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Standing for you… por Kitana

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Notas del fanfic:

Como toooodos y toooodas sabemos, los personajes de Saint Seiya no me pertenece a mí sino  a Masami Kurumada, solo los he tomado prestados un ratito para divertirme un poquito.

 

Era una mañana cualquiera, una de esas mañanas en las que no te animas a salir de la cama porque tienes el presentimiento de que en cuanto pongas los pies en el suelo todo empezará a ir aún peor. Aún así se dijo que lo mejor era tratar de abandonar esa cama, no, más que tratar, hacerlo. Era inevitable. El día en que tuviera que plantarle la cara al mundo llegaría tarde o temprano. Y al mal paso, darle prisa. Debía salir de esa habitación de una vez por todas. Daba lo mismo ese día que cualquier otro, así que se decidió a levantarse.  Así que se estiró en la cama cual si fuera un gatito y dejó que los músculos lentamente reaccionaran, no se sentía bien, pero ya era hora de salir de esa cama, de ese cuarto, de ese pequeño espacio y de su encierro auto impuesto. Sin mucha decisión puso los pies desnudos en la fría duela, se sentía extrañamente incómodo, todo a su alrededor le recordaba el pasado. Y no le gustaba. Sintió el ambiente de aquella habitación muy pesado. Con paso lento y torpe se dirigió a la ventana. El lugar olía a alcohol y tabaco, durante días no había hecho nada más que fumar y beber aunque no era muy afecto ni a lo uno ni a lo otro. El calor se le hizo insoportable, avanzó hasta el extremo opuesto de la habitación y  encendió el ventilador. Las aspas comenzaron a girar y lentamente disiparon el ambiente caldeado de la habitación. ¿Cuánto tiempo hacía que no salía de esa habitación? No lo sabía con certeza, ya no contaba los días, ni las horas porque para él aquello era una tarea inútil que solo le haría ver que su tragedia personal era real y que estaba hiriéndole en lo más profundo del corazón. Pero no podía prologar más aquella situación. No se sentía mejor ni peor después del encierro. Pero sabía que el tiempo de esconderse tenía que llegar a su fin. En realidad no sentía nada, nada que no fuera esa incomodidad consigo mismo que le venía fastidiando la existencia desde que aquello sucediera.

 

Le parecía que todo era absurdo, sin sentido. La vida ya carecía de sentido, todas esas cosas que creyó importantes ahora no eran si no asuntos sin importancia, cosas que no tenían nada que ver con él. Se detuvo un instante a pensar si tenía algún sentido poner los pies fuera de esa habitación.

 

No lo sabía. No tenía idea de lo que pudiera pasar con su vida. no era que estuviera asustado, no era que no supiera que hacer, era simplemente que no tenía el ánimo suficiente como para intentar hacer algo.

 

Y tampoco quería ver a nadie, era tan humillante. Muy humillante. No quería esas miradas cargadas de lástima o burla medio escondida. Aún se negaba a aceptar que le hubiera sucedido algo semejante. Se sentó frente a la ventana, la combinación del aroma del alcohol, el tabaco y su aroma corporal le pareció sumamente desagradable.  Sintió nauseas y corrió lo más rápido que sus torpes piernas le permitieron. Sintió que vomitaría hasta el alma, le dolía el pecho y la garganta.

 

Se quedó tendido en el helado piso del baño. Se sintió ligeramente reconfortado por la frescura del ambiente del baño. Al cabo de unos minutos finalmente se levantó. Le dolía la cabeza. Se paró frente al lavabo y al hacerlo no pudo evitar encontrarse con su imagen reflejada en el bruñido espejo. Miró con detenimiento su rostro...  a primera vista no se reconoció a sí mismo, así que se observó con cuidado. Estaba pálido y desencajado, unas enormes ojeras bordeaban sus hermosos ojos de un azul tan puro como el del cielo del medio día; la rubia melena ondulada estaba hecha un desastre, en sus mejillas las huellas del llanto derramado en días pasados, en suma, su rostro era una oda al dolor y el malestar no solo físico, sino del alma. Se miró por instantes que le parecieron siglos y se sonrío a sí mismo pensando que estaba hecho un asco. Abrió el grifo de la tina, tenía que darse un baño. Mientras la tina se llenaba, abrió una de las llaves del lavabo y se humedeció el rostro como intentando despertar de la pesadilla que vivía.

 

No se sentía bien estar ahí solo, con el esqueleto del pasado rasguñándole los tobillos cada vez que intentaba avanzar. No se sentía bien estar así, solo, sin él. No después de todas las promesas y los juramentos que habían intercambiado y que él había terminado por romper de la forma más terrible que pudiera haber imaginado. Ya no sabía que dolía más, sí su corazón roto o  la humillación que le habían hecho pasar esas dos personas que había dejado entrar en su vida y a quienes les había entregado todo de sí.

 

Escuchó el ya muy fastidioso timbrar del teléfono. Lo dejó sonar, ¿para qué estaba la contestadota sino para hacer los honores?  Estaba a punto de entrar en la tina, con un delicado movimiento cerró la llave del agua y se sumergió en el tibio líquido aderezado con su amada fragancia de rosas. Se quedó recostado en la tina contemplando como enajenado el polvo danzando en un rayo de sol que se colaba travieso por las persianas de la ventana del baño.

- Afrodita, sé que estás ahí, así que déjate de niñerías y contesta de una vez por todas el maldito teléfono. - dijo una vocecita algo infantil al teléfono. - ¿Sabes que empiezo a hartarme de que no me hagas caso? - dijo esa vocecita que por momentos le pareció algo chillona, indicio claro de que su amigo estaba de muy mal humor. - Llevas tres semanas encerrado en ese departamento, Afro, por favor, tienes que reaccionar. - dijo aquella voz bien conocida, después de todo, él había sido el único constante en buscarle, junto a él en cada momento, bueno o malo, y pensar que se habían distanciado un poco por culpa de esos dos. Siempre habían sido muy cercanos, a pesar de las ocasiones en que Afrodita se empeñaba en alejarlo, tal como en ese momento. Se sintió raro. Habría querido hablar con él, tranquilizarlo, pero sabía que no podía, no en ese estado. - Afrodita, contesta por dios, al menos hazme saber que sigues vivo. -  Afrodita sonrió con desdén, ¿tan débil lo creía que le consideraba capaz de matarse? - Afro, por favor. - dijo aquella vocecita en tono de súplica. - Vamos Afro, tienes que salir de esto, tenemos que superarlo juntos, ¿entiendes que yo te necesito? - la voz de su amigo sonó desesperada... en cierta medida compartían el mismo dolor, pero Afrodita no estaba apara consolar a nadie, ni siquiera a sí mismo. - Afro... por favor. - dijo su amigo recalcando el por favor como acostumbraba hacerlo cuando estaba a un paso de darse por vencido. - Te propongo algo. Debo ir a España, tengo que atender algunos asuntos de papá, no quiero ir solo, ven conmigo, por favor. - dijo él en tono suplicante - Te hará bien salir de la ciudad, cambiar de aires. Solo piénsalo ¿sí? No te hará daño.... Y perdona si te molesto, es que me preocupas, tú lo sabes, por favor Afro contéstame algún día. - dijo su amigo y luego colgó.

 

Algo en el interior de Afrodita se convulsionó, quizá no era tan mala idea salir de su encierro, cambiar de aires como dijera su amigo.  Lo pensó por un momento, no tenía nada que perder y en realidad el encierro ya le había hartado.

 

Tomó un largo baño, era lo que siempre le ayudaba a aclarar sus ideas, pero no fue el caso, se sintió físicamente mejor, pero su cabeza seguía siendo un enorme caos.

 

Hacía calor, la temperatura del ambiente se le antojaba insoportable, eran mediados de junio. Junio. El mes perfecto para una boda... al menos eso era lo que él solía creer. Que estúpido se sentía al albergar ese pensamiento.

 

Se encargó de limpiar un poco el departamento, en realidad necesitaba asear, el lugar estaba hecho un desastre. Improvisó una comida con lo poco que encontró en su cocina y se sentó a la mesa solo. Irremediable y dolorosamente solo. Aquél vacío fue aplastante. Tuvo ganas de llorar, pero no pudo. Era como si la compuerta que dejara pasar las lágrimas estuviera estropeada e impidiera que éstas fluyeran con libertad.

 

El teléfono repicó nuevamente. Esta vez se levantó y contestó la llamada suponiendo que era de nuevo su amigo, podía ser incluso más necio que él, más aferrado a una idea que él y esa llamada solo lo confirmaba.

- ¿Hola?- dijo al levantar la bocina, hasta el sonido de su propia voz le resultaba desconocido y extraño.

- Gracias a dios que contestas, estaba muy preocupado por ti. ¿Es que no piensas en los demás? - dijo, la voz de su amigo se escuchaba dolida, temblorosa y un poco molesta.

- Hola Shun. ¿Cómo estás?- dijo Afrodita preparándose mentalmente para la reprimenda que Shun iba a darle.

- ¿Qué como estoy? - casi gritaba - - ¡Pues como demonios esperas que esté! Mi novio se fuga con otro y mi mejor amigo se encierra por tres semanas a hacer no se qué y no me contesta ni el teléfono. - dijo muy molesto. - Por lo demás estoy bien, ¿y tú que tal? - dijo Shun en tono entre irónico y triste.

- Bien, creo.

- No te creo nada. ¿Has pensado en lo que te propuse?

- Sí.

-¿Y qué dices?

- Que voy contigo.

- Excelente, a propósito, salimos hoy mismo.

- ¿Hoy mismo?

- Sí, hoy mismo. Yo te recojo en tu departamento, tengo todo listo, solo tienes que hacer las maletas y tener tu pasaporte a la mano.

- ¿Tan seguro estabas de que iría?

- Si no hubieras querido habría ido a tu departamento, habría tirado la puerta a patadas y te habría arrastrado hasta hacerte subir al avión.

- A veces eres como un niño grande.

- Deja de criticarme y ponte a empacar. Nuestro vuelo sale a las ocho, así que tenemos que estar a las seis en el aeropuerto, así que si las matemáticas no fallan te quedan menos de tres horas para hacer tus maletas.

- ¿Tan rápido?

-¿Y qué querías? ¿Qué me quede a seguir escuchando burlas? Gracias pero no, gracias.

- Está bien, pero tienes que venir a darme una mano.

- ¿Para qué? Empaca lo indispensable y llegando allá vamos de compras. - dijo Shun, ir de compras, vaya que estaba deprimido.

- Está bien, te prometo que estaré listo para cuando pases por mí.

- Más te vale o te sacó de ahí con lo puesto.

- Ya entendí, ¿sabias que a veces eres un verdadero fastidio?

- No más que tú Afro precioso.

- Ay Shun, somos un par de tontos... ¿no lo crees?

- Si... lo hicieron en nuestras narices y nosotros como idiotas, ni siquiera nos dimos cuenta.

- Dejemos eso, ya tendremos tiempo de hacer otras cosas... de conocer gente nueva, de olvidar... de perdonar.

 Tal vez tú puedas perdonar pero lo que es  yo, les maldeciré hasta el fin de mis días. - dijo Shun sin poder ocultar su dolor. - Me despido, papá quiere aleccionarme un poco antes de ir a España. Aunque ni siquiera sé porque me manda a mí, soy una nulidad en estas cosas.

- Quizá lo hace para distraerte.

- Umm quizá, quizá. Da igual, tú y yo nos vamos a montar una juerga de al menos dos meses seguidos. - los dos rieron intentando aparentar que no estaban tristes, pero en el fondo, ambos estaban destrozados, casi muertos por dentro. - Bien, entonces paso por ti en cuanto me deshaga de papá.

- Te estaré esperando.

- Besitos, bye. - Shun colgó dejándole a Afrodita un sentimiento de impotencia. Se había concentrado tanto en su dolor que no vio que su amigo también sufría. Había sido tan egoísta como él, como lo habían sido ellos al abandonarlos de esa forma tan cruel y ruin.

- ¿Qué hicimos para merecer esto...? - murmuró Afrodita en voz baja mientras empacaba algo de ropa en una pequeña maleta. Deliberadamente pasó por alto la maleta que reposaba al fondo del closet. No quería ni verla pues le hacía pensar en él. Apenas empacó un par de mudas de ropa, lo que no podía olvidar eran sus tarjetas de crédito y todo el efectivo que pudo encontrar.

 

Se sentó en el sofá de la sala a esperar a que Shun llegara. El chico no se hizo esperar demasiado. Llegó a las cinco treinta,  con el  tiempo justo para llegar al aeropuerto.

- ¡Rápido, rápido Afro que el taxímetro corre! - dijo el menudo muchacho tomando de la mano a Afrodita para salir del departamento. a Afrodita le hizo gracia que siendo su amigo tan espléndido para casi todo, fuera un verdadero tacaño cuando se trataba de pagar un taxi.

 

Afrodita se dejó arrastrar por su amigo, dejando que la adrenalina del momento le levantara un poco el ánimo. Subieron al taxi, Shun no dejó en paz al conductor ni un minuto, a Afrodita le pareció perfecto en ese instante el mote que Shun tenía en la escuela, todos lo llamaban ratoncito, y es que el chico era tan hiperactivo y comía tanto como uno de esos pequeños seres. Afrodita sonrío al ver como Shun fastidiaba al conductor exigiéndole que tomara tal o cual calle por la que según él era más rápido llegar al aeropuerto mientras que el taxista le debatía a cada instante.

 

 Al fin llegaron al aeropuerto. Después de los trámites y la espera de rigor, al fin pudieron subir al avión. Shun estaba histérico, exigía que le dieran algo de beber. Afrodita simplemente se acomodó lo mejor que pudo en su asiento y pensó en dormir un poco, pero la charla de Shun no se lo permitió, era la forma del pequeño de sanar sus heridas, al poco rato de despegar, Shun se acurrucó en el hombro de su mejor amigo y se quedó dormido casi de inmediato.

 

Afrodita se quedó dormido pensando que tenía que olvidar, que fuera lo que fuera que hubiera en España, sería mil veces mejor que lo que dejaba en casa.

 

 

Notas finales: Hola, heme aquí de nuevo sacandome de la manga un ahistoria nueva, a ver que les parece, esta no creo que sea muy larga, pero a ver que pasa, dudas comentarios y sugerencias por favor haganlas de mi conocimiento a través de sus muy esperados reviews, bye¡¡¡

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