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Húmedo por Lis Malfoy

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Notas del capitulo: Bueno, bueno, y otro vicio al bote! Este es algo... triste, supongo, aunque yo no lo veo así en el fondo. Espero que os guste igualmente.

Un beso y gracias por vuestra paciencia y comentarios!!!

P.D.: por cierto, si alguien encuentra una frase semejante (bueno, idéntica) a otro fic de la web, concretamente uno de mi querida y admirada Eve (ella ya lo sabe), que no me acuse de plagio. Es simplemente mi pequeño homenaje y reconocimiento por regalarnos esas historias tan magníficas. Besitos, cariño!

 

Abrió los ojos e intentó reconocer dónde se encontraba. Pero fue en vano. Apenas había luz, no podía ver si se trataba de un sitio grande o pequeño. Lo último que recordaba era a su amigo Ron avisándolo de un ataque sorpresa. Instantes después, todo se había vuelto oscuro. No sabía qué había ocurrido con ellos. Lo que sí sabía era que él estaba preso. Las cadenas, en tobillos y muñecas, apretaban fuerte, impidiéndole moverse. Tenía frío y la humedad le calaba los huesos. Quizá estaba recluso cerca de un río o un riachuelo, pues oía correr el agua. Pero no podía distinguir nada más. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni cuánto más permanecería encadenado, pero su intuición le decía que sería más bien poco. Si su captor era quien pensaba, su vida estaba cerca del límite.

Pasaron las horas y la oscuridad se adueñó de la estancia. Ahora todo era negro a su alrededor. Con el último rayo de sol había podido distinguir que en el otro lado de la enorme sala –ya había visto hasta dónde abarcaba- había una puerta de madera, y se veía bastante pesada. Ésa era su única salida, su única salvación, y era imposible llegar hasta ella. Abatido por el cansancio y la falta de alimento, se durmió. Minutos u horas después, pues había perdido completamente la noción del tiempo, oyó como la puerta se abría y unos pasos se acercaban hasta él. Procuró hacerse el dormido. Estaba echado en el frío y húmedo suelo y estaba temblando, aunque intentó moverse lo menos que pudo. El visitante dejó algo a su lado y desapareció en completo silencio. Abrió los ojos, se levantó y buscó, a tientas, lo que le habían dejado. Era un plato con comida, y una copa con un líquido que, por su falta de olor, dedujo que debía ser agua. Tenía muchísima hambre, pero no se atrevía a probar ni un bocado sin ver claramente de qué se trataba. Cuando amaneció, devoró todo lo que le habían traído -algo de carne y pasta y la copa contenía agua. Tenía que alimentarse si quería estar atento a cualquier cosa que ocurriera a su alrededor.

El ritual de la comida se repitió dos veces más antes de oscurecer. Cada vez que oía ruido, se tumbaba en el suelo y se hacía el dormido. Pero por la noche no pudo evitar mirar antes de que se cerrara por completo la puerta. Una túnica negra cruzaba el umbral y, a la luz de la antorcha que el desconocido portaba, pudo descubrir de quién se trataba. Nadie más tenía ese porte elegante, nadie más andaba tan seguro de sí mismo. Y, como no, nadie más poseía un cabello tan rubio como ése.

Esa noche apenas durmió. Se preguntaba por qué lo mantenían con vida y por qué le daban comida con regularidad si, seguramente, iban a matarlo. Pero sobre todo se preguntaba porqué él no le decía nada. Debía de saber del cierto que no se pasaba el día durmiendo y que fingía hacerlo cuando entraba. Entonces, ¿por qué no le insultaba? ¿Por qué no lo atacaba? No lo entendía. Tampoco entendía que Voldemort no hubiera ido aún a por él.

Las primeras luces del alba empezaban a iluminar tenuemente la celda en la que, obligado, vivía. Aunque no era una cárcel, él se sentía como si estuviera en una. Sin libertad, aislado de todo y de todos. Solo. Completamente solo. El único compañero era el frío y húmedo suelo del que no podía separarse. El encapuchado entró dos veces más durante el día a dejar comida, pero él siguió con su estrategia de hacerse el dormido. Al final, ya no pudo aguantar más. Decidió aguardar el momento en que él entrara; esta vez no dormiría. El hombre, como cada vez, se acercó hasta él y depositó el plato en el suelo. Después se encaminó de nuevo hacia la puerta sin haberle dirigido ni una mirada. Entonces se decidió.

- ¿Por qué estoy aquí? – vio como el hombre paraba su marcha sin darse la vuelta -. ¿Qué esperáis para matarme? – estaba resentido, si querían matarle no tenían porqué someterle a esa agonía -. ¿Es eso, no, lo que queréis? Entonces, ¿por qué no lo habéis hecho ya? – volvió a insistir.
- No es de tu incumbencia, Potter – le respondió sin mirarle y reanudando la marcha.
- Que quieran matarme sí creo que me incumbe, señor Malfoy – el hombre se paró y le encaró -. No soy tan tonto como creéis – dijo finalmente.
- Yo creo que sí. Si no lo fueras, no estarías aquí –salió por la puerta dejándole con la palabra en la boca.

¡Maldito! ¿Cómo se atrevía a dejarlo así? ¿Cómo se atrevía a no contarle nada? “No es de tu incumbencia”. ¡Ya lo creo que lo era! Él quería saber por qué lo alimentaban, por qué lo mantenían con vida, qué querían de él, por qué no estaba muerto. Era en lo único que podía pensar.

Las siguientes visitas no tuvieron nada de particular. No intercambiaron ni una palabra. Ni una mirada. Nada de nada. Tres días después, volvió a atreverse.

- ¿Por qué no estoy muerto aún? ¿Acaso Voldemort me tiene miedo? – quería provocarle para ver si así sacaba algo en claro.
- El Señor Oscuro no teme a nada ni a nadie, y mucho menos a ti – le dijo con voz de desprecio, habitual en él.
- Y si no me teme, ¿dónde está? – le preguntó desafiante. ¿Escondiéndose? – se rió.
- No es de tu incumbencia, Potter – esa frase le sacó de quicio.
- ¡Sí es de mi incumbencia, Malfoy! – gritó con todas sus fuerzas -. ¡Quiero saber por qué estoy aquí, por qué se me mantiene con vida, qué se espera de mí y qué ha sido de mis amigos! – el corazón estaba a punto de salírsele por la boca, los nervios no dejaban que se tranquilizara, y estaba harto de las frases sin sentido y de que nadie le contara nada.
- Estás aquí por órdenes del Lord. Yo sólo cumplo lo que me mandan – hizo una pausa y su semblante se tornó más serio -. Respecto a tus amigos…. – cambió el tono de voz -, todos han muerto. Todos… todos… todos… - finalizó con la voz completamente rota.
- ¿Mue… muertos? – no salía de su asombro, no podía ser -. ¡Mientes, maldito mortífago! ¡Mientes! – intentó deshacerse de sus ataduras para pegarle, estaba furioso, pero fue en vano. Se rindió. Las cadenas eran mágicas y nunca podría librarse.
- Acéptalo, Potter. Será lo mejor para ti. El mundo pertenece ahora al Señor Oscuro – salió dejando al muchacho llorando desconsolado.

“Todos han muerto”. No podía ser, no debía ser. “Todos”. No, no, no, todos no, debía quedar alguien, alguien que lo salvara a él. “Han muerto”. Las palabras se repetían en su mente. “Todos”. “Todos”. “¡TODOS!”. Ron. Hermione. Ginny. Neville. Dean. Seamus. Remus… Los nombres se agolpaban en su cabeza. Los nombres y las caras sonrientes de sus amigos. Las amargas lágrimas humedecían su rostro. Nunca había llorado tanto, ni cuando murió Sirius. Ahora sí estaba solo. Completamente solo. Y no había nada que él pudiera hacer.

Al despertar se dio cuenta de que tenía el plato a su lado. No había oído nada, esta vez debía haber sido mucho más silencioso. ¿Por qué Malfoy era tan ‘amable’ con él? No se había burlado en ningún momento. El Lucius Malfoy que conocía –las pocas veces que había coincidido con él- era arrogante y orgulloso, y siempre se burlaba de cualquier cosa que tuviera que ver con su vida. ¿Por qué ahora se comportaba de tan distinta manera? No parecía el mismo. Ni la voz. La voz era… Entonces recordó el tono de voz que había utilizado al hablar de los muertos. Una voz rota, ¿triste? No podía ser. Malfoy era un mortífago, el más fiel de todos ellos, la mano derecha de Voldemort, ¿por qué iba él a entristecerse por la muerte de magos del bando contrario? Demasiadas preguntas, demasiadas dudas y demasiadas incoherencias. Más tarde, Lucius regresó.

- ¿Por qué no has comido nada? – el plato del desayuno estaba intacto y él permanecía apoyado en la pared, sin moverse.
- No tengo hambre – respondió finalmente de mala gana.
- Tienes que comer para estar fuerte – dijo Lucius casi susurrando.
- ¿Fuerte? – preguntó extrañado. ¿Acaso se había propuesto jugar a las adivinanzas? - ¿Fuerte para qué? – repitió.
- El final se acerca – le advirtió al salir por la puerta.

Se quedó algo confundido. ¿Qué había pretendido decir? No tuvo que esperar mucho para saberlo. El misterio se desveló al cabo de poco. En mitad de la noche, la puerta volvió abrirse, pero no apareció Lucius, sino otra persona. Detrás de él, cinco encapuchados sostenían antorchas para iluminar la estancia. Supo bien que su hora había llegado.

- Me alegro de verte, Potter – siseó Voldemort -. Te ves bien – contempló las múltiples heridas en el cuerpo del muchacho y sonrió -. Perfecto para la batalla final. ¿Preparado?
- Por supuesto – Harry no se dejó acobardar, no tenía nada que perder -. Voy a vengar a todos mis amigos – respondió con odio, poniéndose en pie -. Y pagarás por ello – recalcó fijando sus ojos en los rojos del Lord.
- Jajajajajajajajaja – se rió el Señor Oscuro-. Potter, Potter, Potter… - negó con la cabeza mientras decía su apellido -, Gryffindor impulsivo… No eres el único que ha perdido compañeros o familiares en esta guerra. Aunque sí eres el único que se queja – apuntó burlándose -. Algunos de mis hombres han perdido a sus seres queridos y no les ha afectado, ¿verdad, Lucius? – se dirigió a un encapuchado situado exactamente detrás de él.
- Sí, mi Lord – respondió en el acto.
- Potter… aquí donde le ves, Lucius ha perdido a su esposa e hijo. Ambos murieron por traicionar a la causa. No podía dejar que siguieran con vida, ¿verdad, querido Lucius?
- No… no, mi Lord.
- ¿Lo ves, Potter? Pero tú eres débil, llorando por tus amigos, que ni se preocuparon por ti…
- ¡Mientes! – Harry gritó fuera de sí. Sabía que sus amigos le querían, igual que él a ellos.
- No, Potter, no miento. Ninguno preguntó por ti antes de morir. Sólo se preocuparon por sus vidas…
- ¡Hijo de…
- ¡Impedimenta! – gritó Voldemort al ver que Harry se abalanzaba sobre él y lo lanzó contra la pared -. Potter, voy a concederte el privilegio de luchar contra mí. ¡Dadle una varita!

Harry cogió una varita que le lanzaron al vuelo, y en el instante las cadenas desaparecieron. Los demás mortífagos desaparecieron, tan sólo uno permaneció en un rincón, callado, observando.

- Bien, ahora estamos en igualdad de condiciones. ¿Listo? ¡Crucio! – Voldemort atacó sin darle tiempo.
- ¡Protego! – pero la varita no funcionaba tan bien como la suya y el crucio le impactó en el brazo causándole un gran dolor.

La lucha continuó. Múltiples hechizos y maleficios cruzaban la sala pero no lograban su objetivo. El Lord se movía con dificultad, pues Harry había acertado un cruciatus en su pierna, pero aún tenía ventaja. El chico recibía impactos por todos lados, pero no iba a desfallecer. No se rendiría tan fácilmente. Pero el Lord no falló.

Harry estaba en el suelo, gravemente herido, la varita de Lucius no era la suya y no lanzaba o no esquivaba los hechizos como debería. Voldemort lo sabía, por eso se la había entregado. De igualdad de condiciones, nada. Pero Harry sentía que tenía que seguir luchando, para vengar a sus amigos. Se levantó, pero un crucio impactó de pleno en su pecho, cayó al suelo y la varita salió disparada.

Lucius observaba la lucha sumido en sus pensamientos. Lo había perdido todo. Primero, la casa. El Ministerio se la había embargado al hacerse pública su afiliación a los mortífagos. Después, Narcisa, su esposa. Aunque nunca la había amado y el suyo había sido un matrimonio de conveniencia, sí sentía cariño y aprecio por ella, de alguna forma quería a esa mujer que había compartido tantos años a su lado. Y finalmente, a su hijo. Vio morir a Draco a manos del Lord. El dolor que traspaso su, hasta entonces, frío corazón no podía compararse con nada. Él amaba a Draco, pero nunca se lo había dicho. Siempre había sido un padre estricto y nada cariñoso ni atento con él, pero ya era demasiado tarde para lamentarse. Sólo le quedaba la redención. Y sólo había una manera de purgar todos sus pecados. La alianza con el Lord había sido el mayor de todos. Cuando la varita cayó a sus pies, lo vio todo muy claro. Era una señal. Él podía evitarlo.

- ¡Crucio! – Voldemort no supo de dónde había venido el hechizo hasta que vio la rubia cabellera acercarse hasta él-. ¡Crucio! – repitió con todas sus fuerzas -. ¡Crucio! – de nuevo el rayo impactando en el cuerpo de su Señor.

El Lord gritaba y se retorcía en el suelo de dolor. Nunca había sentido tanto, nunca había probado su propia medicina. Entonces Lucius tomó la decisión final.

- ¡Harry, todo tuyo! ¡Sólo tú puedes hacerlo! – le lanzó la varita y Harry la cogió al vuelo.

Entonces el moreno comprendió. Como decía la profecía, sólo él podía acabar con Voldemort. No se lo pensó dos veces. Pero el Lord no había dicho la última palabra.

Dos rayos verdes salieron de las varitas. Dos avada cruzaron la sala. Dos impactos mortales.

El cuerpo de Voldemort cayó al suelo, muerto, sin vida. La pesadilla había terminado. Con la varita en alto, Harry apuntó a los demás mortífagos que al oír los gritos habían regresado. Pero huyeron al ver la escena. No tenían quien les protegiera. Ya se encargaría de ellos en otro momento. Ahora tenía un asunto mucho más importante que atender.

Corrió hasta situarse a su lado. El avada no había impactado de lleno en Lucius, pero los dos sabían que no había salvación posible. El hechizo era mortal, impactase donde impactase, pero dependiendo de eso, la muerte era inminente o más lenta. Y en este caso iba a ser algo lenta. El maleficio había atravesado su estómago, eso dejaba a Lucius con algo más de diez minutos de vida. Harry se arrodilló junto a él y lo abrazó. No quería que nadie más muriera por esa causa, ya había perecido demasiada gente.

- Gracias… - su voz era apenas un susurro, pero tenía que decirlo.
- ¿Gracias? – Harry se extrañó de que un mortífago se alegrara de la muerte de su Señor -. ¿Por qué?
- Por haberme liberado. Ahora soy libre – sonrió débilmente -. Moriré libre. Iré con ellos.
- No… no… no puedes morir – le dijo el moreno con determinación.
- Harry – acarició el rostro del muchacho para sorpresa de éste -, tan bello… Lo siento, ojalá hubiera podido ser distinto…
- ¿Distinto? – no entendía nada. Primero se alegraba y le daba las gracias, y ahora le salía con esto.
- Ahora ya puedo sincerarme… - hizo una pausa y le miró fijamente -. Te amo – Harry abrió la boca y los ojos parecían querer salir de sus órbitas -. Te amo como nunca había hecho en la vida. Y voy a morir feliz, voy a morir en tus brazos…
- Lucius… - el rubio posó delicadamente sus labios en los del muchacho, quien tímidamente respondió al beso.
- Gracias, Harry – le dedicó una última sonrisa antes de morir.
- No… no… ¡Lucius! ¡No! – gritó desesperado. Otra muerte más. Otra muerte más por su culpa.

Arrimó el cuerpo sin vida del rubio en su pecho y dejó que las lágrimas les bañaran a ambos. Lágrimas que se confundían con la sangre que había brotado del cuerpo de Lucius. Lágrimas que se unían a la humedad del suelo.

Y ahí terminó todo. Con Voldemort muerto a escasos metros y Harry abrazado al hombre que había salvado su vida. Se levantó con el cuerpo de Lucius en brazos, salió de ahí cargado con él, quería ser él mismo quién lo enterrara. Y sabía muy bien dónde tenía que hacerlo. Se apareció en un pequeño mausoleo de la familia Malfoy. El lugar donde reposaban Narcisa y Draco. Finalmente estaría con los suyos. Harry selló la tumba y la ocultó con magia para que nadie pudiera tener acceso a ella.

Con lágrimas en los ojos, sólo pudo recordar ese suelo frío y húmedo que le había regalado una nueva vida. Ahora el frío y la humedad se habían adueñado de su corazón, sabía que su corazón no dejaría de llorar por él aunque sus ojos lo hicieran.

Lucius había dado su vida al osar enfrentarse a Voldemort. Pero también había permitido que el moreno tuviera la oportunidad de ser feliz, de tener una nueva vida. Lo que Lucius nunca sabría era que, a pesar de que Harry viviría, sería como un muerto en vida. Porque el chico había escondido durante los últimos meses sus sentimientos por el entonces todavía mortífago. Sabía que era una relación imposible, pero Lucius tenía razón, ojalá hubiera sido todo distinto.

Oteó de lejos el pequeño monumento y se alegró de haber podido hacer feliz a Lucius los últimos instantes de su vida. Seguramente, donde se encontrase, Lucius estaba sonriendo. Su reposo estaba garantizado. Antes de irse, había acariciado la lápida que él mismo había colocado. Al lado de su nombre, una línea que había añadido Harry en el último momento.



“Gracias por haberme regalado la vida”.

 


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