Las citas esporádicas y sorpresa siempre son la única manera de poder verlo. No me molestaba compartir su presencia, tampoco me enfadaba cada vez que hacíamos planes; surgía algo que inevitablemente nos separaba o dejaba a la mitad mis deseos. Vivo pensando en lo difícil de su trabajo y las muchas actividades a las que dedica cada minuto de su tiempo. Tiempo, es ahí donde radica el problema y por el cual estoy en la cafetería cercana donde se rueda la última película del famoso Amai Mask.
El café de la tarde es lo único momento de esta semana para poder verlo, poco me importa que la espera sean días o un mes, suelo pensar que busca un hueco en su agenda para verme. A mí, el héroe de su misma clase, ascendido de manera precipitada por su habilidad en las artes marciales, quién suele entrenar para sacar las muchas frustraciones, pero principalmente los recuerdos. Es invierno, hace frío, igual a un día que nos encontramos en los pasillos de la Asociación, él me daba la “bienvenida”; la primera cosa cautivadora que tiene es esa seguridad que emana de cada poro de su piel; hay formas de existir menos complejas que enamorándose de alguien así.
—¿Deseas algo más? — la pregunta me trae de regreso de mis profundos pensamientos. Ella está sonrojada, una mesera, una chica delicada a la cual intimido y no es capaz de verme a los ojos.
—Es todo. Muchas gracias —. Sonrió sin la intención del coqueteo, pero resulta contraproducente pues sus acciones me dicen que ahora le atraigo más. Qué fácil es leer a aquellos con el ego y la arrogancia en segundo plano —. Oh, espera. Quisiera un té verde con miel y leche para llevar y otro café.
—En seguida —. Anota todo con diligencia —. Si quieres tranquilidad, deberías salir de aquí. Pronto terminara la grabación y vendrán a comer o pedir mucho café… Es decir, si quieres…
—No, él no quiere —. Reconozco el tono y también siento por completo el aura posesiva y amenazante. Despido a la chica con la mano.
Las miradas se posan en él. Puede que nadie entienda la razón de ese comportamiento más que yo, hace frío y tiene la nariz roja de caminar bajo el clima cada vez más gélido, se acerca una tormenta. Tengo la serenidad de saber controlar esos celos al saludar.
—Hola. Te acabo de pedir un té verde ¿quieres un bocadillo?
—Suiryu ¿Qué haces aquí?
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
Sus ojos están molestos, aquel profundo vacío cambia cuando lo encuentro en una trampa que él mismo forma; es como una araña que teje redes infinititas y fuertes para comerse a una víctima sin imaginar que la presa es más astuta. La araña se enamora, es vulnerable aunque lo niegue.
Lo dejo terminar el rodaje, comió conmigo en otro lugar, más apartado de “meseras molestas e ineficientes”, según Amai el té estaba mal hecho. Sonrió, le tomó la mano para calmarlo; sé queda tranquilo. Tomamos su lujoso auto para ir a casa. Siempre cedo a sus deseos porque lo amo, lo admito a todo pulmón. La tormenta ha comenzado, estamos a salvo con la calefacción encendida mirando por los grandes ventanales la nieve precipitarse sobre la ciudad en una tormenta violenta.
—¿Te molesto que te esperará en la cafetería? —. Silencio —. Lo siento, quería verte —. Mis ojos se dirigen hasta su figura inmutable que parece una muñeca —. Como desearía que estuvieras más conmigo.
Nada. Ni un atisbo de emoción. A veces, es desesperante esa máscara bonita y arrogante que solo muestran indiferencia o crueldad. Sus dedos se deslizan suavemente sobre mi muñeca hasta la mano. Silencio. Que hermosa disculpa.