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Alemania 2006 por Camui Alexa

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Por última vez antes de salir, Hyde se miró en el espejo. Con una enorme sonrisa en el rostro, repasó su aspecto: zapatos casuales en ante café oscuro, jeans deslavados con un par de remiendos intencionales y, por supuesto, el jersey oficial de la selección japonesa de fútbol. Sintiéndose quince años más joven, entró en la cocina, embutió cuatro sixpacks de cervezas en una hielera flexible y rellenó el poco espacio restante con hielo triturado. Una voz a su espalda interrumpió su feliz silbido.

– ¡Hace mucho que no te veía de tan buen humor!

– Ah, pues... ya ves – respondió mientras se entregaba a la tarea de cerrar la hielera.

– ¿Crees que estarás de regreso para la hora de la comida, Hi chan?

– ¡No, Megumi! ¿Cómo crees? – contestó rápidamente –. Los comentarios van a empezar a las once y media, pero el partido...

Ella simuló escuchar mientras su esposo le explicaba de nuevo que un partido de fútbol se jugaba en dos tiempos de cuarenta y cinco minutos, que había un intermedio para dar descanso a los jugadores, qué era un tiempo de compensación, etc. En realidad, ya sabía la mitad de aquello y la otra mitad no le interesaba, pero había hecho la pregunta simplemente por ver su expresión mientras hablaba. Era la misma expresión de todo hombre cuando intentaba infructuosamente explicar el fuera de lugar a su novia, hermana, o cualquier fémina sobre la faz de la tierra. Invariablemente, le habría entendido la mitad y él sólo negaría con la cabeza, como si la comprensión de las reglas del fútbol fuera a devolver el balance al Universo.

– Bueno, ya me voy o llegaré tarde.

– ¡Nos vemos, Hi chan, diviértete!

– ¡Hai, hai!

Megumi estuvo a punto de reír a carcajadas cuando al fin su marido salió de la casa. Él y sus amigos habían quedado en reunirse en casa de Tetsu para ver el partido de fútbol, que sería alrededor de las once y media de la mañana, y a penas pasaban de las nueve. Lo cual explicaba la desesperación de Hyde, pues ya de experiencias anteriores en su propia casa, Megumi sabía que los hombres se juntaban tres horas antes para comentar sus expectativas, las fuerzas y debilidades del oponente, entre otras cosas; y se quedaban hasta tres o cuatro horas después del partido repasando las jugadas que ya la televisora había repetido treinta veces, hablando de las progenitoras de los jugadores del equipo contrario y, lo más importante, para celebrar la victoria con una borrachera épica o llorar la derrota bebiendo hasta casi provocarse una congestión alcohólica, según fuera el caso.

Sabiendo, por lo tanto, que tenía prácticamente todo el día libre, Megumi se cambió, llamó a una amiga suya y se arregló para ir a comer fuera con ella. Ambas agradeciendo a Dios que sus hijos fueran aún lo bastante pequeños para ir con ellas y jugar en el parque mientras ellas conversaban amenamente... Debían esperar unos doce años más y entonces los tendrían haciendo compañía a sus padres.

 

– ¡Lo sabía! – rezongó Hyde al ver tres autos conocidos en el estacionamiento de Tetsu, en lugar de sólo uno. Con cara de fastidio, las cejas fruncidas bajo los anteojos de sol y el largo cabello delatando su identidad aún bajo la playera de su equipo, tomó el ascensor, sin resentir en absoluto el peso de la hielera.

La puerta se abrió y su expresión cambió de una de total hastío por una de franca diversión. Ahí estaba Ken, con el uniforme completo del equipo japonés.

Mientras entraba, dejando la hielera en el piso, permitió que se le escapara una sonora carcajada. Yuki y Tetsu salieron de la cocina a tiempo para ver cómo un Hyde reía histéricamente y tenía que buscarse un asiento para no tirarse al piso. El baterista llevaba jeans, la obligada camiseta azul y una banda en la frente que rezaba: “Victoria segura”. Tetsu, por su parte, vestía pantalones vaqueros con más de un agujero (capricho de algún ingenioso diseñador europeo que sabía cómo convertir un tijeretazo accidental en una adición a su colección de moda de verano), zapatos blancos, camiseta de la selección japonesa, muñequeras azules a juego y una banderita de Japón en cada mejilla (pintada, por supuesto, con maquillaje de Chanel).

– ¿Doushita no, Doiha chan? – preguntó Tetsu incapaz de comprender qué causaba el ataque de risa de su vocal.

Sin poder dejar de reír y sin poder abrir los ojos (por cierto llenos de lágrimas), señaló en la dirección general de Ken.

Tetsu lo miró largo rato, ladeando la cabeza varias veces. Por fin, se unió a la risa de su amigo.

Yuki se rascó la cabeza, mirando a Ken y sin poder comprender.

Cuando al fin los dos músicos lograron contenerse, Tetsu empezó a explicar.

– Es que... – se limpió una lágrima del ojo derecho – Ken chan, te bronceas muy bien, pero tienes las piernas pálidas – volvió a reír.

Ken se miró las piernas, pensando que debería anotar ese detalle en su próxima sesión en la cámara de bronceado, pero Hyde tenía otra razón.

– En realidad es porque pareces un niño, Ken. No me había fijado en lo de tus piernas.

Sólo Tetsu seguía riéndose, tirado en el sillón.

– Si crees que me veo gracioso, deberías ver a Gackt – refunfuñó, sin que esto le impidiera tomar asiento en el mejor ángulo para ver el partido.

– ¿Yo qué?

Hyde se volvió al escuchar la grave voz del otro cantante. Habría vuelto a reír hasta partirse en dos, pero la visión de Gackt con sus botas de tacón medio, ajustados pantalones de piel negra, una docena de anillos en los dedos, anteojos de sol y jersey azul deportivo era para quedarse pasmado. Por si fuera poco, llevaba una estilizada bandera de Japón pintada en el dorso de la mano izquierda, y aunque no se puso a mirarle de cerca, estaba seguro de que Gackt había incluido algunos grabados extraños en el rojo del sol naciente de su bandera.

– Nada, Gacchan, que luces sensacional, como siempre.

– Un – asintió el cantante mientras se sentaba junto a Tetsu y se convencía de que no quería averiguar lo que estaba pasando en ese momento.

– Bueno, ya estamos todos.

– Y creo que no falta nada – dijo Yuki observando la mesa de la sala llena hasta los bordes con charolas conteniendo montañas de botanas no nutritivas y tres hieleras en el suelo bien provistas de cerveza. Por supuesto, ningún hombre en su sano juicio se levantaría de su asiento durante el juego para ir por bebidas o botanas, así que todo debía estar a la mano.

– Sí. Momento, ¿y Sakura?

– ¿No te dije, Haido chan? Se fue a Alemania con Ein. Verá el partido en vivo, el maldito.

– Oh. ¿Y por qué no fuiste con él?

– Estaba... ocupado el día que se fueron – recordó, sin mucho embarazo, que había perdido el vuelo a Alemania por quedarse dormido enredado en dos pares de piernas femeninas.

– Lástima.

– Pues sí, aunque...

De pronto, el silencio fue absoluto. La pantalla era dominada por el verde del campo, aunque los jugadores todavía no hacían su aparición.

– Ese idiota no sabe nada. Tamada ha hecho un papel excelente en los últimos juegos – se quejó Ken de los comentarios del cronista.

Los otros cuatro asintieron, con la boca llena de frituras sabor camarón o a medio trago de cerveza.

Un rato después, el silbatazo marcó el inicio del juego... y de los juramentos, los gritos estrangulados y las menciones de las mamás de los árbitros.

Japón perdió una clara oportunidad de anotar, y mientras las quejas del público hacían cimbrar el estadio, en un apartamento de Shibuya, cinco hombres les hacían una dura competencia.

– ¡Fuck! – fue el grito de Hyde, que más bien sonó como fug.

El puño de Gackt se estrelló en la rodilla de Tetsu (que no se quejó por el golpe, sino por la falla del jugador), y después se quedó ahí.

Entre pases interceptados, servicios fallidos, fintas mal planeadas, entre otras cosas, el primer tiempo avanzaba lentamente para los japoneses, que no veían muchas posibilidades para su equipo. El único que permanecía silencioso era Tetsu. Cruzó las piernas bruscamente, y la mano de Gackt regresó a su lugar sobre el respaldo del sillón.

El balón no avanzaba demasiado sobre el campo de ninguno de los dos equipos, en una horrible monotonía que recordaba a un juego de niños de primaria.

– ¡Ah, demonios! – gritó Tetsu sobresaltando a los demás.

– ¿Qué pasa, Tetchan?

El bajista sintió una gota aparecer sobre su cabeza... quizá efecto secundario de leer tanto manga.

– Etto... que... ¡que no se mueven! ¡No sé qué piensan que fueron a hacer a Alemania! – fingió enfado –. Traeré una pizza.

Se puso en pie y todos lo miraron como si de pronto le hubieran salido antenas.

– En fin que no están haciendo nada – señaló acusadoramente la enorme pantalla de plasma.

Los demás asintieron, pensando que era inusual ver a Tetsu tan molesto con un juego de fútbol, así fuera el mundial.

– ¿Vienes, Gacchan?

– Un.

Yuki aprovechó de tomar el lugar que ocupaban antes los otros dos, porque el televisor le quedaba más en frente.

 

En la cocina, Tetsu se quitaba la camiseta mientras Gackt lo manoseaba, empujándolo contra la isla.

– Me importa un nabo lo que esté pasando en Alemania – dijo antes de recibir el desesperado beso de Gackt y ayudarle a terminar de deshacerse de la ropa.

 

 Un rato después, viendo satisfechas sus necesidades más inmediatas, Tetsu recordó que tenía invitados en la sala.

– ¿No nos hemos tardado demasiado?

Gackt se asomó por la puerta de la cocina. Sus amigos seguían enzarzados en una discusión sobre si el árbitro debía o no haber marcado ese último penal. Sonó el silbatazo del segundo tiempo y los tres músicos volvieron a concentrarse en el juego.

– Creo – dijo Gackt con una sonrisa – que tenemos otros cuarenta y cinco minutos.

 

Disimuladamente, Yuki se recargó contra el hombro de Ken, pegándole además el muslo contra el suyo. El guitarrista podía ser realmente lento para captar las cosas a veces, pero en ese tipo de situaciones, era de lo más avispado. Vació su lata de cerveza, la arrojó hacia un lado (causando una mancha en la alfombra de Tetsu, que luego negaría reconocer) y se puso en pie con una enorme sonrisa muy sugestiva.

– Voy al baño – anunció, feliz.

Hyde medio asintió, pasándose un puño de palomitas de maíz con dos tragos de cerveza.

Menos de dos minutos después, Yuki se disculpó también.

– Regreso en un momento.

El vocal no se preguntó por qué Ken o Yuki no regresaban a la sala, pues había sólo un baño cerca; y mucho menos se percató de que una pizza para horno de microondas no tarda una hora para cocinarse.

 

Veinte minutos después, la mitad de los músicos de L’Arc~en~Ciel estaban apretujados en el pequeño baño de la estancia de Tetsu, sobre el linóleo apreciándose un uniforme de fútbol, un par de jeans y un jersey de la selección japonesa.

– ¡Gol! – se escuchó el grito desaforado de Hyde desde la sala, sonando más bien a algo parecido a “gooru”.

– ¿Gore? – preguntó Ken jadeando.

– ¡No! – a velocidad supersónica, Yuki recogió su ropa, la devolvió a su posición original y regresó a robar el lugar frente al televisor justo a tiempo para ver la repetición del gol de Japón y celebrarlo junto a Hyde.

Treinta segundos después, Ken volvía a ocupar su lugar de antes en la sala, alternando un grito, un trago de cerveza y un bocado de alguna botana.

 

Con el grito de Hyde, Gackt volvió a asomarse por la puerta de la cocina.

– ¡Sí!

– ¿Eh? – preguntó Tetsu sin poder abrir los ojos.

– Ya tenemos un gol, Tetchan.

– ¡¿Honto?! – como por arte de magia, recobró el control y estuvo a punto de salir corriendo a la sala para ver la repetición, sólo para verse sujeto por un brazo.

– Eh... Tetchan...

El bajista siguió la línea de visión de Gackt hacia su propio cuerpo, sonrojándose enseguida. Se vistió rápidamente y ya iba camino a la estancia cuando recordó algo.

– ¡La pizza! – aún con su desesperación, recordó lavarse las manos y ponerse un delantal antes de sacar la caja del congelador y meterla al microondas, marcando diez minutos en el reloj.

Cinco segundos antes de que el timbre del horno sonara, Gackt terminaba de pelearse con sus pantalones de piel, se ponía el jersey azul y mientras Tetsu sacaba cuidadosamente la pizza del horno, él se lavaba las manos y la cara en el lavaplatos.

 

Tetsu puso la caja con la pizza sobre unas botanas, mientras hacía una cara al ver los mejores lugares ocupados. Terminó colocándose en el brazo del sillón, y Gackt tirándose en el piso, con tal de no perderse la segunda llegada de su equipo, sólo para que el guardameta contrario lo arruinara y todos pudieran maldecir a sus anchas.

 

Un minuto después de terminado el partido, los cinco estaban molestos con el equipo contrario, con los árbitros, con el director técnico por no haber hecho cambios en la alineación y haber dejado en la banca a quien según ellos podía haber salvado el juego, y con los cronistas, por remarcar los errores cometidos por el equipo azul. Por supuesto, a estas alturas ya podían todos comentar el juego a la perfección, pues conocían las jugadas dignas de comentarse gracias a las cuarenta repeticiones de la televisora de cada pase y cada paso desde todos los ángulos posibles.

Esa tarde, unas cuatro horas y media después, Hyde regresaría a casa aún murmurando maldiciones entre dientes, con las cejas fruncidas y con ganas de darle a Megumi un detallado resumen de dos horas de un juego que había durado una y media. ¿Que si había pasado algo raro? Sí, los defensas habían sido un asco... de ahí en fuera, todo normal; es decir, Tetsu se había tomado cinco minutos para ir a calentar una pizza y Ken se había perdido la repetición del gol por haber ido al baño...

Los efectos del fútbol en los hombres...


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