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Vías invisibles por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra original de Masami Kurumada.

Vías invisibles

 

 

Las personas, una vez se acostumbran a vivir en sociedad, aprenden y aceptan convivir de ciertas maneras. Los ricos en las zonas de lujo, los pobres en las zonas marginales. Las niñas siguiendo las señales de rosa y los niños las señales de azul. Los extrovertidos al frente y los introvertidos al final. Los nativos con facilidad y los extranjeros con complicaciones. Los gatos en la casa y los perros en la calle. Los hombres con las mujeres y las mujeres con los hombres.

Para el huérfano de origen chino, el mundo era una red de vías paralelas y duales que nada debía entrecruzar pues en caso contrario, igual que ocurriría con un mal intercambio de palancas en los trenes, podría darse pie a una tragedia.

Dohko Balance no creía que debiera desbalancear el equilibrio del mundo en intentar acercarse a Shion Bélier, ni aunque éste fuese la primera persona en el mundo que lograra cautivar su atención con solo una mirada. No solo porque ambos eran hombres en toda la regla, sino también porque Shion era un jefe prodigioso y Dohko un mero peón. Así que de haber sido decisión suya, jamás se habrían intercambiado palabras entre los dos; mas fue Shion el que se acercó a su pupitre y, sentándose sobre el mismo con una practicada elegancia, meneó con los dedos de la mano derecha un juego de llaves que canturreó como un mal augurio.

—Me parece que éstas le pertenecen —sugirió el jefe del departamento de Ilustración con esa sonrisa de lado que (era bien sabido) idiotizaba a las personas.

Dohko se desalentó ante la recepción del mismo trato que todo el mundo recibía y decidió hacer lo mismo, levantando sus párpados caídos junto a las cejas en una expresión de sorpresa y sonriendo como haría ante cualquier otro. Después de todo, si quería vivir tranquilo, como su buena madre le aconsejó siempre debía mostrarse amable sino amistoso.

—¡Lo son!, ya las daba por perdidas por siempre —rió con ganas para enfatizar su acto y notó que los ojos rosáceos de Bélier se abrían como si hubiese hecho algo inesperado al señalar con la cabeza el cestito de lapiceros—. Agradezco que las trajera en persona, si fuera tan amable… no quiero tocar nada ahora mismo.

Dohko alzó sus manos llenas de tinta en manchones por haber estado limpiando otra impresora descompuesta, como su puesto en el sector de mantenimiento le exigía que hiciera. Shion asintió y depositó con cuidado las llaves en el lapicero, mas no se movió del sitio ni aún cuando Balance se despidió de él y continuó con su trabajo como si no existiera.

Shion Bélier se quedó mirando la faena durante extensos minutos durante los cuales Dohko no podía sino inquirir para sus adentros si acaso el joven jefe de departamento en verdad pensaba desperdiciar su receso de la tarde quedándose quieto como una estatua de museo allí con él.

—Oiga, Balance —llamó la atención luego de lo que no debieron ser ni cinco minutos aunque para ambos hombres se sintieron como horas—. ¿Qué más sabe reparar?, aparte de impresoras y computadoras.

Dohko entonces quiso gritar que por qué el jefe de departamento no se marchaba de una buena vez; por qué era tan obtuso de notar que él se estaba tragando la pena de un par de manos entintadas y un amor a primera vista que no podía ser; por qué tenía que hacerlo sufrir divagando en que sus encantadoras actitudes para con todos tenían cualquier clase de significado especial para con él; por qué no podía dejarlo en paz durante su trabajo como hacían todos los demás, cumpliendo sus propios deberes. Mas Dohko Balance no alzó la voz y volvió a sonreír al contestar en un listado cuasi ininterrumpido toda la clase de aparatos que habían llegado destartalados a sus manos para acabar como si recién los hubieran sacado de fábrica.

Entonces, cuando esa noche el extranjero regresó a su pequeña casa de cuento de hadas a una avenida de distancia de la villa marginal popularmente llamada «Inframundo», se quedó pasmado mirando el bollo relleno de crema pastelera que siempre se negaba a comprar en la cafetería de la empresa porque además de caro lo sentía como un detalle egoísta con sus ahorros que no podría abandonar una vez lo probara. Y sobre el plástico que envolvía el dulce tentador, se encontraba anotado en una letra redonda el número telefónico de Shion Bélier y una tierna ovejita con sobrepeso esporádicamente dibujada al final.

Un ladrido ahogado hizo sobresaltar al joven Balance que casi soltó el bollo en medio del pasillo de entrada. El hombre alzó la mirada para ver a su can más animado moviendo la cola y observándolo con cara de bobo mientras sostenía entre los dientes un hueso de hule que aprendió a masticar en señal de hambre desde cachorro. Dohko sonrió con sinceridad y se forzó a olvidarse momentáneamente de la repostería mientras se quitaba de encima el peso del bolsón de herramientas, se deshacía de los zapatos y bajaba el cierre de su overol que algún día casi simuló ser dorado pero la lavandina torció en un beige claro. Debía alimentar a sus amigos.

—Vamos, Kanon —indicó con un índice a la cocina y el can soltó el hueso falso para saltar de alegría en aquella dirección.

De camino a la sala Dohko vio a Saga —un golden tan idéntico a su hermano que su propio dueño solo era capaz de distinguirlos por sus actitudes— hecho una bola en su almohadón favorito con Camus —un gatito que Balance rescató de la calle— dormitando contra el calor de su estómago en una bola más pequeña. Ninguno de aquellos le prestó atención a la llegada de su dueño sino hasta que oyeron el rellenar de los tazones de comida y se acercaron juntos con paso perezoso a cumplimentar su itinerario nocturno. El único momento en que parecieron alterarse, fue cuando Kanon intentó probar la comida del pequeño pote de Camus cuando éste se tomó un descanso para lamer su pata izquierda y Saga ladró en advertencia de que no debía hacer eso.

Tal era la astucia para el crimen karmico de Balance que consiguió que sus perros, tan amables con él y tan iracundos con los extraños, se volvieran amigos de un gato que no tuvo el corazón de abandonar en adopción. Cada vez que alguien preguntaba por los nombres de sus mascotas, antes de pensar en Balance como en un fanático de la literatura, el dueño recibía halagos por su originalidad. Dohko pensaba que eran nombres simples pues fueron los primeros que le ocurrieron para cada uno; a los perros que su primo le entregó los nombró de cachorros cuando leía en un periódico la crítica de un nuevo libro que se convertía en bestseller; al gato lo nombró Camus porque su colección de novelas de aquél autor francés estaba desperdigada en el sillón en medio de una reorganización y el felino se acurrucó sobre ella esa primera noche en casa en lugar de la suave almohada que separó para él.

Por aquél tiempo Balance había conseguido su actual puesto en Atenas y conocido por primera vez al hombre más cautivador del planeta, por tanto se tomó al gatito como un atractor de buena y mala suerte en forma intermitente. Como que Kanon dejara de rasgar las puertas pero comenzara a correr de un lado a otro buscando que el gato jugase con él cuando se hermano se agotaba. Como que Saga dejara de dormir afuera de noche para que Camus no lo siguiera o llorara su pérdida pero se le notaba en todo el cuerpo que envidiaba la capacidad del gato de dormir todo el día y en cualquier rincón que le placiera.

Comenzó a nevar al día siguiente y Camus se salió para averiguar qué era la fría lluvia que caía del cielo en el patio, pero, cayó hundido en el manto que se había formado durante la noche y corrió atemorizado de regreso al calor de Saga. Dohko se agendó en el teléfono el número de Shion antes de usar el revés del miso papel para dejar un recordatorio a su sobrino Shiryu de que dejara una manta sobre el pequeño gato friolento cuando sacara a pasear a los perros.

—Las señoritas de mi departamento no dejan de hablar sobre lo tierno que es el gatito que rescató, Balance —comentó Shion cuando sus caminos volvieron a cruzarse en frente de la máquina expendedora de bebidas. Sin pedir permiso, el jefe compró una lata del café frío favorito de Dohko y se la entregó mientras aguardaba respuesta.

—Veo que mis compañeros no saben mantener la boca cerrada —Dohko aceptó la lata con una carcajada—. Fue error mío pedirles ayuda para adivinar qué comida podría preferir.

—¿Al menos resultó útil su colaboración?

—En absoluto, Camus es un pequeño exquisito que todavía llora por leche en las mañanas.

Shion entonces decidió que era justo alterar las balanzas del karma al reír con la entonación de unas campanas de gloria como las que debían sonar solo al final de una guerra. Una guerra que Dohko ni siquiera quería enfrentar. Tal vez en otro tiempo y en otro lugar lo habría hecho sin dudar un instante, pero, sus milenarios antepasados lo apedrearían en el Infierno si…

—Mi Mu también hace eso —reveló Bélier, sacando a Balance de su estupor.

—¿Mu? —inquirió como un infante que apenas aprendía a decir «mamá».

Así Dohko conoció, por medio de la pantalla del celular de última generación de Shion, al peludo gato de pelaje blanco con tonalidades lila que lucía más grande por su melena de lo que realmente era. De igual forma Shion conoció, a través de los ciento veintiséis píxeles de la pantalla del teléfono de Dhoko, al niño de la casa cuya barriga era blanca como la nieve y parecía llevar una capucha de rojo desde la coronilla hasta la punta de la cola.

Mas no fue hasta un domingo de feriado nacional que Dohko fue consciente de que Shion era tan pecador como él mismo de cara al equilibrio del mundo. Se cruzaron en un parque como lo hacían a diario Avenir y Shiryu, los cuidadores de los canes en ausencia de sus dueños. Los perros se reconocieron al instante, pero, los humanos parecieron nublados por la incomodidad y el asombro al verse arrastrados por sus mascotas directamente hacia el otro.

Shion se quitó la gorra deportiva y rió con su característico resonar de campanas.

—Parece que son amigos —comentó al aire.

El frío de otoño ayudó a disimular el rubor en el rostro de Dohko como un intento anatómico de combatir la temperatura.

—Sí —respondió con la boca seca mientras Kanon saltaba de un lado a otro alrededor del galgo de Shion que tenía una clara ceguera en la mirada, mas pese a ello no perdía rastro del golden retriever—… ¿Cuál es su nombre?

—Shaka, y, ¿ellos son? —Shion se agachó para soltar la correa del collar de su mascota, como no pensó que haría jamás, al no confiar del todo en las palabras de Avenir sobre que a Shaka no le faltaban amigos.

—Saga y Kanon —contestó Dohko mientras imitaba el accionar de su compañero de empresa.

Los hombres sonrieron al vislumbrar un significado para los nombres de sus mascotas, a pesar de que ninguno inquirió en la motivación. Al fin de esa tarde Balance accedió, sin mucho pensárselo, visitar la casa de Bélier el siguiente fin de semana junto a sus tres amigos cuadrúpedos.

Se sintió demasiado avergonzado a la hora de la verdad como para echarse atrás y luego tener que encarar una rosácea mirada decepcionada en el trabajo, por ello, sin importar cuánta pena lo inundaba al pensar en volverse más cercano a Shion, no dudó en engañar a Camus para que entrase en su jaula luego de ponerle el chaleco miniatura que Shunrei (una miga de Shiryu) tejió para él.

Los animales hicieron tan buenas migas que cuando los perros se echaron a dormir la siesta en la alfombra de la enorme sala de estar y los gatos se perdieron jugando a las escondidas en el gran castillo de peluche, que los humanos volvieron a estar solos y Shion invitó a Dohko a su habitación con la excusa de ver alguna película muda sin interrumpir el (supuestamente) ligero sueño de Shaka. Balance ni siquiera se atrevió a sorprenderse cuando el dueño de casa lo besó sin pedir permiso antes de abrir la puerta. Sabía el chino que si lo rechazaba entonces, por su mirada, dejarían las cosas allí y tal vez se reirían al respecto luego de tomar algo en la cocina, pero no se atrevió y él mismo abrió la puerta y tomó la mano de Shion, apresurándose al interior. Una sonrisa preciosa iluminó la penumbra provocada por las azarosas nubes de tormenta.

Mas a mitad de camino, Dohko padeció un chapuzón de remordimiento y detuvo las manos de Shion que se colaban por debajo de su camisa. El jefe de ilustradores levantó una de sus inusuales cejas en forma de lunar, aunque no demostró molestia ante la compungida expresión de Balance.

—¿Familia conservadora? —inquirió el ilustrador, apartándose apenas—. Oí que naciste allá en China.

—… Me crié allá hasta los catorce —reveló Dohko—. Mi padre quería que fuese funcionario público pero mi madre me envió a meditar con los monjes en las montañas a los seis. Cuando volví a casa, mis padres no estaban y unos tíos de aquí me invitaron a vivir con ellos —no supo porqué contó algo así en un momento como ése.

—Mi familia vive en el Tíbet —reveló con otra encantadora sonrisa Shion, siguiendo la conversación mientras volvía a aproximarse sutilmente a su compañero—. Todos nacemos allá y nos crían en lugares diversos… Cuando mis padres se enteraron de que no tendrían una nuera que pareciera una princesa, me impusieron la ley del hielo durante dos días y luego me invitaron a comer el guiso de cada viernes sin rencor alguno.

—¿Cómo? —inquirió Dohko, mirando al techo mientras los últimos botones de su camisa se soltaban.

—Supongo que es porque rogaron tener un hijo que jamás conociera lo que es el arrepentimiento en tiempos de mi concepción. Tal vez no querían ser la causa de uno, o, sabían que me perderían de seguir así —Shion se alzó en la cama y abrazó con gentileza a Dohko, dispuesto a compartir algunas palabras de aliento, pero entonces notó los surcos de color en la espalda ajena, vibrantes aun en tenebrosidad de la lluvia—. ¿Un tatuaje?

Dohko presionó sus labios y hundió el rostro contra el corazón de Shion. Sí, aquél tatuaje lo llenó de orgullo en la rebeldía de su juventud cuando regresó a una casa vacía y nadie más pudo controlarlo, mas el mismo le impidió permanecer en varios trabajos cuando sus compañeros comenzaran a murmurar teorías disparatadas sobre su pasado. Balance sintió las manos de Bélier acariciar su cabello como si fuera un niño y comprendió que el sujeto era en verdad persistente y muy paciente con tal de obtener lo que quería; cosa que Dohko ahora se resignaba a dar sin importarle los fantasmas del destino con un suspiro.

—Es un tigre.

—Me encantaría verlo con claridad en la mañana —murmuró Shion mientras se levantaba de la cama. Dohko creyó que se alejaría porque no le gustaban los tatuajes, pero, Bélier solo se quitó la camisa y comenzó a desabrochar su pantalón con una expresión apologética.

Dohko decidió terminar de retirar su camisa también. Cuando pensaba bajar el cierre de sus vaqueros, cambió de opinión y se irguió para dar vuelta en la cama y dejar su espalda al descubierto de cara a Shion. Las ganas de esconder la vergüenza de su rostro fueron apaciguadas por la penumbra y aliviadas al descubrir la admiración con que Bélier observaba la obra entintada a medida que se volvía a aproximar.

Desde aquél momento, durante aquella noche, no volvieron a compartir palabras en la habitación, sino suspiros, ahogos y gemidos; penas, alegrías y placer. Por muy inapropiado que resultase, Balance se sintió resuelto a compensar su pecar con buenas acciones más tarde y no se reprendió al pensar que lo haría cuantas veces pudiera con tal de tener aquellos claros ojos rosa siempre brillando sobre su cabeza.

Dohko despertó con el pesar de una mirada sobre su persona, mas al abrir sus ojos no se encontró de cara con un Shion despierto antes que él, sino con la redonda mirada de Mu, sentado en la mesa de noche. El gato maulló en un ronroneo y el hombre estiró una mano para rascar su mentón, acción que no detuvo cuando un par de brazos lo rodearon por la cintura y unos labios tibios se sumieron en su cuello.

—Tiene hambre —murmuró Shion—, ¿eh?

Cuando Bélier bajaba sus manos por el abdomen ajeno, se chocó con algo peludo y suave bajo la sábana. Dohko entonces sintió el calor extra en su estómago y levantó la tela para encontrarse con Camus hecho un ovillo allí a su lado; mas la preocupación se le esfumó el instante en que la risa de Shion se contuvo con espasmos contra su espalda para no despertar al gato de lomo rojo.

No fueron los felinos correteando en la cama, sino los ladridos de Kanon en el pasillo lo que hizo que los hombres se levantaran para dejar atrás el sueño de amor y continuar con su día. Ambos llegarían tarde al trabajo y ni siquiera eso impidió que se besaran más tiempo del necesario al despedirse en el portal, conscientes de que los rieles del destino los volverían a cruzar pronto.

 


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