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Bajo el Cielo de París por AkiraYuu

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Notas del fanfic:

Imagen de referencia aquí.

Notas del capitulo:

No, jamás he ido a París :c

París, la ville de la Lumiere, o la Ciudad de las Luces, nombre que remite a su fama como centro de las artes y la educación, pero también (y tal vez por lo mismo) a su adopción temprana de la iluminación urbana.

Cuando por primera vez mis padres me trajeron a París, debo reconocer que no me causó un gran entusiasmo. Yo quería conocer lugares con más historia y cultura. Alemania, país que durante la Segunda Guerra Mundial fue nuestro aliado (cosa que no celebro, por supuesto), Noruega, Suecia y Dinamarca, tierra de los vikingos. La capital de República Checa: Praga, o incluso el gran Machu Pichu en Perú o la pirámide de Chichén-Itzá en México, pero cuando vi a mi madre tocar el piano en la Ópera Garnier, mi idea de la ciudad parisina cambió por completo.

Bueno, también tenía 17 años y era fácil sorprenderme.

Mi madre era una pianista muy reconocida en Japón por sus interpretaciones tan limpias y precisas. Algo que la caracterizaba era su pasión al tocar, mi madre se movía al ritmo de sus dedos, cerraba los ojos, hacia expresiones diversas, dejaba que la melodía la envolviera y le ponía el alma a cada interpretación, así que por eso se llevó el reconocimiento del público japonés más exigente (incluso de nuestro Primer Ministro en ese entonces) alcanzando fama y gloria.

Aunque mamá secretamente era más una señora del hogar.

Papá también era músico, violinista para ser preciso, pero en vista de que su mujer estaba en la cima del éxito, decidió dejar su carrera para cuidar de mi y criarme como un hombre de bien. Mi padre me inculcó el amor a la música, pero la clásica nunca fue mi tipo, así que la condición era la siguiente: yo acompañaba a mamá a su presentación en la ciudad de París y él me permitía aprender a tocar la batería. Me parecía un trato justo.

A excepción de que París se me hacía la ciudad más aburrida del mundo. Al menos hasta que me topé con su arquitectura, en su gran mayoría gótica, su historia, sus calles y su gente.

En efecto, mi padre accedió a llevarme a clases de batería, él lo odiaba, pues, aunque aceptaba que la percusión era importante en la música, estaba en total desacuerdo con mis covers de X Japan y Luna Sea, pero jamás me reprimió al hacerlos, cosa que le agradezco muchísimo, me dejo crecer a mi manera.

Quise dedicarme a la música, más nunca lo hice ya que es un camino difícil de recorrer. La gente esperaba que fuera el sucesor del talento de mi madre, pero honestamente no daba el ancho, así que termine estudiando otra de mis grandes pasiones: la arquitectura.

Gracias a mi familia tuve las comodidades de viajar a muchas partes del mundo, con tantos estilos arquitectónicos, pero, aun así, donde seguía estando mi corazón era en París, ciudad que se había convertido en una constante visita para mí.

La gente a menudo me preguntaba por qué no compraba una casa en Paris y me mudaba allá, sí, el dinero no era el problema, el problema era que mi corazón estaba, y estará hasta mis últimos días, en Japón y por mucho que ame la capital de Francia, no podía dejar de lado mi amado y bullicioso Tokio.
Normalmente lo más pesado del viaje es el vuelo, aunque considerando mis 38 años actuales, debo reconocer que fue todo un martirio viajar 12 horas sentado.

Al llegar al Charles de Gaulle inspiré hondo y recogiendo mi maleta lo más rápido que pude, salí en dirección a mi hotel. Llegué al Meliá, un poco harto del tráfico pues este quedaba lejos del aeropuerto, pero si siempre elegía ese hotel era por su cercanía a los principales atractivos de Paris, al estar localizado en el Distrito VIII tenía muy cerca lugares como las Galerías Lafayette, el Río Sena o hasta la Torre Eiffel, de la cual no era muy fanático. Es una estructura increíble, pero no era más que un atractivo visual. Inicialmente se había construido como conmemoración de los 100 años de la Revolución Francesa, pero si me preguntaban, yo prefería mil veces más el Arco del Triunfo, por eso mi habitación siempre tenía la vista a tan hermoso monumento.

Eran cerca de las cuatro y quince de la tarde, pero siempre me he considerado una persona nocturna, así que tomé la decisión de dormir una hora como descanso y salir a recorrer la ciudad cuando comenzara a caer el atardecer.

Esta vez no venía por cuestiones laborales, así que me iba a dar el lujo de relajarme y descansar.

Aunque cuando desperté, no había pasado una hora, sino tres. Estúpidamente había configurado una alarma a las 5 de la tarde, pero no reparé en que mi móvil no había hecho el cambio de zona horaria y seguía con la hora de Japón. Me tallé los ojos con dificultad y por la ventana, que tenía las cortinas corridas, pude ver las distintas luces que iluminaban a la ciudad y al Arco del Triunfo. Una sensación de calidez invadió mi pecho y me levanté del colchón, dispuesto a darme una ducha y salir.

Nunca he sido una persona de trajes o ropa ostentosa. Que sea de la familia Yutaka no significa que mi ropa tenga que gritar "hola, cuesto más que tu vida", así que tome una playera blanca lisa, un pantalón recto de mezclilla oscura y unos zapatos casuales color café. Me peiné con los dedos y coloqué un poco de mousse para peinar para no verme tan desarreglado. Vi a la ventana nuevamente y el movimiento de los árboles me hizo reparar en el clima lluvioso que caracterizaba a la región. Así que tome una sudadera verde deportiva, con líneas blancas que recorrían toda la extensión de mi brazo. Sin abrocharla, tomé la tarjeta del hotel, mi cartera y colocándome mis anteojos de pasta negra, salí de la habitación.

No lo voy a negar, hay algunas calles parisinas con olor a orina, pero en el Distrito VIII no es así. La calles pintorescas y llenas de boutiques, panaderías, cafeterías, joyerías y florerías llenan el ambiente de un olor dulzón y hasta podría romántico, es por lo mismo que también algunos la llaman "La Capital del Amor".

Caminé a lo largo de la Avenida de los Campos Elíseos viendo a turistas pasar, tomando fotos y haciendo poses ridículas, reí para mis adentros y cuatro jóvenes pasaron a mi lado, riendo y preguntándose qué bar sería bueno visitar esa noche. ¡Pero si era domingo! No los podía juzgar, después de todo fui exactamente igual en mis tiempos de universitario. Haciendo de todo menos estudiando.

Entré a la Maison de Fleurs que era mi cafetería favorita del lugar. Los empleados no me conocían en su mayoría, pero el dueño y yo éramos buenos amigos. La cafetería no era muy grande, pero estaba decorada con papel tapiz de estilo barroco que iniciaba con un azul oscuro y poco a poco se iba degradando hasta tomar un azul pastel. Un gran candelabro transparente colgaba del techo y en cada esquina del local había enredaderas de las cuales salían flores. Cuando no era época, los dueños del local colocaban flores artificiales para preservar la imagen del lugar, pero estábamos en verano, así que era buen tiempo para las plantas. Las sillas y mesas eran de hierro, similares a las que la gente utiliza en sus jardines, de color blanco y acondicionadas con un colchón en el asiento para mayor comodidad de los comensales. La cafetería contaba con dos zonas, una techada y una al aire libre. La zona al aire libre tenía el mismo mobiliario, pero una cerca de metal la cual tenía en todo el borde plantas y flores te separaba del exterior.

En mi caso, prefería la zona al aire libre.

Venir a Francia y no probar sus dulces y pasteles era un pecado para mí, así que, aunque no fuese un fanático del azúcar tomé asiento en una mesa con una separación moderada de la cerca de metal y ordené un pastel de frutos cristalizados de temporada, pedí un expreso doble para nivelar la amargura de mi ser con la dulzura del pastel y esperé paciente a que mi pedido llegara.

Me encantaba observar a la gente pasar. ¿Qué traería en mente cada una de ellas? Algunos pasaban inexpresivos y viendo a la nada, pero nadie es capaz de pensar en "nada", así que muchas veces me preguntaba en qué estarían pensando. Pasaba gente en bicicletas vintage, gente paseando a sus perros, turistas caminando con voluminosas cámaras profesionales, parejas tomadas de la mano, madres cargando a sus niños y llevando una carriola, en fin, era tanta la variedad de gente que podría quedarme todo el día mirándolos.

Una persona podía llegar a ser como una estructura arquitectónica. Primeramente, es esperada y ansiada, planificada e idealizada. Después, se inicia su construcción desde que nace y a veces hay errores, a veces hay aciertos, algunas veces la estructura se derrumbará porque sus cimientos no estaban bien forjados, otras, tendrá pilares tan fuertes que serán inquebrantables hasta su muerte. Nunca dejará de remodelarse, pero cuando llegue a la vejez, podrá ver el resultado del trabajo duro de toda una vida, para al final morir y entonces esa construcción se derrumbará para darle paso a nueva construcción de alguna otra vida en ascenso. Mientras pensaba en ello, mi café y mi pastel llegaron a mi mesa, agradecía a la mesera quien me sonrió de manera amistosa y me di cuenta de que del otro lado de la cerca un joven delgado y rubio me miraba fijamente.

Traté de sostener su mirada, pero al ver que no volteaba terminé desviando mi mirada, avergonzado. No estaba acostumbrado a que la gente me mirara fijamente. Que contradictorio ¿no? Adoraba observar a los demás, pero no toleraba que la gente me mirase.

—Disculpa, ¿eres japonés? — Me preguntó el chico con una voz más grave y fuerte de la que hubiese imaginado y en mi idioma natal. No tenía ningún problema para entender el francés, después de todo fue el segundo idioma que aprendí, pero levanté la vista sorprendido e instintivamente contesté un "sí" en francés, me golpeé la frente mentalmente y repetí esta vez en japonés.

—Sí. —El chico suspiro aliviado y me sonrió mostrando todos los dientes, contuve una risilla al ver que estaban disparejos. Me miró, después a la puerta del local, volvió a mirarme y corrió a la entrada de la cafetería. Pasó de largo el mostrador y cruzó la puerta que separaba la parte techada del área al descubierto de la cafetería y se sentó en mi mesa, frente a mí.

—Disculpa si te molesto, pero tengo un par de... ¡ah! sí, quiero un... ¿tienes bizcochos de naranja? ¡Quiero uno, no, dos! Y un... café de prensa está bien, gracias. —Ordenó como si nada cuando la misma chica que me había atendido previamente se acercó a preguntarle si deseaba algo. Que tipo tan curioso. Me crucé de piernas y brazos y lo miré con atención. —Perdón, nuevamente, tengo un par de dudas y como puedes ver, mi francés no es muy bueno, y por favor no hablemos de mi inglés.

—Primero puedes empezar por decirme tu nombre. —El chico asintió y me miró fijamente. A simple ojo le podía calcular unos veinticinco, tal vez veintisiete como mucho.

—Me llamo Kouyou, Takashima Kouyou, pero solo Shima está bien. —Asentí y le di un pequeño sorbo a mi café. —¿Y tú?

—Tanabe Yutaka. —Respondí con simpleza. Normalmente la gente cuando escuchaba mi apellido lo asociaba con mi madre, pero él ni siquiera se inmutó, solo hizo una ligera reverencia a modo de saludo y la mesera dejó su pedido frente a él. —¿Y cuáles son tus dudas? —Mordió uno de los bizcochos que había ordenado y sacó un pedazo de papel extremadamente doblado de su sudadera deportiva azul con blanco.

—Te ves cómo alguien que conoce esta ciudad, y es mi primera vez aquí, ¿me puedes ayudar a moverme por aquí? —Extendió un gran mapa entre sus manos y colocó parte de él sobre la mesa, encaré una ceja y reí.

—¿Por qué me veo como alguien que conoce la ciudad? —Me miró atento y se encogió de hombros.

—Se ve en tu cara. Los turistas primerizos como yo voltean a todos lados asombrados por el lugar, pero tú te ves tan tranquilo como si fuera algo cotidiano para ti. — El chico tenía un punto a favor así que asentí.

—Esta bien, tu ganas, ¿a dónde quieres ir que no te ubicas en este mapa? —Shima miró el mapa confundido y lo giró entre sus manos tratando de encontrarle sentido.

—¿Sabes como puedo llegar a la Fuente de Trevi? —Esperé a que riera a modo de broma, pero al ver que iba enserio no pude aguantar la carcajada que subió por mi garganta. Me miró verdaderamente confundido y me hizo reír de nuevo.

—¡La Fuente de Trevi está en Italia! —Se sonrojó avergonzado al instante y sentí vergüenza por él, así que dejé de reír avergonzado también y carraspeé, aclarándome la garganta. —Tal vez no sea lo mismo, pero sí puedes visitar la fuente de La Plaza de la Concordia. No es la gran cosa, pero el obelisco es una maravilla. —Me miró aún avergonzado.

—¿Y como puedo llegar? —El chico realmente se veía perdido.

—No estás muy lejos, de hecho… —me quedé a medias al ver a los transeúntes pasear de un lado a otro, platicando y compartiendo sus anécdotas y recuerdos con sus acompañantes. El chico realmente se veía solo, nervioso y perdido, y después de todo, yo siempre he sido una persona muy blanda de sentimientos. — de hecho, si terminas pronto tu comida, puedo llevarte. —Se le iluminaron los ojos y trató de disimular su emoción, pero el tamborileo de sus dedos lo delató. No me contestó nada más, solo comió en silencio, con una sonrisa de oreja a oreja y de alguna manera, el pastel de frutas que había pedido me supo más dulce de lo normal.

—Exactamente, ¿dónde estamos? —Me preguntó.

—Justo a la mitad de la avenida de los Campos Elíseos. La Plaza está al inicio de esta, así que debemos regresar. Al otro extremo está el Arco del Triunfo y desde mi punto de vista, ninguna estructura de Italia le debe algo a este. Es precioso. —Mencioné mientras devolvíamos nuestros pasos al inicio de la avenida. Esta vez no observaba a la gente a mi alrededor, más bien al chico que iba a mi lado. Recogió su cabello rubio un poco arriba de los hombros en una coleta y me di cuenta de que tenía los lados rapados. Su cabello suelto daba la ilusión de ser su cabellera completa. —Si no te molesta la pregunta, ¿por qué viniste solo de viaje? —Me miró curioso y sonrió.

—¿No podría preguntarte lo mismo? —Suspiré y metí las manos en las bolsas de mi sudadera.

—Digamos que soy una persona solitaria. No estoy acostumbrado a viajar en compañía. —Cerró sus sudadera pues el aire frío comenzaba a cobrar fuerza.

—Pero vienes conmigo. —Me encogí de hombros.

—En primera, tu fuiste quien invadió mi mesa, en segunda, me dio miedo dejarte solo en una ciudad tan grande y aunque no lo creas, París también tiene sus zonas rojas, y tercero, te hice una pregunta. —Inspiró hondo y siguió caminando, mirando al frente.

—Siempre quise conocer París, bueno, en realidad no siempre. Pero era uno de los destinos que más quería visitar. Ya sabes, ir con la persona amada, besarse frente a la Torre Eiffel, caminar tomados de la mano por el Río Sena, colocar un candado del amor en el Puente de las Artes, toda una película de amor… —guardó silencio por un momento y lo agradecí porque la imagen que se estaba formando en mi mente me causaba un poco de náusea.

—¿Y qué pasó?

—Que esa persona nunca llegó y no iba a dejar que la vida se me fuera solo por esperar a una persona, así que decidí venir solo. Después de todo, es la capital del amor, ¿no? Algo podría encontrar aquí. —Tragué evitando la náusea y reí. El amor era hermoso, sí, necesario, no. —Eso y que esta prohibido colocar candados desde el 2014 por riesgo a que el puente colapse.

—¿Sabes? Nunca me gustó el apodo de La Ciudad del Amor, prefiero La Ciudad de las Luces. —Podía ver cada vez más cerca La Plaza de la Concordia y el aire sopló aún más fuerte.

—¿Y no es el amor una luz? —Me quedé callado pues Shima tenía razón. No es que nunca me hubiese enamorado, pero el amor siempre ha sido un segundo plano en mi vida.

Cuando llegamos, le vi sacar su teléfono celular y tomar una foto a una de las dos pequeñas fuentes frente a la plaza, me pidió que le tomara una foto con ella y accedí. Le sonrió a la cámara, hizo señal de amor y paz y le tomé una foto. Seguramente regresaría a casa a mostrarle a sus padres todas las fotos que habría hecho en el viaje. De repente la pregunta de cómo me describiría ante ellos me invadió, pero no duró mucho tiempo cuando alegremente Shima regresó dando saltitos de emoción y pidiéndome que tomáramos más fotos en el obelisco. Recorrimos la Plaza tranquilamente, una que otra vez sacó diversas fotos a La Plaza, fotos panorámicas de la vista y se le veía realmente feliz, así que no pude evitar contagiarme de su felicidad.

—La Plaza de la Concordia fue construida entre 1757 y 1779 bajo el nombre de Plaza de Luis XV. En el centro se encontraba una estatua ecuestre del rey para celebrar su mejora después de una grave enfermedad. —Shima me miró atentamente mientras caminábamos esta vez rumbo al Arco del Triunfo. —En 1792 la estatua es derribada y fundida y la plaza es rebautizada como la "Plaza de la Revolución". Durante la Revolución Francesa se convirtió en un sangriento escenario debido a la instalación de la guillotina en la que fueron ejecutadas más de 1,200 personas. Algunos de los personajes más destacados entre los decapitados fueron Maria Antonieta y Luis XVI.

—¿Me estás diciendo que pisé el mismo suelo que vio caer la cabeza de María Antonieta? —Asentí. —Fue la que dijo que, si el pueblo no tenía pan para comer, comiera pastel, ¿no? —Asentí y luego negué.

—En realidad, según historiadores, nunca dijo eso. Simplemente había un gran descontento social con la realeza y buscaban excusas para sacarles y ejecutarles. En realidad, la vida de María Antonieta fue algo triste. —Torció la boca y siguió caminando. —Con el final del régimen del terror, en 1795 la plaza fue rebautizada definitivamente como Plaza de la Concordia. Adquirió su aspecto actual entre 1836 y 1840, cuando se colocó en el centro un enorme obelisco proveniente de Lúxor de más de 3,000 años de antigüedad donado por el virrey de Egípto. —Guardó silencio y una gota de lluvia cayó sobre mi nariz. —¿Te molesta la lluvia? —pregunté cuando las gotas comenzaron a caer más constantemente, mi acompañante negó.

—No, pero tampoco me agradaría pescar un resfriado en mis vacaciones. —Nos detuvimos en una pequeña boutique y compró un paraguas morado sencillo. —¿No gustas comprar uno? —Negué.

—No me molesta la lluvia, y no me enfermo fácilmente. Después de todo, mi hotel está muy cerca de aquí. —Pagó el paraguas con una tarjeta y volvimos al camino. Había gente descansando bajó los árboles de la avenida y todo alrededor estaba lleno de flores diversas de colores tan alegres, iluminados por las farolas, que contrastaban con el cielo oscuro de la noche lluviosa de la ciudad.

—El Arco del Triunfo representa las victorias del ejército francés bajo las órdenes del emperador Napoleón I, quien ordenó su construcción. En concreto, pretendía que la edificación cumpliese un cometido: inmortalizar la victoria militar en la batalla de Austerlitz en 1805 contra los Imperios Austriaco y Ruso. —Seguimos caminando y aunque no veía a Shima de frente, sabía que me escuchaba. — En un principio, el emperador pensó en situarlo en la plaza de la Bastilla, pero los planes cambiaron y al final, su emplazamiento fue el extremo oeste de los Campos Elíseos. La construcción duro treinta años. —No detuvimos frente al monumento y Shima tomó una foto con su celular.

—¿Cómo sabes todo eso? —Reí sintiendo el cabello levemente húmedo. La lluvia comenzaba a tomar fuerza.

—Me gusta la historia, me gusta París y soy arquitecto. —Shima abrió el paraguas y se cubrió, me ofreció un espacio y negué con mi mano. —En la base está la Tumba del Soldado Desconocido, un monumento erigido en 1921 que con una llama siempre encendida representa a todos los franceses que murieron en la Primera Guerra Mundial y que nunca fueron identificados. En su honor fue encendida una llama votiva que nunca se extinguirá. — Nos paramos frente a la tumba y esta vez Shima no tomó una foto. Miró hacia arriba y silbó.

—Es hermoso. —Asentí orgulloso y me miró con curiosidad.

—En los cuatro pilares del arco están grabados los nombres de las batallas ganadas por los ejércitos napoleónicos y los de 558 generales franceses, algunos de los que murieron en combate aparecen con sus nombres subrayados. Puedes subir y ver la avenida completa y el Barrio de la defensa. — Su mirada gritaba “vamos” y sonreí. — Pero debes subir 286 escalones que separan la terraza del suelo. — Arrugó el cejo y negó.

—Tal vez mañana podamos subir, pero hoy no. —Reí.

—Mañana tendrás más que conocer. París es enorme y hay tanto que ver. —Suspiré y sentí como las gotas de lluvia escurrían por mi cabello. Estaba empapado. —A parte, quieres conocer a un amor parisino ¿no? Conmigo como acompañante no vas lo vas a lograr. —La lluvia dejó de caer sobre mi cabeza y al girarme a verle me di cuenta de dos cosas. Una es que me había cubierto de la lluvia con su paraguas y dos, que era ligeramente más alto que yo.

Su mirada fija nuevamente me intimidó, tallé el vidrio de mis gafas con la manga de mi sudadera intentando quitar algunas gotas de lluvia y los coloqué de nuevo sobre mis ojos. No resultó, pues ahora veía más borroso que antes. Los quite de nuevo y los limpié con fuerza como instinto nervioso, los puse de nuevo y ya veía mejor, pero no quería ver a Shima a la cara. De repente un aura extraña sentía que nos envolvía así que encontré más entretenido el par de dimorfotecas moradas que crecían en los arbustos. Inspiré pues sentía que me faltaba el aire cuando Shima levantó mi rostro, tomándome del mentón y me besó.

Así sin más chocó sus labios con los míos. En mis oídos estaba el sonido de la lluvia y un zumbido extraño que bloqueaba mi pensar. Sus labios se sentían fríos y cuando abrió la boca para besarme sabía a café aún. No podía cerrar los ojos de la impresión, en cambio él los tenía cerrados como alguien al dormir. Sostuve el paraguas para no caer al suelo pues aparentemente mis piernas comenzaban a perder la fuerza. ¿Cómo era que un jovencito pusiera nervioso a un señor de treinta y ocho años? Se separó de mi e inspiré tan hondo como mis pulmones me lo permitieron pues sentía que me hacía falta el aire. Me miró serio y expectante, metió su mano libre a la bolsa de sus sudadera y apretó los labios en una línea recta.

—Yo… —balbuceé. —eh, tengo que irme. —Ni siquiera esperé a ver su reacción, me di la media vuelta y corrí al único lugar donde podría sentirme a salvo: mi habitación de hotel. Corrí tan rápido que un perro casi me muerde en el proceso, tropecé dos veces con el asfalto un poco levantado y casi termino atropellado por un ciclista. Crucé el lobby, empapado y con el corazón latiéndome tan fuerte como el estallido de la pirotecnia y presioné el botón del elevador repetidas veces. El personal del hotel se acercó a comprobar que todo estaba bien, asentí y me metí de prisa en el elevador, presioné el número doce y cuando llegué al piso me encerré en mi habitación, deslizándome con nerviosismo en la puerta.

Me miré las manos temblorosas y solté un grito débil tratando de sacar la emoción que me invadía. Me di cuenta de que estaba sonriendo. Me revolví el cabello desesperado y negué. Me levanté del suelo y caminé a la ventana, donde pude ver la lluvia caer con fuerza sobre París y suspiré agarrándome con fuerza al marco de la ventana. Siempre era lo mismo. Cada vez que el amor llegaba a mi puerta, terminaba ahuyentándole.

¿Amor? Nada me aseguraba que este chico pudiera darme amor, llevábamos unas horas de conocernos y seguramente solo buscaba una aventura, una anécdota que contar con sus amigos cuando regresara a Japón. Me senté resignado en la cama y me morí las uñas, nervioso y ansioso. La cosas pasaban por algo, siempre he sido una persona que cree en el destino y sus señales, y si este chico era algo destinado en mi vida aparecería de nuevo. Deseaba muy en lo profundo que así fuese, no había sido una simple coincidencia que en medio de una ciudad tan poblada y transitada nos hubiésemos encontrado, ¿no?

Suspiré, estaba divagando demasiado. Dejaría todo al azar y al destino. Era más fácil que hacerse cargo de sus propias decisiones. Me quité la ropa mojada y me puse el pijama de Snoopy que traía conmigo, me sequé con una toalla el cabello y abría la puerta para bajar al restaurante por un poco de jugo de mandarina. Cerré la puerta de mi habitación y al final del pasillo vi a un rubio, empapado, cruzar la puerta de la habitación.

Estúpido y maldito destino.

Estúpida y maldita Ciudad del Amor.

Estúpida y maldita lluvia.

Estúpido y maldito corazón, ¡¿por qué estas tan acelerado?!

Apreté los puños y me debatí qué hacer. Inspiré, me persigné sin ser religioso y me acerque a la puerta de su habitación y rogando al cielo, pidiendo e implorando que estuviese haciendo lo correcto, toqué su puerta con firmeza.

Notas finales:

No hay mucho que agregar, solo que espero lo hayn disfrutado.

Los TKM c:


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