Mi amado Gabriel:
Sé que cuando leas estas palabras, yo ya no estaré. Es difícil explicar el porque de algunas acciones, pero sé que tú no te mereces menos. Así que, en esta carta, escrita con dolor, sangre y lágrimas, pero también con el mayor amor que un alma es capaz de sentir, te las daré.
Desde que tengo consciencia, tu sola presencia me ha llenado el corazón de alegría. Mis recuerdos de infancia se desdibujan, pero aquellos en los que tú apareces son claros y nítidos, como si de un fresco se tratasen. Seguro que ahora sonríes y piensas que es normal, que nuestro amor de hermanos es muy fuerte, y que a ti te pasa lo mismo.
Pero aquí, mi pequeño ángel, te equivocas. Porque mis sentimientos, estos lazos que me atan a ti como si de cadenas se tratasen, son tan profundos como el océano. Sí, así es, este es mi horrible secreto, mi oscuro pecado: que te amo y te deseo como nadie es capaz de hacerlo, porque ni todas las palabras del mundo, ni el verso más hermoso, son capaces de describirlo.
Y cada vez que te tengo cerca, miro tus ojos oscuros, llenos de secretos a medio desvelar, siento tu aroma, y tu sola presencia me hace enloquecer. Y aunque lo intento evitar, algo salvaje dentro de mi se sacude, algo oscuro me incita a agarrarme a ti para no soltarte jamás, a deslizar mis manos por tu suave piel, tan tentadora, que me deja sin aliento con tan solo imaginarme las caricias que me muero por darte y que me están vetadas. Todo mi mundo gira entorno a tu sonrisa, a tu voz, al brillo de tus ojos, o a la intensidad de tus silencios.
No sabes cuantas son las noches pasadas en vela, imaginando, soñando con que no nos une ningún vinculo prohibido y que soy libre, libre para acariciarte, para besarte, para hacerte mío, para oírte gemir de placer y gritar mi nombre mientras nuestros cuerpos se unen en uno solo.
Pero sé que no puedo continuar, porque la tentación es demasiado grande, y mi alma es demasiado débil. No soy capaz de acercarme a ti y de sentir tu amor puro por mí sin sentir esa angustia que no meja vivir. Porque la inocencia no puede ser corrompida de esa manera. Te juro que he intentado alejarme de ti, aún a riesgo de herirte, pero tu ausencia es un tormento cada vez más cruel. Por que sin ti no hay nada que valga la pena. Y no puedo vivir una vida a medias, una vida de anhelos, pues sería una vida prestada.
Por eso te pido, alma mía, mi hermoso ángel, que me perdones. Que me perdones por dejarte. Por ser tan cobarde, por buscar el camino fácil. Pero mi destino ya está escrito. Y si te escribo esta carta, no es para causarte más dolor, sino para que recuerdes, si no me odias ya, que hay cosas que trascienden los vínculos de sangre y de la carne. Y mi amor por ti es una de ellas, porque más allá del tiempo, más allá de la muerte, yo te seguiré amando. Porque sin ti, no existe el cielo ni el infierno, porque mi paraíso, eres tú.
Tuyo en corazón, mente y espíritu,
Rafael