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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Notas del fanfic:

Actualizaciones semanales

Capítulos de 2 a 3k 

Angst, slowburn, smut

DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a Arthur Conan Doyle y a los creadores de la respectiva adaptación (BBC Moffat y Gatiss)

 

Notas del capitulo:

Acerca de la historia: 

Hola a todos! Este es mi primer fanfic JohnLock así que espero les guste!

La historia muestra a un Sherlock, estudiante, bailarín de ballet, genio en química, que está atravesando por un coma por sobredosis. La idea es mostrar cómo terminó en esa situación, y para ello nos remontamos a dos años atrás, cuando Sherlock conoce al capitán del equipo de rugby de su colegio, John Watson.

La relación de ambos comienza siendo una amistad algo ingenua e inocente, pero muchas cosas pasan. Problemas de confianza, autoestima, "fantasmas del pasado", secretos, planteos sobre la sexualidad, problemas familiares, etc.

Los dos llegan a amarse muchísimo, por más que intenten negarlo de mil formas. Pero también se lastiman, y mucho.

Habrá dos antagonistas en esta historia: Sebastián Morán (quien será amigo de John) y Jim Moriarty (en esta historia será un profesor de ballet). Los dos hieren a Sherlock de una forma espantosa. 

La historia podrá parecer lenta al principio porque mi idea es mostrar la evolución de la relación entre los chicos. 

Habrá capítulos con escenas fuertes que tendrán su correspondiente advertencia al principio.

Habrá smut entre los chicos, obvio ahre, pero habrá que esperar. Como dije, será una relación progresiva. Slowburn y mutual pining a full(?).

Como mencioné en las notas del fic, las actualizaciones serán semanales y los capítulos estan planeados para tener de 2 a 3k palabras (4k si me inspiro, me gusta hacer relatos extensos y descriptivos, aviso).

 

El fanfic también está disponible en Wattpad, para quienes prefieran esa plataforma.

 

Así que espero que les guste la historia, mi intención es hacerla bastante extensa. ¡Disfruten! Y no olviden dejar comentarios si les agrada uwu. 

¿Dónde estoy?

En mi Palacio Mental.

Pero todo se siente tan real... 

No estoy pensando... 

Realmente estoy aquí.


¿Cómo llegué aquí?

Larga historia.

Pero busca el comienzo de esa historia, Sherlock.

Busca la condición sine qua non.

Aquella sin la cual nada de esto hubiera pasado.

Donde, dónde.

Busca en tu mente. En tu palacio.

Abre puertas. Cierra puertas.


****

[Dos años antes]

La secundaria de Strand. Otra vez aquí. Otro año empieza.

—¿Qué haces luego, Sherlock? ¿Te quedas aquí? ¿Vas a ballet? —empezó a cuestionarle su padre, mostrando más interés en él que el que hubiera tenido en años. —¿Te paso a buscar?

—No, me iré solo —fue lo único que respondió el joven ante la repentina atención de su padre.

—Está bien. ¡Buena suerte en tu primer día, hijo!

El menor de la familia respondió con una sonrisa fingida y se bajó del auto sin mucho entusiasmo.

No es que Sherlock detestara ir a la escuela, pero le parecía tremendamente aburrida y monótona.

Pensaba que los planes de estudio eran mediocres, mal diseñados, y que solo tendían a igualar a los alumnos, sin tener en cuenta singularidades o habilidades específicas que estos podían presentar.
Él, por ejemplo, era un genio en química. No tenía ningún reparo en considerarse alguien extraordinario en esa ciencia, la cual estudiaba casi completamente por su cuenta, a tal punto que el actual temario de la asignatura era inocuo en comparación con sus conocimientos.
Pero así como es un genio en ello, es ignorante en otras asignaturas, y es allí la crítica que hace al plan de estudios. ¿De qué me sirve saber que giramos alrededor del sol? Podríamos girar alrededor de una piedra y eso no me afectaría en nada. ¿De qué me sirve saber la historia de los reyes de Inglaterra? Ahora mismo podría estar reinando un mono y a mí no me importaría.
Así, Sherlock podría tener excelentes calificaciones en química, en biología, o en botánica, pero tener los peores exámenes en historia o en filosofía.

Así y todo, el chico había logrado pasar de año, pero no veía la hora de terminar la escuela. Ya tenía planeado lo que haría: terminaría la licenciatura en química y luego haría criminalística, su más grande afición. A Sherlock le fascinaba leer e investigar casos criminales. No solo actuales, sino hasta de siglos pasados. Podía quedarse noches enteras mirando documentales sobre asesinatos con la mayor atención del mundo. Tenía también una extraña atracción hacia el estudio de la personalidad de los criminales, especialmente de asesinos seriales.

Mientras más intrincado el crimen, más fascinante le parecía. Y a todos ellos intentaba aplicar el llamado método deductivo, que había logrado dominar de forma extraordinaria, a tal punto que podría saber la historia de una persona con solo mirar el puño de su campera o el cuello de su camisa.

Por supuesto, él no se tomaba esto tan a la ligera. Para Sherlock, la deducción era toda una ciencia, y así lo explicaba en su sitio web, que había creado específicamente para publicar sus trabajos referentes al tema. Sitio que no era debidamente apreciado, pues sus visitas se reducían a sus compañeros Mike Stamford y Molly Hooper. Quizás Mycroft, su hermano mayor, se hubiera pasado por ahí para reírse un rato.

Sherlock observaba la algarabía propia de los jóvenes en el primer día de clases. Mucho que contarse entre amigos, chismes, novedades, algo acerca de sus vacaciones. Todos parecían ansiosos en verse de nuevo, en volver a clases, sensación que el joven genio no compartía.
Pero muy dentro suyo, aunque no lo demostrara, tenía expectativas de que este año escolar fuera interesante.

—¿Qué tal tus vacaciones, Sherlock?— le pregunto su rechoncho compañero Mike Stamford ni bien se encontraron colocando sus cosas en los casilleros. — Ví tu foto en Instagram. ¿Donde era eso? ¿Suiza?

—Efectivamente. Eran las cataratas de Reichenbrach. Fue magnífico.

La verdad que le había parecido lo mejor del viaje, el cual había sido más bien un viaje forzado para "pasar más tiempo juntos" con su familia. Ni su hermano ni el se sentían animados por eso, y esa era una de la pocas veces que coincidían en algo. Pero ver esas cataratas le dió una sensación de temor. Por primera vez, pensó en la muerte. En su muerte. Pensó cómo seria caer al vacío de aquella cascada. ¿Volvería alguien a saber algo de ti? Lo dudaba mientras miraba por ese abismo. Una metáfora de la naturaleza, para simbolizar el fin de la vida. Le pareció fascinante.

—Me alegro por ti. Yo mientras tanto, he estado casi todo el tiempo ayudando a mi padre tomando turnos en el consultorio— explicó, cómo si Sherlock se lo hubiera preguntado, quien probablemente ni lo estaba escuchando. —Quiere que vea cómo trabaja un médico.

Su charla se vio interrumpida por una aparente discusión que llamó la atención de ambos y al parecer, de todos los chicos a su alrededor, quiénes se callaron al escuchar el altercado entre dos chicas que Sherlock identificaba: Janine, una morocha de piel bronceada y rasgos medio orientales, cualidades que le hicieron ganarse un lugar entre las chicas más bellas del instituto, según el alumnado. 
La otra chica era Sally Donovan, una morocha de pelo rizado, una "enemistad" que aparentemente Sherlock se había ganado en su transcurso por Strand. Para ella, Sherlock era el friki del laboratorio, y más de una vez le había acusado de ser un arrogante. Sally era una chica que no se quedaba callada y siempre decía lo que pensaba, pero la arrogancia era algo en lo que ella también pecaba. 
Aunque en realidad, no la conocía más que por ser la novia del idiota del presidente del comité estudiantil, Anderson, con quién nótese que Sherlock tampoco llevaba una buena relación, pues el genio no perdía ni un instante en remarcarle su ineptitud. 
No la conocía más allá de eso, sin embargo, era evidente que estaba furiosa con Janine.

— ¡Si, querida! ¡Tu novio es un maldito violador, pregúntale lo que le hizo a mi amiga Jeanette! ¡Todos aquí lo saben, solo que son unos malditos cobardes!

— ¡Lávate la boca antes de hablar de Sebastián, maldita ramera!

—¡Eres igual de mierda que él!

Fue ante ese insulto que Janine reaccionó, dándole un empujón a su contrincante. Allí decidió intervenir parte de la audiencia y uno que otro profesor que había por ahí, para evitar que la pelea entre ambas chicas pase a mayores. Janine de deshizo de los amarres que la alejaban de Donovan y simplemente decidió irse de allí, ignorando los insultos que le seguía propiciando su oponente.

— Muévete Hooper— dijo dando un empujón a quien se casualmente se interponia en su huida: Molly Hopper.

— ¿Estás bien Molly?— preguntó Mike con preocupación.

— Sí, no te preocupes— contestó con una media sonrisa. —Parece que alguien tuvo un mal día...

—Una discusión, para ser exactos— intervino Sherlock. Los cachetes de Molly se sonrojaron ligeramente.

—Sherlock... ¿Cómo has estado? ¿Qué tal tus vacaciones?

—Bien, bien. Mucha nieve, y chocolate caliente. Las cataratas de Reichenbrach fueron lo más relevante. Está todo en mi Instagram. — contestó sin darle mucha importancia a esa típica pregunta que le haces a alguien que no ves hace mucho.

El timbre les anunciaba que ya era hora de ingresar a la primera clase. Molly se separaría del grupo, pues tenía una asignatura diferente a la de sus dos compañeros.

—Sherlock... ¿Irás al laboratorio después de la primera hora?— preguntó tratando de elevar la voz para hacerse escuchar en el bullicio de los chicos entrando a las diferentes clases.

— Claro, no tengo clases en la segunda hora.

— Y... ¿necesitas ayuda con algo allí? Porque puedo faltar a la siguiente hora y..

— No, ¿Porque faltarías a la siguiente hora para ayudarme?— cuestionó confundido.

— Oh... uhm, bueno, yo solo quería...serte de ayuda, si acaso querías... — contestó mientras volvía aquel rubor en su rostro.

—No, serías util si fueras a clases —le interrumpió, sin más que decir, marchandose a su propia clase, dejando a una Molly Hopper que fallaba una vez más en obtener la atención del genio con cabello rizado.

Salvo la discusión que presenció aquella mañana, no hubo para Sherlock nada más interesante en los días que pasaron. Todo seguía más o menos la misma rutina del año pasado: Molly yendo y viniendo detrás suyo, Mike contándole cosas de su vida, de la televisión, o algún chisme de la escuela. Como si esas cosas le interesaran.

La semana terminaba para él. Estaba exhausto, probablemente por el excesivo aburrimiento que tenía.

Pero las clases de ballet le servían para aliviar aquella terrible sensación. El momento en que Sherlock entraba al aula, era otro. No aquel frio ser que se escondía detrás de un microscopio en un laboratorio. Allí podía ser quien quisiera, un príncipe, un mago, un hechicero, un cisne, o un gorrión. Mientras la bella música ingresará en sus oídos, su cuerpo no hacía mas que responder.

Sherlock hacia ballet desde los 6 años. Se había convertido en su vía de escape, en su cable a tierra. El momento en que entraba en la clase, olvidaba cualquier problema que le aquejara. Ya sea cuando se sentía solo, cuando discutía con su familia o cuando sufría físicamente el acoso de sus compañeros, todo eso sería olvidado momentáneamente en aquella sala.

El esmero y dedicación que le había dado desde el día uno, habían rendido sus frutos, y si bien Sherlock no hacía el curso de ballet intensivo que la escuela ofrecía, podía considerarse como uno de los mejores bailarines juveniles de la Royal Ballet School de Londres. Tenía, sin duda, un talento innato para aquella disciplina. Ya era moneda corriente en los vestuarios que el joven ruludo pronto tendría algún papel protagónico.

—¿Cómo está la etoille de la Royal hoy? — reconoció la ironía en aquella voz, y la mujer de quién provenía. Mejor dicho, La Mujer, con mayúsculas.

Se trataba de Irene Adler, una chica un año mayor que él, quien se había incorporado tras ganar una beca hace unos años, y deslumbraba con su presencia en el escenario. Quizás no tendría la perfecta técnica de una bailarina rusa, pero su actitud era espléndida. Verla bailar Carmen podía ponerte la piel de gallina.

—Esa es usted, señorita Adler— contestó en el mismo tono.

—Ya quisiera serlo. Es más difícil destacar para nosotras que para ustedes. Las mujeres somos despiadadas cuando competimos entre si— decía mientras se ubicaba a su lado y ambos empezaban la rutina de calentamiento.

Sherlock e Irene no eran "amigos" exactamente, pero sin duda había algo en la chica que a Sherlock en algún momento le había parecido interesante.
Quizá era su forma de despistarlo, o el hecho de que resistiera sus deducciones. No había algo en concreto que pudiera decirse de aquella joven y sus preocupaciones.
Su primer encuentro ya había sido bastante curioso: la había sorprendido completamente desnuda en el vestuario, y la chica no mostraba ni el mas mínimo rastro de vergüenza.
Pero quizás lo que más les había unido era la apatía que ambos expresaban, lo que les llevaba a pasar en soledad la mayor parte de las clases.

Ambos tomaron lugar en la barra cuando la profesora ingreso a la sala. El silencio absoluto, los cuerpos erguidos y la concentración en las miradas de cada uno, indicaba que la clase iba a comenzar. 

Sherlock ejecutaba con una gracia espléndida las combinaciones que su profesora dictaba. Su técnica era maravillosa, y sus movimientos eran etéreos. 
Podría decirse que eran en esos momentos donde el joven intelectual dejaba entrever parte de su propia alma. Volcaba toda su sensibilidad en aquella sala espejada, su refugio, donde de alguna forma se sentía seguro de hacerlo. Allí no era el autómata sin sentimientos, sino lo contrario. Pero estaba bien serlo allí, y solo allí, donde su alma no se veía comprometida con otras personas que pudieran herirle, sino y solamente con la misma danza.

La clase terminaba, esta vez con una personal felicitación por parte de su profesora, confirmando lo que ya había intuido: sigue trabajando así, y seguro tendrás algún protagónico.

—Wow... ¿Sylvia felicitando a alguien?— decía Irene, claramente sorprendida, mientras su compañero le comentaba lo que le había dicho la profesora, bien conocida por su exigencia y estricta enseñanza. —Pero es cierto, hoy estuviste espléndido cariño.
El joven solo sonrió ante el cumplido de la chica. —Creo que ya debería irme. Debo volver a la escuela por unas muestras que deje en el laboratorio.
—Cariño, te recomiendo que te vayas yendo a casa. Recuerda que hoy será la gran tormenta.
— ¿Qué?— cuestionó confundido. —¿Va a llover? Vivimos en Londres, la ciudad donde siempre llueve.
—¿No escuchaste las noticias? Esta no será una lluvia común, será una de las peores tormentas en los últimos no sé cuántos años— el ruido de un relámpago a lo lejos le indicó que ya debía marcharse.
—Nunca veo las noticias.
—Si, lo noté— decía mientras sacaba su paraguas— Nos vemos mañana, corazón, si es que Londres no amanece inundada.

Murmuró un saludo en respuesta mientras la veía alejarse a paso agitado. Hizo lo mismo en dirección a la escuela. Necesitaba esas muestras para seguir trabajando el fin de semana en su laboratorio, y una supuesta gran tormenta no iba a detenerlo.
Llego acezando, para toparse con el portero cerrando ya las instalaciones.

—Lo siento chico. El instituto cierra más temprano hoy, por la gran tormenta.
—¡¿Por qué hacen tanto escándalo por una tormenta?! ¡Vivimos en la ciudad de las tormentas! —increpó al empleado groseramente y se volvió por donde había venido. 
Sacó su teléfono para avisar a su padre que pasara a recogerlo. Tan solo llegó a decir "hola", pues luego no pudo escuchar nada del otro lado: su celular se había quedado sin batería. Maldijo en voz alta. Decidió que buscaría un taxi, cuando unas gotas sobre su rostro anunciaban la venida de la famosa tormenta.
No pasaron ni quince minutos desde que esperaba infructuosamente un taxi, cuando la lluvia se intensificó. Corrió entonces hacia un espacio techado. Pensó en tomar el metro, pero ni siquiera sabía dónde había una estación cerca de allí. Él nunca había usado el transporte público, por lo que no tenía idea de cómo ni donde comprar un ticket, o una Oyster Card, la tarjeta que permitía viajar en aquel transporte. Debió haberle hecho caso a la Señora Hudson cuando le dijo que la comprara, porque sin importar lo rico y millonario que fuere, alguna vez necesitaría del transporte público de la ciudad, pues no siempre tendría a su padre o a un chófer que lo trasladara.

Y para variar, no tenía paraguas. Era un ciudadano londinense que no llevaba paraguas, lo que de por sí ya era raro, justo en el dia en que se pronosticaba la peor tormenta en años. 
Su destino, al menos por las próximas horas, sería permanecer sentado debajo del casquete metálico de una tienda de enseres de limpieza.
Pero, al parecer, no era el único en la misma situación.

Como siempre, Sherlock se abstraía totalmente a su propia situación, sin notar a un joven que también se resguardaba de la lluvia abajo del techo de aquella tienda. Y mucho menos sin notar que ese joven no dejaba de mirarlo.

 

Notas finales:

Bueno ese fue el primer cap! Si les gustó pueden dejar una review y recuerden que actualizaré semanalmente, así que nos vemos muy pronto! <3


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