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Ai por Schlachter__21

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Notas del capitulo:

Ha pasado tiempo desde la última vez que escribo algo. Sin más, espero que su lectura sea amena.

Amor.

El tan anhelado sentimiento que todo ser humano desea poseer. ¿Qué es el amor? Aquello tan deseado, aquella ferviente ansia de querer sentirlo. El amor es intenso, el amor es protección. Tantas formas de expresarlo, tantas formas de sentirlo. El grado varía, la intensidad del sentimiento es un juego de probabilidades.

Esas eran simples palabras.

Observas, quieres. Acaricias, sientes. El deseo de complacer va mucho más allá que el significado orquestado por un par de palabras vanas. La adoración hacia aquello viola las leyes terrenales. Celestial, intenso. No hay suficientes discursos para describir lo que es. El amor es como una pieza de música que oyes una y otra vez, adorando cada sonido, apreciando cada melodía deleitándote con ella. Observas aquello, adoras cada pequeño centímetro de su cuerpo mientras sientes como un extraño sentimiento de paz y felicidad se apodera de cada célula de tu organismo, arrasando con cualquier pensamiento que cruce tu mente en aquel momento para reemplazarlo por el cariño hacia aquella obra visual. Y solo quieres complacerle, que sea feliz. Que esté embriagado por una cálida sensación de armonía.

Deseas protegerlo.

Porque es tu objeto de adoración.

Porque le amas.

Ciertamente, Gaara no comprendía el significado de la palabra amor. La pregunta acechaba su mente día y noche sin descanso, volviendo su pesadilla aún más cruel. Inhumana, extrañamente masoquista. Tan joven y lastimado, tan herido. Él no había escogido el camino de la soledad, se lo habían otorgado el día de su concepción. Gaara del Desierto rozaba apenas la floración de un capullo. De belleza inigualable, exótica, el joven y último hijo del Kazekage había sellado su existencia como la de una criatura que había nacido sólo para provocar pánico y pavor entre las gentes. Se alimentaba de su miedo, se alimentaba de sus vidas. Porque se lo habían ganado, ¿verdad? Eso sucedía cuando se metían con ellos.

A pesar de escuchar voces, bueno, a pesar de escuchar aquella voz Gaara estaba lo suficientemente cuerdo como para poder discernir. Por ello destinó casi todas las noches de su infancia para pensar y meditar, tal y como lo estaba haciendo en aquel momento. El cabello rojo del muchacho se meció al compás del viento, los rayos del sol golpeaban con suavidad la tersa y pulcra piel del Jinchuriki del desierto. ¿Qué es el amor?  La pregunta volvía a morar su cabeza y él seguía sin encontrar la respuesta, no la comprendía. Tal vez… Él no había nacido para amar y ser amado. Quizá su destino era estar solo.

“El demonio que se ama a sí mismo.”

Las grandes ojeras bajo sus ojos no eran más que uno de los tantos síntomas mediocres de su perversa enfermedad. La voz que residía en su mente indicaba que no era solo un alma la que vivía en aquel delgado y pálido cuerpo, quien fuera su acompañante era el motivo de su excesivo insomnio. Pero él había sido inteligente, por lo que no desperdició su maldición. Las noches utilizadas como horas de meditación parecían ser inútiles. Inocente creyó que había descubierto el significado del amor, pensó que tenía el conocimiento, que no estaba equivocado. Pero había bastado una derrota a manos de un poderoso rival para desestabilizar todas las creencias que había implantado desde la más tierna infancia. Entonces aquella palabra volvía a ocupar sus pensamientos.

Sintió cómo parte de la arena que componía la geografía de su nación golpeaba contra su rostro de manera suave, casi como una caricia. El atardecer en Sunagakure era una de las pocas cosas que el príncipe del desierto solía apreciar. Los cálidos colores de tonalidades rojas le transmitían una extraña sensación, simplemente lo disfrutaba, como también se deleitaba con la temperatura emitida por el sol. Dentro de un disfrute silencioso, Gaara meditó las palabras pronunciadas por el Genin de la Aldea Oculta Entre las Hojas. ¿Cómo podía volver a creer en ello si cuando lo hizo le traicionaron de la peor forma? ¿Cómo dejar de la influencia de su huésped y forjar otro camino o en el mejor de los casos, retomarlo? Su cabeza dolía. El Jinchuriki llevó ambas manos hacia el lugar donde se generaba el agudo dolor. Gimió, gritó de una extraña forma porque era insoportable, la voz de Shukaku era escandalosamente alegre, totalmente lejos de parecerse a la de su hospedador. No sólo era la bestia de una cola quien le atormentaba cruelmente, sino también los recuerdos del daño colateral producido por Shukaku.

La soledad había sido un trago amargo que probó desde que tuvo uso de razón. Gaara no podía negar que en algún punto sintió que aquello no era así, Yashamaru fue quien menguó el intenso sentimiento de soledad en el pequeño niño tímido que fue alguna vez. Y le traicionó de la forma más vil. ¿Cómo podía volver a creer en el amor colectivo luego de tamaña calamidad? El príncipe de la calabaza se sentía… Confundido. Dio grandes bocanadas de aire cuando el dolor bajó los decibeles de su efecto, los blanquecinos ojos estaban adornados por pequeñas venas rojas que se dieron a relucir por la presión ejercida al apretar su mandíbula.

Era suficiente.

Sus ideales habían cambiado y no debía dudar nuevamente, no podía caer, había esperanza, Naruto se lo había demostrado. Gaara suspiró levemente, el color rojizo de su rostro comenzó a mermar al igual que las venas que adornaban su esclerótica. Se dejó caer hacia atrás, de lado, la arena se movió de forma automática para acunar el cuerpo del joven shinobi. Deseó poder dormir profundamente durante un breve momento, pero sabía que no podía, si lo hacía, su mente sería devorada y su nuevo objetivo no podría ser cumplido. El desierto era silencioso por naturaleza, Gaara solía frecuentar sitios eriazos donde el sonido era algo inexistente, sólo se podía oír el andar del viento y la arena que recorría omnisciente su hogar. El pelirrojo llevó sus piernas hacia su pecho luego de haber soltado la atadura que ligaba la calabaza a su cuerpo. La cápsula que había formado la arena transmitía la suficiente seguridad para hacer aquello, algunas veces creía que la arena lo conocía a la perfección, se sentía uno con ella. Los finos granitos de piedra habían dejado el suficiente espacio como para sentir los rayos del sol contra su cuerpo y rostro, cerró momentáneamente los párpados. Veinte minutos de siesta ligera serían suficientes. El sueño profundo no era una opción, se lo había prohibido, solo podía romper aquella promesa autoimpuesta cuando fuera necesario, por ello, con el tiempo, había aprendido a “dormir”. Simplemente entraba en trance.

Durante veinte minutos se dio el placer de relajar cada célula de su cuerpo y dejar su mente en blanco.

Cuando sus retinas captaron nuevamente los colores del atardecer, el primer pensamiento que llegó a la mente de Gaara fue el nombre de sus hermanos. Los tenía a ellos. Cambió de posición, sus piernas imitaron la flor de loto mientras el vínculo físico entre guerrero y arma volvía a generarse. La arena se disipó con tal delicadeza que el delgado muchacho estuvo de pie indemne sobre la arena. Se devolvió sobre sus pasos, los príncipes ascendían a Rey cuando su predecesor perecía. La temperatura de su hogar solía descender cuando el manto nocturno cubría la tierra, mayormente el calor reinaba. Eso le gustaba. El salvaje desierto era único testigo silencioso de la transformación del joven shinobi de la arena, tal vez las áridas tierras habían escogido a su próximo guardián desde hacía demasiados años. Dentro de sus cavilaciones y tranquilos pasos, Gaara apreciaba la belleza indómita de los parajes, el Jinchuriki se preguntó cuántas historias de amor había valorado la arena. ¿Las esquirlas de piedra bajo sus pies sabrían el significado del amor? Los ojos turqueses se escondieron tras los negros párpados del muchacho cuando pestañeó con sutileza. ¿Podría llegar a ser amado y superar las heridas que el amor le había causado? ¿Sería capaz? ¿Podría siquiera tener la fuerza de voluntad que presentó Naruto ante una situación similar a la suya? Los nombres de sus hermanos mayores volvieron a retumbar con fuerza en el fondo de su cabeza. “Los tienes a ellos”, repitió en un leve susurro casi como si fuera un mantra.

“Los tienes a ellos.”

Gaara estaba seguro de una sola cosa: no comprendía las emociones y sentimientos. Al menos, no del todo.

La tenue luz emergente de un cráter se abrió ante su vista, la fortaleza natural de su hogar le estaba dando una silenciosa bienvenida. Los ninjas que custodiaban el ingreso le observaron sin descaro alguno. Pudo notar cierto… Nerviosismo. Gaara sabía que si fuese su antiguo yo quien estuviera siendo el receptor de esa mirada, los ninjas adversos ya estarían muertos, saciando la sed de sangre de Shukaku. Pero ya no era así. El delgado muchacho ignoró lo transmitido por aquellos ojos. Eran ninjas del más alto nivel y a pesar de ello se sentían intimidados por su persona, ¿lo peor? Su capacidad de control emocional se desestabilizaba al punto de hacerse visible. O tal vez Gaara era demasiado… Perceptivo. El sentimiento que transmitió en algún momento satisfacción volvió a su significado inicial: era molesto, le incomodaba. Si no podía ser su amigo, se volvería lo que tanto profesaban: la vívida criatura que albergaba su temor, el demonio.

Gaara comenzó a admitir que la filosofía de vida que había adoptado gracias a Shukaku no era la mejor.

Una mueca se formó en sus elegantes labios.

Concentró el suficiente chakra en sus piernas y pies para poder impulsarse y poder ir saltando de estructura en estructura hasta que el hogar del Kazekage se levantó orgulloso ante los ojos que rozaban salvajemente un color pastel. Gaara ingresó sin pena alguna, la gente que residía en el lugar se movía de un lugar a otro, los susurros que proclamaban la necesidad de un nuevo Kage fluyeron a través de sus tímpanos. “Los príncipes ascienden a Rey cuando su predecesor perece.”

El título jamás se oyó tan tentador.

La figura juvenil de su hermano mayor cubrió su campo de visión. Kankuro era unos centímetros más alto que él, bueno, cualquiera era más alto que Gaara. El pelirrojo le observó durante un momento y a pesar de que las cosas no volverían a ser como antes, percibió en su hermano un halo de nerviosismo.

“Otro más” se dijo a si mismo.

—Deseo el título de Kazekage —fue lo primero que dijo. El estado nervioso de Kankuro menguó rápidamente para dar paso a uno de asombro. El rostro más expresivo del joven mayor presentó un poco de confusión.

—¿Qué? —la pregunta se generó de manera automática.

—Deseo redimirme y deseo… Protegerlos —Gaara no era expresivo, pero sí solía decir lo que pensaba sin reparar en el peso de sus palabras. Era quizás un tanto directo— no desconozco lo que he hecho durante este último tiempo, pero…

—Comprendo —Kankuro le cortó súbitamente, no necesitaba oír más. Si Gaara deseaba aquello significaba que había un motivo detrás lo suficientemente como para que se lo planteara con tanta seguridad. El marionetista no ignoraba la naturaleza sangrienta del varón más bajo, pero sabía que aquellos tiempos habían quedado atrás. No era estúpido, tal vez engreído como era natural en el carácter de su gente, por lo que reconocería la existencia de algún cambio en algún sujeto. Y con Gaara fue de esa forma. La mirada cargada de odio y rencor sedienta de sangre había menguado desde el enfrentamiento que tuvieron con algunos ninjas de Konoha. Si tuviera que dedicar un adjetivo a la mirada que poseía su hermano menor, “pacífica” y “serena” serían los primeros que pronunciaría.

—¿Lo haces? —la mirada del príncipe demonio denotó un poco de asombro, Kankuro era… Extraño.

—Eres mi “hermanito” menor, por supuesto que comprendo.

Gaara le miró en silencio durante unos segundos. Él nunca le vio como un hermano, pero se había disculpado con el castaño. Su actitud tajante, prácticamente indolente había creado un distanciamiento emocional autoimpuesto por el shinobi más joven. Kankuro no era el extraño, él lo era. El muchacho entrecerró los ennegrecidos ojos ante la mención del diminutivo.

—Engreído…

La sonrisa se hizo presente en el rostro pintado del marionetista.

—¿Dónde está Temari? —preguntó Gaara.

Kankuro dio media vuelta para guiarle, Gaara le siguió.

Bien, sabía que tenía el apoyo de sus hermanos.


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