No es que me provoque la crema en sus labios.
Pero, casi puedo saborearla desde aquí.
Casi.
Y sé que no tiene el mismo sabor.
Me sonríe al percatarse del escrutinio; desconoce el golpe en mi corazón que me tambalea como mosca bañada en miel. Me apoyo en el abrazo seco y el calor agridulce que causa su sonrisa, tras sobrevivir al intenso deseo.
Se concentra en el libro. Frunce los labios, se los lame, los muerde, puede que me esté leyendo el pensamiento, porque estos son atrevidos, al igual que las palabras.
Mil veces ocurre con la muerte de las horas, llegada las doce mi valor mengua y ella entra con sus belfos rojos, sonrisa ancha y un beso pernicioso. No quisiera atormentarme, pero mi estómago está revuelto, lo único que me consuela es el aburrimiento de su voz, la lejanía de sus manos, el poco interés de soltar el libro.
Solitario de nuevo, frunce el ceño en deliberación, y como percatándose, alza la vista e irremediablemente nuestras miradas se cruzan. Me pierdo en sus ojos profundos, oscuros, brillantes…Me distrae el rojo cubriendo su boca, él se ríe negando con la cabeza ¿lo sabe? ¿Qué tengo seca la boca?
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No es que me provoque la crema en sus labios.
Pero, casi puedo saborearla desde aquí.
Casi.
Y sé que no tiene el mismo sabor.
Me sonríe al percatarse del escrutinio; desconoce el golpe en mi corazón que me tambalea como mosca bañada en miel. Me apoyo en el abrazo seco y el calor agridulce que causa su sonrisa, tras sobrevivir al intenso deseo.
Se concentra en el libro. Frunce los labios, se los lame, los muerde, puede que me esté leyendo el pensamiento, porque estos son atrevidos, al igual que las palabras.
Mil veces ocurre con la muerte de las horas, llegada las doce mi valor mengua y ella entra con sus belfos rojos, sonrisa ancha y un beso pernicioso. No quisiera atormentarme, pero mi estómago está revuelto, lo único que me consuela es el aburrimiento de su voz, la lejanía de sus manos, el poco interés de soltar el libro.
Solitario de nuevo, frunce el ceño en deliberación, y como percatándose, alza la vista e irremediablemente nuestras miradas se cruzan. Me pierdo en sus ojos profundos, oscuros, brillantes…Me distrae el rojo cubriendo su boca, él se ríe negando con la cabeza ¿lo sabe? ¿Qué tengo seca la boca?
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No es que me provoque la crema en sus labios.
Pero, casi puedo saborearla desde aquí.
Casi.
Y sé que no tiene el mismo sabor.
Me sonríe al percatarse del escrutinio; desconoce el golpe en mi corazón que me tambalea como mosca bañada en miel. Me apoyo en el abrazo seco y el calor agridulce que causa su sonrisa, tras sobrevivir al intenso deseo.
Se concentra en el libro. Frunce los labios, se los lame, los muerde, puede que me esté leyendo el pensamiento, porque estos son atrevidos, al igual que las palabras.
Mil veces ocurre con la muerte de las horas, llegada las doce mi valor mengua y ella entra con sus belfos rojos, sonrisa ancha y un beso pernicioso. No quisiera atormentarme, pero mi estómago está revuelto, lo único que me consuela es el aburrimiento de su voz, la lejanía de sus manos, el poco interés de soltar el libro.
Solitario de nuevo, frunce el ceño en deliberación, y como percatándose, alza la vista e irremediablemente nuestras miradas se cruzan. Me pierdo en sus ojos profundos, oscuros, brillantes…Me distrae el rojo cubriendo su boca, él se ríe negando con la cabeza ¿lo sabe? ¿Qué tengo seca la boca?