Sasuke no lo comprende.
Muchas veces ha encontrado a Naruto con una mirada ensoñadora en el rostro, perdida su mirada en los lunares de su cuello y clavículas, mientras están sentadas en la pequeña biblioteca del pueblo, supuestamente haciendo deberes del instituto. Cuando la chica se siente especialmente valerosa, suele extender la mano al otro lado de la mesa, acariciando con la yema de los dedos las numerosas constelaciones que se expanden por su piel lechosa.
Sasuke finge que no le afecta y la deja ser. Como si no sintiera su piel arder ante el tacto suave y delicado; como si no sintiera palpitaciones en la garganta; como si nunca se preguntara si Naruto podía notarlo al estar tocando su cuello, tan cerca de su pulso acelerado.
Ella espera que no.
Naruto también tiene una aparente fijación por sus manos, tomándolas entre las suyas y jugueteando con sus dedos en cada oportunidad que se le da. Siempre ríe entre dientes, con un asombro infantil que no parece dejar ni un instante sus ojos, mascullando bajito sobre lo largos y elegantes que son sus dedos, lo bonitas que son sus uñas, lo suave que es su piel, y lo cálido que es entrelazar sus dedos con ella.
—Simplemente son muy bonitas —susurra cada vez, y Sasuke lucha con todas sus fuerzas por no sonrojarse por la devoción en su voz—. A veces quisiera que mis manos fueran tan bonitas como las tuyas ‘teba.
Sasuke suelta una especie de tarareo grave como forma de respuesta, sin saber qué más decir, avergonzada más allá de su propia comprensión. Naruto ríe, llevando una de sus manos a sus labios y plantándole un sonoro beso en el dorso.
—Las más bonitas ‘tebayo.
Siempre que hace estas comparativas, Sasuke no puede evitar observar más atentamente las manos de Naruto: son notoriamente más pequeñas que las suyas, más ásperas, más gruesas. Tuvo además por muchos años el mal hábito de mordisquear sus uñas, así que el maltrato en ellas es notorio, a pesar de que (después de varios intentos fallidos) lograra dejarlo algún tiempo atrás.
Naruto ama usar barniz, pero siempre se queja de lo molesto que es tener que pintar sus uñas constantemente, de cómo el ayudar en el negocio de sus padres y sus propias actividades no permiten que el esmalte dure íntegro ni un mísero día. Siempre se pueden ver sus uñas con restos de esmaltes de colores ofensivamente brillantes, desprendiéndose pedacito a pedacito a lo largo del día.
Con todo y todo, Sasuke piensa que las manos de Naruto son sus favoritas: siempre firmes pero cuidadosas, siempre cálidas y amorosas, Sasuke siempre se siente reconfortada con incluso los toques más breves y sutiles de la chica. Nunca ha tenido —y sinceramente, no cree llegar jamás a tener— el valor de decírselo, pero, con la cara tan roja como una amapola, reafirma su agarre en la mano de Naruto y, haciendo acopio de toda su voluntad, acaricia suavemente el dorso de su mano.
Puede que gestos tan pequeños de afecto sean normales para la mayoría, insignificantes para algunos, y ofensivamente escuetos para otros tantos. Pero para Sasuke ha significado un muy largo y extenuarte camino de constantes malentendidos y sentimientos heridos de las personas que más ama. Así que lo intenta, de veras lo intenta.
Y Naruto lo aprecia más que nadie, así que tal vez todo su esfuerzo sí vale la pena.
Sasuke no comprende cómo es que puede sentir su corazón latir desbocado y sentir la paz más profunda de todas, simultáneamente.