Solo en casa.
Mika estaba el sofá con la televisión apagada, así como las luces y su celular. No quería escuchar a nadie ni que fuese molestado, quería que la oscuridad lo envolviese y nadie, ni él, viese su estado de depresión.
La angustia lo desgastaba. Lo desgarraba.
Podía simplemente salir en la mañana, trabajar, comer algo que su mejor amigo y beta le traía durante el almuerzo y seguir trabajando, luego volverá a su casa después de una hora de viaje en auto. Había cambiado de hospital, trasladándose al hospital de la localidad vecina.
No quería atender a su pueblo, no quería ver a su manada.
Y volvía a casa sin prestarles atención, llegaba cansado y dolido.
Era increíble que aun hoy fuera su Alfa. ¿Cómo nadie lo estaba desafiando? Estaba siendo todo lo que un Alfa, encargado de una manada, no debe ser. Egoísta, indiferente, frio, irrespetuoso.
Pero era su culpa. Ý la suya.
El timbre sonó. Lo ignoró pero sonó de nuevo. Y volvió a sonar, y a sonar, y a sonar.
— ¡BASTA! —Gritó, y gruñó fuertemente para que se escuchara a través de la puerta.
No tenia que preocuparse por los humanos, sabía quien estaba tocando el timbre incesantemente.
—No me voy a ir, así que ábreme. Tengo noticias.
— ¿Qué es ahora? ¿Un lobo que no puede solucionar sus propios problemas? No me importa, es hora de que dejen de ser inútiles.
Inútiles.
Egoístas.
Los odiaba, no podía mirarles la cara sin querer destrozar a todos.
No podía mirarse a un espejo sin querer destrozarse a sí mismo.
Era un inútil.
Un egoísta.
Un idiota.
Un mal Alfa.
Un mal hombre.
Y sobre todo, un mal compañero.
— No deberías hablar así de ellos, la manada te adora y respeta… Igual, no vine por eso, sé donde está.
— ¿Qué?
—A Santiago, lo encontré.
Nuevo hogar.
Mika miró su nuevo pequeño departamento. No esperaba que a los treinta y cinco, se encontrase en un lugar tan escaso pero era mejor que dormir en la calle. Él había invertido en su casa, un hogar. Pero lo dejo.
Era mejor así.
No estaba para recordar y ponerse melancólico. Había sido un buen día, había estado viviendo en la casa de un amigo, durmiendo en su sofá durante un par de meses mientras juntaba el dinero que necesitaba para alquilar un departamento. Hoy se había mudado a su propio lugar.
Su trabajo como auxiliar de veterinario era tranquilo y agradable, tenía pocos compañeros. La clínica era pequeña también, constaba de dos veterinarios que eran pareja, un recepcionista y él, pero era suficiente para la localidad. Marina era una ciudad de solo tres mil habitantes, un pueblo tranquilo y con un bosque lo suficientemente grande para dejar salir a su zorro de vez en cuando.
Estaba bien. Ojala pudiese decir que estaba feliz.
Suspiró y puso el cuadro sobre la mesita de luz.
Lo detestaba, una parte de él quería tirar esa foto y no ver nunca más su cara.
El vinculo latiendo en su pecho ya era suficiente recuerdo. Pero ese se desvanecería con el tiempo.
Pero a pesar de todo, él lo amaba.
Cinco años podían ser pocos años para algunos, pero para él era todo.
Lo conocía tan bien, desde las pequeñas cosas como la forma en la que frotaba sus dedos cuando estaban pensando en encontrar una solución, o la actitud juguetona de su gran lobo negro con su zorro, o como siempre estaba en contacto con su cuerpo, hasta cuando estaba dormido.
Lo amaba.
Pero lo detestaba y su zorro sólo lloraba por el conflicto.
Quería volver a su hogar, a sus brazos, probar su sabor, oler ese aroma fuerte y fresco, quería abrazarlo por horas mientras leían, o miraban una película, o tomaban una siesta o simplemente quedarse así.
Ya había comida y bañado, así que sólo se acostó en la cama y deseo que nada hubiese cambiado hace dos meses mientras se miraba a él y a Mika en la foto, sonriéndose, abrazado y mirándose.
Ni siquiera recordaba esa felicidad.