, deteniéndose cuando estaba a punto de cerrar el compartimiento. Otra vez, elevó una ceja en una perfecta línea curva.

—¿Por qué me estás hablando, Puff? —Inquirió, en tono quedo. Él le ofreció la caja recién pagada y puso su mejor sonrisa, la que su padrino le hizo practicar frente al espejo.

—Te quiero dar esto.

—¿Y eso por qué?

—Para que pienses en salir conmigo —Harry sonrió más, con aspecto angelical. Dentro del compartimiento, uno de los Slytherin que lo acompañaban se ahogó con una bebida, y otro soltó un bufido de risa incrédula.

Draco observó dentro del compartimiento un instante, luego a él. Su expresión apenas había cambiado en la manera en que tenía los ojos más abiertos de lo usual.

Sorprenderlo era bueno, ¿no? Sirius dijo que tenía que impresionarlo.

—Me quedaré con esto —Pronunció despacio, tomando la caja que le ofrecía— e ignoraré el resto.

—¿Entonces no…?

El chico entró y le cerró la puerta en la cara. Las cortinas se extendieron desde el otro lado y no pudo ver más.

Oh, aquello no salió bien, ¿cierto?

—…normalmente —Escuchó la voz de Cedric, que se acercaba desde el otro lado del corredor, con las manos metidas en los bolsillos—, tú te acercas y te presentas primero, ¿sabes? Y después, bueno, los invitas a salir.

Harry hizo pucheros.

—Sirius sólo me habló de impresionarlo.

El Hufflepuff mayor le envolvió los hombros con un brazo y se lo llevó consigo cuando emprendieron el camino de vuelta a su compartimiento.

—Podrías haber elegido a alguien menos…duro —Seleccionó el término con cuidado, haciéndole fruncir un poco el ceño.

—Él es lindo.

—Sí, supongo.

Harry tenía algo parecido a un plan cuando estuvieron en el banquete de bienvenida.

Plan que no resultó, está de más decir. Los Slytherin eran una fortaleza sólida e inexpugnable, cerrados unos en torno a los otros, de tal modo que no se podía alcanzar a nadie sin haber superado al resto. Y de nuevo, se le ocurrió que era similar a que Malfoy viviese rodeado por una muralla.


—…tengo una idea.

El chico emitió un vago quejido, sin mirar a su amigo. Tenía la cabeza apoyada en la mesa de la biblioteca, la mejilla presionada contra la fría superficie. Por el ángulo, podía observar sin esfuerzo hacia la ventana del fondo, en que Malfoy estaba sentado, leyendo. Era una de las visiones más hermosas que había tenido en su vida.

Cedric apenas hizo ruido alguno al arrastrar la silla a su lado y sentarse. Le palmeó la espalda para capturar su atención.

—Tengo una idea, Harry —Repitió, enredando los dedos en su cabello para tirar de él hacia arriba. Se dejó levantar, con un puchero—, lee esto.

Le entregó un libro de Herbología abierto, con un marca-páginas donde se mostraba una raíz que permitía al mago o bruja respirar bajo el agua durante unos treinta minutos; si comía dos, lograría cumplir el período estipulado para la Primera Prueba del Torneo, que se llevaría a cabo en unos días.

—Qué bueno que hayas conse-

—No, eso no, Harry —Replicó él, rodando los ojos, y apuntó, con la mano libre la siguiente hoja. Flores acuáticas que resplandecían en plateado cuando la luz les daba.

Harry observó la flor de pétalos alargados y puntiagudos, delgados, y luego de nuevo al ventanal donde se apoyaba el Slytherin.

—Oh.

—Sí, oh. ¿Qué mejor para impresionar a un chico como él, que un detalle que toque su vanidad justamente?

—No le digas a Draco vanidoso —Protestó en un susurro, haciendo que Cedric arquease las cejas. Se removió en el asiento—, sé que lo es, pero no lo digas.

—Como sea —Soltó un bufido de risa y agitó el libro de plantas frente a él—, ¿vamos a hacer una recolección de flores y raíces esta tarde?

Harry volvió a mirar de reojo hacia el ventanal. Draco cerraba su libro y se ponía de pie, estirándose, sin simular por más tiempo su rigidez sangrepura y Slytherin.

—Sí, vamos —Musitó, con una sonrisa de la que no se percató.


—…entonces —Comenzó Cedric, enderezándose y carraspeando—, te le acercas con las flores, ¿bien?

—Bien —Harry asintió con ganas.

—Tienes que coquetearle. Hacer que su atención se centre en ti, ya sabes.

Él arrugó el entrecejo, alternando la mirada entre la esfera mágica de las flores acuáticas y su compañero.

—¿Cómo hago eso? —Cuestionó, a media voz. Cedric lo pensó un momento y después sonrió.

—Lo tengo, lo tengo. Este es mi truco, ¿de acuerdo? Nunca lo he compartido con nadie, pero gracias a el, salgo con Cho, así que…si te sirve, perfecto. Haz esto, mira —Ladeó la cabeza y se llevó una mano al cabello, echándolo hacia un lado—, para cuando le estés hablando. Intenta.

Harry vaciló. Cuando el chico lo apremió, bufó y se puso de pie. Algunos de los Hufflepuff de la Sala Común lo miraron de reojo, pero ya estaban acostumbrados a que hicieran cosas extrañas cuando se juntaban ahí, así que era probable que nadie le hubiese dado la suficiente importancia.

Imitó las acciones de su compañero, sin éxito. Ladeaba demasiado la cabeza, el cabello se le enredaba en los dedos y estos se atoraban en las hebras desordenadas y rebeldes, y él sintió que el rostro entero le ardía.

—No- no puedo hacer esto frente a Malfoy…

—Es que no lo estás haciendo bien —Se quejó Cedric, llevando las manos a su cabeza para peinarlo. O intentarlo, porque enseguida descubrió por qué le era tan complicado y empezó a mascullar.

—No me sale igual, Cedric-

—Oh, vamos. Ya le pediste salir y todavía no sabe tu nombre, y te le quedas mirando en todas las comidas como si fuese la nueva escoba del mercado, recién llegada a la tienda deportiva de Hogsmeade. Esto es menos vergonzoso y tiene mejores resultados —Hizo una pausa. Cuando tiró de su cabello, ambos se dieron cuenta de que los dedos se le quedaron atascados—, bueno, en general.

Harry lloriqueó durante el rato que le llevó soltarse.


Dejó la esfera traslúcida en el suelo, tras asegurarse de que no rodaría por error. En el centro, levitaba un ramillete de las flores plateadas, conservando el estado que tenían cuando las recogió. Había tenido un accidente (que solían llamar "Hannah Abbot" y tropezaba con todo, derribando la esfera original de la mesa en que la dejó, en la Sala Común), y regresaba del Lago Negro. La túnica del uniforme todavía le goteaba, dejando un rastro detrás de sí.

Se escondió en la división de la pared más cercana y aguardó. Un hechizo de localización que llevó a cabo en su palma segundo atrás, le avisó que Malfoy iba hacia allá, y las pisadas sigilosas y un murmullo de despedida que escuchó, se lo confirmaron.

Esperó. Los pasos se detenían frente a la esfera, Malfoy miraba a ambos lados del pasillo, él se pegaba más a la pared para no ser obvio.

Cuando deslizó la varita fuera de su manga, la usó para tocar la superficie de la esfera. Pareció relajarse cuando notó que no le hacía nada.

—Sé que estás ahí, Puff —Murmuró después, sin girarse hacia él, por lo que Harry contuvo la respiración y permaneció inmóvil, con la esperanza de que pensase que no se trataba de nada más que su imaginación—, ¿creías que no te iba a ver cuando te pasé por un lado?

Mierda.

Salió de su escondite, con las manos unidas tras la espalda y una débil y vacilante sonrisa de disculpa.

—Quería darte algo casi tan lindo como tú, pero pensé que te molestaría si me acercaba —Cuando levantaba la ceja de ese modo, lo hacía sentir igual que un niño reprendido, y no pudo evitar encogerse un poco—. Yo- yo estaba pensando- —Recordó el consejo de Cedric y se pasó una mano por el cabello. Lo que no recordó, no de inmediato al menos, era el nefasto resultado, que sí volvió a su memoria cuando sintió que los dedos se le enredaban. Ahogó un quejido.

Draco había recogido la esfera, y la tenía entre las manos cuando acortó la distancia que los separaba con dos largas zancadas. Harry, al echarse hacia atrás por reflejo, consiguió destrabar sus dedos.

—¿Sabes quién soy?

Pensó que podía tratarse de una pregunta retórica, o algo semejante, así que abrió y cerró la boca, y se demoró unos segundos más de lo necesario en hallar su voz para contestar:

—Sí, claro.

—¿Sabes que podría decirle a mi padre que hable con sus buenos amigos hombre lobo para que te visiten en vacaciones…? —Siseó, entre dientes, inclinándose más hacia él. Harry se puso rígido cuando su aliento le rozó la oreja al agregar— ¿sabes que podría pedirle a madre una de las maldiciones dolorosas de la familia, si te me acercas?

Él boqueó. Draco se enderezó, lo observó, y luego, como si hubiese tomado una decisión, rodó los ojos y retomó su camino.

Harry habló sin pensar.

—No creo que sea verdad —A pesar de que no creyó que serviría de algo, notó que Draco se detenía, los músculos de la espalda y hombros en absoluta tensión—, ninguno de los rumores. No me los creo.

Cuando pensó que no tendría respuesta y el Slytherin seguiría hacia su Sala Común, fuese donde fuese que esta quedaba, se dio la vuelta y lo encaró. Aún tenía la esfera entre las manos, los pétalos plateados emitían un débil resplandor a causa de la escasa luz de las mazmorras, y Harry decidió, de pronto, que fue una gran idea dársela, porque parecían combinar, mago y planta mágica, como si esta hubiese sido hecha para que él la sostuviese.

—¿Qué vas a saber tú, Puff? —Escupió el término, con la mandíbula apretada, y Harry respiró profundo y comenzó a balancearse sobre los pies, para concentrarse en algo diferente de los llameantes ojos grises fijos en él. Cuando se dijo que quería su atención, no se la imaginó así.

—Sé que lees poesía, no sólo de autores sangrepura, y libros sobre Astronomía —Puntualizó, lento, haciendo memoria—. Quieres ser el Capitán de tu equipo de Quidditch en unos años, es probable que te conviertas en Prefecto el próximo año, y aspiras al título de Headboy porque tu padre lo fue. Sé que tu mejor amigo se llama Blaise Zabini, pero también eres cercano a Theodore Nott, y tu mejor amiga, Pansy Parkinson, está enamorada de ti. No creo que le correspondas.

Sé que eres el mejor en Pociones, y debes ser el único en Hogwarts que disfruta Historia de la Magia con Binns. Te mandan dulces cada semana desde casa y le echas azúcar a la leche en el desayuno, no sé por qué —Se rio ante la mirada extrañada del chico, como si hubiese perdido la cabeza.

Sé que se te dificulta Transformaciones, y no te llevas bien con McGonagall. Molestas con ahínco a Longbottom. Tienes una lengua venenosa y has hecho llorar a estudiantes de nuestra edad.

No te acercas al hipogrifo de Hagrid, y no es miedo, o no es sólo miedo, al menos. No te gusta arriesgarte, por eso no dejas que nadie fuera de tu círculo de conocidos de toda la vida te hable. Practicas Oclumancia, y crees que nadie se da cuenta, pero yo- yo me doy cuenta —Aclaró, bajando la voz de a poco. Señaló su rostro—, ahí, cuando tus ojos hacen eso. Es como si pusieras una pared allí y brillan menos, y sé que estás reteniendo tus emociones porque he conocido personas que lo hacen. Así funciona. Justo ahora lo haces.

Permanecieron en silencio cuando Harry cerró la boca. Pensó que podría haberse pasado. No tenía que hacerle saber algunos de los datos que recopiló en los últimos meses de observación.

Draco se aclaró la garganta.

—Voy a fingir que no escuché tus desvaríos —Comentó, también en un susurro—, así que sólo déjame tranquilo, ¿bien?

Y otra vez, se iba sin darle ninguna oportunidad.


Por supuesto que Harry podía ser bastante testarudo cuando se proponía algo. No era ninguna sorpresa que, tan pronto como escuchó hablar del baile de Yule, su mente lo redirigió a una sola persona:

Draco Malfoy.

Él quería ir con Draco. No podía imaginarse pidiéndoselo a nadie más.

Tuvo tres intentos.

Y tres veces falló.

Una tarde, al detenerse bajo un árbol en que lo descubrió sentado, comiéndose una manzana verde.

—Oye, Malfoy-

Y antes de que pudiese sacar el tema, el Slytherin hacía una floritura en el aire con la varita y le aplicaba un silencio.

En la Lechucería, una mañana helada en que iba a buscar la última carta de su padrino, y se lo encontró en las escaleras.

—Malfoy —Se apresuró a decir, para no darle tiempos a encantarlo, de nuevo—, ¿quieresiralbaileconmigo?

Entonces Draco se detuvo en el escalón un instante, lo miró sin modificar su expresión, y luego continuó y chocó sus hombros al pasarle por un lado.

—No entendí absolutamente nada, Puff —Y se fue antes de que Harry pudiese repetirlo.

En la siguiente ocasión, lo interceptó, casi por casualidad, al final de una práctica del equipo de Quidditch de Slytherin. Todavía llevaba el uniforme y cargaba la escoba sobre el hombro. La mirada que le echó podría haber hecho retroceder a una persona menos decidida.

Cuando Draco tenía el cabello pegado a la frente por el sudor y las mejillas arreboladas por el esfuerzo y el vuelo, también le parecía lindo.

—Malfoy- quería-

—Malfoy —Llamó otro Slytherin, uno mayor, detrás de él—, ¿problemas con tejones?

—Para nada.

—Pues parece-

—No parece nada —Le siseó, haciéndolo callar, para sorpresa de Harry. Luego volvió a pasar junto a él y lo dejó atrás, con una pequeña caja de chocolates en la mano y boquiabierto.


Sirius decía que tenía que ser más directo, atrevido. Arrinconarlo contra una pared, presionar la mano junto a su cabeza, e inclinarse para besarlo sin pedirle permiso.

Cedric pensaba que debía buscar una forma de hablar con él, sobre un tema que tuviesen en común y pudiese interesarles por igual, y dejar que el resto fluyese por su cuenta.

Zacharias, bueno, él no opinaba.

—Si sale bien, perfecto —Le contestó cuando quiso saber por qué no lo ayudaba con otra perspectiva—, pero si sale mal, no quiero que sea mi culpa o de mis consejos. Ni he tenido novia, ni me gusta nadie, por Merlín.

Así que se podía decir que, a una semana del baile, Harry estaba confundido.


La mañana en que pasó por la biblioteca, fue para entregar unos libros que Zach pidió, mientras él se retorcía en la cama a causa de una fiebre fuerte y repentina. Tendría que haberlo acompañado a ir con Pomfrey, pero se negó; su amigo también podía tener sus momentos de terquedad.

Siguió los procedimientos de Madame Prince sin interés, y sólo porque cuando iba camino a la salida, regresó sobre sus pasos y se asomó desde uno de los lados de una estantería, lo divisó.

Draco, solo, estaba en el alfeizar de la ventana usual, con un libro en el regazo. Él contuvo un suspiro.

Una emoción cálida y cosquilleante le llenaba el pecho, la sacudida del estómago cuando levantó la mirada y lo encontró, le hizo pensar en el vértigo cuando se lanzaba en picado sobre la escoba. Él bien podría ser eso; el descenso, la caída veloz, irrefrenable, la amenaza de golpear el suelo y salir herido, y la promesa de una brisa fresca si conseguía maniobrar a tiempo para trazar el arco y volver arriba.

Después de un breve intercambio de miradas, Malfoy volvió a su lectura. Harry tragó en seco.

No le había dicho que se fuera. Aquello podía ser una señal, ¿no?

Titubeó. Luego, despacio, arrastró los pies en su dirección. A mitad de camino, se detuvo en seco porque Draco lo observó, otra vez, y arrugó el entrecejo, pero no dijo nada al respecto y volvió a su libro.

No dijo nada cuando siguió aproximándose. Harry se paró junto a la ventana, y por ende, a un lado del Slytherin, que no cerró el libro para prestarle atención.

De cerca, su cabello era más rubio que platinado, aunque todavía resplandecía bajo el ángulo de la luz. Tenía una colonia embriagadora que lo instaba a inhalar profundo, pero le apenaba que pudiese darse cuenta de si llegaba a hacerlo.

Él sonrió. Sabía que era ridículo, pero no podía evitarlo; se sentía como si le hubiese permitido atravesar una barrera invisible que lo rodeaba de forma permanente, y Harry tenía la impresión de que se trataba de un asunto delicado, y el temor vago de arruinarlo.

No quería que lo volviese a alejar.

Con la misma lentitud con que se acercó hasta ese momento, se hizo un espacio en el alféizar, sin obligarlo a mover o flexionar las piernas, y se sentó. Unió las manos sobre el regazo, lo miró de reojo, y aguardó.

Draco no le devolvió la mirada; sin embargo, retrajo un poco las rodillas para que no quedase atrapado entre él y el borde del alféizar, y retomó su lectura tras un momento.

Lo acompañó durante unas dos horas. Ninguno habló ese día.


Al tercer día consecutivo de acercarse cuando estaba leyendo en la ventana, Draco hizo una pausa, dejando el libro sobre su regazo, se estiró y presionó la espalda contra el marco del ventanal, ahogando un quejido, supuso que por tener la misma posición durante una hora. Lo observó. Harry, sentado a su lado, esbozó una pequeña sonrisa.

Luego de un bufido, el Slytherin extendió las piernas por completo, pasándolas sobre las suyas, y continuó su lectura, semiapoyado en él. Harry no tenía idea de cómo reaccionar.


Al quinto día de ese acuerdo tácito en que él llegaba a la biblioteca a determinada hora, Draco tenía un espacio libre a su lado, y se hacían compañía silenciosa, esta última parte del trato fue interrumpida. Y no por Harry.

—Puff, te llamas Potter, ¿no?

Harry boqueó. Cuando transcurrieron unos segundos y no hubo respuesta, Draco se despegó de su libro y se fijó en él, elevando una ceja.

Atinó a asentir.

—Harry Potter —Balbuceó después, tragando en seco. Fue el turno de su acompañante de asentir, a la vez que volvía los ojos a las páginas entre sus manos.

—¿Tienes algo planeado para el día del baile?

Él no podía creer lo que escuchaba. Soltó una exhalación temblorosa, mitad risa y mitad suspiro.

—Quería invitarte —Confesó, luego de un instante.

—Iba a ir con Pansy —Aclaró él, en cambio, pero cuando menos se lo esperaba, cerraba el libro y lo convertía en el centro de su atención—, le cancelé anoche. No tengo ganas de ir al estúpido baile.

—Podríamos…utilizar esa noche para algo más.

Se mordió el labio y esperó, rogando, para sus adentros, que aceptase. Draco volvió a elevar la ceja.

—¿Eres inocente o sólo despistado? —Le preguntó, en voz más baja. Harry dudó.

—No estoy muy seguro, pero es probable que sea lo primero —Puntualizó, sonriendo. Draco lo aceptó con un asentimiento.

—A las siete. No aguanto que me hagan esperar.

Él aún estaba aturdido cuando el chico ya había recogido sus cosas y salido de la biblioteca.

Cuando cayó en cuenta de lo ocurrido, echó a correr hacia la Sala Común de Hufflepuff y se abalanzó sobre Cedric y Zacharias para darles la buena noticia, riendo.


La noche del baile, por diversos motivos, Harry salió de la Sala Común de Hufflepuff con el traje que su madre empacó para él, de acuerdo a la lista de requerimientos del colegio ese año. Cedric había batallado contra su cabello por espacio de una hora, sin mayor éxito que descubrirle los ojos y evitar que los rebeldes mechones cubriesen el color verde que, decía su compañero, eran un punto a su favor.

—A mí no me veas —Le espetó Zach, en tono quedo, cuando le dirigió una mirada inquisitiva al respecto—, tus ojos y tú son asunto de Malfoy ahora.

A pocos minutos de la hora acordada, se le pasó por la cabeza que no tenía idea de dónde tenía que encontrar al Slytherin, así que se deslizó entre la ola de estudiantes que iban hacia el comedor, trasformado en salón de baile, y llegó a las mazmorras. No solía bajar allí, más que para las clases de Pociones y algún que otro llamado que Snape le hacía a su oficina, por lo que no se esperaba que fuese tan frío de noche.

Apoyó la espalda en una de las paredes y esperó. Tenía una pequeña caja consigo, y no dejaba de darle vueltas entre los dedos, titubeando.

Los Slytherin le pasaron por un lado, en el trayecto desde su Sala Común a la fiesta. Algunos murmuraron y lo señalaron, otros lo miraban de reojo, unos más fingían que no se percataban de su presencia ahí.

Harry esperó, esperó, y esperó. Cambió su peso de un pie al otro, se movió a una pared diferente, guardó el presente y volvió a dejarlo en sus manos, se mordió el labio.

Cuando los estudiantes de la Casa de las serpientes dejaron de aparecer desde el otro lado del corredor, sintió que algo se desinflaba dentro de él. Tras unos minutos más, por si acaso, se decía, arrastró los pies lejos de ahí, devolviendo el pequeño regalo al bolsillo de su saco.

¿Había sido tonto?

¿Por qué Draco querría ir a alguna parte, a hacer lo que fuese, con él?

El bullicio general del salón era amortiguado por las gruesas paredes. Supuso que el baile inicial, de los Campeones, ya había pasado, y Cedric estaría feliz al lado de su nueva novia. No quería fastidiarle la noche con pucheros y quejidos.

Buscaba un desvío que lo alejase del tumulto de estudiantes, para evitar sus miradas curiosas, y lo llevase al sótano donde estaba su Sala, revisando sus conocimientos de la estructura del castillo, que memorizó gracias a cierto mapa que dejó en su dormitorio. No pensó que lo necesitaría y lo lamentaba.

Fue entonces que se dio cuenta, al doblar en una esquina, que Malfoy estaba solo, en un traje elegante, con el saco doblado sobre el antebrazo y relegado al olvido. El Slytherin, sentado en el borde debajo de una estatua, tenía los labios presionados en una línea recta y el entrecejo arrugado, y quizás, si Harry conviviese más con él, habría optado por alejarse, como parecía ser la opción más lógica para sus compañeros, quienes lo dejaron ahí.

Se aproximó despacio, tanto como hizo en la biblioteca esa última semana, y lo observó desde arriba, vacilante. Antes de que pudiese decir algo, sin embargo, Malfoy levantaba la cabeza hacia él.

Con un movimiento vago, conjuró un Tempus, y estrechó los ojos después.

—Media hora tarde, Puff.

Harry boqueó. Las emociones cálidas y cosquilleantes estaban de vuelta.

—No sabía dónde- fui- fui a las mazmorras y —Apuntó en la dirección en que creía que se iba hacia dicho lugar, dándose cuenta de lo absurdo que era. Por supuesto que se encontrarían en el recibidor o sus alrededores, para no alejarse tanto, porque su Sala quedaba cerca de ahí.

Pero si estuvo en las mazmorras tanto tiempo-

—¿A qué hora saliste? —Se le ocurrió preguntar. Por la manera en que Draco entrecerró más los ojos, supuso que no era la mejor manera de empezar la noche, así que le sonrió en señal de disculpa. No podía evitar emocionarse de pensar que llegó temprano para esperarlo.

Tenía que hacer que valiese la pena.

Cuando transcurrió un momento en que no hicieron más que mirarse, Draco todavía sentado y él de pie al frente, se percató de que el ruido del resto de los estudiantes se concentraba en el salón, por lo que imaginó que todos, o la mayoría al menos, estarían dentro. Extrajo la caja de su saco y se la tendió.

Malfoy elevó una ceja al tomarla.

—No te daré nada a cambio, ni me sentiré obligado a agradecerlo, o quedármelo si no me gusta —Indicó de inmediato, en voz baja. Harry asintió. No esperaba más ni menos, pero si tenía que ser sincero, era lo único respecto a esa noche por lo que sentía un ápice de confianza.

El chico retiró el papel para envolver con movimientos precisos, practicados de haber llevado a cabo la misma actividad un sinfín de veces, y detalló la cubierta del libro de cuero marrón, con un pedazo extra que haría de cerradura, si quería. No tenía titulo. Draco le frunció el ceño y procedió a abrirlo, cuidadoso.

Harry notó el instante exacto en que esos ojos grises descubrieron de lo que se trataba, abriéndose más de lo usual, el color llenándose de emociones que otros habrían tachado de imposibles en alguien como él.

—¿De dónde lo sacaste? —Musitó, con un deje de incredulidad que lo enorgulleció más que atrapar una snitch en el partido final del año.

El libro del retrato, mostraba una infinidad de historias que se modificaban acorde a los deseos, pensamientos y emociones de quien lo sostuviese, o considerase su dueño. Jamás se repetían, pero podían ser encontradas por la misma persona que se utilizó como base, y eran escasos en el mundo.

Le debía un favor muy grande a su padrino, a pesar de que este le dijo que un libro no era regalo para un futuro interés romántico, sino para alguien que ya llevaba doce años casado y no sabía qué más darle a su pareja. Como él.

—¿Importa? —Replicó, en el mismo tono bajo. Draco se mordió el labio inferior un momento. Oh. ¿Podía besarlo?

¿Se había ganado un beso por el regalo?

¡Quería uno!

Harry intentó relajar los músculos cuando lo vio ponerse de pie y alisar pliegues inexistentes de su vestimenta. Aguardó, expectante; el corazón le latía tan fuerte y tan rápido, que lo sentía tronar en las orejas, y el rostro le ardía.

—Es…un buen obsequio para empezar —Aclaró él, despacio, medido. Lo envió, supuso, a su baúl con un encantamiento, y luego observó a Harry con el entrecejo arrugado—. ¿Qué? ¿Por qué me miras así, Puff?

—Creí que ibas a besarme.

Malfoy volvió a levantar una ceja.

—Error —Pronunció, burlón, pasándole por un lado cuando caminó hacia el final del corredor, cada vez más lejos de los estudiantes que disfrutaban en el salón transfigurado y preparado para esa noche.

A punto de doblar en la esquina, le dio un vistazo por encima del hombro y una de las comisuras de sus labios se elevó. Harry lo siguió cuando lo vio girar al alcanzar el final y perderse de vista.


La brisa helada le golpeaba el rostro, la gelidez de la noche de Escocia le calaba en los huesos, se hacía un espacio y se instalaba, y si sus dientes no castañeaban, era sólo por los amuletos de calor con que contaba, gracias a Lily y su costumbre de revisar la ropa que iba a meter al baúl.

Estaban sentados en uno de los jardines internos, en un espacio que Harry descongeló con un hechizo para ambos y donde instaló una manta conjurada desde su dormitorio. Draco miraba el cielo y los pasillos desiertos, de los que provenía el débil atisbo de una melodía que otros debían estar bailando y disfrutando. Él tenía su propio momento gratificante.

Por lo cerca que estaban, él con las piernas cruzadas y Malfoy con las suyas flexionadas, casi pegadas al pecho, cuando Harry cambiaba de posición, sus rodillas chocaban y no era a propósito, pero le daba razones para sonreír como un tonto y divagar un rato sobre cómo es que estaba escapándose con alguien de la familia Malfoy, nada más y nada menos.

Aquello era una locura, pero no habría podido pedir nada mejor cuando presionó la palma a un costado de su cuerpo, y notó que las puntas de sus dedos se rozaban. Draco se apartó de inmediato, como si el contacto le quemase.

—Es increíble —Notó que volvía a elegir la palabra con cuidado, supuso que tras una ligera consideración— que te hayas mantenido en silencio hasta ahora.

Draco giró el rostro hacia y lo observó con una expresión neutral que casi rozaba lo amable. Él tragó en seco. Dobló las piernas hacia sí también, las envolvió con un brazo y apoyó la cabeza en este, de lado, de manera que todavía pudiese verlo. El traje blanco y negro le sentaba demasiado bien, ¿podía decírselo? ¿O no debía hacerlo?

—Pensé que te agradaba el silencio —Musitó, cohibido. Su mirada fija no le dejaba pensar con claridad—, o que no querías conversación.

Él pareció sopesarlo un momento. Luego asintió.

—Aceptable.

—¿Significa que puedo hablarte? —Susurró después, una sonrisa abriéndose paso en su rostro. Draco bufó.

—Bueno, eres prácticamente un extraño. Lo único que sé de ti es que eres un Puff, te llamas Harry Potter, conoces una de las flores más raras del mundo, puedes pagar un ejemplo de libro único, y me acosas —Harry abrió y cerró la boca, sin palabras para negar lo último. ¡Claro que no era acoso! Se trataba de simple recolección de datos-

Pero decirlo en voz alta, probablemente, sonase igual de mal que si admitiese que era acoso.

Agachó la mirada y se puso a juguetear con sus dedos.

—Me gusta el Quidditch, aunque no estoy en el equipo de Hufflepuff. El Sombrero Seleccionador consideró ponerme en Gryffindor —Se rio, con cierto nervioso, de la manera en que Malfoy arrugó la nariz, dejando en claro lo que pasaba de quienes pertenecían a la Casa de los leones—. Soy malo en Pociones y bueno en Defensa Contra las Artes Oscuras, mis otras notas son promedio. No me eligieron para Prefecto porque Zach es más responsable; él es mi mejor amigo, y Cedric Diggory es como el hermano mayor que siempre quise. Mi postre favorito es la tarta de melaza.

Cuando calló, se sumieron en el cielo por unos instantes. Harry estaba tenso, aterrado, y el otro chico se limitaba a observarlo.

—No me gustan los Gryffindor ni la tarta de melaza —Comentó, cuando creyó que era una causa perdida.

Y Harry se echó a reír.

—¿No? —Draco meneó la cabeza— ¿por qué no te gusta?

—¿Los Gryffindor o la tarta?

—La tarta. Lo de los Gryffindor es obvio —Y se encogió de hombros, con una sonrisa nerviosa.

—Es demasiado dulce…

—¡Ese es el punto!

—Me empalaga —Declaró, con tono quejumbroso, y Harry descubrió que esa sonrisa que portaba no hacía más que crecer.

Nunca había hablado tanto con una persona, ni siquiera sus amigos. Una vez consiguió superar la barrera inicial, Malfoy podía liberar un torrente imposible de palabras y temas de lo más variados y extraños.

No, es que mi nombre proviene de la constelación Draco, que es circumpolar. Antes se creía que fue puesto allí por un dios.

Sí, Snape es mi padrino, todos se asustan. No sé por qué. Supongo que es malo, cuando no lo conoces, pero siempre que me regaña, recuerdo el día en que le puse una corona de flores, y él no pudo quejarse porque yo tenía tres años y padre estaba conmigo.

Las mazmorras son el lugar más helado del castillo, pero es muy emocionante cuando notas al Calamar Gigante moverse por uno de los ventanales, sin importar lo que digan.

y en la práctica anterior, atrapé la snitch con la boca por error; los chicos y yo creemos que debería ser válido en un juego normal. Digo, la tomé, ¿no? Eso es lo que importa.

Eran algunos ejemplos de las conversaciones vagas que mantuvieron a lo largo de la noche. Por ello, cuando caminaban hacia las mazmorras hombro con hombro, en un pasillo silencioso porque la mayor parte del cuerpo estudiantil dormía, y los pocos que rondaban por ahí, estarían bailando las últimas piezas, Draco fue directo al punto.

—¿Quién te dijo acerca de los rumores? —Ya que Harry lo observó con el entrecejo arrugado, debió entender que no sabía a qué se refería, porque aclaró:—. Los de mi familia.

Él vaciló. No sabía qué tan buena idea podía ser aquello.

—Un compañero.

—Y aun así, ¿no le creíste? —Negó. Acababan de detenerse en las escaleras que daban hacia las mazmorras, no había pista de ningún estudiante en los alrededores—. ¿Por qué?

Harry se encogió de hombros.

—No me gustan las mentiras, no creo que nada fuese real. Y- —Titubeó, se aclaró la garganta—, y tú me interesas, así que…

—Deja de hacer eso.

—¿Hacer qué? —Harry parpadeó cuando lo señaló. Se apuntó a sí mismo, confundido, y le arrancó un quejido débil por ello.

—Mirarme así. Hablarme así. No me conoces.

—Creí haberte explicado-

—Sabes un montón de cosas extrañas sobre mí —Le corrigió, sin siquiera dejarlo terminar—. No significa nada. Mañana te preguntaran qué hacías cerca de mí y entenderás por qué estoy solo, cuando no ando con mis amigos de Slytherin, y entonces-

—¿Te puedo besar?

Fue el turno de Draco de lucir aturdido.

—¿Qué?

—Que si te puedo besar —Repitió él, con un deje divertido. Sabía que la vergüenza le sobrevendría después y no podía lograr que le importase—, no lo haré si no quieres. Pero estás moviendo mucho los labios, y realmente, realmente, quiero besarte ahora mismo para que dejes de decir esas cosas.

La respuesta se demoró algunos segundos en llegar. Malfoy se irguió y se aclaró la garganta.

—¿Te bebiste un poco de suero de la verdad, sin darte cuenta? —Harry negó. Sonreía. Aquella sonrisa era lo que hacía que el otro chico frunciese más el ceño.

—Quiero besarte y ya.

—Mañana no-

—Quiero besarte ahora, y mañana, y seguro voy a quererlo pasado mañana y la otra semana —Interrumpió, con suavidad. Draco boqueó. Era la primera vez que lo veía hacerlo y le resultó adorable.

—No —Masculló, entre dientes, apretando las manos en puños a los costados—. Buenas noches, Puff.

Se dio la vuelta y bajó las escaleras. Harry no sabía si debía tomar la despedida como una buena o mala señal, y continuaba pensándolo, ahí, de pie, obstruyendo el camino, cuando unos pasos resonaron en la piedra de las mazmorras y la cabellera rubia de Draco estuvo de vuelta.

—Lo siento —Se apresuró a soltar, bajando los primeros escalones para aproximarse—, me pasé, sé que debe ser que me pasé y quería ir lento para que estuvieses cómodo conmigo y-

El Slytherin subió la mitad del tramo de escaleras con zancadas largas y firmes, sonoras. Se encontraron en el medio. Harry no sabía hacia dónde mirar, y no se dio cuenta de lo que pasaba, hasta que unas manos se cerraban en su camiseta y unos labios suaves se estampaban contra los suyos.

El beso fue rápido, falto de cuidado. Prácticamente era una agresión el modo en que atrapó su labio y lo succionó, y después lo dejó ir, cuando el mundo todavía le daba vueltas a Harry.

Se quedó estático. Su corazón enloquecido decidió que latiría de la manera en que le diese la gana, los labios, allí donde mantuvieron contacto con los suyos, le quemaban, contenía la respiración. Temblaba de forma imperceptible.

Bajo el escrutinio casi científico de esos ojos grises, no tan fríos como debía pretender, se inclinó en busca de otro beso, uno que no obtuvo. Draco presionó el índice contra su boca y lo mantuvo a una distancia leve, para no reclamar otro. Harry, sin pensar, se puso a besarle la yema de los dedos.

Fue una suerte captar el preciso instante en que el rostro de Draco enrojecía. Lo siguiente que sabría sería que recibía un manotazo y pasos apresurados alejaban al Slytherin de él. Pero Harry sonrió por el resto de la noche, y desde alguna parte de las mazmorras, Draco se cubría la boca y revivía el momento una y otra, y otra vez.


Al día siguiente, como si el acuerdo nunca hubiese sido finalizado, Harry se acercó a la biblioteca y encontró a Draco leyendo en la ventana. Un espacio en el alféizar, se sentaba, guardaba silencio. El chico pasaba las piernas por encima de las suyas, Harry se ponía a jugar con la tela de su pantalón.

Antes de irse, cuando ya tenía el libro cerrado y colocado bajo el brazo, Draco arrojó sobre su regazo una bufanda verde.

—Ni loco buscaba algo con los horribles colores de tu Casa, Puff —Le espetó, sin dar lugar a ninguna pregunta. Luego se fue.

Harry llevó la bufanda nueva cada día por el resto de la semana; en su Sala Común, donde contestaba que era un 'valioso regalo' a quien preguntase por su entusiasmo hacia la prenda, en el comedor durante las comidas, sin molestarse en esconderla o disimular su tono de verde, e incluso en las horas de compañía tranquila y silenciosa en la biblioteca. En esta última, cuando Draco creía que no se daba cuenta, lo miraba de reojo, como si buscase una comprobación, como si su regalo hubiese sido una prueba, otro acuerdo tácito.

Entonces él le sonreía y Malfoy volvía a centrarse en su lectura, y ninguno mencionaba que su pálida piel se cubría de rojo hasta las orejas, ni que después de unos días, Draco también se permitía una pequeña sonrisa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).