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Tormenta de verano por Pepper

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Notas del fanfic:

Una historieta muy cortita que escribí hace algún tiempo y he releído hace poco. Espero que os guste.

TORMENTA DE VERANO

 

Cuando Desmond anunció que se marchaba ya tenía las maletas hechas, la chaqueta puesta y el billete de tren en el bolsillo. Partía esa misma noche y no creía que fuera a volver, porque su memoria era terrible y aquel pueblo de mala muerte no salía en ningún mapa. Él había nacido para las grandes ciudades y sus grandes noches, para las copas, la música, el arte y la poesía. Se iba a Londres, pero pronto viajaría a París. Ese era el sueño, el objetivo. Buscaría trabajo allí o enamoraría a alguna parisina guapa que pudiera mantenerlo. También tendría amantes, muchos.

 

Al principio pensaría en Jack cuando los besara, pero pronto olvidaría el sabor de sus labios y el olor de su piel; no tenía sentido llenarse de un amor que solo existía en su imaginación y sufrir, sufrir y sufrir. Sufrir como sufriría Jack, que iba a quedarse solo en un sitio que no era París ni se le parecía. En el Valle no había teatros ni amplias avenidas, y la vida nocturna era tan pobre que no invitaba a abandonar el calor del hogar para salir a buscar amaneceres. Si por lo menos hubiera luces…

 

Pero no, claro que no había luces.

 

Los vecinos del Valle eran gente humilde que se dejaban piel y hueso trabajando la tierra para dar de comer a sus hijos, gente práctica que consideraba la belleza como algo prescindible y que jamás daría parte de su sueldo para comprar unas pocas bombillas de colores, de la misma manera que no lo haría para vestir de mármol sus edificios o llenar de flores sus jardines. En el Valle la música se ahogaba, la inteligencia se dormía y las únicas artistas eran las nubes que, de vez en cuando, pintaban de blanco las cumbres montañosas.

 

En el Valle, Jack estaba condenado a volverse gris.

 

Había pensado que Desmond podría salvarlo. Desmond, que se creía viento pero era tormenta de verano, una lluvia torrencial que arrasaba con todo en pocos segundos y desaparecía con la misma rapidez con la que había llegado. Desmond, que se iba y se llevaba sus promesas con él.

 

—He comprado un billete para ti.

 

Jack lo miró con expresión ausente.

 

—No puedo ir contigo, Desmond —repitió por enésima vez.

 

La sonrisa ufana que había adornado el rostro del chico mientras hablaba sobre su viaje a París se tornó sarcástica.

 

—Claro que puedes. No estás atado, ni cojo, ni pobre. —Lo miró un momento, estudiándolo—. Bueno, puede que algo pobre sí estés. Si es cosa de pasta, puedo ayudarte.

 

—No es eso. Es…

 

—Ya, ya —cortó Desmond, restándole importancia con un ademán impaciente—. Tu familia. Tu padre enfermo, tus hermanos pequeños… lo sé, me lo has contado millones de veces.

 

Jack farfulló algo ininteligible.

 

—Me necesitan, ¿por qué te cuesta tanto entenderlo?

 

—Yo también te necesito.

 

Ahora fue el turno de Jack para sonreír, desganado.

 

—No me jodas, Desmond, te has pasado como media hora hablando de tus futuros amantes franceses.

 

—¿Y qué quieres que haga? De alguna manera tendré que consolarme.

 

—Mira… no tienes que darme explicaciones. Vas a irte a París. Es tu sitio, lo comprendo.

 

—Pero…

 

—Pero el mío está aquí. Por lo menos, hasta dentro de unos años.

 

Desmond puso los ojos en blanco y respiró con fuerza, tratando de no mostrarse tan alterado como se sentía.

 

—Tienes veinte años, Jack. ¿Cuánto crees que va a tardar Lea en poder valerse por sí misma? ¿Diez, doce años más? Tú tendrás treinta y estarás casado con una granjera que, con mucha suerte, sabrá sumar. Ganarás lo justo para comer y cuando acabes de criar a tus hermanos empezarás a criar a tus hijos. ¿Es eso lo que quieres? ¿Pasar toda tu vida aquí, entre ovejas? ¿Ordeñar vacas, alimentar gallinas y podar árboles?

 

—Cállate. —Jack tenía los dientes apretados y el rostro congestionado por la rabia—. Cierra la puta boca.

 

—Alguien tiene que decirte la verdad, quitarte la venda de los ojos. Mierda, Jack, despierta. No hay nada para ti aquí, solo pena, miseria y…

 

Jack lo agarró bruscamente de la chaqueta y lo atrajo con fuerza hacia él, forzando una posición en las que sus narices prácticamente se rozaban. Un brillo de advertencia iluminaba sus ojos oscuros.

 

—Te estás equivocando, Jackie —dijo Desmond, muy despacio.

 

—Puede —respondió él, la voz ahogada—. Pero es lo que tengo que hacer. Tú… tú puedes irte. No tienes que quedarte aquí, ya lo sabes. No te preocupes, no te lo voy a pedir. No soy tan egoísta como tú.

Lo soltó y se dio la vuelta para marcharse; si se daba prisa todavía podía llegar a tiempo para la recogida de fruta de aquel día.

 

—Ese es el problema, Jack, ¿no lo ves? ¿Por qué no piensas en ti, por una vez? ¡Tú no eres feliz aquí!

 

Jack continuó avanzando, sin girarse.

 

—Vas a perder el tren.

 

Escuchó un bufido a sus espaldas, unos pasos apresurados y la mano de Desmond sujetándolo del brazo.

 

—¿En serio, Jack? ¿Te vas así, sin más?

 

 —Como tú.

 

Por primera vez desde que se conocían Desmond parecía serio. Su jovialidad habitual había desaparecido, siendo sustituida por una profunda desazón que le torcía los labios y le oscurecía la mirada.

 

—Jack…

 

—De verdad, Desmond, no pasa nada. Solo… lárgate ya.

 

—Si hicieran un ránking de las peores despedidas de la historia, estoy seguro de que la nuestra lo encabezaría.

 

Muy a su pesar, Jack sonrió.

 

—Eres un idiota.

 

—No finjas sorpresa, fue lo primero que te dije sobre mí.

 

—Lo primero que me dijiste fue que eras un mentiroso.

 

Desmond dio un paso hacia Jack y apoyó su frente contra la de él.

 

—Ah, cierto. Quería confundirte y que nunca supieras si lo que te contaba era verdad o no —esbozó una sonrisa complacida—. ¿Lo conseguí?

 

Jack lo escuchaba solo a medias, más concentrado en el movimiento de sus labios que en las palabras que salían de ellos.

 

—Casi.

 

Y, ansioso, se abalanzó sobre su boca para besarlo. Desmond le mordió el labio inferior, murmuró algo sobre impetuosos campesinos y se dejó hacer, satisfecho con el nuevo rumbo de acontecimientos.

Jack se despertó muy tarde a la mañana siguiente. No había bebido nada, pero sentía el cuerpo tan roto como en sus peores resacas. Le dolía la cabeza, le pitaban los oídos y tenía un agujero en el estómago.

 

Y Desmond se había ido.

 

Jack se escondió aún más bajo las mantas, obligándose a no pensar. Normalmente, cuando evocaba la figura del chico lo que sentía era calor, pero aquel día su recuerdo solo le inspiraba un frío seco. Gimió, consternado, al darse cuenta de que lo que le sucedía era que estaba enfermo.

 

Había pasado demasiado tiempo bajo la tormenta.

 

—¿Jack? ¿Estás despierto?

 

Jack se planteó seriamente fingir que sí, pero Lea sonaba preocupada y no quería asustarla. Se incorporó un poco en la cama y forzó su mejor sonrisa, saludándola con una mano alzada.

 

—Más o menos. —Bostezó, agotado—. ¿Qué pasa, enana?

 

—Ha venido un amigo tuyo a verte. —Dudó—. El extranjero, el guapo.

 

El corazón de Jack se aceleró, atreviéndose a soñar lo que él no podía.

 

—¿Desmond? —preguntó, casi en un susurro.

 

—Joder, Jackie, tienes una pinta horrible.

 

Jack se había quedado sin resuello y sin palabras.

 

—¿Qué haces aquí?

 

Desmond pasó junto a la menuda figura de Lea y se sentó en la esquina de la cama, fingiendo un terrible pesar.

 

—El tren, lo perdí —mintió—. Y he decidido aprovecharme de tal circunstancia para, bueno, pensarme un poco las cosas y dejar que te las pienses tú.

 

—¿Cuánto es un poco?

 

Desmond se encogió de hombros, encantador.

 

—Depende. ¿Cuánto necesita la pequeña Lea para aprender el oficio?

 

Jack sonrió.

 

Notas finales:

¿Reviews :3?


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