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Piano Lesson por Kafkis

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    Han pasado tres semanas desde que terminé la escuela y la verdad no me interesa entrar a una Universidad respetable…
    Ni siquiera quiero seguir una carrera tradicional.
    Lo que más añoro es poder ser músico, ser uno conmigo mismo y disfrutar de lo que mejor se hacer, pero no lo veo posible.
    Desde que mi padre nos abandonara a mamá y a mí, me e visto a cargo de sacarnos adelante desde los 12 años, puesto que mi madre es de una salud muy débil.
    He tenido muchos empleos con el pasar de los años, unos buenos y otros no tanto (como la vez que tuve que limpiar vómitos afuera de la montaña rusa).
    Mamá siempre cuidó muy bien de mí, incluso se puede decir que solo me prestaba atención y dejaba un poco de lado a su esposo.  Esto fue así hasta que su salud empeoró y ésta fuera la razón por la cual mi padre pensara que ya no le era útil y se fuera.
    Es por eso que me veo en la obligación de ayudar a mamá y ahora que también la abuela vive con nosotros, la presión es doble.
    A pesar de tener tantos empleos, nunca me fue fácil hacer amigos. Siempre fui muy callado e introvertido, por lo cual nadie se me acercaba más de la cuenta.
    Pienso que así es mejor, pese a que pueda contar a mis amigos con los dedos de una mano (y me sobre un dedo), se que ellos son de fiar y valen más que solo un montón de personas que creen conocerte para ir a parrandear.
    Creo que cuando en verdad estoy a gusto es en el momento que tengo una guitarra entre las manos o me siento frente a un piano. La sensación de las frías teclas es algo incomparable, tal vez similares a las de las metálicas y tensas cuerdas de una guitarra acústica. De solo pensarlo se me eriza la piel y es que la música de cierta forma corre por mis venas.
    Mi padre solía ser músico de fiestas (ya sea matrimonios, festivales, etc) y cuando yo apenas tenía 3 años, me enseñó a tocar.
    Los únicos recuerdos alegres que tengo con ese hombre son los de cuando nos divertíamos tocando alguna canción vieja o desafiándonos a ver quien era más veloz con los acordes.
    Bueno, volviendo al tema, ahora que me encuentro en lo que llamo ‘limbo educacional’ y estoy completamente quebrado, siento miedo y angustia puesto que no tengo idea de que hacer con mi futuro y como brindar dinero para mi hogar.
    Para liberarme de tensiones, jugué un rato con las teclas del órgano eléctrico y fue así como se me ocurrió.
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    Mientras esperaba ver que era de mi vida, comencé a pegar volantes por toda la ciudad ofreciéndome como instructor de música para todo aquel que estuviera interesado en aprender a dominar mis amados instrumentos.
    Dos semanas pasaron sin respuesta alguna, incluso parecía que mi celular hubiera agarrado polvo y telarañas. Nunca fui bueno para no comer ansias…
    Jamás pensé que fuera de los que se dan por vencido, pero parecía que así fuera.
    Estaba por terminar de arrancar el décimo volante, cuando para mi sorpresa siento algo vibrar en mi pantalón.
    ¡No, no es eso!
    Era el celular…¡estaba sonando!
    Sentí que mis labios se secaban y con una mano temblorosa, lo cogí.
     Mirando la pantalla y no reconociendo el número, contesté mientras en mi cabeza le rogaba a Dios que no fuera una llamada equivocada.
    Para mi gran sorpresa, era un cliente.
    Me dijo que necesitaba que su hijo tomara clases de piano, ya que se lo había recomendado el médico. No entendí bien de que se trataba, pero ella aseguró que me explicaría todo cuando fuera a su casa y colgó.
    Parecía que la suerte al fin me sonreía y no pude evitar dar unos saltitos de felicidad (hasta que el dueño de la tienda me miró de forma extraña y decidí irme a casa…donde seguí saltando en mi cuarto.)
    Al día siguiente volvió a llamar para darme su dirección y rogarme que fuera lo antes posible.
    Como no tenía nada que hacer (podría ordenar la jungla que llamo cuarto, pero…), le avisé a mamá mis planes y me encaminé a la casa de mi futuro pupilo.
    No tardé más de 30 minutos en llegar ya que era muy cerca de donde vivía. La casa era muy bonita, aunque pequeña, pero se sentía uno a gusto de solo mirarla por fuera. Una sensación extraña en el estómago me dijo que algo especial iba a ocurrir.
    Toqué el timbre y la mujer del otro día abrió. Tenía una expresión un tanto particular en el rostro, como una mezcla entre alegría y desesperación.
    Me hizo pasar a la sala de estar y sin esperar más, me explicó la situación que la acongojaba.
    Su único hijo tenía un trastorno conocido como antropofobia; lo cual según investigué en Internet es un tipo de fobia social,  la cual puede manifestarse como preocupación a ruborizarse, a tener temblor de manos, nauseas o necesidad imperiosa de micción y a veces la persona está convencida de que el problema primario es alguna de estas manifestaciones secundarias de su ansiedad y blah blah blah…
    En otras palabras, es el miedo a estar con gente por lo que ella pueda pensar, juzgar o decir sobre uno.
    La señora me explicó que a su pequeño le solían dar ataques de ansiedad muy fuertes estando en la escuela, por lo cual a veces decidía no enviarlo. Lo que más le preocupaba era la soledad en que se encontraba, ya que no tenía ningún amigo.
    Luego me relató una horrible experiencia vivida por su hijo, en donde le tocó presenciar como un compañero de clase era arroyado por un taxi. Hasta a mí se me enfrió la sangre de solo pensarlo.
    Aún así, las calificaciones del muchacho eran excepcionales y al parecer solo hablaba en clase para responderle al profesor.
    Para cuando terminó de explicarme que tal vez la música lo ayudaría a sentirse mejor consigo mismo, le prometí brindarle toda la ayuda que me fuera posible.
    La mujer se puso muy contenta y se excusó para ir a buscar a su hijo, quien normalmente se encontraba encerrado en los confines de su habitación.
    Yo mientras tanto, como cualquier persona de mi edad, me distraje mirando los adornos de la sala mientras jugueteaba con los piercings que traía en el labio y chequeaba que el piano estuviera afinado.
    Mi mente empezó a imaginar a mi alumno…seguramente sería uno de esos hijitos de mamá, con corte de tazón y regordete, hasta gafas se me ocurrió ponerle.
    Cuando escuché unos silenciosos pasos, levanté la vista de las blancas teclas y sentí que se me cortaba la respiración. Quedé anonadado.
    Frente a mi se encontraba una de las criaturas más bellas que jamás había visto.
    Traía el pelo revuelto y le llegaba hasta los hombros, para mi sorpresa también contaba con varias perforaciones en el rostro y orejas. Sus grandes ojos eran casi tan oscuros como su melena, lo que hacía resaltar su blanca y tersa piel. Tenía una contextura delgada y no era muy alto. Pero lo que más me llamó la atención, fueron sus labios. Pese a que estuvieran ocultos tras su pelo y joyería, eran tan carnosos y lindos que parecían haber sido fabricados con el único propósito de besar.
    Sentí como me ruborizaba hasta la punta de las orejas y maldije a mi mente por haber pensado que solo iba a ser un niño común y en que tenía que dejar de mirarlo como si lo quisiera de almuerzo…lo cual quería.
    Dijo que se llamaba Akihito, pero su madre le decía Aki y tan solo tenía 14 años.
Aki tenía una de las vocecitas más suaves y silenciosas que hubiera oído (y vaya que me costó, ya que pareciera que estuviera susurrando en vez de hablando).
    Calmé mi corazón y decidí que sería mejor cederle el trono a mi cerebro por el momento y le pedí que tomara asiento frente al piano.
    Rápidamente fui por mi bolso, donde andaba trayendo unas partituras especiales para principiantes y volví  a la sala.
    ¡Se me petrificó todo!
    El muchacho parecía un ángel recién caído del cielo, la luz se colaba por las cortinas y le daba una iluminación casi etérea. Miraba de forma curiosa las teclas y una pequeña sonrisa se formó en su rostro cuando presionó una y ésta emitió sonido.
    Aki se dio cuenta de mi presencia y comenzó a morder la manga de su camisa de forma nerviosa.
    No lo pensé y me aproximé a él y aparté su rostro de su brazo, por lo cual se me quedó viendo como si hubiera hecho algo malo.
    Fue en ese preciso instante cuando hice un juramento; en el cual especificaba que ayudaría a sacar a Aki adelante, que nunca nadie volvería a burlarse de él y que el muchacho podría de una vez por todas estar a gusto consigo mismo…Todo con tal de ver nuevamente esa sonrisa.
    Yo me encargaría de devolverle la luz al ángel que ahora se encontraba en mi vida.
      
OWARI    

Notas finales: Espero que les gustara, puede que luego escriba una secuela. Si pueden, dejen algún comentario.

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