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Two Become One por AlmaTheBest

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Notas del fanfic:

Es un crossover de Hunter x Hunter y Air Gear.

Una fría mañana se abría en Tokio. Pese a la torrencial lluvia había gente valiente que se atrevía a deambular por los barrios de la ciudad. El tráfico era lo único que nunca fallaba. Lejos del centro, en un distrito sosegado y siempre en calma, la lluvia no era un problema para un par de buenos amigos que habían decidido vivir juntos para tratar cierto trastorno del que era el más bajito de los dos que se encontraba acurrucado en la cama entre cuatro mantas gruesas, un par de sábanas de franela y varios cojines a su alrededor.


Encontrarlo en aquella cueva improvisada de tela no era nada raro para Phinks, que siempre se levantaba temprano para hacer el desayuno. Rascándose la barriga con un evidente sueño todavía encima, pensó en darse una ducha de agua caliente aprovechando que aún le quedaba tiempo hasta que Feitan decidiera dar señales de querer establecer contacto con el mundo. Por su baja estatura y ese cuerpecillo tan pequeño, Feitan gozaba de la ventaja de poder meterse en lugares inaccesibles, tan inaccesibles como esa cueva que Dios sabrá cómo había hecho encima del colchón y dormir tan felizmente. El caso es que cualquier rincón era perfecto para él.


El agua bajaba en tal cantidad por las ventanas que hasta parecía estar ahí por pura decoración como en los restaurantes de prestigio con elegantes muros de cristal por los que caía agua simulando bellas y suaves cascadas. A Phinks le gustaban los días de lluvia, le daba la sensación de que el tiempo se paraba y que el mundo se relajaba, algo con lo que su compañero de piso discrepaba mucho. Pero no todo era bueno en días de lluvia precisamente y eso Phinks lo sabía mejor que nadie.


Feitan era como un pequeño angelito caído del cielo, sólo que en realidad no era tan angelical. En días con este clima, Phinks debía tener una atención especial con el pelinegro, que se quedaba dormido en cualquier parte y momento. Las veces que llegaba a perderle de vista eran innumerables y cada vez que pensaba en ello se ponía a temblar. Además tratar con el Síndrome de Diógenes de su compañero era una lucha constante para que su casa no se llenara de basura, de objetos inútiles y que en el proceso tampoco hubiera mal olor. Mantenerla limpia era la primera prioridad desde que Feitan pasó a estar bajo su cuidado.


Preparando el desayuno después de terminar con su ducha, escuchó la puerta del cuarto de Feitan abrirse y un golpetazo bastante sonoro. Preocupado, optó por ir y echar un vistazo.


- ¿Fei? – Ya se había acostumbrado a llamarle así desde que el pelinegro se lo permitió. La confianza entre ellos mejoró mucho durante los dos últimos años aunque Phinks sabía que Feitan aún le ocultaba cosas sobre su vida privada, cosas que no tenía prisa en saber. - ¿Fei, te has...? – Cruzó la esquina del pasillo de la primera planta después de subir las escaleras. - ¡¡Fei!!


Casi corrió como un huracán al ver la escena que sus ojos negros le mostraron. Le recordó mucho a cuando le conoció por primera vez. Feitan estaba en el suelo, con la mano manchada en sangre tapándose la nariz tanto como podía intentando contener, inútilmente, aquel líquido escarlata que se escurría con facilidad de la presión que ejercía.


- ¡¿Qué ha pasado?! – Preguntó alarmado.


- Quise abrir la puerta y... me empotré de lleno con ella...


- Te tengo dicho que no duermas tan a oscuras, mira luego lo que te pasa. – Tuvo que regañarle como si fuera un niño. – Ven anda, déjame ayudarte.


Feitan liberó su nariz de la presión de su mano, pero por poco tiempo. A Phinks no le dio asco tener que tocar su sangre con tal de echarle un cable. Caminando casi como un zombi con las manos por delante para no ensuciarse, Feitan bajó con cuidado las escaleras junto al más alto y fue al baño. Tuvo que hacer uso de un pañuelo seco mientras Phinks llenaba un pequeño recipiente con agua para que Feitan pudiera lavarse, dejando que el rubio se ocupara de su nariz y su escandalosa pero abundante hemorragia.


- El médico te ha dicho que evites gestos que puedan suponer un peligro para tu nariz. – Comentó con cierta exageración en sus últimas palabras.


- El problema no son mis gestos. – La voz de Feitan sonaba extraña por la presión que ejercía Phinks en su cara. – Tengo una nariz endeble.


- Ah... - Suspiró. – Eres un pupas.


Feitan no le respondió pero sus ojos finos, afilados y violetas lo hicieron por él. No le gustaba que Phinks le llamara así pero sabía que era cierto. Al mínimo golpe su nariz podía crear una catarata de sangre sólo porque los vasos sanguíneos que tenía eran pequeños y demasiado susceptibles ante cualquier daño. Incluso el simple hecho de hurgarse la nariz ya era otro riesgo más.


- ¿Te duele? – Preguntó Phinks que observaba cómo aquel paño perdía el color blanco de manera gradual para teñirse de rojo. Feitan sólo se encogió de hombros, resignado. – Deberías ir a pedir cita con el médico para que te hagan alguna revisión o algo.


- Siempre me ha ocurrido. No es nada anormal.


- Yo no pienso lo mismo que tú.


- Cierto, nunca lo haces.


Phinks resopló. No es que el pelinegro fuera desconsiderado porque sí, simplemente soltaba la verdad cuando lo veía oportuno. Ya era mucho hacerle hablar con lo callado que era. Eso le recordó a aquella época tan dura que soportó para ganarse la confianza del pelinegro. Hacerle soltar cuatro palabras en un día ya era todo un logro. En ocasiones sintió (y todavía sentía) envidia de Shalnark que desde un principio había demostrado ser más cercano a Feitan.


Ahora que el más bajito vivía con él (en parte para tratar el Síndrome de Diógenes que padecía), Phinks se tomaba la libertad de cuidar de su compañero y en ocasiones le mimaba más de la cuenta con alguna cosa que le gustara al otro y que sabría que disfrutaría. Shalnark ya no era un rival tan fuerte, aunque Phinks tampoco entendía por qué veía al muchacho como una amenaza para con Feitan. Quizá es que se había acostumbrado tanto a atender las necesidades del pelinegro y tener el hábito de protegerle que era incapaz de tan siquiera pensar que otro pudiese ocupar su lugar.


Feitan no es que dependiera tanto de él, había tenido varios trabajos y en verano incluso se organizó con un par de curros a la vez, el único problema era que no sabía cuidar muy bien de sí mismo sin terminar viviendo en una casa con montañas de basura y cosas inservibles con un pestazo para matar a sus vecinos. Aún se acordaba cuando entró por primera vez en aquel horrible lugar que Feitan llamó <<casa>>. Ese olor nauseabundo e intenso jamás se le olvidaría. De hecho todavía le entraban arcadas cuando volvía a pensar en ello.


- Parece que la hemorragia ha parado. – Anunció Phinks, apartando el paño. Feitan miró el reloj del baño, rodando los ojos con fastidio. – No logro entender cómo puedes soportar sangrados de quince minutos y no inmutarte por ello.


- A eso se le llama... costumbre.


- Anda déjate de tonterías y vístete. Lo último que te queda ahora es pillar un pasmo.


- Aún es de noche...


- Son las siete de la mañana, ¿Qué esperas en pleno invierno?


- ¿No puedo irme a dormir?


- NO. – Contestó de manera rotunda.


Romper el horario era impensable. Feitan no podía desmadrarse o simplemente abandonarse en el día a día. Ya se lo había recomendado Shalnark el hecho de poner una rutina para su amigo, el chico le conocía muy bien así como era consciente del problema del más bajito. Unos buenos hábitos con cosas que hacer era lo mejor y sería eficaz mientras fuera algo sencillo y poco cargante para Feitan.


- El desayuno estará listo pronto. – Phinks salía del baño con su compañero, vigilando que no fuera a darse más golpes accidentales. Un Feitan recién despierto era peor que un zombi, su cerebro aún no se despertaba y le costaba un buen rato hacerlo. – Podrías aprovechar para vestirte y ordenar tu cuarto. – Sugirió. El otro le miró con la cara más extraña del mundo en la que se distinguía el total desacuerdo. - ¿Qué? No me mires así, luego ya no tendrás que preocuparte más por eso.


Feitan acabó por hacerle caso, resignado y resoplando una y otra vez. A Phinks le dio gracia verle así. Su compañero pese a lo calmado y silencioso que era (motivo por el que Phinks solía asustarse a menudo) tenía mucho carácter pero no era difícil tratar con él. Era muy listo: en lugar de enfadarse, Feitan optaba por hacerse el despistado y fingir como que o no escuchaba lo que le decían o actuar como si la cosa no fuera con él. En ocasiones hablarle era perder el tiempo, todo le entraba por un oído y le salía por el otro, quedándose tan feliz. Eran sus peculiares formas de evadir los conflictos cuando no le interesaba, o cuando no tenía ganas ni de cabrearse ni de discutir.


Haciendo el desayuno, Phinks en parte tenía en cuenta que Feitan tampoco restaba tanto en su vida. Le había traído cosas buenas e incluso aquello que él más deseó: encontrar un motivo para seguir adelante, cuidar de alguien y sentir que al menos existía una persona que valoraba lo que hacía. Feitan no se lo decía pero con pequeñas acciones lo daba a entender. Para Phinks eso era suficiente, pues ya había aprendido a interpretar muchos gestos de su compañero.


- ¿Fei? El desayuno está hecho. – Anunció Phinks en voz alta para que el otro pudiera oírle desde la primera planta. La suerte de vivir en un ático. - ¿Fei? – Volvió a llamarle al oír eso... el silencio.


Desconcertado, decidió ir a ver qué pasaba. Feitan a veces no respondía porque no le daba la gana. Era así de especial. Pero incluso desde las escaleras no hubo ningún cambio. Sin embargo las respuestas llegaron solas. La luz estaba echada en la habitación del pelinegro que seguía igual de desordenada, pero no había rastro del más bajito por ninguna parte.


<<¿Dónde demonios se ha metido ahora?>>, se cuestionó mentalmente.


Por mucho que costara creerlo, Feitan encontraba lugares nuevos en los que echar la mona en una casa que ya conocía perfectamente, como si fuera un gato. Esa manía (o mala costumbre) por quedarse dormido en cualquier rinconcito hacía que la paciencia de Phinks explotara de una sola vez. A él no le gustaba esperar, al contrario que su compañero que todo se lo tomaba con una calma abrumadora.


Se pasó dos putas horas buscando a Feitan, desde detrás de cualquier puerta, o en la ducha, hasta debajo de una mesa, en la terraza, o en aquel hueco que tenían en el pasillo de la primera planta para poner cosas allí y que era uno de los lugares favoritos de Feitan para dormir. Pero nada. No lo encontró. La vena derecha de su sien se infló, amenazando con estallar de la cólera que llevaba encima. ¡¿Dónde se había escondido esta vez?!


Decidió volver al cuarto y asomó la cabeza en aquella cueva improvisada pero no había rastro del más bajito. Resoplando, puso las manos en jarra intentando encontrar al otro. Entonces le pareció ver un piececillo en la puerta del armario y no dudó en abrirlo. Efectivamente ahí estaba Feitan, durmiendo plácidamente medio sentado y medio tumbado.


- ¡¿Se puede saber qué te he dicho?! – Preguntó a los cuatro vientos, haciendo que el otro abriera los ojos para mirarle sin pillar bien de qué iba el asunto. - ¡¿Qué haces ahí metido?!


- Iba a vestirme pero me entró el sueño y como me tropecé...


- Madre mía... - Phinks se llevó la mano a la cara. Él no estaba hecho para aguantar tonterías como esas. Su paciencia no daba para tanto. – No puedo estar pendiente de ti todo el tiempo, Feitan. – Extendió su mano.


El aludido no dijo nada pero aceptó la ayuda para salir del armario. ¿Cómo había podido quedarse frito ahí dentro? Quizá es que como hacía un día de perros simplemente se dejaba dominar por la pereza. Dormir mucho era un hábito suyo, el lugar era lo de menos aunque a causa de eso su compañero de piso se enfadara tanto. Pero nadie le gana durmiendo, eso seguro.


- Por suerte hoy tengo fiesta, así que no tengo que ir a contrarreloj. – Anunció Phinks cogiendo la ropa sucia sin darse cuenta que Feitan, sentado en la cama, daba pequeñas cabezadas más pendiente de no volver a quedarse dormido que de escucharle. - ¿Te apetece que hagamos algo juntos, Fei? – Cuando se giró, observó la típica escena del colega echando la mona y una burbuja de aire que se inflaba y se desinflaba. – Eeeh, despierta de una vez.


- ¿Uh? – Reaccionó. – El desayuno...


- ¡Hostia, el desayuno! – Se llevó las manos a la cabeza después de soltar la ropa. - ¡¡Se habrá quedado frío!! ¡Mierda!


Salió como alma que lleva el diablo de allí, como si la vida fuera a terminar en ese instante. Feitan siguió sentado en la orilla de la cama pensando cómo era posible que alguien pudiera tener tanta energía tan temprano en la mañana. Para él era incomprensible. Su cerebro todavía no se había despertado del todo así que básicamente era lo más parecido a un zombi. No le hizo falta bajar para escuchar el ruido que montó Phinks en la cocina, casi como cada mañana. Ya se había acostumbrado a eso y de hecho cuando su compañero se iba a trabajar y se quedaba solo, lo echaba en falta.


Sólo se dignó a levantar el culo para cuando le llamó el rubio. Ya ordenaría luego su habitación, tenía todo el tiempo del mundo. Poco a poco y como una tortuga bajó las escaleras y fue hacia el salón donde en la mesa, Phinks había dejado el desayuno ya que la cocina tenía un espacio abierto para con la sala de estar, así que eran dos en uno. Phinks parecía haber tenido que recalentar la comida usando el microondas. El olor despertó el hambre del pelinegro que buscó al más alto con la mirada.


Caminó hacia la cocina, encontrando a Phinks ocupándose de su parte. El microondas hacía ruido por estar en pleno funcionamiento. Feitan se acercó y pilló desprevenido al otro cuando el más bajito se apoyó en su espalda. Phinks era tan alto que al lado de Feitan le hacía parecer todavía más pequeño. Era lo que tenía convivir con alguien que era treinta centímetros más alto que tú.


- ¿Fei? – Le llamó, intentando mirarle de reojo. - ¿Pasa algo? – No era muy normal que el otro se arrimara a él. No obtuvo una respuesta pero Feitan lucía relajado así que no ocurría nada malo. – Parece que alguien se ha levantado con ganas de recibir mimos... - Dijo con una sonrisa mientras acariciaba esas pequeñas manos que rodeaban su cadera.


Siguió terminando de calentarse el desayuno sin que Feitan tuviera que apartarse. Era tan bajito que apenas le molestaba. El otro tampoco decía nada como ya era habitual en él pero al rubio no le costaba nada interpretar los silencios del pelinegro que se sentó con él en la mesa. Tenían la televisión apagada porque a ambos les relajaba el sonido del agua, que a veces era interrumpido por un tremendo trueno que hacía temblar hasta el edificio.


- Suerte que hoy tenía fiesta... sería peligroso salir fuera con un temporal así. – Phinks miraba la ventana desde la silla. Feitan removía la sopa de miso con los palillos antes de coger el cuenco y llevárselo a la boca. – Me hubiera gustado ir a comprar para traerte el miso rojo, sé que te gusta.


- Sigue siendo miso. – Feitan se encogió de hombros. Un ápice de amargura asomó en sus ojos. – Quizá... ¿Debería hacerte yo la comida de vez en cuando? – Miró a su compañero.


- ¿Pero tú sabes cocinar? – Preguntó con grata sorpresa, viendo asentir al otro. – Oh pues... ¡Claro! ¿Por qué no? Me encantaría probar tu comida. Recuerdo que me habías dicho que eras nativo de Hokkaido, así que tengo grandes expectativas.


Feitan básicamente intentó <<no reaccionar>>, pero un sutil sonrojo apareció en sus pálidas mejillas tiñéndolas con un suave color rosado que hizo reír a Phinks. Avergonzar al pelinegro no era algo que todos pudieran conseguir, incluso Shalnark le confesó a Phinks que nunca lo había logrado. Feitan no se abría a todo el mundo y elegía muy conscientemente a las personas, lo cual decía mucho de él. Pese a eso, a Phinks le seguía pareciendo que Feitan era demasiado solitario pero no era algo que quisiera que cambiara en él. Le había conocido así y dudaba mucho que Feitan deseara dar semejante giro en su vida sólo por una vida más sociable. No sería Feitan entonces.


- Está buena. – El pelinegro rompió el hielo, sacando al otro de sus pensamientos.


- ¿Qué?


- La sopa. Está buena.


- Ah gracias, bueno... me esmeré un poco en hacerla. – Rascó su nuca por haber confesado eso y más cuando Feitan se le quedó mirando. - ¿Qué pasa? Es la verdad. Me gusta cuidarte.


El pelinegro no dijo nada, como ya era normal. De hecho, lo único que hizo fue mezclar el caldo de la sopa de miso con el arroz blanco, para no desaprovechar nada. Siempre se dejaba el pescado para lo último, al contrario que Phinks que siempre iba al revés: pescado, el arroz y luego la sopa. ¿Cómo dos personas tan opuestas podían convivir entre sí? Bueno, tampoco era el tiempo que llevaban conviviendo juntos, un poquito más de dos años. Pese a las tremendas discusiones que tuvieron al principio, con el paso del tiempo se fueron conociendo mejor. A raíz de vivir con él, Phinks había notado que Feitan ya no tenía ese aspecto tan descuidado y tan débil que lo hacía parecer enfermo y su salud había mejorado mucho. Era la diferencia de vivir entre montañas de basura y vivir en un ambiente limpio y ordenado.


Después de desayunar, mataron el rato viendo películas, series e incluso compartiendo algunos gustos por algunos libros, Feitan más que Phinks. A Feitan le gustaban las novelas de terror, así que Phinks aprovechaba la oportunidad para escuchar a su compañero pensando que debía de ser la única persona con la que el pelinegro hablara tanto. El rubio aún no entendía de dónde o cuál era el origen de esa faceta tan callada y fría de su compañero, pero sospechaba que tal vez se debía por algún motivo serio del que Feitan no querría hablar.


- Mira – el toque divertido en la voz de Feitan captó su atención, y más por esa sonrisilla más bien... sádica. – Hay un desgraciado corriendo para no mojarse.


- Debe de ser uno de esos empresarios tan memos que se olvidan de usar un paraguas.


- Recuerdo que a un tipo lo mató un rayo por usar un paraguas metálico. Fue muy chulo.


- ¿En serio has visto algo así? Vaya, qué afortunado eres. Yo siempre intento imaginarlo.


- En Hokkaido pasaba a menudo, tuvimos una época de tormentas eléctricas que siempre se llevaban a alguien por delante.


Esa conversación parecía entretener mucho a Feitan, que seguía con esa juguetona sonrisa mezclada con su faceta sádica que no era un secreto para Phinks, de hecho hasta era un rasgo que en cierto modo compartían. La gente hablaba mucho de "lo pilló un rayo", pero el universo no le había otorgado la oportunidad de verlo directamente y en las películas era muy poco realista y encima mal hecho. Siempre se quedó con la curiosidad.


- ¿Tan divertido es ver a alguien que muere por un rayo?


- Oooh, no sabes el gran espectáculo que es. Mientras se muere, ves cómo el cuerpo se sigue moviendo solo por la electricidad y el olor a carne quemada no tiene precio. Es repulsivamente genial.


- Qué envidia me das.


- Haha, seguro que lo verás algún día.


Las risas de Feitan no eran muy escandalosas, y de hecho hasta costaba oírlas pero a Phinks le encantaba escucharlas, le hacían sentir una especie de ternura y calma a la vez. El pelinegro sólo se reía cuando estaba relajado y cómodo, cuando no le importaba decir cualquier tontería o banalidad. No era culpa suya tener el instinto de querer proteger a ese hombrecillo de tan sólo un metro con cincuenta y cinco. Así que cuando tenía estas emociones, Phinks se recordaba a sí mismo que Feitan era mucho más independiente de lo que podría parecer y mucho más fuerte de lo que incluso imaginaba. Si alguien tan inteligente como Shalnark le tenía tanto respeto no sería por nada.


- Oh mira eso. – Señaló Phinks a través de la ventana. - ¿Son stormriders? Siempre me quedo flipando cuando veo alguno. – Dijo.


Feitan se quedó en silencio y cuando Phinks le miró, se dio cuenta que toda la alegría y relajación en él se habían disipado. En esos ojos violetas pudo distinguir la frustración, el miedo y también la tristeza. Eso le recordó que Feitan nunca participaba en alguna conversación que tuviera relación con los stormriders, y de hecho, precisamente porque Ikki Minami, un conocido de Phinks, lo era, ya parecía ser motivo para que el pelinegro le odiara. Estos dos no habían terminado de congeniar muy bien.


Los días fueron pasando y la rutina siguió siendo la misma. Phinks se iba a trabajar, ya que llevaba una tienda en la que hacía de dependiente. La gente le conocía, sobre todo los clientes más habituales. Algunas mujeres entradas en años charlaban un rato con él, pasando un rato ameno y luego se iban. El jefe estaba satisfecho con el trabajo del rubio, quien por contrapartida tenía latigazos de preocupación dejando solo a Feitan en casa. Sabía que no le pasaría nada ya que lo más seguro es que se pasara el tiempo durmiendo o Shalnark fuera a visitarle. Pero pensar en aquel muchacho también provocaba que sintiera... enojo.


Era él quien cuidaba de Feitan, no aquel rubiales de ojos verdes. El hecho de que Shalnark siguiera mostrando interés en el pelinegro sacaba de quicio a Phinks. Tenía la sensación de que ese chaval podría apartar al otro de su lado y esa idea no le hacía ninguna gracia. Y conforme más pasaban las semanas, aquello se iba repitiendo y empezó a haber tensión entre Feitan y él, sólo por la presencia de Shalnark por en medio. En ocasiones puntuales, Phinks preguntaba sobre su relación con Shalnark a su compañero, pero éste no respondía más allá de tres palabras: <<sólo somos amigos>>, pero el más alto no le creía.


- ¡Eh, hola! – Entraron en la tienda, con un agradable saludo.


- Anda Ikki, qué sorpresa. – Phinks vio al joven stormrider que dejaba el paraguas para no mojar la tienda. - ¿Qué te trae por aquí?


- He discutido con Ringo y para no estropear más las cosas decidí largarme a dar una vuelta pero... tampoco tengo ruedas de lluvia para usar los Air Trek.


- Oh sí, últimamente no para de llover. – Phinks se apoyó en el mostrador.


- Oye Agito me ha dicho que últimamente Feitan está con un tío llamado Shalnark, ¿Es amigo vuestro?


- Es un viejo conocido de Feitan, yo le conocí por casualidad. Se pasó un día por la tienda y bueno... - Su cara pronto expresó el enojo que sentía. – No sabía que Agito le conocía.


- Bueno, el tiburoncete sabe reunir información. Creo que es su especialidad.


- ¿Y cómo vais vosotros? Siendo equipo de stormriders seguro que tendrás mucho en qué pensar.


- Uf, sí. Pero lo jodido es comprarse las piezas... y son caras. En casa esas brujas no me ayudan, me dicen que trabaje pero es que el trabajo que tengo de repartidor no me da para mucho.


- Eso es porque no sabes organizarte. – Rio Phinks.


- ¡Oye! – Reprochó.


- En fin, ¿Qué necesitas? ¿Hay algo que pueda hacer por ti, Ikki?


- Eh no realmente. Kazu me pidió reunirnos y como él a veces viene a comprar aquí.


- ¿Kazu? – Repitió. – Aaah, el chico del gorro.


- Sí, ese mismo. – Ikki se cruzó de brazos. – Lo sé, a mí también me costó creer que alguien tan inútil como él sea tan popular.


Phinks no supo si reírse o no. Se le hacía curiosa la amistad que unía a Ikki con Kazu, una amistad que sin duda era sincera pese a los choques que tenían los dos, y qué decir de Agito Wanijima. Últimamente como equipo de stormriders que eran, el Kogarasumaru se había vuelto bastante famosillo por los distritos de Tokio a tal punto que habían expandido bastante su territorio. Phinks no entendía mucho el mundo del Air Trek y tenía sospechas de que Feitan de alguna manera estaba relacionado a ese mundillo. Pero pensar de nuevo en él no le ayudaba, siempre aparecía Shalnark y entonces su cabeza se ponía a imaginar cosas estúpidas que alimentaban su enojo.


- Oh Ikki estás aquí. – Apareció un chico rubio con un gorro blanco en la cabeza.


- Vaya Kazu, no te recordaba siendo tan puntual.


- ¡¡Eso debería decirlo yo, atontado!!


Y se pusieron a discutir por una tontería. Phinks se quedó ahí cual espectador, sin intervenir. Tampoco sabía cómo poner paz entre esos dos... Era más fácil tratar con personas como Feitan, que no daba muchos problemas. Ah, ¿Pero por qué pensaba tanto en él? Quizá porque en parte se sentía culpable de pagar con él su enfado. Si había que buscar a un culpable, sin duda era Shalnark.


- Hola viejo. – Kazu saludó a Phinks.


- ¿A quién llamas tú viejo, mocoso de mierda? – Se molestó.


- ¡Kazu no lo cabrees joder!


- ¡Eres tú que sacas lo peor de mí!


- ¡¿Pero qué dices pedazo de mierda?!


- ¡Lo que oyes maldito gilipollas!


- Eh, eh, eh. – Phinks alzó la voz y se acercó a ellos. – Si vais a iniciar otra pelea aquí, con todo el gusto del mundo os invitaré a que os larguéis. – Dijo moviendo el brazo y luego haciendo crujir sus nudillos.


- ¡AAAAH! – Gritaron acojonados y salieron corriendo.


Phinks puso los brazos en jarra, resoplando y perdiéndolos de vista. Por fin un poco de paz. Desde luego... que un dependiente como él tuviera tantas anécdotas por clientes tan estúpidos como esos dos, era para reírse. Siempre se había imaginado que los que trabajaban en alguna tienda tenían una vida aburrida, pero parecía que se equivocaba. A estas horas de la mañana, pocas personas aparecían y eso hacía que le entrara un sueño terrible. Y encima tampoco tenía café. Cojonudo. Estaba solo, en una tienda vacía, con sus pensamientos y sus sentimientos lo cual no le parecía nada bueno pero no podía negar que era un buen momento para ordenar las cosas en su cabeza y en su corazón.


¿Por qué estaba enfadado? ¿Por qué veía a Shalnark como una amenaza? ¿Por qué sentía que su vínculo con Feitan peligraba? ¿Por qué se sentía tan posesivo con él ahora que Shalnark le prestaba demasiada atención? ¿Por qué imaginaba esas escenas tan surrealistas con esos dos montándoselo y se enfadaba todavía más?


Se apoyó de nuevo en el mostrador, casi despeinándose sólo para volver a ordenar su pelo. Él no era como Feitan que le importaba tres pimientos tener el pelo como el de un erizo, como si no se hubiera peinado en su vida. Y ahí estaba de nuevo... pensando en él. Es como si fuera una mujer enamorada que le daba vueltas a absolutamente todo sin sacar ninguna conclusión, entrando en una peligrosa vorágine. Entonces se detuvo y lo repitió en su cabeza: ¿Una mujer enamorada? ¿Quién? ¿Él? No podía ser pero... tampoco parecía tan descabellado.


La única forma de confirmarlo era llamando a su madre. Si le ponía algún ejemplo en lugar de involucrarse a sí mismo... tal vez diera resultado. Sacó el móvil, marcó el número y esperó a que cogieran la llamada. Otra vez a esperar.


- ¿Diga? – Y por fin respondieron desde el otro lado.


- ¿Mamá? Soy Phinks.


- ¡Cariño! ¡Qué sorpresa! – Se alegró la mujer. – Hacía mucho que no me llamabas. ¿Va todo bien?


- Eh... sí claro, oye tengo que hacerte una consulta. ¿Tienes un momento?


- Por supuesto, dime.


* * *


Había intentado dormir, pero sólo daba vueltas en el sofá. El frío también era otro enemigo. Si intentaba poner el aire acondicionado para estar calentito, Phinks le montaría una bronca monumental y más porque últimamente las cosas entre ellos no iban muy bien. Feitan no entendía el motivo de su enojo o el por qué su compañero trataba de poner una distancia entre Shalnark y él, pero podía imaginarlo. No era muy difícil para él darse cuenta de la causa. ¿Quizá es que Phinks estaba celoso? La sola idea le parecía absurda pero divertida a la vez. ¿Por qué no? A diferencia de con Shalnark, su vínculo con Phinks era más profundo y estrecho, se tenían más confianza.


Él también se había puesto celoso muchísimas veces y no había montado un pollo más allá de no soltar ni una sola palabra, con lo bien que eso se le daba. Odiaba cuando Phinks daba por entender que un hombre necesitaba a una mujer a su lado, como si ese fuera su caso. Feitan solía preguntarse si eso significaba que Phinks lo abandonaría cuando una mujer se pusiera por delante y se convirtiera en su prioridad. Volvería a malvivir y volvería a estar solo. La única razón por la que no había hecho más evidentes sus sentimientos era por mera inseguridad y más con la clase de familia en la que creció.


Claro que deseó enviar al infierno a muchas mujeres para que Phinks permaneciera a su lado, incluso llegó a pensar que su compañero ya le tenía a él para todo, absolutamente todo. Pero Phinks simplemente parecía verle como a un buen amigo, o quizá como un hermano y eso sí que enfadaba a Feitan. ¿Qué tenía una mujer que no tuviera él? ¿Era su altura? ¿Era demasiado bajito para Phinks? ¿O tal vez era que...? Fuera cual fuera el problema, no le importaría formar un solo ser con el rubio.


- Ug... - Se quejó cuando terminó cayendo al suelo después de hacer la croqueta en el sofá. Justo en ese momento recordó que Phinks se había ido al trabajo sin nada que llevarse al estómago así que no dudó mucho en usar la cocina para preparar algo.


En casa tenían tuppers japoneses para trasportar la comida cuando decidían comer fuera. Hizo algo sencillo y rápido: guarniciones de carne, verdura, arroz y pescado con sus respectivas salsas o sin ellas. Imaginaba que Phinks tendría hambre. Cuando terminó, pese a dejar la cocina hecha un auténtico asco, salió de casa olvidándose completamente del paraguas y compró un poco de café en el primer restaurante por el que pasó. El agua le mojó por completo pero sólo pensó en mantener a salvo el tupper envuelto en un pañuelo atado. Los truenos casi hacían temblar el suelo e imponían mucho por el ruido, pero eso no amedrentaba a Feitan.


Pero el universo no estaba muy de su parte. El suelo yacía mojado y resbalando terminó comiéndose el suelo de lleno. El tupper no se abrió pero seguramente la comida se habría echado a perder al mezclarse. Lo único que sobrevivió fue el café. De rodillas sintió que algo caía de su nariz y no se sorprendió al ver que era sangre. Le dolió, por el golpe más que nada. Se palpó, ignorando el dolor y no parecía tener ninguna lesión importante más allá de lo de siempre: sus jodidos vasos sanguíneos. Sujetándolo todo con la mano izquierda, tapó su nariz con el brazo derecho. Cualquiera que le viera solamente pensaría que hacía un esfuerzo por respirar.


Localizó la tienda con los ojos y llegó a ella después de pasar por un cruce de viandantes. La puerta automática se abrió, dejándole pasar. Feitan buscó a Phinks, localizándole ordenando una estantería. Su ropa chorreaba de agua y de su barbilla goteaba la sangre que manchaba su manga.


- ¡Un momento por favor! – Avisó Phinks al notar la presencia de alguien en la tienda que acababa de interrumpir su soledad. Parecía contento.


- Soy yo.


Y se sobresaltó de golpe, pero por suerte evitó que la figura que tenía en las manos terminara cayendo al suelo, dejándola en la estantería. No se había esperado que Feitan fuera a hacerle una visita sorpresa, pero fue más el impacto que tuvo el contemplar las condiciones en las que había llegado, acercándose de inmediato.


- ¡¿Qué te ha pasado?! ¡Santo cielo! ¡Estás hecho un desastre! – Decía alarmado, intentando encontrar algún rastro de heridas en ese pequeño cuerpo.


- Te he traído esto. – Alzó el tupper y el café. – Creo... que la comida se ha estropeado.


- ¿Me has... preparado algo para comer? – Preguntó mientras sus ojos negros brillaban con ilusión. Feitan cerró los suyos, para no hacer evidente su vergüenza.


- También traje café.


- Oh muchas gracias. Eres un cielo.


Liberó la carga del brazo izquierdo del pelinegro para dejarla en el mostrador de la tienda. Hubiera abierto el tupper para comer un poco pero su prioridad era esa hemorragia nasal. No podía hacer nada por la ropa empapada de su compañero. Fue al almacén de la tienda, buscando algo que pudiera usar pero viendo que no había nada tuvo que acudir al baño y traer una buena cantidad de papel que le entregó a Feitan como solución para este momento.


- ¿Te duele mucho?


- No demasiado.


- ¿Otro golpe accidental?


- No. Peor: una caída.


- Iré a pedir algo en la farmacia que hay cerca, quédate aquí un momento, ¿Vale?


No le dio tiempo a responder que se fue como un huracán. Feitan se encontraba un poco desconcertado. Pensó que Phinks seguiría enfadado pero todo lo contrario: lucía feliz, como si le hubieran dicho algo que le había puesto contento. Pocas veces se había pasado por la tienda para tener semejante detalle con el rubio y tenía la impresión de haber escogido el peor día, precisamente cuando llovía se le ocurría salir de casa y ponerse a correr como un loco. Aquella caída había sido ridícula. Por su culpa la comida ya no valía nada y seguramente Phinks le mentiría con que le habría gustado sólo para no hacerle sentir mal, por una vez que le preparaba algo...


Era evidente que los dos debían hablar las cosas.


- Perdona por tardar. – Escuchó la voz de Phinks. – Me han dado esto, toma.


Era un paño especial de seda para su tipo de hemorragias. Phinks sacó una silla para que se sentara en ella. No se apartó de su lado en todo el rato que duró el sangrado, obligándole a alzar un poco la cabeza cuando intentaba bajarla. Fue durante esos largos minutos que los dos se sintieron tranquilos de tenerse cerca entre sí. Cuando su nariz dejó de expulsar sangre, Feitan usó su ropa más que mojada para limpiarse. Total, en la ropa negra no se vería.


- ¿Qué te ha dado para venir hasta aquí con esta lluvia? – Preguntó Phinks.


- No te habías llevado nada para comer. – La respuesta fue rápida y sencilla.


- Gracias por preocuparte, la verdad es que sí empezaba a tener hambre... ¿Quieres que compartamos el café?


- No, lo he comprado para ti.


- Pero podemos compartirlo. – Insistió. Feitan suspiró, sin molestarse en contestar.


Phinks decidió no molestarle más y aprovechar que ahora sí tenía el café para beberlo con todo el gusto del mundo, y con un motivo de peso pues Feitan se había tomado la molestia de traérselo pese a lo poco que le gustaban los días de lluvia. Era algo que Phinks valoraba muchísimo pues que una persona como Feitan hiciera esto demostraba mucho, sobre todo para con sus emociones. Era evidente que el pelinegro había buscado acercar ambas posiciones para solucionar los problemas que tenían.


- Si la comida no te gusta... no te culparé por ello. – Feitan rompió el silencio.


- ¿Qué dices? Seguro que está muy buena.


- No lo creo. – Cerró sus ojos. – Debe haberse mezclado todo cuando me caí. La próxima vez te haré algo mejor.


Phinks miró al pelinegro y esbozó una sonrisa. Sacó un taburete y se sentó a su lado para rodear sus hombros con su brazo derecho, haciendo que se apoyara en él. Feitan se sorprendió pero no dijo nada, con el frío que tenía el calor que desprendía Phinks le venía de fábula. Además, ¿Para qué negarlo? Había echado de menos su cercanía, después de tantas discusiones y tanta tensión entre ellos...


- Tengo que pedirte una enorme disculpa. Me he portado como un gilipollas. – Empezó a hablar Phinks. Feitan le miraba de reojo. – Es que... verás... bueno... ¿Cómo decirlo?


- En realidad parte de la culpa es mía. – Contestaba Feitan. – Debí haberte dicho que fui durante mucho tiempo el amor platónico de Shalnark.


- ¡¿Qué?! – Aquello le cayó como un cubo de agua fría. Ahora entendía el interés de aquel rubiales de ojos verdes con cara de simpático. - ¡¿Cómo es que te lo has callado?!


- No pensé que fuera algo importante, total... siempre estás pendiente de cada mujer que pasa por delante de ti.


- ¡¿Eh?! ¡E- eso no es cierto!


- No me insultes. – Se molestó y eso se notó en su tono de voz. – Me doy cuenta de muchas cosas.


Fue un momento tenso para Phinks. Es cierto que se fijaba en alguna que otra mujer pero sólo porque o llamaban su atención o porque realmente le parecían guapas y monas, pero no porque fuera a enamorarse de alguna. Intentó decírselo a Feitan pero entonces cabía la posibilidad de que el pelinegro, con lo inteligente que era, se percatara de su auténtico motivo y aquello sólo le haría entrar en pánico. El silencio que se formó entre ellos no ayudó en nada. Feitan se esforzaba por no estornudar, no quería más accidentes nasales.


- Entonces Shalnark y tú... - Murmuraba Phinks.


- No somos absolutamente nada más que amigos. Ya te lo he dicho. – Resopló. - ¿Estabas enfadado por eso?


- ¡No! ¡Cla- claro que no...! ¡Quiero decir...!


- Vaya tontería... cabrearte por algo tan patético.


- ¡¿Eh?! – Se molestó. - ¿Qué significa eso? – Le miró de frente. – Ni que tú no hubieses estado molesto cuando miraba a alguna que otra chica.


- Si hubiera ido a más las habría matado. – Confesó sin inmutarse, dejando perplejo al más alto. - ¿Qué? – Preguntó cuando vio la cara de su compañero. – Una mujer no está por encima de mí.


Aquello era como si se lo estuviera diciendo alto y claro. Un cliente llegó y Phinks tuvo que atenderle enseguida. A Feitan sólo le tocó ser paciente, nada nuevo en su vida. Pero sí, básicamente había dicho que había estado celoso de esas chicas en las que Phinks puso el ojo. No le importaba admitirlo, si debía ser rechazado pues más le valía enfrentarlo cuanto antes. Pero si Phinks se había sentido igual que él respecto con Shalnark... puede que eso significase que tenía esperanza. ¿Tan difícil era entender que quería que sus mimos fueran exclusivamente para él? Ni chicas, ni Shalnark y absolutamente nada más. Sólo ellos dos.


En silencio Feitan observaba cómo aquel cliente prestaba atención a lo que Phinks le contaba. Parecía que a su compañero se le daba bien tratar con la gente, al contrario que él que siempre debía fingir una amabilidad de la que carecía con los desconocidos. De nuevo tuvo las ganas de estornudar pero se apretó un poco la nariz para evitarlo. Después de aquella torpe caída no le apetecía volver a sangrar, la gente era tan mal pensada que podrían tomarle por un pervertido tranquilamente.


El cliente compró unas figurillas y luego se marchó. En la tienda se estaba más o menos bien gracias al aire acondicionado, pero a Phinks le preocupaba que por llevar todavía esa ropa empapada, Feitan pudiera ponerse enfermo. Sin mediar palabra fue al almacén bajo esa atenta mirada amatista. Le costó un poco pero encontró una ropa que el pelinegro podría usar para salir del paso, aunque tal vez le fuera a ir un pelín grande.


- Toma, ve al baño y ponte esto. – Dijo Phinks al regresar.


- ¿Para?


- Para que no lleves esa ropa mojada, ¿A ti qué te parece?


No daba la impresión que Feitan tuviera la intención de hacerle caso y eso puso a prueba la paciencia del rubio que finalmente observó al más bajito acceder a su petición. Le indicó dónde estaba el baño y le esperó en el mostrador. Feitan se tomaba siempre su tiempo para todo, daba la sensación de que era una persona que incluso había nacido sin prisa. Para cuando volvió, casi se echó a reír porque el otro sujetaba los pantalones que le iban algo anchos, por no hablar de esa camisa. Pese a lo gracioso que lucía, a Phinks se le antojó tierna la imagen.


- Esta ropa me va enorme. – Se quejaba Feitan con una expresión de indignación.


- Vamos no digas eso, te ves genial con ella. Sólo necesita unos arreglos y verás que te sentirás más cómodo.


Feitan no dijo nada pero sus ojos ya se encargaron de ello. No necesitó hablar para que Phinks entendiera su mensaje con un <<ya me las pagarás>>. Cogió una cuerda y se las ingenió para usarla a modo de cinturón para que Feitan no tuviera que sujetar el pantalón. Pero en una posición como esa en la que estaba de rodillas y Feitan de pie, podría dar lugar a que se pudiera malinterpretar el asunto, sobre todo porque Phinks tenía que toquetear el pantalón. Feitan le miraba con cierta sonrisita en la cara. Parecía divertirse.


Phinks por su parte se había dado cuenta que Feitan tenía una cadera más estrecha de lo que pensó. Nunca se había fijado mucho pero ahora... Incluso sus manos eran más grandes. Le seguía sorprendiendo que para ser tan esmirriado, el pelinegro gozase de tan buena salud y tanta vitalidad. Entonces una idea subida de tono pasó repentinamente por su cabeza. Feitan no le había comentado nada sobre su vida amorosa y le daba la sensación de que nunca había tenido pareja así que no evitó preguntarse... ¿Cómo sería en una relación?


La sola imagen de tenerlo debajo de él con o sin ropa le aceleraba el pulso pero también se cuestionaba si no sería peligroso. Él era muy grande en comparación con el pelinegro, ¿Y si lo aplastaba? Dudaba mucho que Feitan fuera a soportar a una persona que pesara cuarenta kilos más que él.


- Bueno ya está. ¿Cómo lo ves?


- Haha... Eres un auténtico chapucero, Phinks.


- Oye eso no es estar agradecido precisamente. – Reprochó el aludido. – Mira que venir hasta aquí con esta lluvia... - Puso los brazos en jarra, mirando la entrada de la tienda. Aún se oía el ruido de las gotas caer al suelo, y en todos lados.


Feitan no dijo nada pero miró el tupper japonés encima del mostrador que había traído para Phinks. Le sabía mal el haberse caído y que por ello la comida se hubiese echado a perder. Phinks vio que el otro no le prestaba atención y en silencio comprendió lo que ocurría así que sorprendió al otro con un abrazo. Feitan permaneció taciturno pero alzó el rostro para mirar a Phinks, que sonreía. Entrecerró los ojos, suspiró y se dejó abrazar por el más alto sin proferir queja alguna. Hacía mucho que esos brazos fuertes no le acogían en ese cálido gesto, todo por la tensión que hubo entre ellos.


- Gracias por haber venido, Fei. – Le escuchó. - ¿Te apetece quedarte hasta que volvamos?


- Vale. No quiero mojarme de nuevo.


- Deberías haberte traído un paraguas.


- No habría servido de nada. Mira el viento que hace.


- Uh, es verdad. – Llevaba tanto rato dentro de la tienda que no se había dado cuenta de ese detalle. – Pero me alegra un montón que hayas venido, no me gusta dejarte solo en casa.


Feitan estuvo a punto de responder para hacerle saber que en eso estaba completamente de acuerdo, pero no lo hizo. Su única respuesta fue rodear al más alto con sus pequeños y finos brazos, haciéndole reír. Que el pelinegro fuera a verle en el trabajo era algo bastante extraño, Phinks siempre había pensado que prefería quedarse en casa echando la mona para batir su propio récord de las siestas que era capaz de echarse en un solo día. Al parecer, se equivocaba. Y no necesitaba que Feitan se lo dijera, pues ya se lo estaba demostrando: no siempre se sentía bien pasando tanto tiempo en soledad.


El rato pasó y fueron llegando clientes. Sentado en la silla, Feitan leía un libro que Phinks le había dejado para que se entretuviera en lo que él atendía a los que llegaban. Además, mientras estuviera en el mostrador, Feitan vigilaba que no fueran a robar en la tienda así que a su manera le hacía un favor al rubio. Desde luego las miradas fugaces de ambos no faltaron. En un momento determinado a Feitan se le pasó por la cabeza tirar la comida pero haciendo caso a su intuición, permaneció sentado en la silla con aquel libro en las manos. No es que fuera la novela más interesante del mundo, él tenía inclinación por las de suspense y terror pero ahora mismo no podía ser tan exigente.


Dio un par de sorbos del café que Phinks había dejado en el mostrador por si al pelinegro le apetecía beber un poco. Pese a lo opuestos que eran, se complementaban bastante bien. Sin embargo apareció alguien que llamó la atención de Feitan: era Ikki Minami, el popular Baby Face de su instituto, un apodo curioso desde luego.


- Oh, hola Feitan. – Saludó el chico al verle. El aludido ni siquiera le respondió. – Uh, menos mal que la tienda estaba abierta.


- Phinks está ocupado. – Fue la única contestación que obtuvo Minami.


- Bueno, puedo esperar. – Dijo al darse cuenta de la gente que caminaba por el establecimiento. - ¿Has venido a verle? – Preguntó acercándose. Feitan bajó la mirada, observando los Air Trek del chico. Entrecerró la mirada, con evidente molestia.


- ¿Te han estado siguiendo? – Preguntó sagazmente. Ikki se sorprendió.


- Un tío raro de un equipo rival, la verdad era un tipo muy raro. – Se puso al lado de Feitan para esperar a Phinks. - ¿Cómo te has dado cuenta?


- Las ruedas de tus Air Trek están más desgastadas que de costumbre y por lo que he oído hay muchos stormriders que se pasean a sus anchas por los distritos de la ciudad. – Feitan cerró los ojos mientras sujetaba el libro con la mano izquierda. Ikki le miró con atención.


- Parece que sabes mucho de los Air Trek y de la gente que los usa.


Efectivamente, la gente que utilizaba los Air Trek y que formaba un equipo para enfrentarse a otros equipos recibía el nombre de stormriders. Habían muchas leyendas y mitos dentro de este mundo que por muy genial que pareciese, era en realidad muy peligroso. Muchos stormriders perdían la vida y el gobierno de Japón intentaba solucionar el problema pero ni siquiera conocían cuál era el origen y mantener controlada a tal cantidad de personas resultaba una tarea imposible. Y conocer aquellos que movían los hilos desde las sombras era todavía más difícil. Por eso muchos lo pensaban dos veces antes de involucrarse en este mundo, ya que cualquier cosa podía pasar.


- Agito me dijo una vez que... fuiste un candidato a rey del cielo después de Sora. – Soltó. Feitan se mantuvo aparentemente en calma. - ¿Es eso cierto? – Miró al pelinegro.


- Supongo que el ex Rey del Colmillo ha oído muchas cosas dentro del mundo del Air Trek. No le culpo. La gente dice muchas tonterías.


* * *


La noche había llegado, y todavía llovía. Así se había pasado todo el santo día. Phinks empezaba a comprender por qué Feitan se dormía tanto en días así... y es que no había mucho que hacer si no tenías un trabajo. Afortunadamente ya estaba en casa, y podía relajarse. Había comido bien antes con el tupper que Feitan le trajo, pese a la insistencia de éste por no comer por comer sólo para no hacerle el feo. Sin embargo Phinks disfrutó de esa comida e incluso se atrevió a bromear con que no vendría mal que volviera a caerse, recibiendo una lluvia de cojines que le fueron lanzados sin piedad.


Viendo la televisión, en las noticias se hablaba de que habían activado las alertas por fuertes lluvias y vendavales que atizarían el país durante varios días y que se quedaran en sus casas. Su jefe ya le había llamado para decirle que se tomara la semana libre y Phinks pensaba celebrarlo pasando tiempo con su esmirriado compañero que milagrosamente parecía haber tomado la decisión de ordenar su habitación. Para darle una sorpresa, Phinks le preparó un baño de agua caliente tal y como sabía que a Feitan le gustaba. En Hokkaido había muchas aguas termales así que el rubio pensaba que aquello le haría sentir como en casa.


Él se sentía particularmente feliz. La conversación con su madre había ido mejor de lo esperado. Ya no tenía dudas de cuáles eran sus sentimientos y de alguna manera pensaba la forma más adecuada de hacérselos saber a Feitan pero aquello era un pelín complicado. No sabía cómo reaccionaría el pelinegro. ¿Reuniría el valor para confesarse y empezar algo nuevo con su compañero de piso?


- Fei. – Le llamó cuando le vio bajar por las escaleras. – Ven.


El aludido alzó una ceja, totalmente desconcertado. Había notado que Phinks actuaba particularmente de manera extraña y eso llamaba su atención, pues quería saber a qué se debía. Cuando entró al baño, se encontró con una bañera de agua caliente preparada, con la luz apagada pero con velas en la sala que daban un ambiente de relajación y paz. Además... olía bien. El pelinegro miró al más alto sin proferir sonido alguno. Buscaba respuestas.


- Quería... bueno... tener un detalle contigo. – Phinks llevó su mano a la cabeza, un poco avergonzado.


- ¿Ha pasado algo bueno? – Preguntó.


- ¡¿Eh?! E- eeeh... ¡Qué importa eso!


- Estás muy raro.


Phinks se puso nervioso, eso de mantener la calma no se le daba muy bien como a su interlocutor que ni se había inmutado. Sin embargo cuando le vio empezar a quitarse la ropa frente a sus narices, inevitablemente se quedó embobado. Nunca le había desagradado mucho el cuerpo de Feitan, que era pequeño y delgado pero equilibrado y en buena forma física. Pese a lo fino que era, esos músculos marcaban su nívea piel. Era curioso el cómo prestaba ahora atención al ser consciente de lo que sentía, cuando antes le daba bastante igual.


- Gracias.


- ¿Uh? – Reaccionó Phinks.


- Por el baño, digo.


- Ah, no hay de qué. Sé que te gusta relajarte de vez en cuando. – Contestó. – De mientras iré haciendo la cena.


Y sin más, le dejó solo. No quería arriesgarse a permanecer ahí para cuando Feitan terminara de desnudarse. Muchas cosas pasaban por su cabeza y no quería arruinar la calma que volvía a haber entre ellos. A pesar de eso, ambos sabían que debían hablar las cosas. El pelinegro suspiró al entrar en el agua, que le invitaba a tomarse su tiempo para distender su mente y su cuerpo. Además, el agua caliente desprendía un aroma suave y agradable a la par que salino. Tal vez Phinks había puesto sal en el agua para que se sintiera mejor.


Era en momentos como estos en los que el pelinegro más quería compartir el tiempo con el rubio, pero tal y como había visto, éste parecía optar por darle su propio espacio. Puede que no fuera lo más adecuado teniendo en cuenta que debían dejar claras las cosas, especialmente con respecto a Shalnark. No deseaba que Phinks siguiera creyendo estupideces. Era de mente bastante simple pero cuando se empeñaba en pensar en lo mismo no había manera de cambiarlo.


A causa de la poca luz que había, Feitan casi se quedaba dormido en la bañera. Le encantaba bañarse, le resultaba muy agradable pero no le vendría mal un masaje en la espalda. Solía acumular mucha tensión muscular, sobre todo en los hombros. Era una buena excusa para arrastrar a Phinks de vuelta al baño. Con eso en mente, salió de la bañera pero antes de tan siquiera abrir la puerta, encontró con que su compañero se adelantaba. Hubo un silencio entre ellos en el que Feitan no pasó desapercibido cómo la vista del más alto se paseaba libremente por su cuerpo desnudo y mojado.


Esas gotas eran tan sugerentes que parecían invitar a Phinks a abalanzarse sobre ese cuerpecillo para marcarlo él mismo, descubrir el tacto de aquella nívea piel cubierta de agua y sal, para básicamente fundirse en un solo ser con aquel que tenía delante.


- ¿Se te ha perdido algo? – Feitan rompió el hielo.


- Ah no, esto... venía a preguntarte si querías miso blanco o rojo.


- Sigue siendo miso. – Se encogió de hombros. – El que tú quieras.


- ¿Seguro? – Preguntó, viendo el asentir del otro. – Y... ¿Dónde ibas?


- A buscarte.


- ¿A mí? ¿Y eso?


- Me duelen los hombros.


- ¡Oh! ¡Ya! – Dijo. – He puesto el fuego lento, puedo darte un masaje si quieres.


Haciéndose a un lado, Feitan le invitó a entrar. Esa acción de esconderse detrás de la puerta e indicarle que pasara con la cabeza, hizo que la mente de Phinks viajara a esas películas donde los criminales hacían ese gesto. Pero Feitan no era algo parecido, o eso esperaba. Sus conversaciones con Ikki Minami, de nuevo, le hacían acordarse de sus sospechas sobre que el pelinegro tenía relación con el mundo del Air Trek o por lo menos estaría relacionado de alguna manera. El más bajito regresó al agua, poniéndose de espaldas. Phinks cogió un taburete que tenían en un rincón del baño mientras se arremangaba las mangas de la camisa.


- Avísame si te hago daño, ¿De acuerdo?


No hubo respuesta, así que Phinks lo dio por sentado. Sus manos se mojaron cuando estableció contacto con aquella piel nívea pero cálida. El tacto era más suave de lo que esperó pero pudo sentir que efectivamente había tensión muscular en los hombros de Feitan. Le pareció normal que hubiera querido pedirle un masaje, debió de sentirse incómodo. El pelinegro tenía los ojos cerrados, sintiendo que su compañero liberaba la rigidez que se había apoderado gradualmente de su cuerpo. Bajó ligeramente la cabeza cuando Phinks tocaba su cuello, provocando que tuviera escalofríos o una corriente eléctrica en su interior que le hacía sentir bien. El agua caliente evitó que se le pusiera la piel de gallina pero su cuero cabelludo se erizó.


Algo que siempre les había diferenciado a los dos era el calor corporal. Phinks siempre era algo así como una estufa, no le costaba entrar en calor y por ello su olor era más intenso. Feitan era todo lo contrario. Al criarse en un pueblo montañoso de Hokkaido donde hacía un frío casi constante, especialmente en invierno donde tenían temperaturas bajo cero, el aroma que desprendía era más fresco y mucho más sutil. Sin embargo y al contrario que el rubio, el pelinegro siempre necesitaba de media hora o más para entrar y mantener su propio calor. Estaba adaptado al frío, pero de todos modos en invierno debía de buscar fuentes de calor y Phinks era perfecto para eso.


- ¿Sigues enfadado conmigo? – Le dio por preguntar.


- ¿Eh? – Para Phinks aquello fue inesperado. – No, ya no pero me sigue molestando que seas el amor platónico de Shalnark.


- ¿Por qué? ¿Te preocupa?


- ¡Claro que sí! – Soltó sin pensar. – Eh, quiero decir...


- Para mí... - Feitan alzó la cabeza, mirando la pared y luego de reojo al otro. – Shalnark sólo es un amigo. Un simple amigo.


- Hm... - Suspiró el rubio. - ¿Qué te ha dado para sacar el tema?


Y ahí iba otro silencio. Feitan permaneció quieto mientras Phinks esperaba por una respuesta intentando ser paciente. No le parecía muy normal que el pelinegro fuera quien sacara ese asunto, había pensado que le incomodaría lo suficiente para no hacerlo pero... se había equivocado. Había olvidado que Feitan antes o después terminaba zanjando sus propios asuntos, fuera para bien o para mal. El caso es que lo hacía, pero, como siempre... tomándose su tiempo.


- Quería que supieras que tú eres más importante para mí que Shalnark.


- ¡N- no necesitabas decírmelo!


- Pero querías saberlo, ¿Verdad?


- Cht... - No podía negarlo, le había pillado de pleno. No le había pedido que se lo dijera pero era lo que quería escuchar. – Oye Feitan... - Lo llamó con suavidad, acercándose a él para abrazarle. – No te sientas obligado a contarme nada que no...


- No me estoy sintiendo así. – Se le adelantó. – Lo hago porque quiero. – Y poco a poco se fue girando, sin romper el contacto físico. – No lo digo sólo porque quieras escucharlo. Es la única verdad.


- Fei... - Estaba tan cerca de él que tenía la sensación de que o se controlaba a sí mismo o ninguno de los dos saldría esa noche del baño, pero claro, la cena acabaría quemándose. El otro le miraba fijamente, sin pudor alguno. Movió sus manos para ponerlas sobre aquellas pálidas mejillas, sin apartar la vista de esos ojos amatistas. – Me he comportado como un idiota, ya lo sé pero... he tenido mis motivos.


Se había puesto nervioso. Era la ocasión ideal para confesar lo que sentía y lo intentaba pero las palabras no acudían a su cabeza. No sabía cómo reaccionaría si Feitan le rechazaba y optaba por desaparecer de su vida. Le encantaba cuidar de él, regañarlo casi cada mañana para arrancarle de la cama para que se despertara de una vez y abandonara la cueva que tenía hecha encima del colchón. ¿Qué clase de persona dormía de esa manera? La cuestión es que ya se había acostumbrado a vivir con Feitan, un cambio radical sin él en su vida era impensable.


- Ya lo suponía. – Respondía Feitan con calma. Su voz siempre era susurrante y átona, lo cual hacía difícil oírle en según qué lugares pero resultaba agradable escucharle.


- Feitan yo... - Tragó saliva, bloqueándose en el proceso.


Pero no necesitó decir nada. La iniciativa la tomó el aludido que agarrándose a su camisa blanca, le plantó un beso en toda la boca. Fue algo brusco y poco delicado, pero también inesperado y agradable. Antes de que Feitan tuviera la oportunidad de separarse de él, Phinks lo evitó rodeándole con sus fuertes brazos para prolongar ese primer beso, con otros repetidos y abrumando sin querer al contrario que ni siquiera sabía cómo responder. Gran parte de sus sentimientos estaban plasmados en cada beso y en cada instante en el cual sus labios tocaban y presionaban contra aquella boca pequeña y fina. Poco le importó tener el borde de la bañera por delante que lo separaba de aquel cuerpecillo si hasta le faltó tiempo para abalanzarse sobre Feitan.


Su ropa se mojó, aunque sólo sus pantalones y sus calcetines. Sólo le importaba centrarse en el dueño de aquel espinoso cabello negro que casi parecía imitar a un erizo. Los movimientos de Feitan eran mucho más torpes en comparación con los suyos. Años atrás Phinks tuvo una relación sentimental y aprendió bastante de ella, así que por esa razón tenía experiencia y no le iba a importar si el otro deseaba aprender de él. Estaba seguro que Feitan acabaría volviéndose un experto.


- Eres un salvaje. – Pudo hablar Feitan cuando Phinks le liberó, centrándose en respirar.


- Tú tienes la culpa, por besarme de esa manera. Me estaba controlando para no hacerlo.


- No me culpes a mí por tus fallos.


- No seas egoísta. Ven aquí.


El rato que pasaron entre besos, caricias e intensas miradas fue muy prolongado. Fueron unos momentos que los dos disfrutaron, y de hecho no les habría importado ir a más de no ser porque la comida no podía quemarse. Fue igual de frustrante, sobre todo para Phinks. Si por él fuera seguiría explorando aquella piel nívea con la libertad que su dueño le había brindado. No habría ni tendría piedad de marcar ese cuerpo para asegurarse que otros vieran que Feitan ya tenía un dueño y que era intocable. Ojalá pudiera ser menos posesivo y menos celoso pero no era bueno lidiando con la intensidad de sus emociones.


Tuvo que dejar a su pequeño cuervecillo en el agua para ocuparse de terminar de hacer la cena. Quizá tuviera otra ocasión en la que pudiese bañarse con Feitan y quién sabe... puede que por fin conociera su lado más íntimo, descubriendo su esencia y su absolutamente todo. Aunque ahora mismo solamente tenía ganas de hacerlo suyo una y otra vez, no importaba dónde. El lugar era lo de menos. Casi se había vuelto un sueño el hecho de que Feitan y él estuvieran juntos y unidos de esa manera, pudiendo pedir el amor que tanto tiempo llevaba buscando obtener. Sabía que el pelinegro no era la persona más simpática del mundo pero ya había comprobado que también tenía sus virtudes.


Pensándolo un poco con la cabeza fría... a Phinks le daba la sensación que estas últimas semanas ambos habían tenido un juego de tontos al que estuvieron jugando por meros celos, soltando palabras vacías que se decían y que luego olvidaban. ¿Cómo podía haber pasado por alto que Feitan tenía incluso más carencias afectivas que él? Con que se le conociera un poco ya se le notaba, pese a esa cara tan inexpresiva y esa faceta taciturna que tanto lo caracterizaba.


- Oh llegas justo a tiempo. Ya he terminado de hacer la cena. – Phinks sonrió al ver a Feitan, que había salido del baño y llevaba unos pantalones negros únicamente. Fue una tentación bastante grande para el rubio tener delante al más bajito semidesnudo.


- Miso rojo... - Susurró.


- Sí, me decanté por el miso rojo. Recordé que era tu favorito así que... - Se encogió de hombros. – Por cierto, ¿No vas a tener frío así? – Le señaló.


- Tengo mucha ropa sucia...


- Ah, espera aquí.


Feitan le vio desaparecer y se sentó en la mesa para esperarle, sirviendo agua en los vasos y beber un poco. Phinks había hecho rollitos de primavera, una buena cantidad de pollo frito, pescado y un tartar de atún. Para el pelinegro siempre había sido un misterio sobre de dónde venía la experiencia del rubio para el arte de cocinar. Suerte que la paciencia era una cualidad suya, ya que incluso esperar para la comida era algo que no se le hacía muy agradable.


- Toma, ponte esta camisa y luego esta sudadera.


- Me van a ir enormes.


- Mejor para ti, así no tendrás tanto frío.


- El problema no es el frío. – Protestó.


- En caso de que tengas frío siempre puedes usarme como un radiador.


La mirada que le echó Feitan lo dijo todo: estaba completamente de acuerdo, y más con esa pequeña sonrisilla que hizo. Phinks se rio por los dos, mientras empezaba a cenar. Feitan inició por el tartar de atún. En su pueblo vivieron más del pescado que de la carne, así que tenía esa pequeña inclinación, al contrario que Phinks que en ocasiones daba la sensación de ser todo un carnívoro. La cena transcurrió en calma y sin ningún problema. Parecía que el universo tenía algo preparado especialmente para ellos.


Ambos lo tenían en mente: esta noche era para ellos exclusivamente. Poco le importaba a Feitan su inexperiencia, con lo que Phinks le quería era evidente que no se le ocurriría hacerle daño, y pobre de él que lo hiciera. Que fuera de estatura pequeña y bajita no significaba que no tuviera fuerza. Y en poco tiempo, dejando la mesa tal cual, atendieron más esa necesidad que les invadía a ambos. A su manera se fueron arrastrando el uno al otro a la habitación del más alto. El mensaje era evidente: hoy era la noche en la que dos se iban a volver uno. Dejándose caer de espaldas en la cama, invitó a Phinks a acercarse a él observando esa vasta calidez que había en los ojos negros del rubio.


- ¿Estás seguro... que quieres esto, Fei? – Preguntó en voz baja.


- He tenido poco amor en mi vida, ahora quiero más. – Fue la respuesta que le dio. - ¿Tú no me deseas?


- Claro que sí. Quiero hacerte el amor, muy despacio.


- Haha – rio con suavidad, alzando sus manos y tocando con ellas el corto cabello del que tenía encima de él. – Libera tu espíritu entonces.


- Pero...


- Es la única forma.


No se reprimió más y le besó con pasión. El otro le correspondió con su evidente torpeza por la inexperiencia, permitiendo que Phinks hiciera aquello que había estado queriendo vete a saber por cuánto tiempo. Se habían esforzado para permanecer unidos y el amor los había vuelto a poner juntos. Los dos necesitaban precisamente algo de amor como nunca antes lo habían necesitado y tenían claro que hoy los dos se volverían uno. Tenían todo el tiempo del mundo, así que no iban a correr deprisa y corriendo tal y como Phinks se lo estaba demostrando.


Se acabaron los juegos tontos, los celos absurdos y sobre todo las palabras vacías sin significado, dichas por el enojo del momento. Ahora sólo existían ellos dos y los sentimientos que sentían el uno por el otro. No necesitaban ser un hombre y una mujer para sentirse bien, sólo su vínculo y a ellos mismos.


Esta noche iba a ser especialmente larga, una noche en la que sus espíritus y corazones por fin se conocerían tal y como eran en realidad, haciendo la unión de dos en uno entre caricias, besos y palabras dulces y profundas dichas entre suspiros y gemidos. Sí, ahora sólo estaban ellos y la libertad que acababan de conocer.


FIN


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