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Dádivas por Marbius

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Notas del fanfic:

Siempre he sido de la idea que uno aprende mucho de los demás analizando la clase de regalos que son capaces de entregar. La idea me dio vueltas en la cabeza, y sin más se convirtió en un fic.


 


He tenido que cortar este one-shot (ajá, es one-shot a pesar de casi llegar a los 15k) porque en Slasheaven y Amor-Yaoi el límite de palabras por capítulo es de 8k~, así que no hagan caso a la separación de los capítulos. Lo hice así por conveniencia, no por otra razón.

Era parte de un consenso generalizado que de entre los Merodeadores, aquel que daba los mejores obsequios era Sirius.

Y no es que el resto fueran terribles, no, al menos no su mayoría, pero como suele suceder en casos similares, sus regalos tendían a mostrar su personalidad.

Póngase el caso de Peter, el bajo y regordete Peter que muchas veces hacía cuestionar su pertenencia al grupo de alumnos más traviesos que alguna vez hubiera pisado Hogwarts. El mismo Peter que en cumpleaños y ocasiones especiales hacía entrega de regalos rigurosamente elegidos a base de prestar atención y conocer a las personas, aunque a veces rayaba en lo obvio, como Regalarle a James todas y cada una de las camisetas de Quidditch oficiales de los equipos en Gran Bretaña y después los europeos, o en el caso de Remus, obsequiarle tomo por tomo una enciclopedia hasta completar su colección. Buenos regalos sin duda, pensados para ellos, pero a la vez, poco originales como él.

No es que James fuera mejor. Con un presupuesto en su bolsillo que superaba con creces al de Peter, James tenía el terrible defecto de realizar una elección de obsequios basada en lo que a él le gustaría recibir, y que en su mayoría tenía que ver con el Quidditch. Con Sirius ese no era ningún problema ya que su amigo aceptaba de buena gana jugar un uno a uno con él (jamás en el equipo oficial a pesar de tener aptitudes, salvo que fuera por una sustitución), pero con Peter y Remus... Bastaba con decir que estos todavía guardaban sus latas de abrillantador de escobas, libros idénticos de Quidditch a través de los tiempos, y otros tantos regalos más relacionados a ese deporte con afecto, pero sin encontrarles un uso real.

Remus era más del tipo ir directo al grano. Él no se esforzaba con regalos personalizados porque sus ciclos de esperar la luna llena, sufrirla, y después reponerse le costaban más tiempo del que quería admitir. Además, para él la simplicidad iba primero, así que se limitaba a los mismos regalos prácticos cada año: En cumpleaños, calcetines (eso sí, con decoraciones que resaltaban la personalidad de quien los recibía), en Navidades cualquier prenda que proveyera calor como guantes o una bufanda, y en San Valentín y otras fechas similares, una rana de chocolate. El detalle extra lo proporcionaba con un vale escrito de su puño y letra donde se ofrecía a pequeños favores que los demás sabían que no eran de su agrado, como dejar a Peter copiar de su tarea de Defensa Contra las Artes Oscuras, o para James el asistir a los insufribles partidos de Quidditch que siempre se celebraban demasiado temprano los sábados en la mañana y sin tomar en consideración el precario clima de aquellas latitudes.

Sirius en cambio era... Sirius. Educado desde la más tierna edad a ser un Black hecho al molde como el resto, tenía muy en claro cómo proporcionar los mejores obsequios, ya fuera porque las intenciones iniciales con las que había adquirido aquella habilidad eran el soborno y la zalamería. Sirius no era como el resto de su familia, claro está, pero lo que se aprende bien no se olvida jamás, y sus regalos solían ser siempre los más esperados durante las fechas especiales. El esmero venía no sólo por el regalo en sí, sino también por la presentación, pues Sirius conocía hechizos para hacer que las cajas y bolsas que contenían sus regalos estallaran con lluvias de confeti o cantaran canciones de su propia invención. Y que decir que su contenido era justo lo que la persona que lo recibía podía estar más feliz de recibir, como un set de ajedrez hecho con marfil y hechizado para jugarse a partir de una persona (Peter), boletos para la temporada de verano en la liga de Quidditch (James) y una suscripción anual a una distinguida asociación literaria que dos veces por semana enviaba lo mejor de su catálogo a domicilio (Remus).

De entre ellos cuatro entonces, no quedaba duda que quien más se esmeraba y mejor acertaba en sus regalos era Sirius, y esa fama que le precedía fue la que lo colocó en una situación complicada cuando a finales de su quinto año en Hogwarts su comportamiento, actitudes y rebeldía a las responsabilidades inherentes a las que estaba obligado por ser un Black de pura cepa le acarreó más problemas que nunca con su familia.

La metafórica gota que había derramado el jarrón llegó un par de semanas antes de presentar sus TIMOs, cuando a oídos de Walburga Black (más bien a sus ojos, porque seguro había sido Regulus quien se lo notificó) llegó la noticia de que Sirius estaba saliendo con alguien de su mismo sexo, y por lo tanto era merecedor de un Vociferador para recordarle sus obligaciones con la familia y su sangre limpia.

Lo realmente chocante de ese asunto resultó ser la posición a la que Walburga Black aludió en su vociferador, pues los magos estaban mucho más adelantados que los muggles en materia de sexualidad, y para ellos las uniones entre su mismo sexo no presentaban ninguna clase de problema, sino sólo su estatus de sangre y el dinero con el que contaran en Gringotts.

Para los Black, la vergüenza no recaía en que Sirius fuera homosexual, sino que el dueño de sus afectos no fuera un miembro de la casa de Slytherin, o al menos un sangre pura que después pudiera por medio de pociones ayudarle a continuar una línea familiar que continuara siendo el orgullo de los Black.

De todo eso se enteró Remus al encontrar a Sirius de vuelta en su dormitorio, de cara no en su cama sino en la de Remus, y abrazando su almohada.

—Lo siento por... todo lo de antes. Madre es dada al histrionismo, y cree que tiene derecho a inmiscuirse en mis asuntos así sin más.

—¿Crees que su amenaza de colgarte de los pulgares hasta hacer entrarte en razón sea cierta? —Preguntó Remus, que sentado a su lado en la cama, le pasó la mano por la espalda—. Porque si es así, deberíamos hablar con Dumbledore...

—¿Y después qué? —Resopló Sirius, levantando la cabeza de la almohada y mirándolo con los ojos irritados—. Además, somos Black. Estos asuntos se arreglan en la privacidad de nuestro hogar. Involucrar a terceros es buscar más problemas.

—Sirius...

—Es mejor así, Moony —dijo Sirius, que volvió a hundir el rostro en la almohada y por lo tanto sus siguientes palabras quedaron sofocadas—. Lo siento por inmiscuirte en todo esto.

La mano de Remus pasó de la espalda de Sirius a su cabeza, y sus dedos peinaron largos mechones de grueso y sedoso cabello que se deslizaba como si se agua se tratara.

—Da igual, eres tú el que me preocupa.

Y al cuerno con que su no-tan-secreta-relación (que más bien podía clasificarse como discreta) saliera a la luz. Sus mejores amigos ya estaban al tanto, y Remus suponía que también algunos profesores que los habían sorprendido en el armario de escobas o Hagrid al estar tomados de la mano en los jardines. Había sido simple cuestión de tiempo que alguien de Slytherin se percatara y le fuera con la noticia a Regulus, que tal como había predicho Sirius, apenas tendría tiempo de que la tinta en su carta se secara para comunicárselo a su progenitora y meterlo así en más problemas.

Remus suponía que la nueva transgresión de Sirius en el código de conducta Black le acarrearía problemas, y un vociferador había estado en su lista de posibles humillaciones, pero el resto faltaba todavía por venir...

 

Aquel año fue cuando se examinaron (exitosamente, aunque eso lo sabrían después) para sus TIMOs, terminaron su quinto año en Hogwarts, y Sirius volvió a Grimmauld Place por última vez. De hecho, volvió y toleró los mismos abusos a los que había estado sometido desde nacimiento, y sin importarle gran cosa las consecuencias, después de cuatro semanas empacó un baúl con sus pertenencias más preciadas y se marchó.

Definitivamente se marchó.

A la mañana de su partida, recibió Remus de James un búho con dos días de antelación informándole de las últimas novedades, donde incluía un par de trivialidades, y como si nada y en un postdata en las últimas líneas que su querido Sirius estaría viviendo con él en el futuro inmediato.

 

“... es como el segundo hijo que mis padres siempre quisieron tener, aunque es mayor que yo, ¿contaría él como el primogénito o...? Bueno, Padfoot manda saludos.”

 

Remus leyó y releyó ese párrafo hasta el cansancio, incapaz de discernir si se trataba o no de una broma, pero acabó por creérselo cuando hizo memoria de las últimas misivas que Sirius le había escrito a él. Siempre en papeles de alta calidad y con plumas exóticas que hacían su trazo de perfecta caligrafía más una invitación a tomar té con la Reina que una simple carta, pero repletas de amargura y frustración porque estaba confinado en Grimmauld Place y su familia le resultaba más insoportable año con año.

Por encima había abordado Sirius la novedad de que la segunda de sus primas se iba a casar ese verano, y que la tercera ya estaba haciendo planes para lo mismo el siguiente año. Los preparativos de la boda y el forzado papel que Sirius representaba en esa unión habían sido gran fuente de irritación en las cartas de éste, pero ni por asomo había creído Remus que las cosas estuvieran tan mal como para verse obligado a huir, así que no se demoró demasiado en salir de la cama, alistarse para el día, y con un puñado de polvos floo en la mano, anunciarle a sus padres que estaría fuera por el día.

Su arribo a la residencia Potter no fue una sorpresa para los padres de James, que estaban en el salón leyendo el periódico (Euphemia) y trabajando en un bordado (Fleamont) y lo saludaron de pasada mientras le indicaban que los chicos estaban atrincherados en la habitación de su hijo.

Remus esperaba encontrarlos a los pies de la cama de James, cuchicheando, entre risas, y el cuadro fue tal como lo había dibujado en su mente, pero su cerebro al parecer omitió los golpes y laceraciones que Sirius traía consigo en el cuerpo como marcas de su corta estancia en Grimmauld Place, y que con toda certeza habían sido parte del detonante que lo forzó a mandar todo al cuerno y despedirse de una vez por todas de los Black a los que había llamado familia.

—¡Remus!

—¡Moony! —Se exaltaron sus amigos al verlo llegar, y Remus no hesitó al acercarse a Sirius, y con dedos trémulos, rozarle las áreas amoratadas en el rostro.

—¿Pero qué...?

—Luce peor de lo que es en realidad —dijo Sirius, los ojos límpidos y apostura relajada. No porque no doliera, sino porque no lo haría más ahora que estaba fuera de Grimmauld Place—. Pero es la última vez.

Y esas palabras pasarían a conformar el inicio de su nueva vida.


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