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Don't break my soul por Roronoa Misaki

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes de KNB son propiedad de Fujimaki Tadatoshi, yo sólo los utilizo para mi entretenimiento y el de los lectores, y esta historia fue escrita sin fines de lucro.

Notas del capitulo:

Holaaaa chicos, aquí Misa-chan reportándose después de mucho tiempo. Este es el primer fic que publico después de mi prolongado descanso, espero que sea de su agrado, desde ahora agradezco a quien haya entrado a leer :).

Advertencia: A lo largo de la historia encontrarán algunos saltos temporales entre una escena y otra, pero si ponen atención a la lectura no deben tener problema en identificarlos. De todas formas, cualquier cosa que parezca confusa pueden hacérmelo saber en un mensaje o review ;).

[Capítulo 1 ― Porque el tiempo no lo cura todo]

«La triste verdad es que no quiero a nadie
A menos que ese alguien seas tú»
―Adam Levine, No one else like you

«Sábado, Diciembre 13»

Tomando en cuenta su situación actual, Kise Ryouta sólo había optado por emborracharse acompañado de la soledad en tres ocasiones a lo largo de su joven vida.

La primera vez sucedió a sus 15 años. Había robado un par de botellas de la reserva privada de su padre sin importarle las consecuencias que eso acarrearía, pues lo único que quería era encontrar una forma de alejarse de la realidad. Una realidad en la que su corazón se encontraba destrozado y convertido en polvo, de ese ligero que se esparcía por el aire a la primera leve brisa que corriera cerca, como si su existencia no valiera nada.

Tenía 19 años cuando se emborrachó por segunda ocasión. Después del funeral de sus padres había intentado refugiarse en el alcohol para olvidar, aunque fuera un segundo, el gran dolor y el insoportable vacío que se instaló en el medio de su pecho desde que se enteró del accidente. Aunque claro, la estrategia no le sirvió para mucho más que terminar con el rostro metido en el retrete y un horrible y nauseabundo sabor en la boca acompañado de un muy molesto ardor en la garganta.

Y ahí estaba ahora, a pocos meses de haber cumplido 24 años, en un tranquilo y un poco solitario bar escondido en algún lugar de la ciudad, pasada la media noche y con sabría dios qué número de vaso en mano. A pesar de que no le había servido de nada en las dos ocasiones anteriores, Kise no conocía otra forma de lidiar con lo que sentía en ese momento, así que poco le importaba si esto daba resultado o no. Si sólo servía para hacerlo sentir peor, pues bien. Se lo merecía.

Apuró por su garganta lo poco que aún quedaba de su bebida, pero antes de que pudiera pedirle al hombre del otro lado de la barra que le rellenara el vaso, apareció en el taburete junto a él un apuesto chico de cabello castaño y ojos oscuros, quien le dedicó una encantadora sonrisa.

—Hola, hermosura. ¿Estás solo?

Después de arrojarle una muy poco interesada mirada de soslayo, Ryouta lo ignoró por completo. Aun así, el chico no pareció desanimarse, al menos a juzgar por su insistencia en intentar entablar una conversación con él. Intento que no le dio muy buenos resultados.

—Yo podría hacerte compañía con mucho gusto. Eres un chico muy atractivo, ¿sabes? Aunque puedo notar que cargas una expresión algo triste. ¿Por qué no me acompañas a un lugar más privado y me dices qué es lo que te acongoja tanto?

Kise rodó los ojos para sí mismo. ¿Ese chico creía que él era estúpido? Como si en verdad estuviera interesado en hablar sobre sus problemas. Comenzaba a preguntarse si debía alejarse de la barra y buscar una mesa vacía (aunque su acompañante no deseado podría interpretar eso como una invitación a que se sentara con él) o decirle al guardia de la entrada que había un tipo acosándolo en el interior.

Antes de que pudiera tomar una decisión, el desconocido alargó un brazo hacia él, quizá con la intención de sujetarle la muñeca o el antebrazo, pero no llegó a siquiera rozarle la piel cuando el castaño pegó un gran salto y se fue de espalda, cayendo al suelo con todo y el banco en el que estaba sentado.

Un chico de estatura algo baja y peculiar cabello color celeste había aparecido de la nada en medio de ambos. Considerando la expresión en el rostro del acosador sin nombre, le había ocasionado un susto de muerte.

—Piérdete —masculló entre dientes el recién llegado.

El apuesto joven no necesitó que le repitieran la orden (porque aquello no era una sugerencia, lo sabía) y en menos de cinco segundos su presencia no era más que un molesto recuerdo.

Ryouta suspiró.

—¿Cómo me encontraste, Kurokocchi?

El aludido se encogió de hombros—. Te conozco bien.

—Fue Momoicchi, ¿verdad? —Tetsuya no contestó—. Claro, debí imaginarlo. —Hizo una seña al hombre que atendía y enseguida su vaso estuvo lleno de nuevo.

—No deberías estar aquí, Kise-kun. Vamos, Kagami-kun está afuera esperándonos. Te acompañaremos a casa.

Kise negó con la cabeza. Se tomó la bebida de un solo trago, para enseguida dejar el vaso vacío sobre la barra con un ligero golpe.

—Soy una terrible, horrible persona —se lamentó por lo bajo.

A pesar de sus inexpresivas facciones, Kuroko hizo una mueca para sus adentros. Al parecer, su amigo ya estaba en calidad de ebrio. El lado positivo era, quizá, que de esa forma podría desahogarse hablando con él.

Conteniendo un suspiro, levantó el taburete que había caído al suelo y tomó asiento junto al rubio.

—No, no lo eres.

—¡Por supuesto que sí! ¿Cómo pude tratar de esa forma tan despreciable a la única persona que realmente me lo ha dado todo?

—Matsumoto-kun estaba apresurándose, todos lo sabíamos. Intentamos hacer que recapacitara, pero no nos escuchó. La verdad es que la mayoría ya suponíamos lo que contestarías, y me arriesgaría a pensar que él también.

Ryouta no pareció estarle prestando mucha atención. Tenía la mirada perdida en algún punto frente a él mientras su mano jugaba a tambalear sobre la barra el vaso vacío. Entonces, como saliendo de un trance, bajó la mirada hacia ese movimiento y un segundo después lo detuvo, ahora tan sólo observando su mano. Con lentitud la estiró frente a su rostro, a la altura de sus ojos, apreciando sus largos y delgados dedos.

—Debí haber aceptado —dijo, como si estuviera hablándose a sí mismo—. El anillo era hermoso. Yo debería llevarlo con orgullo y presumirles a todos sobre ser el futuro esposo de un hombre increíble. ¿Por qué no pude simplemente decir “sí”?

Kuroko colocó su mano sobre la de su amigo, guiándola fuera de su vista para que no siguiera atormentándose con el vacío alrededor de su dedo anular.

—Porque no lo amas. Al menos, no como se necesita para establecer un buen matrimonio —dijo, intentando que su amigo lo viera a los ojos. No lo consiguió—. Si hubieras aceptado, tarde o temprano las cosas habrían terminado mal entre ustedes. Sinceramente, creo que es mejor de esta forma. Nadie puede pasar toda una vida al lado de una persona que no ama.

—Él no se merece esto. No es justo —insistió el rubio, apretando sus dedos alrededor del vaso de cristal. Kuroko agradeció que fuera lo suficientemente resistente para no estallar en pedazos.

—Kise-kun —dijo Tetsuya, posando una mano en el hombro del más alto. Quizá había sido por el tono insistente que impregnaba su voz, pero esta vez consiguió que el chico volteara a mirarlo—. No es tu culpa. Nunca le mentiste respecto a tus sentimientos. Él lo sabía, decidió arriesgarse y perdió. Así es la vida.

Kise esbozó una sonrisa vacía—. ¿Sabes, Kurokocchi? El asunto es que ya no sé quién es el perdedor aquí. Quizá él no podrá tenerme, pero a como yo lo veo, fui yo el que nunca pudo regresarle todo el amor que me entregó. ¿Quién está en la peor posición, entonces? Para mí es bastante claro…

Kuroko lo observó con tristeza. Sabía tan bien como todos sus amigos que no había sido fácil para Kise intentar salir con alguien más, y ahora parecía que su esfuerzo había sido en vano. Lo peor era que no había mucho que él pudiera hacer para ayudarlo. Pero, al menos, podía sacarlo de ese lugar.

—Vámonos de aquí, Kise-kun. Puedes quedarte en nuestro departamento esta noche.

El aludido asintió, derrotado. Dejó unos cuantos billetes sobre la barra para pagar lo que había bebido y permitió que Kuroko le ayudara a salir del local, pues iba tambaleándose un poco.

En el exterior, el frío nocturno de invierno los recibió con una brisa de aire helado colándose a través de sus abrigos, lo que sólo sirvió para recordarle a Kise la principal razón por la que nunca logró amar a Ryuu de la misma forma en que él le amaba.

—Supongo que era mentira, eso de que el tiempo puede curarlo todo…

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Faltaba cosa de un par de semanas para la noche de Navidad, y el invierno había llegado a la ciudad acompañado de blancas nevadas y un frío que calaba hasta los huesos ─aún si ibas bien abrigado. Las calles y edificios parecían estar todos cubiertos de nieve, pero el ritmo rutinario de los ciudadanos no se veía afectado por el clima.

En el instituto Teiko, un joven estudiante caminaba por los pasillos perdido en sus pensamientos. Tenía un pequeño problema, pues los días pasaban cada vez más rápido y él seguía sin tener un buen regalo que darle a su novio. Por alguna razón, el regalo de cumpleaños del jodido emperador absoluto había sido mucho más fácil de conseguir que el del mismo Aominecchi. Sí, ciertamente el moreno no era alguien complicado, pero regalarle algo que estuviera relacionado con el básquet le parecía demasiado obvio y común. Si le regalaba ropa o algo por el estilo, en realidad no lo disfrutaría lo suficiente, pues la moda no era algo que le preocupara, y darle una revista o artículo de su adorada Mai-chan no estaba a discusión. Por tanto, a Kise no le quedaban muchas opciones.

Al caminar sin rumbo fijo terminó en un área de la escuela que solía estar desierta, pues sólo había aulas que por el momento no se utilizaban. Dio media vuelta con la intención de regresar por el pasillo y buscar a sus amigos para almorzar, pero algo llamó su atención. La puerta frente a él estaba entreabierta, y por la pequeña abertura se alcanzaban a apreciar sombras en movimiento.

Su sentido natural de la curiosidad le instó a acercarse lo más silencioso que fuera posible y asomarse al interior para descubrir lo que pasaba, intentando no abrir más la puerta para evitar llamar la atención de quien estuviera dentro.

Entonces, se le cortó la respiración.

—Ya déjame en paz —exclamó Aomine, alejándose de la hermosa chica que lo acompañaba dando unos cuantos pasos hacia atrás, lo que en realidad parecía estarle costando un gran esfuerzo.

—Vamos, Daiki —dijo la chica con una voz sugerente—, sólo será un rato. Nos divertiremos mucho y tu modelo adorado no tiene que enterarse de nada —insistió, recargándose en el cuerpo del muchacho, de tal manera que presionaba su prominente busto contra el pecho del otro, y deslizando un dedo por su cuello en un intento de seducción.

Ryouta no tenía idea de cuál era su nombre, pero estaba seguro de haberla visto alguna vez, su largo y liso cabello negro le resultaba familiar. Lo más probable era que se hubieran cruzado por los pasillos de la escuela. En todo caso, si por cualquier razón no había notado su existencia aún, ahora podía reconocerla y calificarla como una completa zorra.

Dejó de pensar en lo que ella significaba cuando la vio ponerse de puntas y asaltar los labios de su novio. Aomine pareció resistirse al principio, pero después de un momento rodeó la delgada cintura de la chica con ambos brazos y la apretó contra su cuerpo. Se besaron con ferocidad y casi enseguida comenzaron a intentar sacarse la ropa.

Kise se alejó de la puerta como si de repente se hubiera prendido en fuego, mientras el sonido de su corazón rompiéndose en pedazos le aturdía los oídos, y no perdió tiempo antes de salir corriendo por el pasillo. Esos dos no lo escucharon, y si lo hicieron no les importó, pues Aomine no salió corriendo tras él tratando de contarle alguna excusa. Quizá así era mejor. Él no quería escuchar excusas, no las necesitaba. Todo le había quedado completamente claro; él no era suficiente para Aomine.

Aquella Navidad Kise le regaló a su novio lo que en ese momento le pareció el mejor obsequio que podía darle: le regresó su libertad.

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Después de haber dejado a Kise durmiendo en la segunda habitación del departamento, Kuroko caminó hacia la sala tallándose el rostro con las manos y se dejó caer en el sillón con nada de elegancia.

Casi de inmediato una taza de chocolate caliente apareció frente a él. Esbozó una leve sonrisa y la tomó en sus manos.

—Gracias, Kagami-kun —dijo, soplándole un poco al líquido antes de darle un trago. Saboreó con satisfacción el delicioso chocolate inundando su boca y bañando su lengua.

El pelirrojo se sentó junto a él, le rodeó los hombros con el brazo y enterró el rostro en el hueco de su cuello, plantándole un leve beso sobre la piel del área—. ¿No vas a decirme Taiga?

Kuroko sonrió con ternura—. Lo lamento, estoy un poco distraído.

—Te lo dejaré pasar esta vez. —Kagami besó su frente y comenzó a acariciarle el cabello con suavidad. Tetsuya suspiró, sintiendo cómo un poco de tensión abandonaba su cuerpo ante el cariñoso contacto, y se recargó en su pareja, tomando un poco más de su bebida—. ¿Cómo está él?

—Mal. Se siente demasiado culpable y no quiere escuchar nada de lo que digo.

—Tranquilo. Se le pasará, sólo hay que darle tiempo.

—¿Esto? Sí, pero… —Kuroko levantó la cabeza para poder ver a los ojos de su novio—. Taiga, han pasado años desde que ellos terminaron y Kise-kun no parece haberlo superado aún. Me preocupa.

El otro hombre asintió en acuerdo—. Lo sé. Aunque yo no estuve en el tiempo de Teiko, desde que los conocí me pareció notar cierta tensión entre ellos. Cuando me contaste lo que ocurrió, cobró sentido. No estoy seguro de lo que Aomine sintiera, pero para mí es bastante obvio que Kise lo amó demasiado. A veces pienso que todavía lo hace.

—He llegado a pensar lo mismo —admitió Kuroko, volviendo a bajar la mirada—. Eso es lo que me preocupa. Si Kise-kun no es capaz de olvidarlo, ¿cómo podrá ser feliz?

Kagami no pudo contestar esa pregunta. Tetsuya tomó un último trago de chocolate y dejó la taza vacía en la mesita de centro. A continuación, subió las piernas al sofá y se acurrucó en el pecho de su pareja.

—¿Cómo estás tú? —preguntó el mayor, envolviéndolo con sus brazos.

—¿A qué te refieres?

—Sabes tan bien como yo que este tipo de situaciones te afecta. No te gusta ver a tus amigos sufrir.

El de cabello celeste esbozó una débil sonrisa—. Estoy bien —le aseguró, levantando la cabeza para poder mirarlo una vez más—. Me alegro de tenerte a mi lado, Taiga.

—Y yo de estar aquí —contestó el pelirrojo, acariciando su cabello con suavidad y dedicándole una suave sonrisa. Se inclinó lo suficiente para besarle los labios, dulce y amorosamente, de esa forma que a Tetsuya le hinchaba el corazón de cariño. No podía pedir un mejor novio que Taiga.

—Será mejor que vayamos a la cama, necesitas descansar —dijo el pelirrojo cuando se separaron, acariciándole la mejilla con el pulgar.

—No quiero, estoy cómodo así —replicó Kuroko, tratando de hundirse en el pecho del más alto.

Kagami rió—. Como quieras. —Pasó un brazo bajo las rodillas de su novio y colocó el otro tras su espalda.

Kuroko abrió los ojos a toda su capacidad cuando entendió las intenciones del otro—. Taiga, no... —muy tarde, su intento de advertencia desembocó en un leve gritillo cuando su acompañante se levantó del sofá con él en brazos—. Basta, bájame.

—¿No dijiste que estabas muy cómodo? —preguntó el hombre en tono burlón, comenzando a caminar hacia la habitación.

—No soy un niño, Kagami-kun —replicó, haciendo un ligero puchero, de esos que muy pocas veces se dejaban ver en su rostro.

—Discúlpame si no estoy de acuerdo con eso.

Tetsuya le propinó un golpe en el pecho y el pelirrojo tan solo rió en respuesta. Mientras tanto, Nigou caminaba tras ellos con la lengua de fuera, jadeando alegremente.

Cuando llegaron al cuarto y Kagami por fin lo bajó, depositándolo en el borde de la cama, Kuroko cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de mostrarse huraño.

—Eres muy molesto.

El otro sonrió de lado y se inclinó para plantarle un casto beso en los labios—. Sí, yo también te amo.

A pesar de estar enfurruñado, Tetsuya se acurrucó en el pecho de su novio cuando finalmente se dispusieron a dormir. Después de todo, si no estaba envuelto en los brazos de Taiga, no había forma de que conciliara el sueño.

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Cuando la consciencia de Kise comenzó a espabilar, lo primero que notó, antes incluso de abrir los ojos, fue un infernal, maldito dolor punzante en el interior de su cráneo. Gruñendo, enterró la cabeza entre las almohadas, como si eso pudiera ayudarle a calmar el malestar. Ciertamente había una razón por la que no solía pasarse con el alcohol, razón que siempre quedaba olvidada cuando sus sentimientos eran demasiado pesados como para soportar la forma en que aquejaban a su corazón.

Se quedó ahí acostado por lo que parecieron horas, mientras su mente despertaba y los recuerdos de la noche anterior bailaban uno tras otro en su cabeza, tan nítidos que bien podría haberlos estado viendo frente a sus ojos.

Cuando Ryuu le había invitado a una cena romántica sin que ninguna fecha especial o importante estuviera cerca, simplemente creyó que era otro de esos detalles que el hombre solía tener con él. Después de todo, había sido un completo romántico durante sus casi tres años de relación, y era una de las cosas que Kise tanto adoraba de él. Eso y el hecho de que siempre había sido increíblemente comprensivo con él, en diferentes aspectos.

Sabía que eso era parte de la naturaleza del hombre, pues desde que lo conoció pudo notarlo. Matsumoto Ryuu era amable, generoso, cariñoso y todo un caballero. Él era en realidad lo que cualquiera podría desear en una pareja. Y, aun así, Ryouta lo había rechazado cuando Ryuu se puso de rodillas frente a él en medio de la pista de baile, después de haber bailado una de las canciones favoritas del rubio, y le ofreció un anillo. En ese momento el pánico se apoderó de él, y sólo logró reaccionar para hacer unas pequeñas y casi inconscientes negaciones de cabeza, soltar un bajo «Lo lamento, Ryuucchi, no puedo hacerlo» y salir corriendo del restaurante, bajo la sorprendida mirada de las personas que habían presenciado la propuesta. Ni siquiera tuvo el valor de enfrentarse a la mirada de su novio, por miedo a presenciar el reflejo del gran dolor que, sabía perfectamente, le estaba causando.

Después de eso todo era un poco confuso y borroso. No recordaba con exactitud cómo había llegado a aquel bar, y apenas reconocía algunos fragmentos de su conversación con Kuroko. En la noche, por su estado de ebriedad, no le había sorprendido mucho la presencia de su amigo. Ahora, con su consciencia un poco más despejada, suponía que Ryuu debía haberles llamado a sus amigos para preguntarles si sabían algo de él y, de alguna forma que no podía explicar y seguramente nunca podría, Momoi le había encontrado y mandado a Kuroko para que lo llevara a casa. Aún después de todo, Ryuu seguía preocupándose por él.

Suspiró profundamente y apartó las almohadas. El dolor de cabeza seguía ahí, tan vivo como cuando recién despertó, pero ya no parecía ser la peor de sus preocupaciones.

Las cortinas de la ventana estaban cerradas, probablemente Kuroko las habría corrido en la noche para permitirle dormir sin que el sol lo interrumpiera en la mañana, pero a juzgar por la luz reflejada en la tela, ya debía ser algo tarde.

Bufando y sin ganas de siquiera respirar, se arrastró hasta la orilla de la cama y se obligó a sacar su cuerpo de la comodidad de las sabanas. Sería mucho más sencillo tan sólo quedarse ahí e ignorar el mundo exterior y todo lo que representaba, pero no podía hacerlo. Primero, porque ni siquiera estaba en su departamento, y segundo, porque no podía huir de los problemas para siempre. No esta vez.

Caminar por el pasillo fue toda una hazaña, pues su cabeza no era la única parte de su cuerpo que se quejaba con cada paso que daba. Se preguntó si acaso Kuroko habría estado golpeándolo contra las paredes en la noche cuando lo llevó a la habitación. No le extrañaría, pero prefirió obviar el tema.

La luz entraba con mucha más libertad en la estancia del departamento, por lo que tuvo que cubrirse los ojos por la molestia causada al salir del pasillo.

—¿Cómo te sientes, Kise-kun?

Cuando pudo abrir los ojos sin sentir que se derretirían en sus cuencas, se giró hacia la cocina, desde donde provenía la suave voz de su amigo. Kuroko estaba parado junto al bajo muro, que apenas le llegaba a la cadera, que separaba el comedor de la cocina, mirándolo con un dejo de preocupación atravesando su siempre inexpresivo rostro. Detrás de él, apoyado contra la barra, estaba su enorme y pelirrojo novio, quien le dedicó la misma mirada que su pareja antes de ir directamente hacia la cafetera.

—Como mierda —dijo, contestando la pregunta anterior mientras caminaba hacia la mesa—. Buenos… ¿aún son días?

Kuroko se giró hacia el reloj en la pared—. Por unos cuantos minutos, sí.

—Bien. —Kise gruñó al momento de sentarse.

El de cabello celeste dudó un momento antes de sentarse en la silla frente a él.

—Disculpa por los posibles moretones que puedas encontrar en ciertas partes de tu cuerpo.

Kise esbozó una pequeña sonrisa. No creía poder soltarse a reír pronto, pues sus ánimos se encontraban más allá del subsuelo, sin contar lo mucho que explotaría su cabeza si lo hiciera.

—No importa, Kurokocchi. Unos cuantos golpes no pueden hacerme sentir peor.

Kuroko asintió, sin querer hacer algún comentario al respecto.

Poco después, Kagami se acercó a la mesa y le tendió al rubio una taza humeante.

—Gracias, Kagamicchi —dijo, tratando de formar una sonrisa. El otro hombre asintió y tomó asiento en la silla junto a Tetsuya—. Gracias a ambos, por dejar que durmiera aquí.

—No es la gran cosa —contestó Kagami encogiéndose de hombros. Kuroko asintió dándole la razón y tomó la mano del rubio para proporcionarle un ligero apretón.

—¿Tienes que ir a trabajar hoy, Kise-kun?

Ryouta hizo un pequeño ruido de negación, llevando la taza hacia su boca y soplándole un poco antes de tomar un trago. Inconscientemente emitió un sonidito de satisfacción. En definitiva, el café de Kagami era el mejor.

Los tres se quedaron platicando sobre temas sin verdadera importancia por un largo tiempo, incluso cuando Taiga se propuso hacer la comida los otros dos hombres insistieron en ayudar (aunque tres en la cocina eran demasiados y terminaron estorbando más de lo que ayudaron).

Después de la comida y de haber lavado los platos, mientras el pelirrojo se alistaba en la habitación para su turno en la estación de bomberos, Kuroko volvió a sentarse a la mesa con Kise, ahora que el otro parecía estar más tranquilo.

—Kise-kun, sobre lo que hablamos anoche...

—No te preocupes por eso, Kurokocchi —interrumpió el aludido, esbozando una pequeña sonrisa para intentar tranquilizar a su amigo—. Ya me siento un poco mejor... o al menos eso creo.

Kuroko dudó un momento, pero asintió en acuerdo. Entonces se quedó en silencio, sin mirar nada en específico y con los labios ligeramente apretados. Estaría pensando en algo, supuso Kise. Algo de lo que él no tenía idea.

Así fue como Kagami los encontró cuando regresó a la estancia. Levantó una ceja al ver la expresión pensativa de su novio (que en realidad no era fácil de notar, pero de algo tenían que valerle los años de convivencia) pero no hizo comentario alguno al respecto, sólo se acercó a él para despedirse con un pequeño beso en los labios. Le dio a Kise un apretón de manos y una palmada en la espalda, y tomó su mochila para enseguida salir del departamento.

En ese momento Tetsuya se levantó de su asiento, como si la aparición de Taiga hubiera sido lo único que necesitaba para tomar una decisión. Se acercó al mueble donde tenían la televisión de la estancia y abrió el cajón de la esquina izquierda para sacar algún pequeño objeto. Ryouta lo observó hacer todo esto con curiosidad, para que después el más bajo volviera a su asiento de antes.

—Esto es para ti, Kise-kun —dijo entonces, colocando en la superficie frente a él una pequeña caja de terciopelo azul.

El rubio ahogó un jadeo al verlo, reconociéndolo al instante. Con manos temblorosas tomó la cajita y levantó la tapa, revelando en el interior un sencillo anillo de oro con unos delgados bordes plateados. Lo acarició apenas con la yema de su dedo, dejando salir el aire que no sabía que había estado conteniendo.

—¿Cómo... cómo es que lo tienes? —logró preguntar, con la voz un tanto baja, temblando por la forma en que sentía que su garganta se cerraba.

—Matsumoto-kun vino a buscarte anoche. Supongo que creyó que, de entre las casas de todos nosotros, era más probable que te encontrara aquí. Se quedó un rato mientras Momoi-san intentaba descubrir dónde estabas (y no tengo idea de cómo lo logró) y nos contó lo que pasó. Le prometí que iría por ti, y me pidió que te entregara esto. Él no estaba muy seguro de si querrías verlo después, pero dijo que el anillo debía estar contigo, porque sin importar tu respuesta a la propuesta, fue escogido para ti y te pertenece.

Kise apretó los labios, tratando de contener sus intensas ganas de soltarse en lágrimas. Cerró la cajita y la acunó con ambas manos contra su pecho, como si quisiera de esa forma calmar los acelerados latidos de su corazón. Matsumoto Ryuu se merecía el cielo y mucho más que eso. Pero, sobre todo, se merecía a alguien que pudiera regresarle todo el amor que él era capaz de entregar.

—Gracias, Kurokochi —dijo una vez que logró tranquilizarse.

—No tienes que darlas —contestó el hombre, sonriéndole levemente—. Entonces, ¿qué harás ahora?

El rubio suspiró—. Quiero hablar con Ryuucchi. Sé que las cosas no pueden seguir siendo como hasta ahora, pero él es alguien realmente importante para mí. No me gustaría que sufriera demasiado por esto.

Kuroko asintió en acuerdo y le colocó la mano sobre el brazo en señal de apoyo—. Estoy seguro de que las cosas estarán bien entre ustedes.

—Eso espero, Kurokochi. —Desvió la mirada al objeto entre sus manos y apretó un poco más sus dedos alrededor de él, aferrándolo como si fuera su última esperanza.

Poco después, Kuroko le hizo el favor de llevarlo a su propio departamento. Lo primero que hizo al llegar fue poner a cargar su teléfono, pues en algún momento de la noche la batería había terminado muriendo. En cuanto encendió el aparato una avalancha de mensajes lo hizo sonar y vibrar. No le sorprendió que la mitad de ellos fueran de su representante; si alguien lo había reconocido en el restaurante la noche anterior, para esa hora ya debía ser una gran noticia la forma tan fría y desalmada en que había rechazado la propuesta de su novio.

Soltó un profundo suspiro. No quería lidiar con eso ahora. Además, prefería hablar con Ryuu antes de intentar arreglar cualquier desastre que los medios hubieran causado. Revisó el resto de los mensajes, que básicamente eran sus amigos preguntando si estaba bien y qué era lo que había ocurrido. Kise simplemente ignoró todo y dejó el teléfono a un lado para meterse a bañar. Necesitaba liberar un poco de tensión.

Más tarde, estando ya vestido y preparado para salir, se acercó con un poco de duda al tocador de su cuarto, en cuya superficie había dejado la pequeña caja de terciopelo azul junto a un portarretrato que llevaba ahí poco más de un año. Se quedó observando la fotografía por un momento, en donde él y Ryuu se abrazaban y sonreían el uno al otro. Había sido tomada durante una de las tantas reuniones que él y sus amigos organizaban con frecuencia, y Ryouta podía recordar que en ese momento ni siquiera habían notado que Takao apuntaba su cámara hacia ellos.

Esbozó una leve sonrisa, que no duró más de un par de segundos y se borró al sentir cómo lo invadía una profunda tristeza. Él quizá no podía amar a Ryuu con la misma intensidad y profundidad con que sabía que el hombre le amaba, pero sin duda habían compartido muchos felices y maravillosos momentos. Momentos que con seguridad ya no podrían seguir compartiendo.

Al volver su mirada hacia el pequeño estuche se preguntó si había hecho lo correcto; si no habría sido mejor aceptar la propuesta. Sabía con seguridad que Ryuu sería lo más cercano a un esposo perfecto que jamás podría encontrar, y ambos eran realmente compatibles, la convivencia era en extremo sencilla y siempre se divertían estando juntos, razón por la que había aceptado salir con él en primer lugar. Quizá un matrimonio de ese estilo le otorgaría el mayor grado de felicidad al que podría aspirar en toda su vida, dadas las circunstancias.

Abrió la cajita y contempló el anillo en el interior sumido en un grave silencio. Un par de segundos después, lo tomó entre sus dedos con cuidado, sin poder sacarle los ojos de encima. El diseño era tan hermoso; elegante y sencillo. Ese era el anillo que Ryuu había escogido para darle, la prueba de que quería pasar el resto de su vida con él.

Lo acercó a su mano izquierda, sosteniéndolo justo sobre la punta de su dedo anular. Estaba seguro de que si lo deslizaba hacia abajo sobre su piel le encajaría perfecto.

Pero se dio cuenta de que no podía hacerlo. No podía ponerse el anillo de compromiso, de la misma forma en que no podía casarse con Ryuu. Y eso estaba bien, porque ese hombre se merecía algo mucho mejor, alguien que lo amara con locura, un sentimiento mucho más profundo que el simple y mediocre amor a medias que Kise podía ofrecerle.

Apretó los labios y volvió a colocar el anillo en el estuche antes de abandonar la habitación.

Mientras conducía hacia el departamento de Ryuu, repasó en su mente mil y un escenarios sobre lo que podía suceder. Ni siquiera estaba seguro si pararse en la puerta y decir "hola" era buena idea, pero no tenía otro plan, y eso lo ponía nervioso.

Cuando llegó a su destino agradeció al cielo que no pareciera haber reporteros acechando por los alrededores. Quizá habían pasado ahí toda la mañana y se habían cansado de esperar (lo que era muy poco probable) o simplemente creyeran que, después de lo sucedido, Kise no volvería a aparecerse por el rumbo, y Ryuu siempre se mantenía fuera del alcance de las cámaras ─a excepción de las veces en que se les veía juntos─ así que debían saber que jamás podrían obtener información alguna de su boca. Como fuera el caso, fue bastante bueno llegar hasta la puerta sin que alguien le saliera en el camino y lo atacara con preguntas sobre el estado actual de su relación. Ni siquiera él tenía una respuesta clara para eso.

Duró bastante tiempo ahí parado frente a la puerta, tratando de reunir el valor suficiente para tocar. Se preguntó lo que pasaría cuando Ryuu abriera y lo viera ahí afuera. ¿Le sonreiría suavemente como todos los días? ¿Lo miraría con sorpresa y lo dejaría pasar sin decir nada? ¿O simplemente le cerraría la puerta en la cara?

Vale, Kise sabía que esa última opción era poco probable; la amabilidad y educación de Ryuu no le permitirían hacer algo así. Claro que eso no quería decir que el momento no se volvería demasiado tenso cuando ambos se vieran cara a cara. Kise suspiró, decidiendo que no podía seguir actuando como un cobarde y que no tenía sentido retrasar lo inevitable, y antes de que perdiera ese impulso de valentía, tocó la puerta.

Pero nadie la abrió.

Ryouta esperó por lo que probablemente fueron un par de minutos, pero ni siquiera alcanzó a escuchar movimiento en el interior del lugar. Volvió a levantar su puño, esta vez tocando con más fuerza por si acaso el hombre no le había escuchado antes.

Nada.

Sabía que Ryuu no tenía trabajo ese día, pero eso no significaba que estuviera obligado a encontrarse en casa. Por otro lado, parecía poco probable que alguien a quien la noche anterior le habían rechazado su propuesta de matrimonio tuviera ánimos de salir a algún lado, sin importar qué tan optimista fuera.

Después de haber tocado otro par de veces, Kise pensó en llamarle al otro y preguntar si estaba fuera, pero desechó esa idea al instante. Él no quería hablar con Ryuu por teléfono, quería verlo de frente. Entonces se preguntó si el hombre sólo estaría evitándolo.

Suspirando profundamente, se dio la vuelta con la intención de volver al coche e intentar hablar con Ryuu después, probablemente al día siguiente. Pero no se fue de ahí. Pensó en que no tenía sentido hacerlo, pues si el hombre realmente estaba evitándolo, la escena sólo se repetiría cada vez que fuera a buscarlo. Prefería que todo acabara pronto. Estaba determinado a hablar con Ryuu, y si después de lo que dijera el otro no quería volver a verlo, entonces respetaría su decisión, pero al menos debía intentarlo.

Del bolsillo de su pantalón sacó su llavero, en donde estaba colocada la pequeña llave con cabeza redonda que Ryuu le había dado meses atrás. Nunca la había utilizado, pues siempre que llegaba a ese departamento iba acompañado de su novio, pero esa parecía una buena oportunidad para usarla por primera vez ─y probablemente última.

Decidido, insertó la llave en la ranura del pomo. Si tenía que sentar a Ryuu en el sofá y obligarle a escuchar lo que tenía que decir, lo haría. Y si el hombre en realidad no estaba en casa, entonces lo esperaría. Tenía todo el tiempo del mundo para eso.

El interior del departamento estaba a oscuras, a excepción de la leve iluminación en la sala por la televisión, que estaba encendida en algún canal de eventos deportivos. Aun así, no había rastro cerca de quien debía haber estado viéndola.

—¿Ryuucchi? ¿Estás en casa? —preguntó al aire, para no recibir respuesta—. Sólo quiero hablar contigo, por favor. —Silencio.

Ryouta se dirigió a la habitación, donde la cama estaba arreglada y no había señales de presencia humana. Incluso tocó la puerta del baño y entró después de no recibir respuesta, pero también estaba vacío. Derrotado, regresó al recibidor.

Quizá Ryuu había salido y olvidado apagar la televisión.

Suspirando de nuevo (ya le parecía que había suspirado más veces en un día que en todo el año) se dirigió a la pequeña cocina para servirse un vaso de agua. Como había dicho antes, esperaría a que el hombre regresara para poder hablar con él.

Sin embargo, cuando entró en la concina encontró a Ryuu.

La sangre se le heló en las venas.

El hombre estaba sentado en el suelo detrás de la isla, apoyando la espalda contra las gavetas. Tenía los ojos cerrados y el semblante sereno, como si estuviera dormido, pero en su camisa (la misma camisa azul cielo que Kise había admirado la noche anterior cuando lo recogió en su casa) tenía una rasgadura a la altura del abdomen, de donde parecía nacer la gran mancha rojiza que se extendía por toda la parte de la tela que le cubría el vientre. Bajo su cuerpo había un charco del mismo color, que además le bañaba las manos, como si hubieran intentado evitar que el líquido corriera fuera de su organismo.

Cuando Ryouta pudo reaccionar ante tal imagen, gritó.

—¡No! —Corrió y se tiró de rodillas junto a su novio, tratando de encontrar la manera de ayudarlo con desesperación—. No no no no no, ¡Ryuucchi, despierta! —demandó mientras presionaba la herida con sus manos, sin darse cuenta siquiera que el flujo de sangre debía haber parado hacía tiempo—. Despierta por favor, abre los ojos. ¡Ryuucchi!

Las lágrimas empezaron a correr por su rostro, su voz se ahogó y cortó dentro de su garganta, pero Kise siguió insistiendo, implorando al hombre que despertara, golpeando su rostro e incluso dándole RCP. Intentó todo lo que le pasó por la cabeza.

Pero no tenía caso, no había manera. Él no volvería a abrir sus avivados y alegres ojos cafés, ni ese día ni ningún otro.

Matsumoto Ryuu estaba muerto.

Notas finales:

Chan chan, eso es todo por hoy. Creo que este primer capítulo será el más largo de la historia, no creo que los otros se extiendan tanto. Espero que les haya gustado, siéntanse libres de mandar un Review con sus comentarios o críticas, acepto de todo mientras sea con cortesía.

Publicaré un capítulo nuevo cada dos semanas, así que el próximo estará arriba el domingo 16 de agosto.

Muchas gracias por darle una oportunidad a la historia, nos leemos en dos semanas :).

Cuídense.

Misa-chan.


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