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Traficante de deseos por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Holaa... 

10000 millones de gracias por leer. Espero les guste. 

 

~TRAFICANTE DE DESEOS~

 

 

Todoroki Shōto era un hombre carente de empatía, que disfrutaba de la desesperación ajena.

—¿Qué estas dispuesto a ofrecer?

Era la pregunta que condenaba a las almas que acudían a él en busca de una solución… Aunque la mayoría del tiempo eran deseos egoístas.

La vida, según él, era aburrida.

Por lo que, en medio de esa monotonía, buscaba una forma de aliviar la pereza que le provocaba. Por supuesto, solo era un hombre que disfrutaba ver como los propios deseos de las personas los condenaban. Lo cual, para él, resultaba bastante lucrativo.

Joyas, monedas de oro, telas de la más fina procedencia, aceites, licores, muebles con tallados exquisitos.

Todo lo que se le ocurriera. Cosas que ni siquiera necesitaba. Pero él era avaricioso. Sus precios no eran accesibles para cualquiera. Y jamás hacía favores como un buen vecino. Podía dejar pasar a los que no tenían nada, y también podía escuchar atentamente sus peticiones, pero solo porque ver sus rostro cuando se negaba y los echaba cruelmente, le era entretenido. Solo el dinero y los lujos lo hacían actuar, por lo que una gran fortuna se reunía a sus pies. Misma que le provocaba placer, pero también un vacío en el pecho que se esforzaba todos los días por ignorar.

Pero hubo una ocasión en la que las cosas se voltearon y no a su favor.

Ella era una chica dulce y bella. Acudió a él con esperanza y, claro, desesperación. Su padre moría y ella no podía salvarlo. Si tan solo él pudiera cumplir su deseo, ella haría lo que fuera. Pero la joven no tenía riquezas que ofrecer, tan solo era una muchacha de procedencia humilde que luchaba cada día por sobrevivir.

—Vida por vida —había ofrecido él—. No tienes nada para pagar por mis servicios, y no soy un buen samaritano que ayuda al prójimo sin nada a cambio. Pero tu amor incondicional me ha conmovido. Quizá pueda salvar a tu viejo y moribundo padre si, a cambio, das tu vida.

Pero ella, tomada por sorpresa, dudó. Al fin y al cabo, nadie quiere morir incluso sí es por un ser a quien dice amar. Todos quieren estar al lado de quienes son importantes y disfrutar la vida juntos.

La mucha parecía estar a punto de llorar, pero entonces su mirada cambió. Mostró una determinación que tomó a Shōto desprevenido. Él había creído que ya había ganado.

—Qué así sea entonces —aceptó la muchacha.

Pero a Shōto eso no le gustó.

Si ella creía que podía engañarlo, estaba muy equivocada, él lo sabía mejor que nadie, nadie ama a ese punto. El amor no era tan incondicional. Ningún otro había aceptado tal trato, ¿Por qué ella sí? ¿Acaso pensaba que él podría conmoverse y perdonarle la vida? ¿Qué después de todo era una buena persona y la ayudaría sin pedir nada a cambio? Oh, ella en serio estaba muy equivocada si pensaba de esa forma.

Él no aceptó el trató.

Le dijo que se marchara y no volviera. Qué, después de todo, en realidad él no ganaba nada ayudándola. Pero, quizá la ayudaría, si volvía con cien monedas de oro.

Ella no lo odio, conocía la fama de Shōto, en cambio, se sintió esperanzada. Si tan solo podía obtener el precio que pedía, su padre podría salvarse. Ella se marchó y volvió a su hogar, ahí donde yacía su padre. Se esforzó y luchó por él. Trabajo día y noche, de lo que fuera, hasta el cansancio. Al final su padre murió sin que ella pudiera juntar las cien monedas de oro. Ella se quedó totalmente sola y con las monedas que había logrado recolectar. Una inocente chica que no tenía nadie que cuidara de ella.

Hombres perversos se aprovecharon de ella, la tomaron aunque se negó, lloró y suplicó. Robaron su dinero y la asesinaron.

Pero Shōto no supo de esto, no era algo que le interesara. Sin embargo, alguien había observado a la joven todo ese tiempo, y sabía de las palabras que Shōto le había dicho. De la falsa esperanza que él le había dado. De lo cruel que fue al rechazar ayudar al único familiar que a ella le quedaba. Su nula empatía.

Esa misma persona había acudido a él.

—¿Qué estas dispuesto a ofrecer? —Había preguntado, repitiéndo las mismas palabras de él.

—¿Disculpa? —Él dijo, totalmente descolocado y con cierta diversión.

—Tus pecados son imperdonables, Traficante de deseos.

Y entonces la persona se acercó a él antes de que pudiera este siquiera reaccionar. Su mano toco sus ropas, justo sobre su corazón, y él sintió que los dedos traspasaron su piel y quebraron sus costillas.

Fue como si hubiera sujetado directamente su corazón.

El frío congeló su cuerpo mientras la bruja recitaba un hechizo con palabras que él no llegaba a comprender.

La persona se alejó, y el cuerpo de Shōto cayó al suelo, convulsionandose de dolor. El frío había sido remplazado por la sensación de ser quemado vivo. Los gritos del hombre resonaron en la habitación, haciendo eco en toda su vacía mansión. Pidió ayuda, pero nadie acudió, pues él no tenía nadie con quien contar. Solo su riquiza incesaria a base de la diversión del dolor ajeno.

Del que algunas vez había sido un hombre hermoso, con cabellos del color de la nieve y un bello atardecer, con ojos cual plata fina y cielo despejado, tan solo quedaba el recuedo.

Ahora era alguien, algo, totalmente diferente.

La mitad de su cuerpo lucía un recubrimiento como la corteza de un árbol, quemada, dura y agrietada. En su sien yacía un cuerno y sobre la mitad de su rostro, una mascara grotesca se había formado, cambiando totalmente su apariencia. El recubrimiento abarcaba su brazo y su pierna, sobresaliendo de estos picos y garras en lugar de uñas.

Su lado izquierdo lucía como un desagradable monstruo.

—Debiste pensarlo dos veces antes de divertirte a base del dolor ajeno, Traficante de deseos —la persona le dio la espalda, encaminandose a la salida. Los quejidos de Shōto parecian estar poco a poco acallandose—. Hasta que no aprendas lo que es amar incondicionalmente, estarás condenado a vivir para siempre con esa apariencia. Pero, si logras que alguien diga que te ama, a pesar de lucir tan repugnante, como en verdad eres, tu apariencia bella volverá. Sin embargo, la vida de esa persona perecerá.

Y la bruja salió, dejando al Traficante de deseos solo y en el suelo de su lujosa mansión, sintiéndose más solo que nunca.

Shōto había perdido la cuenta de cuantos años hacía de ello, o cuantas veces había intento revertir el hechizo que esa bruja había puesto sobre él. Intentó todo lo que pudo y cuanto se le ocurriera. Incluso había hecho que jóvenes dijeran que lo amaban.

Pero si las palabras no salían del corazón, el hechizo no se revertía.

En algún punto llegó a perder la esperanza. Nadie podría amar a un ser con una apariencia tan asquerosa y repugante como la que él tenía. Y ya no sabía si hablaba de su físico o la clase de persona que era.

Dejo de cumplir los deseos, tan solo enfocándose en volver a tener su apariencia. Pero todo esfuerzo fue inútil.

Hasta ese día, el día que conoció a Midoriya Izuku.

Era un muchacho humilde y de belleza frágil, con rizos verdosos y enormes ojos del color de las esmeraldas, pequeñas pecas adornaban su rostro dandole un toque aniñado pero adorable. Él le recordo a esa mucha, hacía tantos años atrás, a la que había rechazado cuando le pidió salvará a su padre.

Pero Izuku era tan diferente.

—¡Exijo, salves a mi padre! —Él había demandado. No estaba pidiéndole un favor u ofreciendo riquezas a cambio dé. Parecía querer lucir rudo, aunque la mano con la que lo señalaba temblaba levemente y sus bellos y enormes ojos estaban rojizos por el llanto contenido.

Intentaba aparentar ser un feroz depredador, pero en realidad era un pequeño y dulce conejito.

Él ya no cumplía deseos, y estaba seguro que el Traficante de deseos tan solo era un mito en la ciudad cercana al bosque donde su mansión, ahora ruinas de lo que una vez fue hermoso, como él, se encontraba. Nadie en su sano juicio pondría un pie en el bosque, un lugar que estaba maldito. Pero ahí estaba él y, a pesar de su apariencia, no lucía temeroso. Tan solo desesperado por su padre, a quien había llevado con él.

Sus ropas estaban sucias y gastadas, y sus brazos y rostro tenían arañazos de varios tamaños. El camino había sido difícil pero él llevó a su padre sin importar la dificultad, sin rendirse en ningún momento ¿Tan grande era su amor, su corazón?

Shoto, por primera vez en toda su vida, se había sentido en verdad conmovido.

—¿Qué estas dispuesta a ofr…?

—¡Mi vida! —Había exclamado él de inmediato, sin siquiera dejarlo terminar de formular la pregunta—. No tengo más que ofrecer. Hasta hace tan solo minutos creí que eras un mito, Traficante de deseos, pero aquí estás. Puedes tomar mi vida y hacer con ella lo que desees pero, a cambio, sana a mi padre.
Shōto había sonreído para sus adentros, pero no era de burla o algo parecido. Tan solo estaba encantado con él.

—Que asi sea entonces.

Él cumplió con el mandato de Izuku. Sanó a su padre y borró los recuerdas que había tenido de su hijo. De hecho, borró los recuerdos de él que pudieran existir en cualquiera que lo conoció, pues tal como él había dicho, la vida de Izuku ahora le pertenecía.

Izuku no lloró o se lamentó cuando su padre se marchó, sin recordarlo de ninguna forma. Él sonrió, satisfecho de haber podido salvar la vida del único familiar que le quedaba. Ahora podía morir en paz, pues estaba seguro que su vida no podía ser útil de ninguna forma para Shōto.

Pero él no lo asesinó. No le hizo nada, al manos nada malo.

Fue amable con él, incluso si y en un principió era desconfiado y tímido. Pues no entendía porque se comportaba de esa manera con su persona. Pero Shōto no tenía segundas intenciones, el chico le provocaba ser amable y solo seguía lo que su corazón le decía. Le enseñó a leer, pues Izuku no sabía hacerlo, le enseñó también a escribir.

Antes de que se dieran cuenta, eran amigos que disfrutaban pasar el tiempo juntos y bromeaban como se si conocieran de toda la vida. Él le obsequia libros e Izuku se los leía en voz alta, deleitandolo con la suave voz varonil que poseía.

Shōto nunca había sonreído de felicidad, pero al lado de Izu las sonrisas solo salían y no dejaban de salir. Sus ojos de dos tonos lo seguían a todos lados y siempre estaba pendiente de él. Y cuando Izu lo veían, cuando se veia reflejado en sus pupilas, Shōto sentía como su corazón golpeteaba contra sus costillas totalmente desesperado y ansioso. Él era sumamente bello, y pronto descubrió que era muy alegre, divertido, bondadoso y tenía un corazón enorme y una sonrisa que lograba darle calor a su frío ser.

A pesar de la apariencia que ahora mantenía, Izu veía su alma.

Y fue cuando comprendió ello, que supo que debía dejarlo marchar.

Él lo veia con esos ojos que anhelo por mucho tiempo. Pero Shōto también lo veía de la misma forma. Ambos se amaban, y era porque se amaban que Shōto no podía permitir que Izu diera su vida por él. Por un ser tan asqueroso que tan sólo había obtenido lo que se merecía.

—Marchate —le había pedido.

La expresión de Izu se deformó en una mueca de tanta sorpresa y dolor, que le había fragmentado a él el corazón.

—¿Por qué?

—Solo marchante.

—¿Ya te es aburrida mi compañía?

No, claro que no. Todo lo contrario, no podía pensar en una vida donde él no estuviera. Pero no podía decirle eso. Prefería tenerlo lejos, vivo, a saber que había muerto por su culpa. Y si eso implicaba ser cruel y hacer que lo odiara… entonces lo haría.

—Sí.

—Mientes.

—Izu… —Shōto lo llamó, con ese mote cariñoso con el que siempre lo llamaba, y que no sabía en que momento comenzó a llamarlo con el. Pero eso le dio al muchacho la confirmación de su mentira—. Oh, querido Izu, ¿es que acaso crees que te tengo aprecio? —Cuestinó, con el mejor tono de burla y diversión que pudo fingir.

—Lo creo.

—¿Tan desesperado de atención estás? Típico, eres un poco amable ya creen que es amor.

—El único que parece desesperado eres tú. Y, ¿quién habló acerca de amor?

La sonrisa en los labios de Shōto titubeó. Oh, él era tan listo. Había podido leer sus intensiones tan bien, y ahora estaba usándolas en su contra.

—¿Acaso crees que tengo sentimientos por ti, querido Shōto? ¿Eso es lo que piensas? —Él desvío la mirada. Sus ojos bicolores había comenzado a harder—. ¡Mirate! —Shōto, instintivamente, lo había visto de pies a cabeza. Oh, era tan hermoso. Con es mirada fiera pero ojos llorosos—. ¡No me veas a mi! ¡Mirate tú! ¿¡Crees que podría amar a alguien así!?

—¡Ya detente! ¡Solo marchante! ¡Oh, dios, eres tan molesto!

—¿¡Yo soy molesto!? ¡Oh, no tienes idea de lo realmente molesta que puedo llegar a ser!

—Y prefiero no averiguarlo. Así que solo vete.

—¡Oh, y un carajo que voy a marchar! ¡Escucharas todo lo que tengo que decir, Traficante de deseos! —él hizo una mueca, Izu no lo llamaba así desde hacía tanto tiempo—. Si realmente pensabas que podías alejarme al decirme todas esas cosas y hacerme sentir mal, pues no te iba a funcionar. Sé la clase de persona que soy, sé que no soy nadie y no tengo nada que ofrecerle a alguien como tú, más que mi corazón. Pero tú tampoco es que tengas muchas opciones, además, tampoco es que puedas, con tu apariencia, darte lujos.

Oh, él podía ser realmente muy cruel.

—Así que te conformas conmigo.

—Izu… tan solo mirame —se señaló a si mismo.

—Lo hago.

—¿Por qué estarías interesado en alguien como yo?

—¿Por qué no lo estaría?

—¡Por que hay mucho para no estarlo! Las historias sobre mi son todas ciertas. Me burlaba de la desesperación ajena y jugaba con los deseos de las personas, deformándolos y haciendo que fueran su perdición. Era embustero, avaricioso y sí, también era egocéntrico. Así que te pregunto, ¿por qué te interesaría alguien como yo?

Izu se tomó un tiempo para pensarlo, se veía serio y su entrecejo se había fruncido, pero luego de unos minutos, sonrió. Y era una sonrisa tan hermosa, que Shōto solo tuvo deseos de acariciar su rostro, besar sus labios, y enredar su dedos en sus verdosos rizos.

Pero no debía, no era digno de él ni de su amor, tampoco de su vida.

—Porque has cambiado —aseguró.

Izuku había creído en él, antes de conocerlo, porque no tenía otra opción. Porque si existía, su padre quizá podía ser salvado. Si él tan solo podía hacer que Shōto lo ayudara, no importaba si perecía, su padre lo valía. Pero ese quizá, esa duda se había esfumado porque él era real, más real que nada, y estaba ahí, y lo había ayudado. Había hecho que borrara la imagen que tenía de del Traficante de deseos. Quizá fue cruel en su momento, pero ya no era el mismo. Izu estaba seguro que ya había sufrido demasiado. Fue malo y ya había pagado por ello. Ese tiempo lo había cambiado, solo quedaba el recuerdo de quien fue. Y ahora era una persona diferente. Había demostrado que también podía ser amable y sentir empatía.

Amor.

Se había enamorado de él por ello, por su corazón. Por que fue dulce y fue tierno. Y lo hacía reír de forma sincera. Con él era verdaderamente feliz. Y sabía que Shōto también lo era.

—No lo entiendes, Izu… —Shōto sujetaba la tela de sus ropas, sobre su corazón—. No lo entiendes.
—Claro que lo hago —él sonrió—. Cuando leo para ti, siempre te quedas dormido y… déjame decirte algo, querido Shōto, hablas entre sueños.

Shōto soltó una exclamación de asombro, desde luego, no tenía idea de ello. Siempre estuvo solo.

—Si lo sabes, ¿entonces porque haces esto?

—Porque si es por ti, no me importa dar la vida.

Las lágrimas en los ojos cual plata y cielo de Shōto, brotaron con total libertad mientras caía de rodillas. No intentó detenerlas en ningún momento. Nunca en la vida se había sentido como en ese preciso instante. Izuku era la luz de su vida, una que no creyó existiera. Y estaba dispuesto a extinguirse por él. Por alguien como él. El corazón le dolía y su pecho se oprimía con fuerza.

No merecía tanto amor, sin embargo, lo anhelaba con intensidad.

—¿Sabes por qué, Shōto? —continuó Izu, con una sonrisa en sus labios que no se borraba—. Porque yo te a…

—¡No! —Shōto se puso de pie, deteniéndolo antes de perderlo. Primero prefería morir. Se acercó hasta él—. No lo digas —Negó con la cabeza—. Si tú te enamoraste de alguien como yo. De esto —se señaló a sí mismo—. Si estas incluso dispuesto a dar tu vida por mi… entonces no hace falta que lo digas. Si a ti no te importa y estas satisfecho conmigo. A mi tampoco me importa lucir así el resto de mi vida.

—Shōto… —Izuku susurró, al borde de las lágrimas.

—Si tú no puedes decirme que me amas, entonces yo lo haré por ambos. Lo diré todas las veces que sea necesario —prometió, con la mano en el corazón.

Fue Izu quien lloró ahora, y antes de que él dijera algo más, el muchacho de verdes cabellos se lanzó a sus brazos y se aferró con fuerza. Como si Shōto fuera a salir corriendo en algún momento y no quisiera dejarlo marchar.

—Te amo, Midoriya Izuku —susurró contra su oído, con tanto amor que Izu se sintió derretir—. Te amo.

Y entonces un dolor agudo azotó su cuerpo, haciendo que se aleja de Izuku y cayera al suelo. Se abrazó a si mismo mientras una luz cegadora lo cubría por completo. Izu temió por él, lo llamó muchas veces pero solo escuchaba sus quejidos. Derramó lágrimas de impotencia y sufrió por lo que pareció una eternidad, pero tan solo fueron unos pocos minutos, casi nada... hasta que la luz poco a poco se fue apagando, y una figura un tanto diferente a la del Shoto que conocía se hizo visible.

Frente a Izuku se mostró un apuesto hombre. Con cabellos del color de la nieve y un bello atardecer, con ojos cual plata fina y cielo despejado. Era hermoso, tanto, que lo dejó sin hablan un momento. Y ese atractivo hombre estaba ahí, de pie, viéndolo a él, luciendo tan o más asombrado que el mismísimo Izuku.

—No… N-N lo entiendo.

—Yo sí… —dijo Izu, asombrado, comprendiendo todo hasta ese momento.

Pero él no se tomó el tiempo de explicarlo, pues nuevamente se lanzó a los brazos de Shōto. Y Shōto no pidió tampoco que lo hiciera, pues estaba más interesado en rodearlo contra su pecho. En pegarse a él como si pudieran fundirse en un solo ser, y con su corazón golpeteando en sus costillas al son de los latidos de Izuku.

Pero, luego de un momento, la curiosidad le ganó.

—Tenías que dejar tu egoísmos de lado. Por eso la bruja lo dijo. Hasta que supieras qué era amar incondicionalmente, nunca cambiarías, vivirías así por siempre. Pero esto demuestra que lo has hecho. Oh, Shōto, mi querido Shōto —la fuerza de su abrazo sobre él fue más fuerte—. Era una prueba para ti, para tu corazón. Y te has tomado tú tiempo, has estado solo, y solo puedo imaginar lo terrible que fue. Pero me alegra que me hayas esperado a mi.

Luego Izuku se alejó un poco y lo vio directo a los ojos.

—Te amo, Todoroki Shōto —dijo, y nada sucedió, más que el acelerar de los latidos del corazón del muchacho.

Él admiró su belleza y jugueteo con sus cabellos. Contempló sus rojos verdes, sus adorables pecas, sus largas pestañas y sus finos labios. La suavidad de su rizos era perfecto a su tacto. A esas manos que de nuevo eran las suyas. Esas que no merecían tocarlo pero lo deseaban más que nada.

Oh, era tan hermoso.

Tan perfecto.

Tan único.

Se observaron a los ojos, perdiéndose en el brillo anhelante del otro. Izuku alzo el rostro hacía Shōto, y Shōto hacía Izuku, deseando un contacto más intimo entre sus labios. Shōto le acaricio la mejilla sonrosada, e Izuku cerró los ojos disfrutando su caricia e inclinando el rostro, buscando más de él.
Finalmente, Shōto deshizo la distancia y sus labios besaron los del apuesto muchacho que había hecho más que cautivar su corazón…

Midoriya Izuku lo había salvado de la oscuridad.

 

Notas finales:

Y eso fue todo. 


Espero les haya gustado, sería lindo si podrían dejarme algún comentario para saber que lea pareció. Siempre es bueno saber. 


Que Raziel los cuide, besos y abrazos. 


Bye.


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