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Agosto por BocaDeSerpiente

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Viernes.

Harry se para bajo el umbral de la entrada de su casa y le promete a Lily Potter que , sí va a volver el lunes por la mañana, no, no se va a drogar, ni a terminar bajo un puente o en una red de contrabandistas de otro continente, no, tampoco va a escaparse de casa con otro hombre, como hizo su padrino Sirius cuando se marchó con su novio, , va a comer y a dormir, aunque estén celebrando, y , la ama porque es la mejor mamá del mundo. No le ve sentido al último punto, pero parece tranquilizarla de un modo en que pocas cosas lo hacen, así que él también puede relajarse cuando escucha la bocina del auto y sabe que han venido a buscarlo.

Le besa la mejilla, se deja abrazar, promete (¡por enésima vez!) cuidarse el fin de semana que estará con sus amigos de viaje, y atraviesa corriendo el patio, sin acomodarse la mochila sobre los hombros, antes de que alguno de los dos cambie de opinión respecto a la salida. A decir verdad, todo era culpa de Draco desde el inicio, y no puede ser más consciente de ello que cuando se sujeta del borde de la puerta, se impulsa para pasar por encima hasta uno de los asientos traseros del convertible, y Blaise lo recibe con un choque de puños y una maldición, que disimula sonriendo y agitando su mano, a manera de despedida para la nerviosa Lily, que aún bajo la puerta, espera ver a su único hijo partir lejos de ella.

Oh, tan dramática. Al menos su padre, James, tuvo la decencia de despedirlo con una palmada en la espalda y quedarse en la cocina, tomando su café matutino y leyendo el periódico en la encimera.

—Debiste haberle dicho para que nos quedáramos toda la semana —Le reclama Blaise, no más de unos metros lejos de la casa, cuando están por doblar en la esquina. Harry suelta un bufido.

—Ron no tiene para pagar un viaje de una semana.

—Yo se lo hubiese pagado, ¿no recogimos dinero entre los tres para pagar sus gastos la otra vez? —Se encoge de hombros, inclinándose por encima del volante, pero sin apartar la mirada del camino. Tiene la absurda impresión de que Blaise tendría un prematuro intento de infarto, si algo llegase a ocurrirle a su nuevo auto, después de que hubiesen arruinado el de Draco—. Podríamos haberle dicho que hicimos lo mismo, sabe que no tenemos problemas con eso. Draco y tú guardarían el secreto, y ya está.

—¿No querrías quedar bien con él, si le pagas un viaje de una semana completa?

Blaise le muestra una media sonrisa a través del retrovisor.

—Oh, cállate —Suelta, y Harry no puede hacer más que echarse a reír—, en serio, a veces son una mierda como amigos.

—Yo sólo digo —Se estira para tocarle el hombro, aunque el muchacho sigue pendiente de la calle, y es algo que agradece—, si te gusta, te gusta, y está bien que quieras lucirte un poco.

Blaise se remueve bajo su contacto. Están doblando en otra esquina, uno de los barrios más pequeños de la ciudad queda expuesto delante de ellos. Las casas son estrechas, y se amontonan la una sobre la otra, tuberías, cables de electricidad se combinan dentro y fuera de sus paredes, atravesando ventanas y huecos, de forma poco profesional; la del fondo, la más alta, torcida y destartalada, es el siguiente destino.

—Ni una palabra, Potter —Amenaza, a través del cristal, señalándolo con el dedo índice cuando está estacionando junto a una acera sin color y llena de barro—, ni una.

Harry esboza una sonrisa que sabe que es la viva imagen de la inocencia, se acomoda, y espera a que la puerta se abra. Cuando lo hace, el griterío del interior invade la calle. Puede que suene a una jauría de animales enloquecidos, o a un preescolar, o en la opinión nada humilde de Draco, a una mezcla de ambos, pero sólo son los Weasley y su alboroto en general.

Ron sale despedido apenas tiene una oportunidad. Lleva su bolso, repleto de parches, contra el pecho, una camiseta manchada, y el pantalón sin correa que se le cae de un lado, porque perteneció a uno de sus hermanos mayores y él es más larguirucho y delgado.

—¡Ronald Bilius Weasley! —Molly se detiene bajo el umbral al gritarle, delantal y cucharón en mano, completan una de las imágenes más familiares en su vida— ¡vuelve aquí en este mismo instante! Oh, hola, Harry, Blaise, queridos —Su voz se suaviza de forma automática, nada más percatarse de los muchachos que aguardan en el vehículo. Ambos la saludan con gestos y sonrisas idénticas—. ¿Ya comieron? ¿No quieren pasar un momento?

—No, señora Weasley, ya comimos, pero gracias —Blaise contesta con un tono cordial que, él sabe bien, no es falso.

La expresión de Ron es una súplica silenciosa cuando se sujeta del borde del auto, se impulsa para pasar por encima y alcanza el asiento trasero, desparramándose sin gracia, con las piernas sobre el regazo de Harry y la cabeza echada hacia atrás, mientras intenta acomodarse la ropa y sólo termina por empeorarlo. Casi puede ver la baba de Blaise, que lo observa por el espejo retrovisor.

—¡Ron! —Otra vocecilla femenina se alza desde el interior de la casa, y medio segundo más tarde, Ginny está asomada, camina a largas zancadas hacia ellos, y lleva un zapato en la mano— ¡Ron, imbécil, ven aquí! ¡No huyas, cobarde!

—¡Vámonos, vámonos, vámonos! —Ron casi se lanza sobre el puesto de conductor, rodeando el cuello de Blaise con sus brazos y hablándole al oído con desesperación. Cuando arrancan, Ginny ha lanzado un zapato que no llega a su destino, y el muchacho suelta un dramático suspiro, se levanta sobre el asiento, y agita el brazo en dirección a su casa, que va quedando atrás—. ¡Adiós, mamá! ¡Dile a Fred que me comí su parte del almuerzo! ¡Y a Charlie que me llevo ropa suya!

—¡Ronald! —Más de una persona grita desde la casa, pero ya están doblando en la esquina, y la figura de la furibunda Ginny se pierde de vista.

Ron se gira hacia adelante y se vuelve a tirar en el asiento, tendiéndose sobre Harry sin cuidado alguno. Ahora ya no está tan seguro de que Blaise tenga toda su atención puesta en el camino, pero quiere creer que sí.

—El pastel que te gusta de la panadería cerca de mi casa está bajo tu asiento, Ron —El mencionado observa a Blaise como si él fuese la razón de que el sol saliese cada mañana, vuelve a lanzarse sobre la parte de atrás del asiento, le da un beso sonoro que deja al pobre con un rubor apenas notable, y comienza a hurgar bajo su asiento.

Empieza a comer de forma ruidosa, contándoles acerca de la nueva disputa que tuvo con su muy agresiva hermanita, sin molestarse en tragar al hablar.

—...así que ella se estaba vistiendo, ¿saben? Andaba con esa cosa, la que se mete entre los senos y el sujetador, para que se vea como si tuviese más; esa cosa me da risa —Menciona, recibiendo la botella de agua que le pasa Blaise desde el puesto delantero, y dándole un trago largo, antes de proseguir—. Estaba desesperada por verse bien, pero yo llegué y le dije "oye, Gin, tu pelo parece de una escoba, si te vas a arreglar, arregla eso primero, ¿no?", y se puso toda furiosa, así, de repente, cuando yo sólo quería ayudarla. Compañero, se veía horrible, que ella siempre se ve así en las mañanas, claro, pero si va a salir, entonces debería...

Harry se obliga a contener la risa durante el resto del relato. Para su buena suerte, Ron no se da cuenta y se molesta también, porque Blaise luce más que interesado en la manera en que su hermana lo persiguió por la casa, rodaron por las escaleras, lo empujó y pateó dos veces, y las burlas de los gemelos, y el caos general de los Weasley, así que atraviesan la ciudad completa con la voz del muchacho como música de fondo.

En el otro extremo de la ciudad, en un barrio a las afueras donde las casas son lo bastante grandes como para que sus patios se pierdan en la línea del horizonte, Blaise frena ante un portón de rejas oscuras, altas, de puntas ornamentadas, reforzado por cercas eléctricas en la cima, y el vehículo avanza a través de un camino interminable de piedras grises una vez que se abre para ellos. Ron le saca el dedo medio a la cámara en la entrada y se echa a reír.

Alrededor de cinco minutos después de haber cruzado la verja, estacionan a los pies de un tramo de escaleras, que lleva a la entrada de una casa que es todo blanco, resplandor y adornos. Harry ve de reojo un conjunto de pavos albinos que deambulan por los jardines; siempre han conseguido ponerlo nervioso.

Las gigantescas puertas dobles se abren para Draco, aunque no es él quien las empuja. El muchacho camina con calma hacia ellos, vestido con camisa manga larga, pantalón de gabardina y relucientes zapatos. Si no hubiese sido por el empleado que arrastraba una maleta detrás de él, uno podría pensar que no iba a ningún lugar fuera de lo común.

—...no le des esos maíces asquerosos a los pavos, les producen indigestión —Instruía a otro de los empleados, un joven nervioso que se prefiere ver el suelo, en lugar de a los ojos de su jefe—, ni se te ocurra darles un baño. Corta los tallos dañados de los rosales, deja un ramo completo para madre cuando vuelva, en la vasija china azul que ama, junto a la entrada, y asegúrate de que los koi del estanque de atrás tengan el agua limpia. No revises bajo mi cama cuando limpies, dobla mis pantalones limpios, cuelga las camisas; por lo que más quieras, ni se te ocurra doblar las camisas también, la tela es sumamente delicada.

—Draco, ¡se nos va el fin de semana! —Blaise echa la cabeza hacia atrás y la apoya en lo alto del respaldar de su asiento, mientras que tamborilea con los dedos sobre el volante.

—¡Si no te subes, te dejamos! —Ron se pone las manos alrededor de la boca, a modo de parlante, y Draco le enseña el dedo medio, entregándole las últimas instrucciones al empleado, a la vez que el otro descifra alguna manera de hacer que su maleta entrase a la parte trasera del auto.

Draco abre la puerta del lado del copiloto cuando da por finalizadas las indicaciones, entra con un movimiento fluido y grácil, y deja que uno de los ayudantes la cierre por él.

—Si encuentro algo fuera de lugar cuando regrese, mi padre se enterará —Advierte, colocándose unos lentes de sol que daban todas las señales de ser nuevos.

Los pobres empleados estaban pálidos cuando abandonaron el patio de la Mansión Malfoy, Blaise esquivando a las aves que se pavoneaban, y Draco aprovechando de acomodar su brazo sobre el respaldo de su asiento y saludarlos con un choque de puños a cada uno.

"Mi padre se enterará de esto" —Ron tiene la cara roja por las risas, a causa de su propia imitación, y Draco lo observa con una ceja alzada, notable por encima de los lentes de sol.

—Son nuevos, ¿no? —Asiente a lo que Blaise menciona, y la verja se cierra detrás de ellos cuando salen—. Todavía no se acostumbran a tu carácter, se les nota, ¿no te has acostado con ninguno?

Draco resopla, de forma débil.

—No son mi tipo, Blas.

—¿Le faltan los ojos verdes que amas? —Blaise hace un movimiento cómico con las cejas, que nota a través de los espejos, y el otro muchacho le da un golpe en las costillas, por el que se dobla sobre el volante y ahoga un quejido.

—No seas idiota, hazme el favor. ¿A dónde se supone que nos llevas esta vez?

—Sí, sí, sobre eso —Blaise se aclara la garganta y respira profundo para recuperarse, enderezándose sobre su puesto—. Chicos, necesito que se tomen esto en serio: no podemos perder otro auto.

Ron y Harry estallan en carcajadas de inmediato, el propio Draco tiene que hacer un esfuerzo, apretando los labios, pero Blaise luce serio, ceño fruncido y la boca en una línea recta.

En la celebración que tuvieron en año nuevo, cuando se suponía que irían a ver el primer amanecer del año juntos, el auto con que contaban (de Draco, en aquella ocasión), terminó, de formas misteriosas, dentro de una laguna de patos, con dos adolescentes muy ebrios en la orilla, uno dormido sobre un colchón que flotaba en la superficie del agua, y otro que se había quedado dormido dentro de un tronco hueco, a casi un kilómetro de distancia.

—Blas está enamorado de su auto —Se burla Draco, dándole leves golpecitos al panel de control de la radio, en busca de alguna canción.

Harry se inclina hacia adelante, deslizándose entre los dos puestos delanteros y sujetándose de lo alto del respaldar en la silla de Draco, para estirar el brazo que le queda libre y colocar una de sus preferidas de Oasis, entre las primeras de la lista de reproducción, por lo seguido que la escuchan. El otro lo mira con esa ceja perfectamente delineada, elevada por encima del nivel de los lentes oscuros, y se reclina en el asiento, permitiéndole elegir la banda sonora con la que acompañarían su viaje; él le sonríe a cambio. No necesitan palabras.

—Tal vez papi y mami te compren lo que quieras con sólo abrir la boca —Comenta Blaise, después de que hubiese seleccionado Wonderwall y se hubiese tirado sobre el asiento trasero, para tararearla con un Ron que usaba su botella medio vacía como banderín de ánimo, micrófono y palo de batería de a ratos—, pero madre ahorró para que mi auto fuese de último modelo.

Draco vuelve a bufar.

—¿Que no se casó con un tipo multimillonario hace menos de dos meses, Blas?

—Aun así —Insiste este, hablándole entre dientes—, ella ahorró. Ni tú ni yo queremos imaginar lo que tuvo que hacer para que ese viejo decrépito quisiera pagarme un auto, cuando ni siquiera le agrado.

—No creo que no le agrades —Interviene Ron, todavía tamborileando con la botella contra una de sus rodillas—, digo, qué estúpido en casarse con una mujer que tiene un hijo, si no lo aguanta, ¿no?

—Es obvio que espera que me vaya a la universidad en unas semanas y tener a mi madre para él solo —Blaise hace un gesto de asco al decirlo, y sacude la cabeza.

—No van a durar mucho, ella sabe cuando su nuevo marido no te trata como le gusta. Es causal de divorcio, querido Blas —Le asegura Draco, estirándose en el asiento de copiloto, de forma disimulada—. Y en todo caso, podría haberle dicho a madre y padre para ayudar a pagar tu auto, pero no sabía, te apareciste llevándolo el último día de clases.

Ambos se sumergen en una plática extensa sobre vehículos, padres despreocupados y dinero, y como Harry y Ron entienden poco de los tres temas, se dedican a cantar –arruinar- las piezas de Oasis, a las que no deja de darle re-play cuando tiene la sensación de que no las ha disfrutado como se lo merecían al reproducirlas la primera, segunda o tercera vez.

Salen de la ciudad hacia una carretera recta, que aparenta ser infinita, y la línea de horizonte no es más que el asfalto y cielo gris durante horas. La escasa comida con que cuentan -suministros bajo los asientos, les llama Blaise- desaparece en las manos y boca de Ron en menos tiempo del que debería, pero ninguno se siente sorprendido. Botellas de agua de dos litros, muchas ideas y voces estridentes es lo que les quedó, hasta que hacen una parada en una gasolinera para abastecerse.

Por obvias razones, es Draco el que se encarga de hacer una lista mental de lo que necesitan, mientras que Harry carga las compras. Ron hacía un desastre con los planes metiendo algo que no estaba previsto o comiéndoselo antes de que hubiesen terminado de pagar, y Blaise se quedó a llenar el tanque y 'mimar' a su nuevo amor, como le decían los demás.

—...bien, está la recarga de agua, pan francés, las galletas saladas. Cuando a Weasley le dé hambre, que se meta otra de esas a la boca, no podemos comprar toda la tienda por él...—Decía Draco conforme se movían, y aunque el mencionado protestaba acerca de que él no se consideraba tan glotón y no tenía por qué ser grosero, parecía satisfecho con la idea de tener reservas de bocadillos aparte para él solo.

Demoraron más de lo debido en la caja, a causa de un muchacho de pecas que mascaba chicle e intentó sacarle conversación a Draco, haciendo, a propósito, todo el procedimiento mucho más lento y torpe, y repitiéndolo una vez cuando le dio error. El encanto le duró hasta que el muchacho le dedicó aquella mirada fría, que caracterizaba a Lucius Malfoy cuando se dirigía a algún empleado que consideraba inútil, y le ordenó que se apresurase, y que si no podía hacerlo bien, se lo dejase a alguien más, porque no tenían tiempo que desperdiciar en mediocridad. No hubo más intentos de plática a partir de ese punto, y en menos de un minuto, salieron con las compras con las que pensaban sobrevivir hasta el día siguiente.

—...te lo juro, Malfoy, el tipo ese quería contigo, por alguna razón —Había sido tan obvio su intento que incluso Ron, el despistado Ron que se metía en problemas con su hermana por decirle lo que opinaba sin tacto y no entendía la razón de su enojo después, se percató de lo que ocurría. Arrugaba la nariz al mencionarlo, como si la simple idea de que un ser humano pudiese estar interesado en el chico, fuese imposible y espeluznante a partes iguales, y Harry quiere contarle sobre la lista de razones por las que estaba convencido de que cualquiera se podría fijar en él, pero sabe que haría esa cara y tendría que dar un par de buenas explicaciones, y además, fue salvado por el hecho de que el mismo Draco se le adelantó.

—¿Qué te puedo decir? Respiro y desprendo encanto, Weasley —Se echa el cabello, ya peinado de forma perfecta, hacia atrás con una mano, en un gesto teatral que irradia pretensión pura. Luego lo mira de reojo, de pies a cabeza—. No es algo que puedas entender, claro. Se nace siendo así.

Ron hace varios comentarios poco agradables acerca de lo que piensa que en realidad desprende, con menciones a las palabras "ego" y "cabezota", y gestos obscenos, en el camino de vuelta al vehículo. Se detuvo, cuando parecía que estaban a punto de dar comienzo a una de sus frecuentes discusiones sin sentido, porque divisaron a Blaise conversando con un trabajador de la gasolinera, y echó a correr de pronto hacia él, lanzándose sobre su espalda sin cuidado alguno y cerrando los brazos en torno a su cuello, de manera que, si se hubiese tratado de alguien más, le hubiese ganado algunos quejidos sobre su brusquedad y puede que inclusive un golpe o caída; ya que era el muchacho que lo observaba como si fuese la nueva maravilla del mundo, Blaise se balanceó para no tropezar con el peso extra, y se aseguró de sostenerlo para que no se le fuese a caer y lastimarse, mientras Ron, como de costumbre, interrumpía por completo lo que hubiesen conversado antes de su llegada.

Harry y Draco optan por caminar directo hacia el auto, vacían las compras en los compartimientos escondidos debajo de los asientos, y dirigen algunas miradas divertidas a sus amigos, Ron hablando sin pausa desde la espalda de Blaise, casi ahorcándolo, y este asintiendo y contestándole con voz ahogada, pero incapaz de decirle que lo soltase.

—¿Cómo es que Blaise es tan Blaise y Ron tan Ron, y aun así, le gusta? —Pregunta, al tiempo que se impulsa hacia arriba para volver a tirarse sobre el asiento trasero, sin molestarse en erguirse o fijarse en la cantidad de espacio que deja, porque como todavía se encuentra solo, puede estirarse a gusto. Frente a él, Draco ocupa el puesto de copiloto, sentándose de lado, con un brazo flexionado sobre el respaldar y una mejilla apoyada en este, de modo que lo ve al contestarle.

—¿Recuerdas ese día, hace como un año y medio, cuando Blas y yo fuimos a Rusia, y me enfermé por el cambio de clima, y la lluvia en medio de la nieve? —Aguarda su asentimiento para proseguir— ¿recuerdas que te quedaste conmigo en la Mansión, porque sentía que me estaba muriendo, y días después nos enteramos de que Blas también estuvo mal, pero no nos avisó, y sólo Weasley lo acompañó, porque había pasado por su casa de repente para pedirle un juego que quería probar? —Otro asentimiento. Draco gira un poco el rostro, pero no lo suficiente para ocultar por completo la débil sonrisa que se le dibuja en los labios—. Fue ese día.

Harry frunce el ceño.

—¿Qué cosa?

Él suspira, de forma prolongada y dramática, como si se tratase de una obviedad y fuese lo bastante despistado para no caer en cuenta de a qué se refería.

—Blas es mi mejor amigo desde que perseguíamos a los pavos albinos de padre, en pañales, y los empleados iban detrás de nosotros —Puntualiza, para darle mayor énfasis a lo que le sigue—; lo conozco demasiado bien. Después de que nos hubiésemos curado, él no volvió a verlo igual.

—¿Verlo? —Repite, observando de reojo a sus amigos. Ahora que Ron se había bajado de su espalda, le sostenía un brazo e intentaba convencerlo de algo, por la manera en que gesticulaba, y Blaise no se negaba pero tampoco asentía, aún no.

—Sí, Harry, verlo. Blas lo ve como- —Se detiene para hacer una pausa, en la que no sólo se endereza, sino que lleva a cabo un ademán con las manos, en un intento de explicarse mejor, que resulta en vano con él—. Blas lo ve- como si fuese lo único realmente maravilloso que queda en el mundo.

—¿No es eso un poco, ya sabes, exagerado?

Draco lo sorprende al negar, apretando los labios.

—No lo entenderías, pero Blas y yo, que crecimos en sitios tan- tan fríos, tan vacíos, sí. Él tiene una madre que pasa todo el día afuera, yo ni siquiera supe que mis padres tenían que viajar por negocios hasta que me desperté y estaba solo en casa con los empleados y los pavos —Se encoge de hombros, como si fuese algún tipo de disculpa indirecta, una explicación por sí misma—. Y él se quedó cuando nadie más lo hizo, incluso si era porque nosotros no nos enteramos a tiempo, eso no importa. Estuvo ahí. Eso es valioso para alguien que pensó que nunca tuvo a nadie.

Cuando Harry vuelve a fijarse en sus amigos, después de que Ron hubiese logrado su cometido y arrastrase al muchacho hacia la tienda del establecimiento, tiene la impresión de que se formaba una nueva imagen de ellos en su cabeza. Y entendía, de cierto modo.

Se inclina hacia adelante, doblando los brazos sobre el respaldar de su asiento, y le sonríe a Draco, que parpadea hacia él, con aparente desconcierto.

—No sabía que fueras un cursi.

Tiene el descaro suficiente para rodar los ojos.

—No lo soy, Blas es el idiota enamorado aquí.

Él le da la espalda y se reclina en el asiento, mas no lo obliga a retirar los brazos, y para cuando los otros dos los alcanzan con refrescos y algunas bolsas de doritos, Harry está más que entretenido con el cabello de Draco entre sus dedos, mientras este finge dormir tras los lentes oscuros, y sabe que él es consciente de que permanece bien despierto, pero ninguno de los dos dice algo sobre el tema.

Volvieron a poner el auto en marcha cuando los cuatro estuvieron instalados, la bolsa de doritos pasando de mano en mano en una ronda que sólo se detendría cuando el contenido se hubiese terminado y culpasen a Ron, y este último acercándole el bocadillo a Blaise desde un costado, para que no despegase los ojos del camino, ajeno al rubor que le cubría la piel al pobre muchacho que casi cerraba los dientes sobre sus dedos por el nerviosismo.

Rodaron hasta ser cubiertos por luces naranjas y amarillas del atardecer, y Draco les señaló la desviación a tomar para llegar a la pequeña y aislada posada en la que alquilaron un cuarto para todos. Tomaron un camino de tierra para aproximarse, y al verla, no era gran cosa, nada similar a la extravagancia que cabría esperar de alguien como él o Blas, que vivían rodeados de lujos.

El edificio era estrecho y de dos pisos, y aunque no contaba con la mejor imagen por fuera, la señora de mediana edad que los recibió, les sacó cualquier duda con un plato de galletas recién horneadas, receta especial para los huéspedes. El cuarto no debía ser más grande que el que tenía en Godric's Hollow, y las dos literales en los lados, daban la impresión de que no podían presumir de tener espacio de más, un baño privado y una cómoda de algunos cajones lo completaban.

Al fondo, en el espacio medio entre las camas, había una ventana delgada y larga, con un alféizar acolchado y desgastado, y Draco y Blaise se sentaron ahí, apretados y obligados a flexionar las piernas para entrar, y se encargaron de convertir los insumos del día en una cena decente que no necesitase cocción ni enfriamiento, mientras que Harry se sentó en el suelo y Ron se lanzó sobre una de las partes de abajo de la litera derecha; discutieron sobre que esa sería su cama, porque la iba a dejar llena de migajas cuando comiese, y él se quejó hasta recibir la cena.

No era nada especial, y sin embargo, se quedaron allí horas después de haberse llenado los estómagos, intercambiando ideas sobre lo que harían el día siguiente, que Draco colocaba en notas en su teléfono, hasta que empezaron a desviarse del tema, y antes de darse cuenta de lo que pasaba, tenían que hacer un esfuerzo para no rodar a causa de las carcajadas y respirar empeoraba el dolor de abdomen que les daba la risa.

Ron se quedó dormido en algún punto, todavía con la ropa puesta, sin cepillarse, y de un lado de la cama al otro. Las piernas le sobresalían del extremo, y Blaise le quitó los zapatos y calcetines, y lo acomodó para que todo su cuerpo larguirucho quedase dentro de los límites del colchón. Después se dio una ducha rápida mientras ellos dos recogían, y se metió en la litera superior a la del dormilón.

En cuanto terminaron de organizar, Harry se tumbó en la cama de abajo de la litera que les quedaba libre, bostezó, y esperó en un estado de duermevela a que Draco terminase su baño de cuarenta minutos. Para el momento en que salió en una de sus lustrosas pijamas de seda y utilizó la escalera lateral para subir a la litera superior, tenía demasiado sueño para considerar meterse al baño y ponerse bajo el agua, y simplemente le deseó buenas noches y presionó la cara contra la almohada fría y suave, que lo envió directo al mundo de los sueños.

 

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