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El olvido no existe por Zobel

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Sintió el sabor del destino cumplido cuando cruzaron miradas en ese pasillo. Julián lo vio tan lúcido, que le pesaron los años. De pronto se sintió más cansado y más ojeroso que cinco minutos atrás. Kique apenas había cambiado desde la última vez que se vieron, hacía un año atrás, en el hotel San Francisco. Respiró hondamente para tranquilizar a su atribulado corazón y caminó, con una sonrisa fofa y nerviosa, hacia él. La cara de Kique cambió de pálida impresión a una roja indignación. Apretó el brazo de su amigo, quien en ese momento hablaba con sus compañeros de proyecto, y trató de que escaparan juntos, pero fue inútil. Daniel insistió en su conversación -¿Qué pasa? - le preguntó. Kique no respondió y permanecieron ahí de pie mientras Julián se aproximaba. Otros estudiantes que inundaban el pasillo lo saludaban conforme pasaba - Buenos días, maestro - repetían. Julían les correspondía con una leve inclinación de la cabeza. Kique estaba exasperado. No quería que otros lo vieran hablarle.
Sabía desde hacía una semana que él era un nuevo docente en la universidad, cuya cátedra de historiografía gráfica tenía a todos hablando de dictaduras y revoluciones.
Antes de decirle nada, los ojos de Julián miraron con intensidad la mano que seguía fervientemente aferrada al brazo de Daniel - Me alegra encontrarte aquí - dijo sin quitar los ojos de la mano. Kique no le contestó de inmediato, estaba en shock. Daniel y los otros también enmudecieron. No reconocieron a ese hombre que se acercó y habló con tanta familiaridad. Y era normal. Julián era maestro en la facultad de artes y ellos pertenecían a la de ciencias sociales - Igualmente... Hola - respondió Kique, por fin, soltando a Daniel. Los demás siguieron a la expectativa. Julián entendió que Kique no lo presentaría con sus acompañantes, así que tomó las riendas de la situación - Julián, mucho gusto - les dio la mano.
- ... Lo mismo - respondió Daniel. Hubo un silencio incómodo para todos. Los otros chicos entendieron que aquella era una situación especial e incontrolable, por lo cual era necesario escapar. Le hicieron gestos a Daniel, quien inmediatamente dijo - Creo que tienen cosas que hablar, entonces te espero allí, Kique - señaló una banca a 30 metros de ellos.
Por fin quedaron solos. Julián lo miró con intensidad. Quería saber todo lo que pasaba por su hermosa cabeza. El otro, en cambio, miraba a un lado, orgulloso y al tiempo aterrado por lo que otros estudiantes pudieran pensar y decir de aquella particular situación - ¿Cómo has estado?
Has cambiado tanto - - Bien - respondió con indiferencia - en lo posible me la paso bien - Julián sonrió con dolor - Yo también estoy bien, en lo posible. Y ahora mejor que te he visto - Su comentario pretendía incomodarlo. Y lo consiguió:
- Cállate. No digas eso aquí - respondió furioso. Por fin lo miró a la cara. Estaba sonrojado y aunque las ocultaba en la chaqueta, Julián sabía que sus manos le temblaban - Aún no sé qué estudias ¿Hace cuánto estás aquí? - - ¿Por qué deberías saberlo?..... - - Oh, vamos. No seas tan cruel... Recientemente empecé a dar clase para la facultad de artes. Debe ser una cosa del destino que estemos juntos aquí - En realidad no, pensó Kique, pues se inscribió en esa universidad sabiendo que Julián era egresado honorífico de ella y que dos años antes, dio un seminario corto de historia literaria.
- Si tú lo dices... - buscó con la mirada a Daniel. A la distancia se veía confundido por Julián y él. Era obvio que tendría que explicarle en algún momento, pero no estaba preparado para ello. No aun - Me esperan. Así que adiós - - Espera…. ¿Harás algo este fin de semana? - Volvió a enojarse - ¿No sabes que los estudiantes no deben meterse con los maestros?....
En todo caso, tengo trabajo que hacer. En la carrera de historia nos tomamos en serio esto de ser profesores - Una sonrisa se escapó de Julián - Entonces no seré un obstáculo para ti. Pero si necesitas algo, no dudes en llamarme, meu amor - Kique corrió hasta Daniel sin responderle. Quedó perplejo. No había escuchado que lo llamara así desde hacía cuatro años, cuando aun era un adolescente idiota. O quizá solo adolescente, porque sospechaba que lo idiota seguía constituyendo una parte importante de su personalidad.
Bien, bien. No importa. Pensó. Ya no importa. Repetía. No quería volver a un lugar incierto de ilusiones vacías.
Julián lo vio alejarse, agarrado de ese nuevo brazo. Deseó que fuera el suyo el que le diera el equilibrio que necesitaba tanto. Se mantuvo en su posición, siguiéndolo con los ojos hasta que ya no pudo hacerlo más, entonces caminó hasta su oficina con una única cosa en la cabeza: Kique.
Una vez ahí, olvidó todo compromiso, sacó sus cigarrillos, abrió la ventana y empezó a fumar desesperado. Quería deshacerse del vacío producto del reencuentro. Al menos, pensó, le dijo en qué pregrado estaba. Fue más de lo debido y mucho menos de lo anhelado - No puedo seguir en estas - se dijo - Tiene que saberlo. Tengo que decírselo hasta que lo entienda..... meu amor. Qué idiota- En casa, Kique reflexionó en el encuentro de la tarde. No hubo un momento del día en que no lo recordara. Aquello lo había trastornado tanto, que incluso Daniel, que por lo normal es indiferente a las emociones de los otros, lo notó. Le preguntó por ese hombre, pero él no tuvo el valor para explicarle nada. Se sentía en medio de una batalla y no podía detenerse a dar razones a nadie, por eso regresó a su casa temprano con la excusa de estudiar y se mantuvo bajo las cobijas pensando en Julián, en sus padres, en su vida... hasta que le dio hambre. Sus recuerdos más tristes y felices lo asediaban. Qué debería pensar de este Julián, que se veía tan distinto de aquel del pasado distante, y aún más, del último Julián que conoció en el hotel San Francisco. Este Julián cansado, pero también tranquilo. Igual de seguro de sí mismo, pero más sabio y paciente. Ojalá no lo hubiera conocido ese día en que decidió vengarse de su papá y su mamá. Si tan solo no hubiera sido tan idiota, tan terco e impulsivo - Basta de lamentarse del pasado que no puedo cambiar - se repitió. Se levantó de la cama y bajó hasta la cocina. La señora Denis, la casera, preparaba café para la cena. Lo vio con la cara larga pero no se atrevió a preguntarle porque sabía que él era demasiado reservado de su pasado. Le ofreció galletas y té y los comieron juntos sobre la isla de la cocina - A mi marido le encantaba comer galletas y té - le dijo - se sentía como un inglés cuando lo hacía - Él sonrío. Aquel recuerdo le hizo rememorar su propia historia romántica. También él recordaba beber té con galletas en casa de Julián, por aquel tiempo en el que era un amor no correspondido, todavía sentía afecto por sus padres y no sabía nada salvo una cosa, pequeña, pero tan importante que era la cosa que más valoraba Julián de él: que su comida favorita era la pasta al pesto y que a las tres de tarde debía llevarle una taza de café negro sin azúcar, con un trozo de pie de fresa. La máxima preocupación de Kique, entonces, era que el repartidor de la pastelería llegara antes de las tres con su pedido semanal de pie de fresa. A veces cuando tardaba mucho, Kique se exasperaba y salía a buscarlo. Se lo topaba a medio camino, le pagaba y corría de nuevo a casa Julián, quien para entonces estaría en el sofá verde oscuro de su vieja oficina, descansando de su ridículo y muy bien pagado empleo de guionista de películas porno, crítico de series de televisión, corrector de estilo y cualquier otro empleo que pudiera conseguir, que le diera dinero y una excusa para no trabajar en su novela. Kique iba a cumplir tres meses yendo a su casa, casi a diario, para hacer labores domésticas y ayudarlo en la transcripción a computador de miles de páginas grabadas en voz. Era un trabajo que le tocaba hacer debido a su propia estupidez, pero en ese momento no lamentaba ser un burro. De hecho, se complacía en saber que de no serlo, jamás habría conocido a Julián, su adorado vecino, quien vivía solitariamente en una casa familiar de cinco habitaciones.

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