Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Esposo Indomable por MaRiA-SaMa_076

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

—Los Uchiha están esperando a que me muera —la mirada de Mito Uzumki rezumaba odio—. ¡Son unos buitres!

—Pues van a tener que esperar —informó la enfermera a la anciana, tras tomarle la tensión arterial—. Está usted en plena forma.

—¡No se meta donde no le llaman! —replicó la paciente, iracunda, asiendo las sábanas con sus finos dedos—. Estoy hablando con mi nieto. Deidara, ¿dónde estás?

Un joven de ojos azul claro que recogía las sábanas sucias dirigió una mirada de disculpa a la enfermera y se acercó a la cama. Era menudo, y la ropa suelta que vestía no llegaba a ocultar una figura de formas voluptuosas. Llevaba el cabello rubio, del color del heno, recogido en un despeinado moño que se ceñía con un cordel de jardinería. A pesar de su desaliño, poseía una exquisita belleza.

—Aquí estoy, abuela.

Mito lo observó con los labios apretados con gesto de desaprobación.

—¡Si te cuidaras más, te habrías casado hace años! —dijo con amargura—. Tu madre era una estúpida, pero al menos sabía sacar provecho de su belleza.

Deidara, que estaba soltero por elección y que recordaba con horror la obsesión de su madre con el espejo, se encogió de hombros.

—Para lo que le sirvió…

—¡He jurado hacer pagar a los Uchiha, y todavía no he dicho la última palabra! —con la mano que cerró como una garra alrededor de la muñeca de Deidara, lo obligó a inclinarse hacia delante—. ¡Puede que Itachi Uchiha llame a la puerta!

Deidara no pareció impresionado por la remota posibilidad de que el mujeriego millonario fuera en su busca.

—Lo dudo mucho.

—Basta con que poseas esta casa —dijo Mito al oído de su nieto—, para que tus sueños se hagan realidad.

La fiera convicción de aquel último comentario consiguió despertar la curiosidad de Deidara. Su mirada pasó de la indiferencia al interés:

—¿Te refieres a… Naruto?

Consciente de que su nieto estaba pendiente de sus palabras, la anciana miró hacia otro lado con la satisfacción reflejada en su huesudo rostro.

—Puede que sí… Tendrás que averiguarlo. Pero si cumples con tu deber y juegas bien tus cartas, conseguirás lo que quieres.

—Mi único sueño es encontrar a mi hermano —dijo Deidara con solemnidad.

Una risa desdeñosa escapó de la garganta de la anciana. —¡Siempre has sido una estúpido sentimental!

Una llamada a la puerta anunció la llegada del vicario.

—Aproveche para descansar un rato —dijo la enfermera a Deidara en voz baja.

Deidara recogió las sábanas y sonrió al vicario a modo de saludo. Era un hombre amable, que visitaba con regularidad a su abuela a pesar del trato descortés que recibía de ella.

—Está perdiendo el tiempo —dijo Mito con amargura—. No pienso dar ningún donativo a su iglesia.

A Deidara le admiraba que su abuela hablara como si siguiera siendo rica, cuando en realidad estaba ahogada por las deudas. Pero su abuela estaba demasiado obsesionada con el dinero, la posición social y las apariencias como para admitir la realidad. Y sin embargo. Uzushiogakure, la mansión isabelina que Mito Uzumaki había persuadido a su marido Hashirama que comprara estaba en estado de ruina. Tras décadas de desatención, el tejado tenía goteras, había humedades por todas partes y los terrenos adyacentes estaban descuidados. Dejar que la casa se deteriorara hasta aquel punto era parte de la venganza de Mito hacia la familia Uchiha.

Desde el ventanal del descansillo, Deidara podía ver el paisaje más allá del jardín de la casa. Prácticamente todo pertenecía a Itachi Uchiha, el armador. Su padre había acumulado una fortuna, pero el hijo era un verdadero rey Midas.

Hacía algo más de treinta años, la única posesión de los Uchiha consistía en una pequeña casa de guarda a la entrada de Uzushiogakure. Con el tiempo, la familia se había hecho con todas las granjas de la zona, así como con la mitad de las casas.

Uzushiogakure era una pequeña isla independiente en el corazón de las propiedades de los Uchiha, y pronto, cuando Mito muriera, también pasaría a pertenecer a Itachi Uchiha.

Deidara reflexionó con melancolía sobre la imposibilidad de impedirlo. Aun cuando su abuela le legara parte de la propiedad, lo cual era dudoso, las deudas acumuladas obligarían a venderla. Su única esperanza era que, cuando llegara ese momento, Itachi Uchiha estuviera dispuesto a alquilarle el jardín cercado.

Tras meter las sábanas en la lavadora, se puso las botas de agua y salió. No le gustaba dormir durante el día y encontraba el trabajo al aire libre mucho más relajante. En comparación con el resto de los terrenos, que le había resultado imposible dominar, el jardín cercado era un oasis de orden y belleza. En filas claramente delimitadas, Deidara cultivaba los árboles perennes con los que pretendía hacer un negocio, y aunque ya tenía un considerable grupo de clientes, todavía no podía contratar a nadie.

Después de cavar enérgicamente durante una hora, volvió al interior a regañadientes, se quitó las botas y entró en la vieja cocina. Una estufa de leña caldeaba el ambiente.

—Buenas tardes, Deidara —saludó Kyubi. —Buenas tardes —respondió Deidara.

—Es la hora del té —le informó Kyubi, recorriendo su percha.

Deidara dio un cacahuete al loro por el que sentía un gran afecto. Kyubi tendría sesenta años.

—Kyubi es fantástico, Kyubi es fantástico —declaró el animal.

Deidara le acarició la cabeza y le dio un abrazo. Unos pasos familiares se aproximaron. Gaara no Sabaku, un doncel de unos treinta años, con el cabello corto pelirrojo y ojos aguamarina, entró.

—Es evidente que necesitas un hombre en el que volcar tu afecto. —No, gracias —dijo Deidara.

Y no mentía. A excepción de su difunto abuelo, los hombres de su vida no habían sido más que una fuente de problemas. Su padre los había dejado cuando no era más que un niño y había vuelto a casarse, su madre había salido con hombres que la estafaban y la engañaban con otras mujeres. Y su primer amor había contado una serie de mentiras sobre ella por las que había sido acosado en el colegio.

—¡Oh, no! ¿Vas a darnos de comer otra vez? —protestó al ver a Gaara dejar una cazuela sobre la mesa de pino—. No puedo consentirlo.

—¿Por qué no? Tú no tienes tiempo —dijo Gaara—. Y a pesar de que no estoy de acuerdo con los sacrificios que estás haciendo, eres mi mejor amigo.

Deidara arqueó las cejas en desacuerdo. —No estoy haciendo ningún sacrificio.

—Claro que sí, y encima, por alguien muy desagradable. Pero prometo no meterme donde no me llaman.

—Mi abuela ayudó a mi madre económicamente y me dio un hogar cuando lo necesité. No tenía por qué haber hecho ninguna de las dos cosas —Deidara no añadió más porque el carácter áspero de Mito le había granjeado pocas simpatías.

Se trataba de una mujer fuerte, que había logrado salir de la pobreza y desafiar a la rígida sociedad británica para casarse con un hombre de una clase superior. Si nunca había sido capaz de poner la otra mejilla, un acontecimiento había acabado por agriarle el carácter y había destrozado a la frágil madre de Deidara, Kushina.

Aunque habían transcurrido más de treinta años, el eco del dolor y la humillación padecidos habían dejado una marca indeleble en la vida de Deidara. Aquellos que habían sufrido la desgracia eran los mismos a quienes el amaba y de quienes dependía. El apellido Uchiha era una velada amenaza que, en contra de su generosa naturaleza, inquietaba e irritaba a Deidara.

Al tiempo que hacía café, dejó escapar un gran bostezo que fue contestado con una nana por Kyubi. Transportada por un instante al pasado, Deidara se tensó. Tiempo atrás, Kyubi le había cantado nanas a su hermano. El recuerdo del rostro luminoso de Naruto, con sus ribios rizos, entristeció a Deidara. Aunque sólo tenía ocho años cuando Naruto nació, había cuidado de el porque su madre, Kushina, no había estado en condiciones de hacerlo. Pero habían pasado ya ocho años desde la última vez que Deidara lo había visto.

—¡Calla, Kyubi! —le riñó Gaara, tapándose los oídos. Ofendido, el loro le dio la espalda.

—Kyubi es un loro muy listo —intentó apaciguarlo Deidara. —Kyubi es un loro muy listo —repitió el animal.

—Los Uchiha van a proporcionar los fondos para reparar el salón social —dijo Gaara—. Eso les va a hacer aún más populares.

—¡Los Uchiha no valen un pimiento! —gritó Kyubi—. Nunca entraran en Uzushiogakure.

Gaara dejó escapar un quejido.

—Lo siento, no quería provocarlo. Ahora no habrá quien lo calle.

—¡Sinvergüenza! Seduce a una mujer y deja a otra tirada ¡No se puede confiar en los Uchiha!

—No es culpa de Kyubi que la gente diga cosas inapropiadas delante de él —lo defendió Deidara.

—Lo sé. Yo mismo le he enseñado algunas palabrotas nuevas para ponerle al día.

—¡Uchiha, cabrón! —¡Kyubi! —exclamó Deidara. El pájaro fingió avergonzarse y hundió la cabeza en el pecho. —¡Esa no se la he enseñado yo! —se defendió Gaara.

Aunque Deidara sabía quién lo había hecho, no dijo nada. Su manera de protegerse del presente era concentrarse en el futuro. Había disfrutado haciendo un curso de horticultura, pero sus responsabilidades en casa le habían impedido llevar una vida independiente. Había cumplido veinticinco años. Las plantas que cultivaba en aquel jardín eran su salvavidas mientras dedicaba también su tiempo a una casa en ruinas y a una anciana enferma. En los últimos tiempos, esas dos tareas habían tenido lugar en un ambiente económico asfixiante. ¡Ojalá el millonario Itachi Uchiha llamara a su puerta! ¡Cómo era posible que su abuela, que jamás había tenido un ápice de sentido del humor, hiciera bromas como ésas!

—No me gusta perder el tiempo —dijo Itachi Uchiha a su abogado de Londres más veterano.

—Por muy extraño que resulte, la señora Uzumaki te ha incluido como beneficiario en su testamento. Parece que tu presencia es fundamental para la lectura del testamento, y su abogado ha accedido a que tú pongas la fecha.

Itachi dejó escapar el aire con un silbido. Nada de aquello tenía ningún sentido.

—Puede que se arrepintiera de cómo había tratado a tu familia y quisiera demostrarlo al morir —comentó el abogado, sin inmutarse por la reacción de su poderoso cliente—. Los cambios de actitud en el lecho de muerte son más habituales de lo que imaginas.

—No necesito su aprobación para comprar la casa.

Itachi nunca había conocido a Mito Uzumaki. Sin embargo, su padre la había descrito en cierta ocasión como una malévola y ambiciosa arpía. Su animadversión había afectado a sus padres, Fugaku y Mikoto, a lo largo de los años, y Itachi siempre había atribuido a la naturaleza bondadosa de sus padres adoptivos que no tomaran medidas drásticas. Después de todo, ¿por qué era tan grave lo ocurrido? Su padre se había limitado a romper su compromiso con la hija de Mito, Kushina, para casarse con Mikoto. Era algo relativamente habitual, a lo que la gente normal se sobreponía.

Cuarenta y ocho horas más tarde, el helicóptero de Itachi aterrizaba en Uzushiogakure. Como de costumbre, viajaba acompañado de un reducido grupo de personal y de su última acompañante de cama, Konan, una peliazul rusa que ocupaba las portadas de las revistas de moda.

—¡Qué casa tan preciosa! —dijo una secretaria.

La vieja casona de ladrillo claro estaba adornada por unos encantadores miradores con parteluz y coronada por un tejado con ornadas chimeneas y torreones.

A Itachi todo ello le dejaba indiferente. La historia nunca le había interesado y una casa en ruinas rodeada de jardines desatendidos chocaba con su devoción al orden y la disciplina.

Ver tantos fallos a simple vista le bastó para asumir que el edificio necesitaba una enorme inversión.

—Está cayéndose —apuntó Konan con cara de disgusto, sacudiéndose una mancha de óxido que le había manchado al apoyar la mano en la barandilla del puente de piedra que cruzaba el foso.

La puerta tachonada de roble, abierta de par en par, daba entrada a un patio de piedra. Con una ojeada crítica, Itachi se percató de las descascarilladas paredes, de los paneles profusamente tallados y del desvencijado mobiliario de imitación victoriana. Era un diamante en bruto en ruinas. Y tendría que comprarlo costara lo que costara. Aunque fuera millonario, era un hombre de negocios implacable y la situación que se le planteaba era un reto extremo para un hombre que jamás había antepuesto los sentimientos al pragmatismo.

Jiraiya, el abogado de Mito Uzumaki, salió a recibirlo al vestíbulo y, tras aconsejar que sus acompañantes lo esperaran, lo escoltó hasta un salón al que los muebles, cubiertos con fundas, le daban un aire fantasmal.

—Desgraciadamente, el nieto de la señora Uzumaki, Deidara, se ha visto retrasado, pero no tardará en llegar —dijo Jiraiya a modo de disculpa.

En aquel mismo instante, Deidara llegaba traqueteando en su viejo y abollado Land Rover a la puerta de la casa. Llegaba tarde y estaba furioso porque al abogado le había dado lo mismo que tuviera una cita previa. El dinero era poder, y era obvio que el millonario griego era una persona mucho más importante que el.

Deidara estaba fuera de sí porque desde el funeral por su abuela, hacía una semana, había tenido que dedicar cada minuto de su tiempo a cuestiones administrativas. De hecho, había estado tan ocupado, que había tenido que ofrecer a su mejor cliente una entrega a domicilio después de que acudiera en varias ocasiones al jardín y no lo encontrara. Para empeorar las cosas, el abogado no le había anunciaba hasta veinticuatro horas antes que Itachi Uchiha estaría presente en la lectura del testamento.

Deidara cruzó la cocina precipitadamente, pensando en la pérdida de tiempo que suponía haber arrastrado a Itachi Uchiha a Uzushiogakure, cuando el hecho de que su abuela hubiera incluido en su testamento a un miembro de la familia que aborrecía, sólo podía entenderse como un último acto de venganza antes de dejar el mundo.

Tenía claro que Itachi Uchiha se convertiría en el dueño de Uzushiogakure. Incluso había llegado a pensar que era el mejor destino para la propiedad, tan necesitad de costosas reparaciones. Pero eso no significaba que tuviera el menor deseo de conocerlo, porque no podía olvidar que su padre había destrozado la vida de su madre, y en consecuencia, la de sus hijos.

Fugaku era un playboy rico, malcriado y egoísta, que jamás se había parado a pensar en el daño que había causado.

Y, por lo que se contaba, Itachi Uchiha era mucho peor que su padre, aunque, gracias a que la sociedad en la que le había tocado vivir era mucho más permisiva, podía actuar con una absoluta impunidad. Iba a ser el primer Uchiha que cruzara la entrada de Uzushiogakure después de treinta años.

Un heterogéneo grupo esperaba en el vestíbulo principal: tres hombres y una mujer con traje. Había otra mujer, una espectacular Peliazul con un vestido verde lima, que se deleitaba como una diosa en la admiración que sus largas piernas despertaban en los hombres presentes.

—Buenas tardes —saludó Deidara al pasar.

Antes de entrar en el salón, tomó aire. Sentía el pulso en la garganta.

Jiraiya, el abogado de la familia, hizo unas rápidas presentaciones.

—Señor Uchiha, éste es Deidara Uzumaki.

—Señor Uchiha… —saludó Deidara en tensión. La visión de unos increíbles ojos de color ebano lo dejó paralizado. Aunque había visto a Uchiha en fotografías, no era consciente de que fuera tan alto. Era un hombre de una hermosura irreal, con una penetrante mirada que dejaba en un segundo plano su cabello negro y sus nítidas facciones. La perfección de sus masculinos labios. Incluso Deidara, al que el atractivo masculino solía resultar indiferente, sintió al instante su primitiva sexualidad.

—Señorita Uzumaki.

Itachi entornó los ojos al sentirse atrapado por algo indefinible. El era menudo, con una preciosa mata de cabello rubio dorado que se había recogido en lo alto de la cabeza. Sus ojos eran de un azul cristalino, dos zafiros en un hermoso rostro con forma de corazón. Inicialmente, ni siquiera se dio cuenta de que vestía como un vagabundo, porque cuando se quitó la chaqueta y se quedó en vaqueros y camisa, con unas botas embarradas, dejó a la vista su pecho y una cintura estrecha. Al instante, decidió que era sexy, muy sexy, y la inmediata reacción que despertó en él su atractivo sexual lo desconcertó.

Al notar que Itachi Uchiha tenía la mirada fija en el, Deidara se ruborizó.

—¿Qué está mirando? —preguntó con gesto airado.

Era la primera vez en toda su vida que un doncel reaccionaba con hostilidad al ver que despertaba interés en Itachi, y a éste le hizo gracia que se tratara de un doncel tan pequeño que habría podido levantarlo con una mano. Para comprobar si su insolencia era genuina, decidió provocarlo.

—Puede que sean las botas… —musitó.

La deliberada sensualidad con la que se expresó hizo que Deidara sintiera un escalofrío. Miró fijamente a aquellos ojos ebano que causaban en el un efecto sísmico. Tenía la boca seca y notaba el corazón latirle como un pájaro enjaulado.

—Me gustan las botas —ronroneó Itachi cuando el abogado, desconcertado, los miró alternativamente—. Aunque las prefiero con tacón, no de goma y embarradas.

Aquella combinación de desdén e insinuación indignó a Deidara, que no supo cómo reaccionar. Desviando la mirada de Uchiha, se dejó caer con gesto adusto en una butaca.

—Empecemos —dijo Itachi al abogado.

Deidara se dio cuenta de que albergaba la esperanza de que el testamento incluyera algo que humillara a aquel impertinente. Ni siquiera comprendía por qué permitía que su actitud lo afectara. Nunca le había importado su apariencia. Y menos después de los sufrimientos que había acarreado la obsesión de su madre con el espejo.

—En primer lugar, he de aclarar algunos puntos —dijo Jiraiya —. El testamento se redactó hace cuatro meses, cuando la señora Uzumaki supo que estaba en estado terminal. Para evitar cualquier impugnación, se sometió a una evaluación psicológica que dio como resultado que estaba en plena posesión de sus facultades mentales.

Deidara se fue tensando al darse cuenta de que el testamento debía ser peculiar. Cruzó los dedos para no sentirse avergonzado, aunque le costaba imaginar una circunstancia que le obligara a disculparse con Uchiha por algo relacionado con su familia.

—Dono Uzushiogakure y su contenido a partes iguales a mi nieto, Deidara Uzumaki, y a Itachi Uchiha, siempre que contraigan matrimonio…

—¿Casarnos? —interrumpió Itachi Uchiha, atónito. Deidara se asió a los brazos de la butaca con fuerza.

—¡Es completamente absurdo! —dijo, abriendo los ojos desorbitadamente.

—Me temo que los términos del testamento son excepcionales. Se hizo un esfuerzo por disuadir a la señora Uzumaki, pero fue imposible convencerla. Si se produce el matrimonio, deberá cumplir ciertas condiciones: ha de durar al menos un año, y durante ese periodo, ambos deben residir en la propiedad.

Deidara no daba crédito. ¡Casarse con un Uchiha cuando eso representaba la máxima humillación para el!

Mientras el mundo seguía a su alrededor, Mito Uzumaki había permanecido varada en su propia amargura. Era evidente que el testamento era el último acto de su abuela para vengarse de Fugaku Uchiha por haber abandonado a su hija, Kushina, en el altar.

La gran boda de la que Mito había estado tan orgullosa se había convertido en un instrumento de tortura para la familia. Cuando estaba a punto de alcanzar su gran ambición, casar a su hija con un hombre rico y con una elevada posición social, el plan le había estallado en las manos. El novio se había marchado con Mikoto Uchiha, de familia aristocrática venida a menos, que entonces vivía en la casa del guarda de Uzushiogakure.

Desafortunadamente, demasiada gente sentía animadversión por Mito como para compadecerse de ella, y su rencor había crecido hasta adquirir proporciones desmesuradas.

—Es evidente que una boda no es posible —dijo Itachi con desdén. Deidara se sintió ofendido y, alzando la barbilla, exclamó: —Ni aunque me arrastraran al altar. ¡Es un Uchiha! El abogado la miró con desaprobación.

—Le ruego que domine los gestos melodramáticos hasta que concluya la lectura —dijo Itachi, sarcástico.

Deidara no supo cómo fue capaz de contener el impulso de abofetearlo.

—No me gusta su tono de voz —dijo, mirándolo con ojos llameantes.

—Soy un Uchiha y me enorgullezco de ello —los ojos ebano se clavaron en los de el, retadores—. Guarde silencio y permita continuar a los adultos.

Deidara se irguió como un resorte. La insolencia de Uchiha lo sacó de sus casillas.

—¿Cómo se atreve a hablarme de esa manera?

A Itachi le divirtió la facilidad con la que mordía el cebo.

—Deidara… Señor Uchiha… por favor, permítanme concluir —suplicó Jiraiya.

Continuara


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).